martes, 23 de agosto de 2016

Burkining

En casi todos los artículos que abogan por la tolerancia respecto al burkini, y también en algunos de los que propugnan su prohibición, se admite o alega que dicha prenda, versión playera del hiyab, es un símbolo de opresión sexista. Bien, en verdad no es un símbolo, sino opresión sexista a secas, como tampoco una bofetada es un símbolo de violencia, sino violencia en estado puro. En cualquier caso, y dada la tendencia de los tolerantes a diluir las connotaciones del burkini, conviene recordar que en los países musulmanes hay mujeres a las que se infligen castigos y aun se les da muerte por negarse a ir por la vida amortajadas.

Lo que está en juego, en fin, no es la libertad de una turista saudí para bañarse en Cannes como le ordene el Corán (que no como le plazca, como falazmente reza, y nunca mejor dicho, el argumentario socialdemócrata, de Victoria Camps para abajo), sino si el espacio público europeo ha de hacer sitio al germen de su propia degradación; a otro más, quiero decir. Y, sobre todo, si ha de hacerlo en nombre del narcisismo de cierta izquierda, más concernida por la salvaguarda de conceptos tipo libertad, tolerancia o diversidad que por las cuitas reales de la mujer musulmana, y digo "tipo" porque tengo la impresión de que importa más la escarcha que el tuétano, más el miedo cerval a la palabra prohibir que el compromiso real con la única civilización probable, es decir, la que ampara y estimula este mismo debate.

Y, sin embargo, hay un aspecto del burkini que tal vez merezca la pena defender, y es el que atañe a la conciliación de las mujeres musulmanas con el placer. En países como Marruecos, el baño de la mujer en el hamam tiene una función exclusivamente higiénica; a diferencia de la del baño del hombre, eminentemente social. Es probable que lo que ocurra en las playas no sea muy distinto, y el solo hecho de que algunas mujeres puedan bañarse con una prenda más idónea de lo acostumbrado, tal vez abra una brecha que conduzca a Alá sabe qué.

Me quedo, no obstante, con aquellas musulmanas de Occidente que gustan de llevar bikini o bañador, y a quienes, un suponer, tal vez empiezan a mirar mal en su comunidad por no plegarse a una vestimenta que, después de todo, ¡es legal! Pensemos en que el único pretexto que tienen estas chicas para que no las humillen es ése, el de una ley más o menos abstracta que se opone a los designios de Dios.

Escribo esto no sin temer que, a esta hora de la tarde, y en algún rincón del mundo, haya una australiana diseñando un burkini del Real Madrid, lo que acaso zanje el debate del modo más incómodo posible: ¿y por qué no uno del Barça?



Libertad Digital, 23 de agosto de 2016

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