martes, 30 de diciembre de 2014

La dignidad de Cataluña

Al primer congreso de C's, el del milagro alfabético, asistió Joan B. Culla, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y conspicuo nacionalista. Su presencia en aquellos plenos, entre individuos abiertamente hostiles a su ideario (nos constituíamos en partido precisamente para combatirlo), confería al encuentro un raro marchamo de urbanidad, como si el hecho de no increparle nos otorgara un plus de civismo. Alentado por la curiosidad, me acerqué a Culla y le pregunté qué le traía por allí, dada su, digamos, filiación. Con exquisita cordialidad, me respondió que, por encima de otras consideraciones, él era un hombre concernido por su tiempo, y que, como tal, había presenciado in situ en todos los congresos constituyentes de cuantos partidos se habían fundado en Cataluña desde la Transición. El pasado domingo, mientras veía las imágenes del mitin de Pablo Iglesias en el Pabellón del Valle de Hebrón, me fijé en si aparecía en alguno de los planos, dando por sentado que este peculiar notario del pluripartidismo estaría 'empotrado' entre las hordas podemistas su artículo al respecto, no obstante, no parece acreditarlo). A quienes sí recogieron las cámaras fue a Pasqual Maragall y a su mujer, Diana Garrigosa. Que un ex presidente enfermo de alzhéimer (en este caso, con síntomas desde hace al menos ocho años) sea utilizado por su esposa para saciar su sed de venganza contra el PSC; que eso, en fin, suceda con relativa frecuencia sin que ninguna autoridad política ni sanitaria tome cartas en el asunto, explica a las claras por qué Cataluña no es una nación. (La analogía con el ex presidente Suárez es tan cristalina que ni siquiera merece la pena extenderse al respecto.) Llama la atención, en este sentido, que Artur Mas, que tantos grititos profiere por si antecede o sigue en el turno a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría; que tantos raps del desairado protagoniza para, según jura, dignificar el cargo de presidente, no considere que el uso político del paciente Maragall sea una afrenta a ese mismo cargo y, por ende, a Cataluña.

También los periódicos, a su manera, miran para otro lado, pues en su mayoría hablaban de "la presencia entre los asistentes del ex presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, y el diputado de ERC Joan Tardà", situando en pie de igualdad a dos individuos que, como es sabido, se hallan afectados por patologías distintas. De Maragall, insisto, no puede decirse que acudiera al mitin incumbido, a la manera de Culla, por el spleen catalán. Entre otras razones, porque ya en 2012 había dejado de reconocer a algunos de los políticos que se acercaban a saludarlo. Maragall fue al mitin porque su cuidadora no pierde una sola ocasión de airear su inquina contra la cúpula socialista. 

Paradójicamente, en el fondo del asunto aletea una de los más siniestros apriorismos socialdemócratas y, por extensión, de la cual es la posibilidad de que el alzhéimer sea, antes que una enfermedad, un estado de ánimo.


Libertad Digital, 25 de diciembre de 2014

lunes, 22 de diciembre de 2014

Y sin embargo


Entre los cubanos afectos al castrismo, el embargo estadounidense ha dado lugar a enjuagues de todo a cien en que confluyen la santería, la abulia y el cinismo. Así, no hay lacra ni deficiencia que no sea achacable al imperialismo. ¿Que la guagua se demora? El bloqueo, chico, ya tú sabes. ¿Que no hay suministro de luz? Los gringos, que nos tienen bloqueaos. ¿Que la hermana del vecino se prostituye? Qué otra cosa iba a hacer, con el enemigo a 90 millas apretándonos las clavijas.

Se trata, además, de un mantra omnímodo y, por ello mismo, irresistible, pues no sólo sirve para paliar el fracaso cotidiano de la Revolución, sino también para seguir abonando la ficción de que el socialismo es un sueño infalible, y que sólo la conjura filofascista del complejo militar-industrial ha evitado su triunfo. ¡Qué no seríamos nosotros, ay, sin el bloqueo!

Resulta tentador especular con que el fin del embargo dejaría a los Castro y sus secuaces sin pretexto, aunque no conviene descartar que, en esa tesitura, el régimen invoque, en lugar del bloqueo, la herencia del bloqueo (del mismo modo, y disculpen la obscenidad, que en una Cataluña independiente el expolio se transubstanciaría en deuda histórica). En cuanto a la creencia de que la infiltración del capitalismo, siquiera por extranjería y capilaridad, acabe favoreciendo la instauración de la democracia, no hay más que volver la vista a Rusia y China. O a España y sus suecas de Torremolinos. El canto de un duro.

Por lo demás, no deja de ser enternecedor que cierta prensa europea celebre el fin del inmovilismo de Washington, así, con estas palabras, pasando por alto la evidencia de que no hay nada más inmóvil que una buena dictadura. No es el único malentendido que, en esta hora del siglo, proyecta el posibilismo de Obama. En la escena final de Los intocables de Eliot Ness, luego de que Al Capone resulte condenado, un reportero pregunta al protagonista: "Señor Ness, ¿qué hará si se levanta la prohibición?". A lo que éste contesta: "¡Tomarme un trago!". Una respuesta tan conmovedora como farisaica, pues, como es fama, la Ley Seca no impidió que los americanos se dieran a la bebida (¡al contrario!). Algo semejante sucede en Cuba con el embargo, cuyas fisuras, tan incontables como grotescas, han propiciado la circulación, no necesariamente bajo cuerda, de toda clase de mercancías supuestamente inasequibles. A la derogación del mal llamado bloqueo, en suma, nadie que no sea un hipócrita osará exclamar "¡Tomarme un trago!". Y como bien apunta Raúl Rivero en El Mundo, que se sepa, "las vacas, los plátanos, la yuca, el arroz y la malanga nunca se exportaron a Cuba desde Virginia o Baltimore".

