Carles Puigdemont (Amer, 1962) es periodista, ha sido diputado del Parlamento de Cataluña, alcalde de Girona y, en enero de 2016, fue investido 130º presidente de la Generalitat de Cataluña. Durante su mandato se celebró el primer referéndum sobre la independencia de Cataluña, y se aprobó en el Parlamento una declaración por la que se constituía la República catalana. Como respuesta, el gobierno español cesó a todos los miembros del ejecutivo catalán, incluido el presidente Puigdemont, que ante la ola de represión política se vio obligado a exiliarse en Bélgica. En las elecciones al Parlamento del 21 de diciembre de 2017 encabezó la candidatura de Junts per Catalunya, que obtuvo el mayor porcentaje de votos del bloque independentista, pero los tribunales españoles le negaron el derecho a ser investido president. Actualmente es diputado del Parlamento Europeo y preside el Consell per la República Catalana. Durante su exilio, ha sido invitado por universidades e instituciones políticas, sociales y culturales de toda Europa y ha publicado dos libros: La crisis catalana. Una oportunidad para Europa (2018) y Re-unámonos (2019).
El párrafo que acaban de leer es la reseña biográfica de Carles Puigdemont que aparece en la solapa de Me explico (vol. 1), su último comunicado. No es obra de Puigdemont ni de su escriba, Xavi Xergo, sino del sello editorial. Puigdemont es. Me voy haciendo a un mundo sin más filtros que los de Instagram, pero más lentamente de lo que sería deseable. De ahí que todavía me alarme ante el hecho de que Plaza y Janés, de la que fuera puntal el exquisito Mario Lacruz, que a tantos españoles alfabetizó, haga suyo el arrebato de @KRLS en el único recodo del libro en el que cabía esperar un resto de discreción, acaso una hilatura wikipédica: sucedió a Mas y antecedió a Torra. No obstante, para PyJ, perteneciente a Penguin Random House, el segundo grupo editorial en España, Puigdemont “fue investido 130º presidente de la Generalitat de Cataluña”, “[ante la ola de represión política] se vio obligado a exiliarse en Bélgica”, y, tras las elecciones de diciembre de 2017 “los tribunales españoles le negaron el derecho a ser investido president”. Fue, se vio obligado y le negaron. El desaliento cunde frente a la sospecha, fundamentada en un rosario de evidencias, de que el primer grupo editorial habría procedido con idéntica incuria, en lo que no sería más que la enésima expresión, por parafrasear a Jordi Pujol, de una postración antigua.
Ah, el comunicado. Ha habido que vadearlo, sí.
Me explico: de la investidura al exilio es la historia de cómo la insólita posibilidad de extranjerizar a la mitad de la población catalana acaba por cobrar verosimilitud, y casi legitimidad, gracias a la aquiescencia de las élites. Javier Godó, Isidre Fainé, ¡Vicente del Bosque!, Luis Conde (al que el protagonista describe como “un experto en dar la razón a todo el mundo”), Emili Cuatrecasas, Juan Villar-Mir, Juan Luis Cebrián (impagable, su tarjeta de presentación: “Tenemos muchas cosas en común: mi mujer también es rumana”)… La larga relación de personajes que concede a Puigdemont estatus de interlocutor normativo (una suerte de parte contratante en un conflicto más o menos instigado por la intransigencia de la vieja España) y se aviene a discutir con él de condiciones, plazos y otras formalidades, cuando no a jalear su desafío, explica en parte por qué el procés entró en combustión. El ex columnista de El Punt transita por la vida pública española al arrullo del “hay que negociar”, “tenemos que hablar”, “hay que entenderse”, la clase de santiguamiento que, lejos de apaciguar las ansias de independencia, las excita.
A ello no son ajenos los políticos, digamos, constitucionales, empezando por Pedro Sánchez. Frente a un Puigdemont que, en sus cogitaciones, se plantea la necesidad de “hacer lo que hacía Pujol en la clandestinidad: ir a buscar los ejes vertebradores de los pueblos; gente sana, con ganas de trabajar por el país”, el trémulo líder del PSOE trata de ponerle fecha a un hipotético referéndum (“Y este referéndum, ¿cuándo tendríamos que hacerlo?”), lo que lleva al primero a vislumbrar una conquista que se revelará crucial: “[Sánchez] ha entrado en el marco mental del referéndum”. No es menor la que cosecha ante Albert Rivera al confiarle éste que “Ciudadanos no contribuirá a avivar el conflicto lingüístico” y convenir con él en que, en lo tocante al reparto de dinero entre las autonomías, “en Andalucía […] se tienen que poner las pilas”, para, en un intento de reconducir la crisis, anunciarle que en Madrid habrá “cambios” (“Ahora no puedo decirte nada, pero ya lo verás”). Un Duran i Lleida, se malicia Puigdemont.
