jueves, 29 de marzo de 2018

Contra la melancolía

No son presos políticos, pero la tácita conformidad con la etiqueta de “comunes” requiere un cierto disimulo o acaso un plus de cinismo. Tanto o más que el que late en el mantra de que la democracia española permite profesar el independentismo siempre que éste se atenga a la ley. Esto es, siempre que se trate de un simulacro silábico, un independentismo recreativo que, como tal, renuncie a su única aspiración verosímil: instigar una revuelta popular para que prenda el esqueje de un nuevo Estado. Lo que sucede en Cataluña no es sino la estación término a que conduce, de forma inexorable, cualquier nacionalismo que se precie, por más que su apariencia hasta la fecha, fiada al chantaje institucional, haya sido la de un movimiento no ya inofensivo, sino incluso audaz y constructivo; la escuela política, en fin, en la que debían mirarse los gobernantes españoles para burlar su naturaleza cerril. 

Bien, ha llegado el momento de poner las cartas boca arriba. De declararlos ilegales, en suma. Pero no únicamente a la CUP o a Arran, para quienes el remoquete de forajidos sería una suerte de halago, un (tardío) reconocimiento a su empeño. Ningún partido que tenga entre sus objetivos la independencia puede tener cabida en la vida política española; ninguno, bien entendido que la consecución de dicho objetivo pasa por la destrucción del orden democrático, es decir, por la extranjerización de los ciudadanos no catalanes, con la consiguiente quiebra del principio de igualdad, la extinción de la separación de poderes, la suspensión de los tratados comunitarios y, en última instancia, la instauración de un régimen fundado en el supremacismo.

Quien sea propenso al vértigo no tiene más que considerar el artículo 21 de la Constitución de Alemania: “Los partidos que por sus fines o por el comportamiento de sus adherentes tiendan a desvirtuar o eliminar el régimen fundamental de libertad y democracia, o a poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania, son inconstitucionales”.

Atendamos a lo nuclear y dejemos de enredarnos en discusiones sobre si es o no legítimo judicializar la política, pues, como dejó escrito Fernando Savater en una de sus luminosas analogías, que un independentista manifieste ese reparo es como si un condenado por violación esgrimiera en su defensa la indelicadeza que supone para con su libertad judicializar el sexo. En cualquier caso, las leyes (empezando por la del divorcio, por la que siempre recordaremos a Paco Ordóñez, y siguiendo con la del matrimonio homosexual o la de derogación del Código de Justicia Militar) no son indisociables del sistema político que nos dimos tras la dictadura. O en otras palabras: lo que se presenta como una intolerable intromisión de la judicatura en la libertad de expresión es en verdad una pared maestra del Estado de derecho.

Dejemos de engañarles. Pero sobre todo, dejemos de engañarnos.


Voz Pópuli, 29 de marzo de 2018

jueves, 22 de marzo de 2018

Los drones de la propaganda

El caso Cambridge Analytica-Facebook me ha traído a la memoria el ecosistema periodístico de los años ochenta del siglo pasado, cuando las noticias de primer orden en Estados Unidos (el atentado contra Reagan, aquellas vibrantes primarias que enfrentaron a Hart y Mondale, el Iran-Contra) llegaban a España con morosidad analógica. The Guardian y The New York Times publicaron la exclusiva en sus respectivas webs el sábado 17, y hasta el lunes 19 no aparecieron en España los primeros ecos, subsumidos (por no decir diluidos) en despachos de agencia y misceláneas de corresponsales. Nada de qué extrañarse, ya que de hacer caso a la información que publicaba uno de nuestros diarios de referencia, el rotativo británico que junto con el Times había divulgado las revelaciones de Christopher Wylie no era el The Observer (nombre que adopta The Guardian en domingo)sino el Titiritainas Observe. Por lo demás, y en lo que se refiere a las secciones de opinión, el 19 sólo los columnistas De la Serna y Espada abordaron el asunto. Hasta hoy (escribo el 21) no se ha producido el aluvión de análisis, reportajes y entrevistas que debía haberse producido días atrás, y al que Voz Pópuli y El Confidencial se avanzaron con sendas piezas de Marcos Sierra y Antonio Villarreal.