Aunque para hipócritas, todos los progres españoles que, al grito de "¡La Transición fue una estafa!", siguen emperrados en procesar a Franco, desenterrar a los muertos y deshonrar a los vivos. Y que esta misma tarde se congratulaban del probable advenimiento de un periodo de paz y prosperidad para los cubanos. Esos cubanos, remataban, que llevan 54 años viviendo bajo el bloqueo, que siempre es más amable que vivir bajo una dictadura.


Libertad Digital, 18 de diciembre de 2014

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Operación Impala: Baico en África

Cubierta de la obra Operación Impala, de Manolo Maristany.
El empresario Oriol Regàs dejó en sus memorias, Los años divinos, jirones de la naturaleza quimérica, cuasi mítica, de los negocios que alentó, aquel ramillete de abrevaderos donde la izquierda glam se tentaba las carnes a despecho del franquismo. Bocaccio, Maddox, Revolution… La sola evocación de la trama de santuarios que llevaron su sello da noticia de su condición de precursor, atributo que irrigó todas las facetas en que fue multiplicando sus afanes. También la de motero, por mucho que en su juventud, mediados de los cincuenta del siglo pasado, aún no se hubiera acuñado la palabra.No en vano, y a semejanza del Regàs restaurador, mánager o editor, el Regàs motero se aventuró por sendas que nadie había transitado con anterioridad. Hubo, en fin, de desbrozarlas. Sus peripecias comenzaron con 18 años a lomos de una Montesa Brío 80 que le había comprado su abuelo como premio a su año y medio de abstinencia tabáquica. Dado su temperamento, lo primero que hizo al arrancarla fue subir al Tibidabo por la Arrabassada y encenderse un cigarrillo. La estampa acaso recuerde cualquiera de las escaramuzas del Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa, mas no conviene llamarse a engaño: la única similitud de Regàs con el Manolo que fabulara Juan Marsé es un fragmento del apodo: Oriol, en efecto, fue un niño bien. No tardaría mucho en obtener la licencia de piloto y tomar parte en pruebas de velocidad, en las que solía inscribirse con el enigmático nombre de Baico. Hablamos de premios amateurs, disputados a tumba abierta en circuitos urbanos, y donde no había más norma que la de llevar casco. Por descontado, todo corría por cuenta del piloto, que se desplazaba hasta la ciudad que acogía la prueba en la misma moto que luego utilizaba para competir. El fino pilotaje de Regás llamó la atención de Paco Bultó, patriarca de las carreras en España, y patrón, junto con Pedro Permanyer, de Montesa. Bultó, que luego fundaría la casa Bultaco, prohijó a aquel joven impetuoso y carismático, propiciando así un idilio entre el piloto y Montesa que habría de rendir uno de los más insólitos episodios del aventurerismo español. Me refiero a la Operación Impala, que llevó a Oriol Regàs y otros cuatro precursores a cruzar África, de sur a norte, en los primeros prototipos del modelo.

Ávido de heroicidades, Regàs había propuesto a Permanyer pilotar alguna de sus montesas en el continente africano, que aún llevaba prendido el fulgor de lo desconocido, lo salvaje, lo virginal... Permanyer, que por entonces preparaba el lanzamiento de su Impala, diseñada por Leopoldo Milá, atisbó en la propuesta de Regàs una fabulosa operación de marketing, por lo que aceptó el reto: Montesa pondría los vehículos y asumiría el 50% de los gastos de la travesía. La firma estadounidense de aceites Wynn's ("¡De acuerdo, póngale Wynn's!", rezaba el eslogan de la época) aportó otra parte, y el resto salió del bolsillo de los expedicionarios. Componían el grupo Tei Elizalde, Rafa Marsans, Enrique Vernis, Manuel Maristany (autor del reportaje fotográfico) y Oriol Regàs. El 27 de noviembre de 1961 se hizo a la mar el barco que transportó las motos, y los pilotos emprendieron el viaje a Ciudad del Cabo el 4 de enero de 1962, en un vuelo con escalas en Roma, Nairobi, Salisbury, Johannesburgo y Kimberley. Con ocasión del 45º aniversario de la Operación Impala, Maristany rememoró los preparativos en los siguientes términos: "Sin GPS, ni teléfonos móviles, ni helicópteros de seguimiento. Nada de nada. Sólo un Land Rover de apoyo con la impedimenta. A la pura aventura. Al albur. Antes de empezar el viaje, don Pedro Permanyer nos presentó un documento por el que nos hacíamos responsables de nuestra suerte y por el que Montesa se lavaba las manos en el caso de que acabáramos en la olla de los caníbales. Hicimos lo que hubiera hecho cualquier joven en circunstancias parecidas: firmar en el acto". Disponían, además del Land Rover de apoyo (comprado al efecto en Ciudad del Cabo), de la guía de viajes Trans-Africa Highway, que Tei Elizalde había adquirido en Londres.

La expectación desatada en España ante lo que prometía ser un desafío homérico se tradujo en decenas de noticias, entrevistas y reportajes. En una de aquellas piezas, publicada en la revista Automoto, el periodista Dimas Veiga hacía hincapié (de modo enternecedor, diríamos hoy) en la necesidad de que Regàs y los suyos viajaran armados con rifles: "A la dificultad del terreno y de las violentas condiciones climatológicas, hay que añadir la variada fauna que habita África. En gran parte se trata de animales feroces y, por lo tanto, peligrosos". Lo cierto, no obstante, es que el único obstáculo que hizo peligrar el éxito de la empresa fueron las desavenencias entre los pilotos. Llegados a Kampala, capital de Uganda, las autoridades de Sudán remitieron a Regàs un cable en que le decían que no les autorizaban a acceder al país por tierra, y que debían hacerlo navegando Nilo abajo hasta Jartum. Tei acaba de recibir la noticia del fallecimiento de su padre y abogó por seguir las instrucciones del Gobierno sudanés para, de ese modo, recortarle un trecho a la travesía. Al punto, Regàs repuso que esa solución convertía la hoja de ruta en un tablero de la oca, y advirtió a sus compañeros de que, en caso de que el fraude llegara a descubrirse, caerían en el descrédito. Resistirse a la tentación debió de ser una tortura; después de todo, quién habría de enterarse en un mundo sin internet ni teléfonos móviles. Finalmente, prevaleció el sentido del honor y cubrieron la distancia hasta Jartum atravesando una Etiopía que sumió a Regàs en el abatimiento. Así lo cuenta en Los años divinos: "No puedo decir que Addis Abeba me pareció una ciudad; un pozo de pobreza como aquél no merece tal nombre. El hacinamiento urbano, las míseras condiciones de vida, la trágica situación de la mujer y la falta de ilusión en el porvenir dibujaban la desolada cotidianidad del lugar".

