lunes, 25 de julio de 2016

Last lesson

La enseñanza de la escritura lleva un subtexto que reza '¿Ah, pero es posible enseñar a escribir?', y que se cierne sobre los forcejeos, a menudo infructuosos, de alumnos y profesores. Parecería que la mera existencia de cursos como éste responde a la pregunta, mas sigue siendo pertinente que nos la planteemos. En cierto modo, viene a recordarnos que el profesor es un guía insuficiente, y que a lo sumo tiene en su mano incitar al alumno a leer e inculcarle la necesidad de revisar cuanto escribe. 

Con todo, me daré por satisfecho si habéis aprendido que si podemos decir encina no diremos árbol, que querer mucho no siempre es querer más que querer a secas, y que todos los pintores lo son a domicilio. Que la principal normativa no se halla en los manuales, sino en el sentido común, y que en puridad no aprendemos a escribir, sino a corregir lo escrito, o, por mejor decirlo, que no hay un escritor sino dos: el que escribe y el que corrige, y el segundo no puede equivocarse. Que la escritura es una imitación y no hay manantial de ideas más valioso que leer, leer y leer. Que corregir no es más que despojar el texto de toda adherencia sentimental para juzgarlo de forma implacable y así, ya sin remilgos, deshacernos de lo que nos parecía un hallazgo y no era más que un coágulo. En el fondo, y como sucede en tantos órdenes de la vida, todo consiste en no engañarse demasiado. Pensad que la escritura es un servicio. De todas las leyes que hemos visto estos días, querría que retuvierais la que dice que cuanto menos trabajado está un texto más complicada resulta su lectura. Es la única que siempre se cumple.

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