domingo, 28 de octubre de 2018

Droga, putas, naranjas… todo apunta al PP


Salvo por algún que otro manierismo, la podredumbre en que chapotean los personajes de El reino no sólo alude al PP, sino también al PSOE o las extintas Convergència, Unió Democràtica y Unió Mallorquina (¿o acaso estos partidos, por ser locales, no son susceptibles de esta clase de comparaciones?). Sí, el caladero de López-Vidal/Antonio de la Torre es Valencia, pero se trata de una Valencia innominada, sin ínfulas, casi un fondo de croma. Y sólo uno de los personajes remite claramente (obscenamente, por mejor decir) a un nombre y apellido reales: los de cierta locutora con fama de incisiva. No obstante, uno de los juicios (y digo bien, juicios) más extendidos acerca de la película es que ésta refleja la corrupción del PP. Tal es el dictamen, por ejemplo, que cuelga de la web de la cadena SER. Sin anestesia: “Todo en ElReino evoca al Partido Popular. Desde la forma de vestir, las naranjas y el mar Mediterráneo del paisaje, las prostitutas, la droga, las mariscadas, los yates, las mujeres que no sabían nada o lo sabían todo, hasta lo más icónicolos papeles de Bárcenas”.

Pese a la abundancia de sumarios que muestran cómo la izquierda no le hace ascos al puterío, la coca y los langostinos (es muy probable que también haya socialistas que le den a la naranja y se solacen en el Mediterráneo), “todo en El reino evoca al PP”. Puestos a cazar paralelismos, cómo no ver en ese juez metido a redentor un trasunto del Garzón de los noventa, o en el episodio andorrano un rescoldo de los Pujol. No, El reino no habla de unas siglas y, si me apuran, ni siquiera cabe considerarla una película ‘política’. Lo que se ventila, en verdad (y me da un poco de apuro, no crean, aclarar esto), es la toxicidad del poder, y más concretamente cómo un hombre familiar, simple como una manivela, trata de conciliar el delito y la rutina en una suerte de trastienda moral donde siempre cabe otro cadáver. Atiendan, si no, a esa escena en que el protagonista, nadador bravío, sufre de pronto un ignoto temor al mar abierto. Observen a ese nadador y díganme a qué partido pertenece.

Voz Pópuli, 28 de octubre de 2018

domingo, 21 de octubre de 2018

El cáncer en tiempos del me too


La conmemoración del Día Mundial contra el Cáncer de Mama empieza a cobrar rango de reivindicación política, aunque no esté claro qué debemos reivindicar ni a quién debemos dirigir la reivindicación. No parece que la investigación en cáncer de mama esté precisamente descuidada, y prueba de ello son los más de treinta estudios que, sólo en España, se han llevado a cabo en 2018. Los avances en el cribado y la detección, la delimitación de los perfiles biológicos y el desarrollo de fármacos más eficaces han elevado los porcentajes de supervivencia a cifras impensables hace cuarenta años, y el lapso entre un hallazgo decisivo y otro es cada vez menor. Asimismo, la atención médica que la sanidad pública dispensa a las pacientes no es en modo alguno precaria, cuando menos en España, y en lo que respecta a los usos sociales, el apoyo y la solidaridad han suplido a la estigmatización, que, por decirlo todo, nunca ha resistido comparación con la que sufrieron los enfermos de sida.

Así y todo, cada 19-O supera en aspavientos al anterior, en lo que ha devenido en un sacramento unanimista que guarda parecido con las kermés del metoo. También en lo que respecta a sus palabras clave: visibilidad, ‘dar la cara’, ‘levanta tu mano’… Del revuelo sororo participan periódicos, televisiones, partidos, autonomías, ayuntamientos, patronal, sindicatos, bancos, multinacionales… Y a semejanza de la manifestación del 8-M, cuya más insigne avalista fue una Botín, enfrente no hay nadie.

Lo que acontece, así, es un soliloquio con ínfulas de lucha social, cuyo principal combustible no es la conciencia sino el narcisismo. Pedro Sánchez, a quien el cargo debería impedir (un impedimento ontológico) reclamar nada, tampoco se ha abstenido de mostrarse partidario de “más inversiones en tratamiento”, contradiciendo así la idea del poder como torre de soledades. Incluso hemos visto a una ministra asegurar ante las cámaras que ella también pasó por el trance y ya ven, confesión que por un lado parece tributaria del método Colau y por otro sugiere que la próxima estación podría ser la negación misma de la enfermedad, o lo que es lo mismo: una grave parade contra el sentido.