Tras dejar atrás Sudán, aceleraron la marcha y en pocos días alcanzaron Alejandría: ya no se despegaron de su añorado Mediterráneo. El 5 de abril de 1962 llegaron a Túnez, última parada africana, el 10 embarcaron rumbo a Marsella y el 13 entraron en Barcelona arropados por cientos de motoristas. Esa tarde, José María de Porcioles, a la sazón alcalde de la ciudad, les recibió en el Ayuntamiento, y en los días siguientes anduvieron de homenaje en homenaje. Regàs recuerda con especial agrado la comida que les ofreció el entonces Delegado Nacional de Deportes, Juan Antonio Samaranch, en el restaurante Finisterre, uno de los pocos, por no decir el único, de gran lujo que había en aquella Barcelona.

Cincuenta y dos años después, la Impala sigue siendo un objeto de culto, una máquina de hechuras inverosímiles y con fama de irrompible; tan indómita y bravía, en suma, como el paisaje que la vio nacer.

En cuanto a Regàs, en 2009, dos años antes de su muerte, volvió a subirse al prototipo en el que cruzó África para un reportaje que conmemoraba, precisamente, el quincuagésimo aniversario de la Operación Impala. A su manera, también él se había convertido en una leyenda.


Club Pont Grup Magazine (núm. 5); 15 de diciembre de 2014

sábado, 13 de diciembre de 2014

La facultad de la política


Como recordarán, el profesor Monedero anotó en la cuenta de Podemos la abdicación de Don Juan Carlos, la dimisión de Rubalcaba y el hecho de que el Partido Popular empezara a hablar de regeneración democrática. Fue, si no me equivoco, unos días después de que asegurara que el Estado trató de desmovilizar a la juventud vasca por el procedimiento de sumirla en la heroína. La penúltima fanfarronada de la Anticasta ha corrido a cargo del profesor Iglesias, que se ha jactado de que los sms del 13-M "salieron de la Facultad de Políticas". Nótese, a este respecto, que las secreciones opinativas de los líderes de Podemos no se cifran en artículos divulgativos o ensayos académicos; ni siquiera son perlas que se hallen ladinamente incrustadas en conferencias, discursos o mítines. Antes bien, el pensamiento podemista es estrictamente televisivo o, en su defecto, rastreable en Youtube, esto es, infratelevisivo.

En el caso de nuestros charlistas, el dónde es todo un preludio del qué. No en vano, la mayoría de sus habladurías no son refutables por la sencilla razón de que no pertenecen al orden fáctico, sino al fangal de la leyenda urbana. Atribuir la autoría del "¡Pásalo!" a una brumosa inteligencia asamblearia no difiere en exceso de acusar a la policía nacional de repartir caramelos a las puertas de las herriko tabernas. Por demás, ambos casos ilustran a la perfección la arrogancia consustancial al marxismo, que da en explicar el mundo asomándose a él por el ojo de una aguja. Así, Iglesias pretende, nada menos, que Podemos es un proyecto largamente madurado en probeta, donde todo tuvo sentido desde el minuto cero, desmintiendo así a quienes lo consideramos un aluvión espontaneísta. A Monedero, por su parte, no le tiembla el pulso a la hora de arrogarse la liquidación del último felipista. Cualquier osadía parece admisible a condición de limar la complejidad que, inexorablemente, se cierne sobre los asuntos en que interviene la naturaleza humana.

A todo ello se suma la indiscutible ventaja de ser de izquierdas. Me refiero, claro está, al monopolio (oligopolio, si sumamos el nacionalismo) de los buenos sentimientos. Pillados en un renuncio, arrojan contra sus adversarios L'Estaca, Al alba o A galopar, bien entendido que sus errores están hechos del barro de la mejor intención, y frente a eso cualquier pejiguería, ay, es una canallada. Ojo, no una canallada contra ellos, sino contra la humanidad. Como los malos periodistas, a donde no llegan con la mentira pretenden llegar con el estilo. El Orinoco triste paseándose por mis ojos y el pajarico de Maduro no sólo son un revival; también son un programa.


Libertad Digital, 11 de diciembre de 2014

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Che, que bo!

Los aficionados al fútbol que vimos algún que otro partido en el viejo San Mamés tendemos a sublimar la experiencia a partir de un rosario de palabras más próximo a la mística que al fútbol. No es para menos, ya que en el estadio del Ahletic de Bilbao, todo, desde el chiquiteo de los prolegómenos hasta ese 'Athleeeeeeeetic' que parece surgir del averno mismo, rezuma trascendencia. Sin embargo, tengo para mí que el culto a la Catedral ha eclipsado graderíos con no poco virtuosismo. Mestalla es uno de ellos. El inefable pasodoble del comienzo, el desfile de falleras, el olor a pólvora y, cómo no, el hecho de que no bien llegado el minuto 5, la hinchada local, inexorablemente abonada a la turbulencia, ya se haya levantado en armas contra todo lo que se mueve, convierte cualquier partido del Valencia en una deliciosa chifladura. El escritor Rafa Lahuerta, socio del Valencia CF desde que llegó al mundo, hace ahora 43 años, se propuso plasmar sus venturas y desventuras de hincha valencianista al hilo de unas memorias que recompusieran, asimismo, algunos de los fragmentos de su historia familiar. El resultado es La balada del Bar Torino, un cántico de expiación y melancolía, de rabia y miel, que se eleva por encima de la tribuna para buscar su acomodo entre las obras que mejor han desbrozado la valencianidad. 

