jueves, 28 de julio de 2016

Golpismo low cost

SR. GARCÍA
Cada vez quedan menos pretextos, si es que quedaba alguno, para no suspender la autonomía catalana. La medida, en todo caso, convertiría en legal lo que es real, puesto que la autonomía como tal lleva suspendida desde 2010, es decir, desde que el Gobierno de la Generalitat asumió como única directriz la ruptura del orden constitucional.

La espectral Comisión de Estudio del Proceso Constituyente es otra vuelta de tuerca en la melindrosa retórica del nacionalismo, que pretende hacer pasar por inofensivo y, lo que es peor, por moderno, lo que en verdad es un órgano consagrado al sectarismo. En la Comisión de Estudio está todo estudiado, del mismo modo que en el derecho a decidir está todo decidido.

La enésima patada a seguir de Puigdemont presenta además una peculiaridad que la hace doblemente patética, pues no tiene más sentido que granjearse el favor de la CUP en la cuestión de confianza del 28 de septiembre. Se trata, en efecto, de perseverar en la destrucción del Estado de la mano de un grupúsculo ultra para seguir aferrado al cargo. Nunca la expresión "taparse con la bandera" ha exhibido una literalidad tan pavorosa como la de este miércoles en el Parlament.

Y mientras esto sucedía, mientras JpS y la CUP desconectaban de la vida institucional a más de la mitad de los catalanes (pues ésa, y no otra, es toda la desconexión que proyectan), el rey recibía en la Zarzuela, y con la mejor de sus sonrisas, a Francesc Homs, confiriendo al golpismo low cost que éste promueve una insólita respetabilidad. Apenas habían transcurrido 24 horas, por cierto, de la razzia independentista en las redes contra la designación del escritor Javier Pérez Andújar como pregonero de las fiestas de la Merced, un episodio que recordó el boicot que sufrió en 2008 la escritora Elvira Lindo por anunciar que daría su pregón en castellano, y que se saldó con una refriega en San Jaime entre nacionalistas y constitucionalistas.

Y es que tras la presunta bonhomía de estos libertadores siempre hay un Garganté deshojando la margarita del amor y el odio. Asimismo, no hacía una semana que la presentadora de TV3 Lídia Heredia, en el marco de una tertulia política, había leído el correo de un espectador que tildaba al PP y a Ciudadanos de "fascistas", y ante la valerosa protesta de Alejandro Tercero, no hizo sino escudarse en que no era ella quien lo decía, sino un comunicante, bien entendido que lo que primero que pierde el periodismo cuando deja de serlo, son las aduanas.

Veo de nuevo las imágenes de la votación, el Parlamento semivacío y los diputados de JpS y la CUP ovacionándose a sí mismos; Comín y Romeva batiendo más palmas que nadie, en la convicción de que nunca, nunca un plebeyo en Cataluña baila suficientes sardanas; la madrina Carbonell, otra hater, intentando infructuosamente parecerse a una presidenta parlamentaria; la clac de la tribuna esparciendo su runrún de botafumeiro cada vez que Arrimadas, Albiol o Iceta hacen uso de la palabra. (Imagine si somos democráticos, le espetó Artur Mas a Albert Rivera en 2007, que incluso a usted le dejamos hablar en TV3).

El desafío de Puigdemont y compañía debería servir, cuando menos, para que PP, PSOE y Ciudadanos -pero sobre todo estos dos últimos- pusieran fin al absurdo bloqueo de la gobernabilidad en España. A la luz de la quiebra del Estado en Cataluña, la cerrazón de Sánchez y Rivera no sólo revela su carácter veleidoso, sino también una irresponsabilidad que, en el caso de Rivera, es especialmente reprobable.

No en vano, la razón de ser de Ciudadanos fue precisamente la de vertebrar una respuesta netamente española al tremebundo qué hay de lo mío de los nacionalistas. Del error Libertas lo rescataron la inoperancia del PPC, el albor de la deriva independentista y el torero Serafín Marín. Para salir airoso de éste lo tiene francamente crudo. 


El Español, 28 de julio de 2016

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