viernes, 25 de mayo de 2018

Bilingües y bífidos

Uno de los rasgos consustanciales a todo nacionalismo es el desprecio de los hechos, ya se traduzca en la pueril afirmación de superioridad respecto al vecino, la fabulación de un pasado cuajado de afrentas y humillaciones o la construcción de un territorio mítico, cuasi edénico, susceptible de convertirse, nación mediante, en un horizonte de ambrosías. El nacionalismo catalán, en este sentido, no ha renunciado a un solo precepto doctrinario, como atestiguan la guerra de secesión de 1714, el andaluz como paradigma de hombre destruido o el camino a Ítaca.

La ausencia de objetividad no es un síndrome estático, delimitado por una tríada sagrada de revelaciones; antes bien, se trata de un fenómeno en permanente combustión, que incluso impregna las usanzas de quienes, teóricamente, no sólo no se tienen por nacionalistas sino que se oponen al movimiento. Hasta hace dos semanas, por ejemplo, el ordinal que solía acompañar a cada uno de los presidentes electos de la Generalitat se ceñía al milenarismo pujolista. Así, Montilla fue, según RTVE, El País, El Mundo o ABC, el presidente número 128; Mas, el 129; y Puigdemont, el 130. Hubo de mediar un esclarecedor artículo del periodista de ABC César Cervera para desmontar una fake new que había echado raíces.

En rigor, no obstante, la tara afecta en mayor medida a los entes que llevan adosada la rémora Catalunya (respétese el dígrafo) o su versión abreviada, CAT. La delegación catalana de SOS Racismo, sin ir más lejos, se querelló en 2010 contra el presidente del PP de Badalona, Xavier García Albiol, por los folletos propagandísticos que éste repartió durante las municipales de aquel año, y en los que aparecía una foto con la leyenda “No queremos rumanos”. Sin embargo, y como la propia entidad ha dejado entrever en un comunicado divulgado a través de su cuenta de Twitter, no lo hará contra Joaquim Torra: “Utilizar el concepto de racismo para referirse a este tipo de acciones banaliza el racismo y desprecia el padecimiento de sus víctimas reales”.  El soniquete granhermanista de la proclama se aprecia en toda su plenitud cuando la leemos en catalán, lengua de parte: “Utilitzar el concepte de racisme per referir-se a aquest tipus d’accions banalitza el racisme i menysté el patiment de les seves víctimes reals”.

Entre los actores políticos sobre los que se cierne esta pintoresca bifurcación entre realidad y deseo, figuran, cómo no, el prefascista PSC, el fascista Ciudadanos y el postfascista PP. La caricatura resulta risible hasta que nos asomamos a las entradas en castellano y catalán de la Wikipedia correspondientes a Sociedad Civil Catalana. En castellano: “SCC es una asociación española de ámbito territorial catalán […] contraria al independentismo catalán, con presencia de formaciones políticas de izquierda y derecha tradicionalmente enfrentadas, y favorable a mejorar las relaciones con el resto de España".  En catalán: “SCC es una plataforma unionista española que se define como ‘un grupo de catalanes que [….] consideran positivo mantener un vínculo sólido con España’. Se la considera próxima a la extrema derecha”.

De donde deduzco que SCC ha renunciado a presentar batalla en su entrada correspondiente al catalán. Y que el catalán, hoy en día, es el vehículo preferente de las mentiras. No cabe descartar que entre ambas formulaciones haya un vínculo causal.

Voz Pópuli, 25 de mayo de 2018

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