Pero empecemos por el final. Más precisamente, por la última página. La balada del Bar Torino termina con un párrafo en que Lahuerta se disculpa ante aquellos aficionados a los que ha llegado a increpar, llevado por el colérico arrebato en que suele desaguar el graderío, cualquier graderío. En enero de 2009, en el transcurso de un Valencia-Español en Mestalla, tuve el privilegio de conocer de primera mano a qué aludiría Lahuerta cinco años después. Aquella noche, lo que le levantó del asiento fue la ingratitud del respetable para con Vicente, el más excelso futbolista que jamás ha tenido jamás el Valencia, y al que una lesión había condenado al sonambulismo. "¡Desagradecidos! ¿Acaso no tenéis memoria?". La memoria, en efecto, es el único resorte sustantivo de un hincha, y ya entonces Lahuerta sospechaba que el hecho de que el Valencia, su Valencia, estuviera desprovisto de tradición narrativa (de eso que hoy, un tanto pomposamente, llamamos relato), se debía a la desmemoria de la hinchada. En cierto modo, y por mucho que la balada acabara por escribirse frente a un balcón sobre el Mediterráneo, a lomos de una bicicleta estática, aquella imprecación era ya un primer apunte del natural. 

Para Lahuerta, el desamparo literario del club no es sino un trasunto a escala del desamparo literario de la ciudad, simbolizado en el sinnúmero de novelas de Blasco Ibáñez que decoran, en la mejor tradición del toro y la flamenca, los hogares valencianos. Esa atonía, sostiene el autor, ha propiciado que Valencia viva a rebufo de Madrid y Barcelona, como si todo su afán se resumiera en vivir de espaldas a sí misma o incluso contra sí misma. Para un barcelonés como yo, harto del cada vez más infundado narcisismo de su ciudad, semejante desatención no deja de ser sugestiva, siquiera por lo que tiene de descompresión identitaria. Lahuerta, no obstante, rehúye cualquier tentación esteticista; no en vano, le basta con mirar enderredor para constatar que ese vacío tiende a ser ocupado por el casticismo o el catalanismo, y casi siempre en sus variantes más lúgubres. Sirva el ejemplo de la película Furia española, de Paco Betriu, en que las imágenes de un Barça-Valencia en el Camp Nou (hay un lance en que se aprecia perfectamente a Claramunt) sirven para ilustrar lo que, en el film, es un... Barça-Madrid. 

 Mas la identidad de Lahuerta no se halla únicamente definida por su ciudad o su club, por mucho que ambos capítulos la conformen sustancialmente, sino también por el núcleo familiar, los amigos, la literatura o el cine. En este sentido, La balada... constituye un retrato (del artista en 2014) en el que cada pincelada sugiere un atributo. El mocoso alucinado que, de la mano de su padre (al que están consagrados los más conmovedores pasajes), se fotografía con Kempes en el césped del viejo Heysel, tan sólo un día antes de que el Valencia se proclame campeón de la Recopa frente al Arsenal, convive con el panadero indolente al que la perspectiva de 'labrarse un futuro' le resulta soporífera; el fetichista al que se le disparan las pulsaciones ante un cromo de la Liga 70-71, con el mórbido lector del As (los martes, As Color); el urbanita que gusta de diluirse en la sesión de las cuatro del Albatros, con el lector atildado de autores fantasmales. Todas y cada una de esas facetas tienen, insisto, un mismo hilo conductor: el apego inveterado del autor a la valencianía. De hecho, no parece osado afirmar que en el fondo deLa balada... late una guía secreta de Valencia, un callejero trufado de bares sinvergüenzas, hornos que no existen y acequias ocultas en el subsuelo; santuarios de una ciudad que Lahuerta contempla taciturno desde la última fila de Mestalla, donde tiene su asiento, su guarida a lo Bruce Wayne, su cadillac solitario.

Esa melancolía, tan contraria a la naturaleza del Valencia CF, donde priman la fanfarronería, el hedonismo y la piromanía, tiene bastante que ver con la imposibilidad de aunar, en un todo incorruptible, la pendencia futbolera y el prurito literario. Quedan, eso sí, una ristra de intentos atrapados en ámbar, como ese día de finales de los noventa en que, a propósito de un Valencia-Hércules en vísperas de Navidad, Lahuerta colgó en la grada una pancarta que rezaba: "Un llibre per al Nadal: Alacant Blues, crónica sentimental de una búsqueda". Como es natural, nadie en el estadio se sintió concernido por aquella recomendación, en lo que pretendía ser un guiño a la renuencia alicantina a identificarse con la cadena silábica 'Alacant'. El fútbol y la sutileza, ay; agua y aceite. Por eso, en parte, Lahuerta, el Trinche Carlovich de las letras valencianas ("escribir un libro, pase; escribir dos es pasarse de listo") ve los partidos desde la cornisa. Es, sin duda, la mejor localidad para verse a sí mismo.


Jot Down, 7 de diciembre de 2014

Tal como éramos


Cuenta Óscar Tusquets en su último libro, Amables personajes, que el arquitecto José Antonio Coderch, a quien tuvo como profesor en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, no tenía reparo en demorar la entrega de un proyecto hasta lo intolerable si, con ello, aspiraba a la excelencia, ese horizonte moral. "Nunca es tarde para modificar un proyecto", solía aleccionar el maestro, representante de una casta de airados individualistas que ya entonces se hallaba en vías de extinción. "Aunque hayamos hecho esperar a los sufridos clientes durante años para comenzarlo", inculcaba a sus alumnos, "y hayamos tardado otro año en ultimarlo, ahora que ya vienen camino del estudio para recogerlo, me doy cuenta de que se puede mejorar, mejor dicho, que es una mierda, o sea que vamos a romperlo antes de que lleguen y lo volvemos a empezar". Un fin de raza, ya digo.