El tema no sólo es importante por la conjetura de que la recolección fraudulenta de perfiles de Facebook pudo ser decisiva en la victoria de Trump (lo que está por demostrar), sino también por lo que tiene de revolución en los usos de la persuasión propagandística, y que se resume en la posibilidad de dirigir los mensajes no ya a grupos más o menos acotados, sino a individuos concretísimos. Cual si el buzoneo permitiera la opción de dejar a cada vecino una papeleta acorde con sus intereses y afinidades.

Sorprende, por ello, la inicial inapetencia con que nuestros medios, incluidas las radios y las televisiones, han tramitado la noticia. En contraste, sin ir más lejos, con el raudo, hiperbólico, coral y unánime tratamiento de filtraciones como la del Cablegate o Los Papeles de Panamá, supuestamente llamados a instaurar una nueva era en el periodismo y quién sabe si en las relaciones internacionales, y en cuya sobrerrepresentación (se trató, sobre todo, de un insólito espectáculo autorreferencial) pesó el inexplicable prestigio de lo alternativo. A esta clase de disfunciones, en suma, alude la devaluación del principio de jerarquía en la prensa de hoy.


Voz Pópuli, 22 de marzo de 2018

viernes, 16 de marzo de 2018

Alaska

Mencionaba Rosa Belmonte en uno de esos felices pandemonios que son sus columnas la sintonía de la serie de documentales que Félix Rodríguez de la Fuente dedicó al lobo, aquella salmodia a mitad de camino entre Vangelis y el trío Lalalá, que decía: “Llegaaaa el matadooooor”, y al punto, tras un redoble tamborilero como de la Fura dels Baus: “¡El loooooooobo!”.

No sé si España estaba preparada para deglutir ese aullido, pero desde luego a mí me cogió con la guardia baja, y desde entonces me sorprendo alguna que otra vez canturreándolo. De ahora en adelante, y gracias a Belmonte, lo haré conforme a la letra original, porque el caso es que llevo 40 años ululando, en lugar de ‘llega el matador’, el ‘graaaan matadooooor’.

Esta semana se han cumplido 38 de aquel sábado en que mi madre me despertó con la noticia de que felirrodiguedelafuente (lo pronunciábamos así, de una sola voz y a la velocidad del rayo, cual si fuera un trabalenguas abreviado al que hubiera que rendirle honores. Sólo tras la canción de Enrique y Ana, Félix fue simplemente Félix e incluso algo peor, el Amigo Félix); de que el Hombre de la Tierrra, ay, había muerto en un accidente de avioneta. Recuerdo que se postró frente a mi cama y, en un susurro pausado, el tacto inédito en su decir (ni siquiera las muertes de su primo y de su abuela habían merecido ese acopio de duelo) su mano atusándome el cabello: “Ha dicho la radio…” Por aquellos días, a la hora de describir el oficio de felirrodiguedelafuente, tendía a repetirse la palabra naturalista, y aún hoy su entrada en la Wikipedia incluye dicha atribución.

Ignoro si nuestro hombre encajaría hoy en los postulados del ecologismo, concepto que aún había de hollar los periódicos y telediarios locales, donde sí tenía presencia, aunque residual, el sintagma Los Verdes, el partido alemán en que cristalizó el movimiento (y que devino en la alegre constatación de que Alemania había dejado de ser nazi). Quiero creer que no. No ya por objeciones de carácter político (no olvidemos que Del Bosque, que compartía ecosistema con depredadores como Juanito, Benito o Camacho, era de izquierdas), sino porque felirrodiguedelafuente incumplía todos los preceptos estéticos que definen al ecololó (apócope de mi admirado Caparrós), empezando por el de hombre blandengue.

Fue, además, el último gran iberista, empresa que en nuestro país no ha tenido nunca demasiados entusiastas (Gaziel, se me ocurre ahora). No teman, no; no es que estuviera abonado a la fórmula Estado Español, sino que su reino era, sobre todo, una unidad de destino en lo geográfico. ¿Cómo iban a ser españoles un lince, un alimoche, un águila? Y sin embargo, ¿cómo explicar España sin el lince, el alimoche, el águila? Cómo explicarla, en fin, sin felirrodiguedelafuente, que obró el milagro de que un niño de no más de 10 años asolara la Barceloneta de la mañana a la tarde, fuera al cine de reestreno hasta entrada la noche y jugara a fútbol en la repla hasta la madrugada.

