domingo, 26 de mayo de 2024

Un gobierno incógnito

Una de las consecuencias menos comentadas del procés ha sido el borrado del poder en Cataluña. Pensaba en ello mientras, con motivo del asesinato de Nuria López, cocinera en la cárcel tarraconense de Mas d'Enric, a manos de un recluso, vi en las noticias a un grupo de funcionarios clamar frente al Parlament: "¡Ubasart, dimisión!". ¿Ubasart? ¿La podemita? ¿Qué tendrá que ver con el suceso?, me dije. Google me dio la respuesta: "Gemma Ubasart González (Castellar del Vallés, Barcelona, 1978) es una política y politóloga española. Actualmente es consejera de Justicia, Derechos y Memoria de la Generalidad de Cataluña". El ChatGPT no había sido tan preciso. Después de una respuesta un tanto disparatada por la que, eso sí, pidió disculpas de inmediato ("Gemma Ubasart es una actriz", me había dicho, "que ha destacado por su participación en películas como La vida empieza hoy y Anacleto: agente secreto), me aclaró que, en efecto, Ubasart, del partido Podemos, había sido diputada en el Parlament y había contribuido "al desarrollo de políticas de izquierda". Ni rastro de su desempeño como responsable de la cartera de Justicia en el Gobierno de Aragonès.

En cierto modo, me sentí aliviado por que la máquina fuera tan profana como yo. Con una particularidad que, hasta ese momento, no había sopesado: a mi ignorancia de quién era Ubasart (una ignorancia, si se quiere, relativa, pues, como digo, no era ajeno a su vínculo con la extrema izquierda), se sumaba el desconocimiento (éste sí, absoluto) de quiénes eran sus colegas de Gabinete: no era capaz de identificar a uno solo.

Sí, estaba esa mujer, la segunda de Aragonès, a la que solía ver en las típicas imágenes de recurso del Patio de los Naranjos, camino del Consejo de Gobierno, pero ni recordaba su nombre ni ningún dato significativo. También la portavoz, autora de una célebre disertación sobre el escote cuya lectura recomiendo vivamente: "Dicen que de cada crisis sale una oportunidad. Que deben aprovecharse. Cada vez que lo siento pienso lo mismo: y una mierda. Las oportunidades deben buscarse y se pueden encontrar sin tener que lidiar con un problema. El escote de la portavoz del gobierno no ha provocado ninguna crisis, pero sí una polémica tan absurda como evitable. No lo he buscado, no le he querido y no he contribuido a ello".

Sopesé la posibilidad de si el hecho de vivir en Madrid, con la consiguiente desvinculación del ecosistema mediático catalán, pudiera explicar esa carencia. A tal efecto, sondeé a diez residentes en Cataluña más o menos concernidos por la actualidad, y entre cuyos hábitos se cuenta la lectura de periódicos. Sólo uno me supo decir el nombre de un consejero: concretamente, el del consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, si bien no acertó con el departamento, pues le atribuyó el de Sanidad.

Sí, me dirán que los consejeros de gobiernos como los de Andalucía, Valencia o Castilla-La Mancha son tan o más desconocidos que los catalanes, aun para los ciudadanos de esas mismas comunidades. Es posible. Pero lo cierto es que hubo un tiempo en que individuos como Max Cahner, Josep Laporte, Antoni Comas, Joan Guitart, Xavier Trias, Joan Maria Pujals, Macià Alavedra o Andreu Mas-Colell eran susceptibles de atención periodística (probablemente desmesurada), y que algunos de ellos dieron pie a artículos (¡y libros!) de no poca enjundia. Un mundo con el que el que el independentismo (también) ha acabado, en un caso insólito de algo parecido al autocanibalismo.

The Objective, 26 de mayo de 2024

domingo, 5 de mayo de 2024

Goyesca

Los Premios Goya estaban llamados a ser el brilli-brilli de la cinematografía patria, un simulacro de starsystem que, a la manera de los Oscar, imbuyera al público del espejismo de que los abajofirmantes de guardia también podían ser carne de photocall. Los remilgos del gremio ante la impronta americana se disiparon desde el instante en que sus caudillitos fueron conscientes de que «la gran noche del cine español» era, sobre todo, una automamada con mensaje. No en vano, los esmoquins, los vestidos de gala y la alfombra roja no sólo no estaban reñidos con la solemnidad típicamente izquierdista; antes bien, constituían el mejor plató para escenificarla. Y así, edición tras edición, fueron insinuándose o formalizándose manifiestos performativos contra el PP. No contra el nacionalismo, no contra el totalitarismo de izquierdas, no contra la ausencia de libertades; no, hechas las cuentas, contra ETA. Sólo en 1998, el entonces presidente de la Academia, José Luis Borau, declamó, mostrando las palmas de las manos encaladas, que «nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna ideología ni creencia, puede matar a un hombre». «Ninguna ideología ni creencia», como si la ideología y las creencias de ETA fueran legítimas, pero el modo en que venían expresándolas fuera inadecuado. Una declaración tan calculadamente equívoca (en la línea del «no a la violencia, venga de donde venga») que hoy requiere de un pie de foto que la explique: un día antes, el 30 de enero de 1998, los etarras Mikel Azurmendi y José Luis Barrios habían asesinado al concejal del PP Alberto Jiménez-Becerril y a su esposa, Ascensión García. Ése fue el subtexto del «nadie, nunca, jamás».

El oprobio se repitió en 2004, cuando, a raíz de las protestas de las víctimas del terrorismo contra la candidatura de La pelota vasca, nuestros sanitarios del celuloide se manifestaron a favor de la libertad de expresión. Por prurito de dignidad, los productores Eduardo Campoy, César Benítez, Enrique Cerezo, Andrés Vicente Gómez y Francisco Ramos, divulgaron este comunicado: 

«Nuestro colectivo, tradicionalmente tan individualista, peca en ocasiones –aunque suene contradictorio- de actitudes gregarias. Este año no ha funcionado una consigna, como el NO A LA GUERRA del año pasado, y ante la necesidad de seguir una estela colectiva, pero sin líneas definidas, se ha producido un auténtico desconcierto. Al final hay mucha actitud mimética y ante la necesidad de defender la libertad de creación, rechazar a ETA, apoyar a las víctimas y rechazar el orden establecido, se ha perdido de vista lo más importante, lo que está por encima de cualquier consideración, lo que hay que decir a voz en grito: NO A ETA»

No he dejado de ir a ver una película o una obra teatral porque las opiniones del autor o los actores me desagradaran. Me precio de haber sido un habitual de los estrenos de Almodóvar, Trueba, Aranda, Garci, Amenábar, Bigas… También de los de la compañía Animalario, siquiera por rebañar algún destello de genialidad de Guillermo Toledo. 

Ahora bien, la suspensión de la incredulidad tiene un límite. Cómo seguir admirando, por ejemplo, a Marisa Paredes, sin ver a la mamarracha que lleva fuera. Cómo apartar de la filmografía de Almodóvar al individuo que gimotea contra la derecha. Cómo distinguir al Coque Malla artista del Coque Malla tuitero que dejó ese «Bravo» al saber que Sánchez no dimitía. No, no es sectarismo. Es la decepción de ver cómo discurren, orgullosos de su indigencia cognitiva, sin que el rubor los abrume, tipos que deberían dedicarse a sus labores, y sólo a sus labores.

The Objective, 5 de mayo de 2024