Viene esto a cuento del Retrato de la familia de Juan Carlos I, de Antonio López (otro de los personajes, por cierto, al que Tusquets dedica un artículo), que ya se puede ver en el Palacio Real como parte de la muestra El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López. La sonrisa profesional de la Reina Sofía, presto el semblante para el enésimo disparo de flash y enhiesta la figura como debió de estarla el día en que fue tomada la foto, en aquel lejano 1994; el aire desmayado de la infanta Elena, que parece cargar sobre sus hombros con el peso de la saga, pues no en vano su padre, el Rey, la rodea con el brazo derecho, en un gesto en que se confunden la severidad y el arropamiento; la infanta Cristina, diríase que a punto de irse tras ser, intuimos, la última en llegar, así en el lienzo como en la vida; el príncipe Felipe, desgajado del machito, quién sabe si oteando su reinado. Y el Rey, claro, para el que en adelante ya todo fue bajada, y cuyo rostro, aún anguloso, recuerda vagamente al de López.

Han sido 20 años de trabajo, lo que supone una noticia extraordinaria en un país, España, donde todo lleva prendido el aciago colofón del "Así ya está bien". Tan sólo una tacha, que radica precisamente en haber dado por acabada (es decir, por muerta) una recreación que sigue viva, o, por recurrir al lenguaje cinematográfico, es de final abierto. Entre otras razones, porque, como es consustancial a este artista, la obra es, aun en su agonía, un apabullante work in progress en que el fondo de pantalla trasluce algunas de las cicatrices (coquetamente escogidas, cierto) del making of.

No descarto que, como sucedió a cuenta de las exequias de Doña Cayetana, la tuna republicana haga notar su desprecio por el retrato, al cabo una exaltación de la monarquía. Fieles a su tradición, lo harán sin percatarse de que el cuadro es en verdad un postrero bajonazo: los estragos del tiempo, ya se sabe, no distinguen entre nobles y plebeyos. Posaron para un retrato familiar y hoy son la encarnación de los versos de Manrique. Una performance real.



Libertad Digital, 4 de diciembre de 2014

Nueve monolitos vascos


Les doy por enterados de que la Diputación de Guipúzcoa, gobernada por Bildu, ha colocado en las carreteras de la provincia señales con las indicaciones 'Euskal Herria' y 'Basque Country' para hacer constar a los usuarios que circulan por una vía con RH negativo. Semejante iniciativa, que lleva por nombre acción de señalética nacional o cosa por el estilo (lo juro), ha de servir, al decir de sus impulsores, para que "todo el mundo tenga claro" que el territorio por el que transita es vasco y sólo vasco.

Los carteles son bilingües, pero eso no quiere decir que la diputada de Movilidad e Infraestructuras Viarias, Larraitz Ugarte, haya dispuesto una rotulación en español y otra en francés. Tal vez la lógica así lo hubiera aconsejado, máxime teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los conductores que no son del País Vasco provienen del resto de España o del otro lado de los Pirineos. Mas pese a ello, o precisamente por ello, las indicaciones están impresas en inglés y en vascuence. La elección de la primera acaso tenga que ver con que es la lengua en que se internacionalizan los conflictos; la elección de la segunda, sin duda, ha de achacarse al espíritu redundante de todo nacionalismo, entendiendo por redundante el corolario de recordar a conductores guipuzcoanos que están en Guipúzcoa. Pero, como queda dicho, la medida (porque en verdad de eso se trata, de una medida) no pretende otro propósito que el que lleva a los osos a grabar su zarpa en los árboles.

La instalación de estos plafones (nueve en total, cuyo coste asciende a 90.000 euros) se inscribe en el consabido celo proetarra respecto a las comunicaciones. No en vano, una de las vías en que Bildu ha dejado su sello es la A-15, también conocida como Autovía de Leizarán. Como recordarán, la fetua que ETA lanzó a principios de los noventa contra el trazado se tradujo en 160 atentados, cuatro de los cuales costaron la vida a otras tantas personas relacionadas con el proyecto, entre ellas el directivo de Ferrovial José Edmundo Casañ. Paradojas del Estado de Derecho, la obra de ingeniería que mejor retrató el integrismo batasuno es hoy una sucesión de jalones destinados a que "todo el mundo tenga claro" que el País Vasco no es España. Nada, en fin, que deba extrañarnos, pues en manos de nacionalistas parece obligatorio que la realidad presente una doblez que, lejos de ser cosmética, contribuye a crear un marco mental muy concreto. Así, una carretera no puede ser sólo una carretera, sino también, y muy principalmente, un cementerio de monolitos que den noticia de quién manda y quién ha de obedecer; del mismo modo que un bar no puede ser tan sólo un bar, sino también, y sobre todo, una galería-museo de fotos de serial killers.