El papel de Rajoy, al que vemos ejecutar el gif del barco en numerosos pasajes del dietario, es, como se sabe, el de obstinado incrédulo, actitud que suscita en ocasiones el asombro del propio Puigdemont, como cuando en la comida de clausura de un foro profesional regala a quienes le acompañan en la mesa (además de Puigdemont, Antonio Asensio, Joan Rosell, José Creuheras…) su erudición sobre la segunda división del calcio. “¿Cómo es posible que este hombre sepa todo eso?”, se pregunta Puigdemont, quien tiende a ver en la evitación del conflicto al Estado en retirada.
Con el calendario volando hacia el 1-O, el presidente sobrevenido de la Generalitat de Cataluña no le hace ascos a las mieles del cargo: su admirado Quico Pi de la Serra se detiene a hablar con él en plena calle, el conejo a la rabiosa de Les Goges le sabe cada día mejor y no ve el momento de que llegue el día de partido para codearse en el palco del Camp Nou con prohombres como Florentino Pérez. (A decir verdad, tiene muy poco que envidiar a Rajoy, pues también para explicar al auge del soberanismo recurre a un símil futbolístico, el que le sirve el aforista Gerard Piqué: “¡Gracias, Tribunal Constitucional, contigo empezó todo!”.) Por si fuera poco, cada tanto se permite dar rienda suelta a su vena cantarina voceando en dependencias oficiales el “Torna, torna, Serrallonga”, acompañado al piano de su fiel Comín, así en la comida de Navidad del Govern o a media tarde de un martes cualquiera, tras haberse despejado la agenda. Y es que la desconexión se hizo carne en Puigdemont mucho antes de que se promulgaran las leyes. Y no sólo en su acepción de relajo. De ello da fe su reflexión, ¡pasada a limpio!, ante las críticas por las fotos de la paella en Ca Rahola: “¿Qué pasa? ¿Tenemos que cohibirnos? ¿Un país que tiene gente preparada que queda para comerse una paella y sostiene una estelada no tendría que estar orgulloso de esta gente en lugar de destrozarla? Vivimos acomplejados, eso es lo que nos pasa”. Ése es, grosso modo, el hombre que está poniendo a España de rodillas.
Su único dolor de cabeza se llama Oriol Junqueras. Si todas las memorias se escriben contra alguien, éstas le conceden ese honor al ex vicepresidente de la Generalitat, que sale de Me explico desollado. Con una particularidad: a su fama de desleal, ampliamente ameritada en filtraciones, desautorizaciones y encuentros paralelos, Puigdemont añade la incompetencia, que tiene como cima la gestión del litigio con el Gobierno de Aragón a propósito de las pinturas de Sijena.
Del verdadero problema de Puigdemont, no obstante, sabremos por las omisiones que salpican las páginas finales. El día 1 de octubre de 2017, tras votar en Cornellá de Terri, el todavía presidente de la Generalitat regresa al colegio de San Julián de Ramis para darse un baño de multitudes y, al bajar del coche, una mujer le sale al paso. Se llama Cayetana Álvarez de Toledo y sus palabras se cuentan entre las primeras que Puigdemont se ve obligado a sortear desde enero de 2016.
“Presidente, ¿está preparado para ir a la cárcel por sedición?” Silencio. “Insisto, presidente: ¿está preparado para ingresar en prisión por su masiva agresión a la democracia?”. Puigdemont, el gesto duro y vencido, no me contestó. Intentó girar la cara, pero mi perfil y las preguntas se quedaron ahí. Sus escoltas, tensos, me exigieron que me callara y a él, que avanzara hacia la luz.
Luego vendrían las del Rey y, el día 8, las de los cientos de miles de españoles que se manifestaron en Barcelona. Son las únicas tachaduras genuinas de un relato inexplicable.
The Objective, 2 de agosto de 2020
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