Vóz Pópuli, 21 de octubre de 2018

sábado, 20 de octubre de 2018

Tu afición es sentimiento


Uno de los programas culturales más exitosos de nuestro tiempo (y entiéndase ‘programa’ en el sentido en que lo pueda ser la corrección política) fue el que promovieron a principios de los noventa Manuel Vázquez, Javier Marías, Santiago Segurola y Jorge Valdano. Hablo, claro está, de la imbricación del fútbol y la vida, que podríamos definir como la fijación del cauce expresivo que liberó al juego de su servidumbre semántica para presentarlo tal cual era: un fenómeno asombroso. De esa mirada oblicua, Vázquez había extraído (años setenta, tal vez) la idea del Barça como ejército simbólico (la única de cuantas alumbró, por cierto, que no se ha venido abajo); Marías, madridista de batín, cifró el virtuosismo en lances estéticos (aquel memorable “Felones”, en pleno Mundial del 94, en que abjuró de la Selección después de que sus jugadores se dejaran perilla) y Segurola convirtió la crónica futbolística (género que por entonces daba signos de agotamiento) en un vibrante contencioso entre la vistosidad y la especulación, trasuntos, a su vez, del progresismo y el conservadurismo políticos. (Retrospectivamente, y al hilo de esa reverberación, la Holanda de Cruyff fue contracultural, el Brasil de Sócrates libertario y la Italia de Gentile reaccionaria. El fútbol no imita la vida, sólo sus más bárbaros indicios.) Me he inclinado por el término vistosidad en lugar de tiqui-taca para rendir tributo a Jorge Valdano, que suele rehuir esa onomatopeya por considerarla denigrativa, el atajo más socorrido para subrayar la inercia retórica del jogo bonito. No le falta razón, pues fue Clemente quien echó a andar al animalillo para ridiculizar un artículo de Ángel Cappa, El tiki y el toque (El País, 1994), airado y arrogante como los viejos manifiestos vanguardistas: “Vivimos en la cultura de la inmediatez y el utilitarismo. Todo tiene que ser ahora y práctico. Todo tiene el carácter transitorio de los productos de consumo. Vale el que gana y mientras gane. Quizá por eso es tan fácil confundirse y creer que el fútbol es geométrico y estadístico, computable y previsible”. También Valdano fue objeto recurrente de mofa. Sobre todo por parte del locutor García, que siempre vio en su elocuencia una suerte de tartamudez inversa.

Mas el molde se había roto, y atraídos por las posibilidades de un género propicio a la melancolía, otros autores se añadieron al coro. Al principio, dando rienda suelta a una doblez de opereta: informadores políticos, críticos culturales o novelistas alternaban a ratos perdidos con el balón. Las tardías travesuras de Guillem Martínez, las leyendas desganadas de Enric González, el fanatismo reposado de Sergi Pàmies. Al calor de la novedad, florecieron revistas y aun editoriales, y al poco no quedó en España un solo escritor que se resistiera a sacar al hincha que llevaba dentro; a menudo, sin calcular que también lo llevaba fuera. La tentación manierista hizo el resto y los periódicos empezaron a llegar envueltos en una telilla de murmuraciones infantiles. Me quité el día en que tropecé con la mía.

Hasta que esta misma semana volví a preguntarme cómo empezó todo. Y fue de nuevo Valdano quien susurró: “El Madrid estaba en observación y cuando el Alavés marcó el gol, se me cayó en el comentario la palabra tragedia. Esas exageraciones dejan sin adjetivos a los periodistas de sucesos para describir sus catástrofes. Pero cualquier juego solo tiene sentido si lo ocupa todo durante un rato”.

The Objective, 20 de octubre de 2018

jueves, 4 de octubre de 2018

Salida de emergencia

Uno de los tópicos más insidiosos de cuantos ha generado el procés es la afirmación de que los políticos han engañado a la gente, como si lo reprochable, antes que el intento de golpe de Estado, fuera la ineficacia de los golpistas. “Habéis jugado con nuestras ilusiones”, claman los dolientes, limitando la responsabilidad de los Mas, Puigdemont o Junqueras al hecho (¡im-per-do-na-pla!) de no haber obrado con la solvencia que la empresa requería.

Ni que decir tiene que tales ilusiones son legítimas, como legítima, entiéndase, es la incontinencia del anciano. Un independentismo, ay, de buena fe. El corolario de semejante análisis se resume en la necesidad de gestionar la frustración colectiva, sin que sepamos, por el momento, si el Estado va a tener que costear el psicólogo a dos millones de tarados. Siempre Boadella.

Los partícipes de la teoría del engaño suelen arracimarse en torno al proteico mundo de la equidistancia. Tras una vida declinando la realidad en sesudos ensayos, hoy invocan fantasmagorías como el honor o la seriedad para explicar lo ocurrido en Cataluña. Cualquier evasiva es útil si sirve al propósito de salvar al pueblo y, sobre todo, salvarse ellos. ‘También yo me lo creí’, imploran.

Lo que creyeron se resume en que el Sí del referéndum llevaría a la independencia y el mundo la reconocería. ‘Fue lo que nos dijeron’, se excusan. Así la tonta en mitad de la orgia.

Mas no hay cuidado. Ante la imposibilidad de celebrar su agudeza, la afición llorará su humildad, entreteniendo la espera de su próximo panfleto: yo fui una esclava del 1-O.

The Objective, 4 de octubre de 2018