Libertad Digital, 27 de noviembre de 2014

Noventa y ocho


Hay una escena en 1980, de Iñaki Arteta, en que al obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, le sale al paso la palabra democracia y no sabe exactamente qué estatus concederle. Difícilmente esta película podría tener un contrapunto más cabal que las apostillas que este caronte asexuado va dejando al pie de cada tumba. "¿Y los derechos colectivos qué, eh? ¿Cómo va a haber paz si no hay derechos colectivos?". No es la única muesca del documental que alude al clero. El guardia civil Lorenzo Báez, que entonces contaba 23 años, relata cómo el párroco de Yurre, tras detectar su presencia y la de otros compañeros entre los feligreses, exclama: "Hasta que no salgan los txakurras no empieza la misa". Y Víctor González, hermano de un guardia civil asesinado en Markina, asevera que eran los curas quienes informaban a los etarras de los movimientos de los guardias civiles. Además de a la iglesia, 1980, que alude al año más cruento de la historia de ETA, con 98 asesinatos, señala con crudeza al pueblo, a ese contingente de 200.000 filoetarras para quienes el voto a Herri Batasuna fue la traducción homeopática del tiro en la nuca. Y, por supuesto, al enjambre de figurantes que, al olor de la sangre, bisbiseaba la preceptiva esquela: "Algo habrá hecho". El colaboracionismo de los nativos forjó, de hecho, un atentado tipo. La víctima entra en un bar y se sienta a tomar un menú; un parroquiano informa de ello al comando que opera en la zona, cuyos miembros se desplazan al lugar, entran en el garito, acribillan al guardia civil y huyen. El tema no está exento de variaciones: en la localidad alavesa de Salvatierra, tres guardias que habían acudido a desviar el tráfico por el paso de una carrera ciclista fueron tiroteados por etarras confundidos entre el público. Como quiera que uno de los guardias agonizaba, el gentío alertó a los terroristas, que ya habían emprendido la huida, y éstos regresaron para rematarlo. 24 tiros más, no hubiera que volver de nuevo. Más allá de los testimonios de primera mano, la otra gran fuente documental de 1980 son los periódicos. Sorprende, en este punto, cómo los muertos fueron o bien ninguneados, o bien exhibidos de forma encarnizada, sin que mediara entre la sangre y el lector la más mínima operación periodística. Puro gore, en ambos casos. Es precisamente la remembranza de una de aquellas crime scenes la que lleva al periodista Florencio Domínguez a comparar los atentados etarras con atentados mafiosos. Ninguna de aquellas fotografías, en efecto, remite a una guerra; antes bien, evocan un tajo inopinado en el curso natural de una vida. Éste comía, ése cenaba, aquél llevaba a su hija al colegio. Bastaría con sustituir el bacalao al pil pil por unos espaguetis a la sorrentina para que aflorase, en toda su vacuidad, un bodegón napolitano. Vayan a verla, si tienen ocasión. Eso sí, tal como Iñaki Arteta confió a Nuria Richart en estas mismas páginas, "hay que ir llorao de casa". 


Libertad Digital, 20 de noviembre de 2014

viernes, 14 de noviembre de 2014

Falsos amigos


"Viví en Cataluña cinco años y mi hija vive en Cataluña. No conozco ni una sola persona que quiera separarse de España". Tal como Mario Vargas Llosa ha puntualizado, lo que dijo no fue eso, sino que en los cinco años en que residió en Barcelona (principios de los setenta) apenas tuvo noticia de catalanes que fueran partidarios de separarse de España.

En las postrimerías del franquismo, en efecto, el separatismo era residual, y lo siguió siendo en los primeros compases de la joven democracia española. No en vano ninguno de los partidos catalanes con probabilidad de representación acudió a los primeros comicios con la consecución de la independencia estampada en el programa. No la llevaba el PSUC ni, por supuesto, el PSC (el derecho de autodeterminación de los pueblos era una criatura más alusiva al Sáhara que a Cataluña). Tampoco Convergència ni su antecesor, el Pacte Democràtic per Catalunya, asumieron jamás la independencia como objetivo programático. De hecho, la ilegitimidad del actual embate soberanista deriva, en parte, de que CiU no ha incluido ese punto en programa electoral alguno. Y el único documento congresual en que ha hablado de independencia (afirmando su voluntad de "legar al porvenir una Cataluña libre, justa e independiente") data de marzo de 2012, esto es, fue aprobado anteayer. Pero esta enmienda, insisto, no ha sido sometida al crudo sufragio, por lo que, en puridad, el único partido declaradamente independentista ha sido y es ERC, que en 1988, con Joan Hortalà como candidato, apenas reunió el 4% de los votos del electorado catalán.

El revelado de la tinta simpática no deja de ser descorazonador: cuanto más justificado estaba que hubiera nacionalistas, menos nacionalistas hubo. En cualquier caso, en el mentís de MVL que hoy publican los diarios hay una flagrante inexactitud respecto al titular de ayer, un mal uso de la sinonimia que, a mi modo de ver, ilustra cuanto tiene de trilero el soberanismo. "Vargas Llosa precisa que conoce a 'bastantes' independentistas catalanes", leemos en La Vanguardia. Ciertamente, se hace cada vez más difícil no conocer a alguno. Ahora bien, MVL no habló de "independentistas", sino de "personas que quisieran separarse de España". Y ahí ya no hay tantos. Porque una cosa es la fanfarria y otra la realidad; una cosa es engolfarse en un referéndum de pega y otra dejar a ciegas a tres generaciones de catalanes a los que, dicho sea de paso, no les quedará ni el consuelo de golear al Madrid.


