Un banco de alimentos es un observatorio de la pobreza. El reparto de comida entre los más necesitados no tendría sentido sin un protocolo que cuantificara la demanda por municipios, distritos, barrios; que constatara, por ejemplo, la existencia de un súbito pico de menesterosos en un área determinada y, en razón de ello, y en cooperación con los servicios sociales de la localidad, evaluara a qué obedece, de qué modo paliarlo o si va acompañado de otras carencias. Se trata de que la beneficencia no sea únicamente un parche más o menos redentor, sino también una oficina de monitorización de la miseria o, por emplear un tecnicismo al uso, del riesgo de exclusión social. Para los (des)amparados, obviamente, esa cuota de burocracia suele ser desagradable. Nombre, estado civil, número de hijos, profesión… Nadie responde de buena gana a la taxonomía de su propia desventura.
Esta semana ha trascendido que en la misa del domingo día 8 celebrada en los Capuchinos de Sarriá, comunidad colaboradora del Banco de Alimentos, el oficiante instó a los feligreses que llevaran alimentos a la iglesia, ya que, según alegó, el Banco había dejado de proveerles. Así era, en efecto. Los responsables del Banco de Alimentos llevaban meses reclamando a los frailes que se ciñeran al protocolo por el que se rigen las más de 300 entidades a las que surten. Siempre en vano. Entretanto, la afluencia de desvalidos a dicha iglesia venía registrando un inusitado incremento (Sarriá pertenece al distrito con la renta más alta de Barcelona), lo que, muy probablemente, estuviera relacionado con que el reparto empezaba a parecerse más a la apertura de compuertas de El nombre de la rosa que a las redes de ayuda de un país civilizado. La caridad a granel no exige preguntas, y los auxiliados, insisto, bien que lo agradecen.
El lunes empezó a circular la especie de que el Banco de Alimentos había represaliado a los Capuchinos por la misa que éstos habían oficiado semanas atrás en favor de los presos. El 155 llega a la caridad, se llegó a decir en los forocoches del nacionalismo. No faltó quien, en lugar de a España, señaló a Colau, cuando lo cierto es que el Banco de Alimentos (privado, apolítico, aconfesional) carece de vínculos orgánicos con el Ayuntamiento. Tanto es así que, según me hace saber un empleado del BA, en sus tres años de mandato, la alcaldesa aún no ha puesto un pie en el almacén de la entidad, en la Zona Franca.
Así que ni la sombra del 155 ni la mano de Colau. Detrás de la crisis no había más que incompetencia chapada en soberbia. ¡Formularios a nosotros, que dimos al mundo la palabra ‘capuchinada’! La misma soberbia, en fin, con que el superior de la orden, Enric Castells, al preguntarle una reportera de TV3 si había alguna relación entre la suspensión del envío de alimentos y la homilía por Junqueras y compañía, declamó: “Objetivamente, no podemos afirmar que sea así por falta de pruebas”. La mentira en formol y la verdad en sordina. Todo sea por devoción a la estelada. Objetivamente.
The Objective, 16 de abril de 2018
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