Y jamás le faltara en el bolsillo su cuaderno de campo. No fuera a aparecer el matador en un barrio donde, la verdad, todos teníamos un aire a lirón careto.


The Objective, 16 de marzo de 2018

jueves, 15 de marzo de 2018

El ‘nievesherrerismo’ por otros métodos

Un niño con aire de ruiseñor, en apariencia bueno en un sentido cuasi machadiano; el parecido con sus padres, Patricia y Ángel, más acentuado en él por el corte infantil de su tristeza; la compasión que, en pleno desconsuelo, ambos se profesaban, esos abrazos que yo tomé por conyugales y que me indujeron a creer que seguían siendo marido y mujer; el paralelismo inverso entre el divorcio de los Quer López-Pinel, tan belicoso, y el de los Cruz Ramírez, tan civilizado; la madrastra aleteando en torno a la pareja, tentando un resquicio para incrustarse en una comunión de aflicciones de la que siempre salía despedida; la presencia en los aledaños del drama de la intendencia de duelos y quebrantos que forman Cortés, Del Castillo y Quer, nuestros McCann.

Cómo no van los medios a hablar de Gabriel, si su caso ha suscitado la más humanísima de las conversaciones en que, todavía en esta hora del miércoles, anda entremetida España. No, el problema no es el estruendo mediático, inexorablemente hiperbólico, sino que los presentadores, con la excusa de estar bajo el influjo de la consternación ambiental, aparezcan gimoteando ante las cámaras; que se esmeren, en suma, en encarnar el luto cual actorcillos del método, incurriendo en la inmoral osadía de pretenderse tan conmovidos como la madre misma de la criatura. En su alucinada tourné, fueron deudos de Diana Quer en la Puebla del Caramiñal, de los hermanos Bretón en Córdoba y de la niña Basterra en Santiago de Compostela… Mas ni siquiera precisan un cadáver reciente para representar su peculiar simulacro, que escenifican con un ojo en el share y el otro en el Twitter.

El 8 de marzo, en casa de un amigo, veíamos en La Sexta un especial informativo en que Ferreras, al habla con una portavoz de las millones de huelguistas, que no huelguistos, que tomaron las calles, imploró: “Volved. Porque os necesitamos” (La misma secreción sentimental, por cierto, que Pablo Iglesias hace valer ante Catalunya para que no se desgaje del ‘resto del Estado’.  Todas las víctimas lo son contra algo y cada día tiene su afán). Mi amigo y yo nos miramos asombrados, dando por hecho que no veríamos nada igual en mucho tiempo. Como si no supiéramos que está todo siempre por venir.


Voz Pópuli, 15 de marzo de 2018

jueves, 8 de marzo de 2018

Hay motivo


A nadie ha de extrañar que tantísimas mujeres en España se hayan declarado hoy en huelga para denunciar lo que, a todas luces, no es sino una injusticia que de puro secular amenaza con convertirse en endémica. La política, por ejemplo. No hay más que elevar la vista para constatar que los principales cargos y atribuciones están en manos de hombres: ni una presidenta de comunidad autónoma, ni una directora general de cierto rango ni, por descontado, una ministra que ocupe o haya ocupado un ministerio de los considerados fetén; no el de macramé, no, sino los de Defensa, Economía, Ciencia e Innovación…  Y ya no digo una vicepresidencia primera o una Presidencia del Congreso, por no ponerme estupendo. Habrá quien objete que España está sembrada de alcaldesas, y no le faltará razón, pero aún parece lejano el día en que en las grandes ciudades, en las capitales donde radica y se administra el verdadero poder, manden mujeres.

Y qué decir del mundo de la comunicación y el periodismo: ¿acaso hay alguna mujer entre los grandes popes de la televisión matinal? ¿Algún representante de nuestro más incisivo reporterismo, ya sea del mediodía o de la tarde, es mujer? Un erial, insisto, como lo son (y probablemente de mayor extensión) los diales matutino y vespertino. ¿Sabrían decirme el nombre de alguna radiofonista que conduzca un magazine de éxito? El de una sola. No lo intenten, créanme, pues se verán abocados a la melancolía.