Libertad Digital, 13 de noviembre de 2014

Una velada particular


La proyección de Gente que vive fuera se frustra por problemas técnicos y ahora el director del film, Arcadi Espada, deambula por un paisaje en que el cansancio limita con la melancolía. "Me ha pasado lo peor que me podía pasar: quedarme sin lectores". Tratamos, en vano, de consolarle. La única que no lo intenta, sabedora de la inutilidad del gesto, es su esposa. Qué curioso. La inacción como expresión del amor. A mi lado tengo a Cayetana Álvarez de Toledo, a la que había conocido dos días antes en el pase de prensa del documental. Me agradece, como envolviendo las palabras en una caricia, el artículo que he escrito en Libertad Digital sobre la película. Dudo si decirle que leía devotamente sus columnas en El Mundo, que, ahora que lo pienso, ocupaban el mismo rincón del periódico que hoy ocupan las de Arcadi. No sé si llegaron a coincidir. A mi derecha tengo a Andrea Martínez, Audrey, que ha venido acompañada del profesor Ferran Toutain. Tenía ganas de conocer a Ferran. Hablamos de su Sobre l'escriptura, el único manual del que he aprendido algo sobre el oficio de escribidor. En realidad no se trata de un manual, sino de un ensayo. La precisión es de Ferran. Me he nutrido tanto de ese libro que, a afectos prácticos, lo tengo por un manual. Afectos, sí, mejor así. Pero Sobre l'escriptura es también un informe: un informe ambicioso y delicado sobre los efectos (aquí sí, con e) de la Logse. La propensión de Ferran a ahondar en la incompetencia general del alumnado desborda los textos. "Hay quien te dice: 'Pues yo no estoy de acuerdo con Platón'... o 'Los griegos eran un poco machistas, ¿no?'". Reímos, claro. Y pedimos una copa. La camarera es una de esas petardas que creen que puede tratarte mal porque pronto presentará un telediario. Todos piden gintónic. Todos menos yo, que pido un Jameson. No descarto que sea por joder. Espada ha intentado que le sirvieran el gintónic en un vaso corto. "O en copa o en vaso de tubo", responde Sara Carbonero. Hoy todo es en vano. También está Laura Fàbregas, redactora de Crónica Global, y de la que no sabía que anduviera por Madrid. Su novio, nos cuenta ("Mi compañero", dice ella, sintagma tan enternecedoramente progre que motiva la chanza de Audrey); su novio, decía, está cursando el máster de El País y, claro, ella se ha trasladado con él a la capital. En realidad no hablamos en castellano, sino en catalán. Un catalán pulquérrimo, sí, pero que, dada la ausencia de connotaciones, se nos hace raro, o al menos a mí se me hace raro, acostumbrado como estoy a que el catalán sea, además de una lengua, una conducta. La velada resulta de lo más agradable y Arcadi se va reponiendo, aunque sólo para meditar sobre su frustración. "Usted no se ría porque también ha fracasado", me dice. Resulta que, en el pase de prensa de Gente que vive fuera, no me percaté de que si no había créditos fue por la negativa de quienes trabajaron en el film a que aparecieran. No quisieron. Por miedo. A que no les dieran trabajo. En Cataluña. Y yo no lo vi. Vuelvo a Toutain, con el que hablamos de los Stones, y del que fuera batería de los Who, Keith Moon. Y entonces dice:


-Somos fachas.

-¿Perdona?

-Eso, que somos fachas. Fascistas. Nosotros.

¿No es maravilloso?


Libertad Digital, 11 de noviembre de 2014

Catalanes todos

La cabina de cartón (fragmento), por Giovannini
No ha de sorprendernos que el Gobierno no haya movido un dedo para impedir la extinción del Estado. No, si tenemos en cuenta que ni siquiera ha habilitado una web desde la que hacer pedagogía de España. Una maldita web. Hoy, en lo que bien cabe tildar de fracaso orgánico, una parte de la población catalana, hechizada por 40 años de irradiación nacionalista, ha participado en un pucherazo organizado por Artur Mas. Ahí estaba el pueblo en su más gregaria encarnación, guardando cola con mansedumbre de zombi para rendir la papeleta que convierte en extranjeros, de una tacada, a millones de catalanes. Desde luego, todos y cada uno de los votantes merecerían esa plaga bíblica a la que llaman 'independencia', y cuyo único sustento argumental es la convicción de que sin el resto de los españoles la vida les será más propicia. Un conjuro medieval de raigambre xenófoba, en efecto: nosaltres sols. Tan sólo en otra ocasión he percibido este desamparo. Fue durante los días 11, 12 y 13 de julio de 1997.

Pero no conviene llamarse a engaño. La mayoría de los españoles no han mostrado sino indiferencia ante la posibilidad de una secesión. Paradójicamente, cualquier ínfima trifulca suscita mayor compromiso y agitación ciudadanas que el quebrantamiento de la ley que, mal que bien, ha propiciado el mayor periodo de paz y prosperidad en la historia de España. Es bastante probable que algunas de las amenazas que se ciernen sobre el régimen que nos dimos tras el franquismo estén más relacionadas con esa bonanza que con la crisis. Sea como sea, con el Estado ocurre lo que con los árbitros: vejarlos es más excitante que defenderlos, por mucho que sin ellos no haya partido.

Con todo, si el desistimiento de la ciudadanía es susceptible de una justificación, digamos, sociológica, el del Gobierno es, lisa y llanamente, pura incompetencia. En el peor de los sentidos, además: el literal. Parece oportuno que los eurodiputados de Ciudadanos y UPyD cursen una denuncia ante las autoridades comunitarias, y que sea Europa quien abra un expediente sancionador contra el Gobierno de España por haber tolerado el atropello. En la confianza de que si ser español no "tiene efectos jurídicos", al menos los tenga ser europeo.


Libertad Digital, 9 de noviembre de 2014

jueves, 6 de noviembre de 2014

Una vergüenza secular


Al encenderse las luces todavía aletea en la sala el eco de las últimas palabras de Félix de Azúa: "Quiero que me entierren en Madrid". Ésa es también la voluntad de Albert Boadella, quien hace siete años emprendió un singular proceso de descatalanización por el que se fue despojando de todos y cada uno de los atributos que aireaban su pertenencia al terruño, incluido el idioma, "origen", sostiene, "de nuestros males". Ambos protagonizan, junto con Federico Jiménez Losantos y Xavier Pericay, Gente que vive fuera, un relato polifónico sobre el totalitarismo en que su autor, Arcadi Espada, ha tratado de plasmar "lo que hace el nacionalismo con las personas". Aparten a las criaturas.

Boadella sostiene que eso que llaman cultura catalana es "una absoluta ficción"; no en vano, "es el talento el que se vuelca en las lenguas, no las lenguas en el talento". A Pericay le incomoda el ambiente, es decir, las esteladas en los balcones, alguna que otra conversación oída al vuelo o ese omnipotente foco de irradiación que es TV3. Félix de Azúa cree "interesante" que Mas declare la independencia desde un balcón, en la esperanza de que ese gesto induzca una respuesta del Estado. La clase de afirmaciones, en fin, que serán exhibidas por el nacionalismo rampante como se exhibía en Bañolas al negro de Botsuana.