Vayamos al libro, cuyas mujeres (maquetistas, fundamentalmente) también paran hoy con el ánimo de evidenciar que habría que retrotraerse al edén de la Segunda República para encontrar editoras-jefas en primera línea del negocio. Ah, aquellas Tusquets, De Moura, Querini, Navajo, Broggi… cuyas trayectorias truncó la guerra y para quienes nunca, ni siquiera en democracia, hubo relevo.

En cuanto a la ciencia, la postergación de la mujer merecería un sinfín de reflexiones, la mayoría deprimentes, mas permítanme que, esta vez sí, pida lo imposible (o, como clamaban los sesentayochistas, sea realista): ¿se imaginan que una de las grandes investigadoras en biología molecular y transhumanismo fuera, además de mujer, española?

No me despierten todavía de este sueño, que si los sueños cine son, no puedo por menos de fantasear con la posibilidad de que en un futuro próximo haya mujeres en nuestro país disputándose un premio Goya. Y llámenme loco pero, ¿y si esas cineastas fueran catalanas?



Voz Pópuli, 8 de marzo de 2018

sábado, 3 de marzo de 2018

De memoria

Les propongo un ejercicio insólito. Se trata de anotar a todas las víctimas de ETA que puedan recordar por el nombre y, al menos, el primer apellido. Un memorial, en efecto, tan voluntarioso como injusto y escuálido. Una afrenta, en verdad, para quienes son pasto de exclusión. En aras de un cierto decoro, me impuse la obligatoriedad de no infestar la lista de perífrasis. El niño aquel, los músicos militares de Barcelona, uno al que vigilaba un cura, los dos polis de Roses (¡la Donostia catalana, llegó a decir el forense Marc Álvaro!), los niños del cuartel de Zaragoza, el cuartel de Vic, Hipercor. No. Una vida, me dije, merece un anclaje nominal (eso que en los periódicos, y a propósito del fútbol, dimos en llamar ficha técnica, y que también recogía las principales incidencias del encuentro). Qué menos que un nombre. Éstos son los  míos y, obviamente, llevan incorporada (adosada) la gran incidencia de sus biografías. 

Joseba Pagazaurtundúa, Isaías Carrasco, Melitón Manzanas, Irene Villa, Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco, Luis Carrero Blanco, José Antonio Ortega Lara, Carlos Palate, Diego Estacio, Ramón Baglietto, Alberto Jiménez-Becerril, Ascensión García Ortiz, Ernest Lluch, Fernando Buesa, Fernando Múgica, Miguel Ángel Gervilla, Manuel Broseta, Carmen Tagle, Ricardo Sáenz de Ynestrillas, María Dolores González, Emiliano Revilla, Julio Iglesias, Pilar Elías, Enrique Casas, José Luis López de la Calle, Cosme Delclaux, José Luis Caso, Gorka Landáburu.


 The Objective, 3 de marzo de 2018

jueves, 1 de marzo de 2018

Arcadi Espada, a puerta gayola


1. Durante los años que han transcurrido desde que Arcadi Espada concibiera la posibilidad de escribir sobre Francisco Camps, y cada vez que hablaba de ello con algún conocido, las reacciones (e incluso las palabras y, hum, también la incomodidad) eran asombrosamente parecidas. “¿De Camps? ¿El de los trajes? ¿Quieres decir que ahí hay algo que merezca la pena?”. Es fama que Espada ha forjado su carrera a rebufo del método Boadella, esto es, eligiendo primorosamente la impopularidad de las causas y los personajes a los que aplicar su audacia, ya se trate de Samaranch, Pla o Benzemá. Ahora bien, ¿Camps? Vols dir? Su soberbia, no obstante, siempre apunta (y dispara) por elevación. El suyo no es un libro a favor de Camps, sino contra la prensa española, encarnada en el diario El País y sus 169 portadas. El pasado lunes, en el programa de Carlos Alsina, el periodista Casimiro García-Abadillo dejó, a propósito de Un buen tío, un fajín para la posteridad: “Sería como escribir un libro a favor de Franco”. Sin reparar, ay, en que algo de eso tenía, desde el título mismo, la peripecia húngara de los judíos de Sanz Briz; sin tener en cuenta que Espada no tiene más causa ni afán que buscarle un digno acomodo a la verdad y, en la medida de lo posible, escrachear la mentira.

2. Un buen tío es el relato de cómo El País construyó, a partir de la figura del ex presidente de la Comunidad Valenciana Francisco Camps, un presunto culpable al que endosar, además, la parte alícuota de responsabilidad de la crisis que había obligado a los españoles a rebuscar restos de comida entre los contáiners. (El Camps de El País no es cierto porque, antes que una persona, es un símbolo.) Fue un trabajo realizado a pleno sol y mediante el uso de técnicas tan groseras como el escamoteo. La célebre conversación telefónica entre El Bigotes, nacido Álvaro Pérez, y Camps, ese afectuoso intercambio de agasajos del que emerge el “amiguito del alma”, finaliza con la mujer de Camps diciéndole al Bigotes que le devuelve un regalo con el que, según leemos, se había “pasado”. Los responsables de firmar la noticia también lo leyeron, mas dejaron ese dato fuera de foco para que el personaje que venían pergeñando, el insaciable esquilmador, el fanfarrón con trazas de homosexual (de armario) empotrado, el fallero bronceado de la Valencia peor, se tuviera en pie. En ese cometido, poco importó que no hubiera cuerpo del delito (los trajes, de los que ahora sabemos por Espada, fueron escamoteados con el mismo desparpajo que las devoluciones) o que la cantidad a que ascendieron los sobornos presentara, como en el más calenturiento de los periodismos, hasta más de 12 versiones-de-los-hechos: “¡No tengo más remedio que recopilar, siempre de mayor a menor!: 30.000, 20.000, 12.783, 12.000, 8.073,50, 7.393, 5.353,50, 4.700, 3.300 y 1.400. Ahora se añaden 4.200 y 1.650. Esto ya da un total de 12 cifras distintas”.

3. Por no ir abreviando (spoiler): “Cadáver político; mentiroso; sospechoso; diestro que se refugia en el burladero del temor; irresponsable; marrullero; manipulador; bribón; malvado; narciso; enfermo de egolatría; Dorian Gray al que la putrefacción no le deja reconocerse; personaje políticamente agonizante; Camps Jekyll y Camps Hyde; personaje de circo; el más pecador de los mortales; persona que regala el dinero de los valencianos a sus amigos; entre jamones y chorizos puede montar una charcutería; mísero moral; agresor del orden constitucional; sus antepasados ideológicos torturaban en comisarías y hacían juicios sumarísimos; trajeron de la mano a una tropa de delincuentes; manipulador obsceno; declarado incapacitado; enajenado políticamente; muchos se preguntarán sobre la legitimidad de sus victorias electorales; mentiroso en sede judicial; instaurador de una democracia de baja calidad; el que alquila el patio de Monipodio en el que se juntaban los ladrones; sin equilibrio emocional; mal ejemplo; incapaz; sin futuro político; penalmente responsable de los hechos que le achaca el juez Garzón; tonto, indecente o las dos cosas”.

4. No estamos ante uno de esos libros que se lea boca arriba. En cuanto el lector tope con la expresión “dilector” dará un respingo del que ya no se repondrá. Y, siquiera por lo que pueda venir, mantendrá la guardia alta. (Ser amigo de Espada, en cierto modo, es estar dispuesto a asumir esa misma tensión aun a partir del segundo gintónic –objeto que, a la manera de los sujetos, también deberá ofrecer su mejor mezcla.) En otras palabras, y por si sirviera de guía, cuando al lector le asalte la frase “Me mata el afán pedagógico”, sepa que está ante la modalidad “correcteness” del “No puedo evitar dar lecciones”.

5. Si aún no han comprado el libro, cuando lo hagan pidan el ticket. Camps no lo hizo y gran parte de sus problemas provienen de ahí. En esa España vivimos.

6. Verán que hay dos voces: una que desmenuza las noticias y otra, la del ‘periodista-de-vuelta-de-todo’, ladeada, socarrona y melancólica, que desmenuza los hechos y, ante la fatalidad, tan contraria a su credo, de decir “fuentes bien informadas”, asume esas voces.

A puerta gayola, diríase.


Voz Pópuli, 1 de marzo de 2018