Las palabras de los personajes tienen como telón de fondo una serie de abruptas antipostales de la Ciudad Condal en que se aprecia un vago afán alegórico, y que actúan, en cualquier caso, como descansillo meditativo. Este poemario cuasi brossiano constituye una operación simbólica que pretende trasladar al cine el aire de los periódicos. También aquí, en efecto, hay noticias. Así, De Azúa cuenta que en cierta ocasión un alto cargo de CDC le confió que, veinte años atrás, en un cónclave del partido, captó una conversación entre Marta Ferrusola y Jordi Pujol que, a la luz de los últimos sucesos, bien cabe tildar de premonitoria. "Els nostres fills aniran a la presó", le advertía él. Y FJL narra cómo le ofrecieron matar al one-hit wonder del terrorismo que le descerrajó un tiro en la pierna. Y que declinó la oferta."Yo mataría a Hitler, no a un mamarracho". El disparo no se oye, se ve: tras la rememoración de FJL, una bandada de palomas estalla en el cielo, en un plano que acaso restituye el único punto de vista admisible en el relato de un atentado, de cualquier atentado: el de la víctima; en este caso, un filólogo que se juró que no sería menos que nadie por el hecho de ser español y que ahora, al ver manar la sangre, aún consciente, teme morir desangrado. "¿Y si la bala me ha desgarrado la arteria?", se sigue preguntando.

Con todo, el film encierra un triunfo inapelable. Vean por qué. A FJL le tirotearon, a Boadella le boicotearon; De Azúa no quiere que el profesorado catalán, vivísima destilación de 30 años de pedagogía del odio, tenga el menor roce con su hija. En cuanto a Pericay, una noche fue al teatro y, al salir, se dio cuenta de que ya nada le retenía en Cataluña. Atrás quedaba su vano intentó de vivir del catalán sin ser nacionalista. Y se largaron, sí, mas Cataluña y sus lúgubres adherencias no han sido óbice para que hoy, además de influyentes profesionales, sean tipos razonablemente felices.

Tan razonablemente que ni siquiera caen en la tentación sentimental. Pericay: "Mi Barcelona son ahora cuatro amigos". FJL: "Fui feliz en Barcelona, sí; pero, ojo, también lo fui de crío en Teruel". De Azúa: "Me gusta ser madrileño y que me pongan una tapa con la cerveza, qué demonios, y criticar esos absurdos parquímetros en que uno ha de teclear la fecha de nacimiento de su abuela". Boadella: "Tengo un gran recuerdo de lo que fue el paisaje de mi enamoramiento, pero vaya, lo importante fue el enamoramiento". Entre tanto, unos bañistas tientan las aguas de Barcelona y el mar se descompone en un destello infinito, cegador.


Libertad Digital, 5 de noviembre de 2014

Brazos caídos


Como deben de haber leído, ayer, en el Parlamento de Cataluña, un grupo de invitados del Partido Popular pertenecientes al Movimiento 12 de Octubre fueron desalojados del gallinero en el que, siquiera moralmente, se hallaban instalados. Mientras desfilaban, uno de ellos, el más bravucón, se volvió hacia el hemiciclo y alzó el brazo hasta disponerlo en un ángulo de 45 grados, pero sin afectar la convicción que cabría esperar de un verdadero fascista: no en vano, al punto se retractó y lo que, en efecto, parecía una efusión joseantoniana devino en un índice absurdamente enhiesto tan susceptible de aderezar el "Se va, se va" de la cabaña tunera como el "Adiós amigos, good bye my friend" de la Carrà. Decididamente, el facherío español ya no brinda ejemplares como los de antaño.

El catalán, en cambio, goza de una salud espléndida. En la misma sesión en la que el fascista retráctil dejó su muesca, el diputado cupaire David Fernández hizo una pausa en su discurso para encararse con Albert Rivera y exclamar: "¡Libertad Arnaldo Otegi, secuestrado por el Estado!". Con el neovocablo secuestro (perteneciente al mismo glosario que Ministerio del Amor o Policía del Pensamiento), Fernández aludía a la condena del dirigente nacionalista por pertenencia a ETA.

Los grupos ERC, PSC e ICV-EUiA no tardaron un segundo en condenar la marcialidad (contrita) del invitado del PP. Así, la portavoz de ICV-EUiA, Dolors Camats, denunció en la Mesa del Parlament "el hecho gravísimo que ha tenido lugar este miércoles cuando un invitado ha hecho el saludo fascista durante la sesión plenaria". Y Junqueras, que por algo es historiador, recordó que el saludo fascista "fue introducido en España por los falangistas", sin caer en la cuenta de que en la Península hubo siete siglos de dominación romana y que, muy probablemente, así, a la romana, saludaban las legiones desde Emporión a Gades. Aunque, como hizo notar la diputada Carina Mejías no hace mucho, para el soberanismo catalán (y es probable que para dos generaciones de escolares catalanes) la Historia Universal de la Humanidad no brindó ningún suceso reseñable hasta 1714.

En cuanto a Fernández, y como ya es norma de conducta en la comunidad del "Ustedes que pueden dialoguen", ninguno de los representantes que se habían roto la camisa ante el brazo incorrupto del hooligan se abrió las carnes por que los caracteres de su tuit fueran, en realidad, de plomo fundido.


Libertad Digital, 30 de octubre de 2014

lunes, 27 de octubre de 2014

Desobediencia civil


Este verano remozaron el patio interior de la finca y, mientras duraron los trabajos, los vecinos hubimos de poner a secar la colada en los balcones exteriores, que en nuestra escalera es un humilde pleonasmo. Como quiera que en julio pasé unos días fuera de Barcelona, al regreso no me percaté de que la faena había llegado a su fin y seguí aireando la ropa donde no correspondía. Al punto, el presidente de la comunidad sancionó mi actitud mediante una nota en el ascensor en que me advertía de que la normativa prohibía tender ropa en los balcones. El escrito no se dirigía a mí de modo explícito, pero me bastó echar un vistazo a nuestra fachada para constatar que, en efecto, yo era el único vecino que tenía ropa en el balconcillo (no sobre la barandilla, sino en un tendedero portátil que compré a tal efecto al comienzo de las obras en el patio interior). Síganme: esto es una columna política y no, no me he vuelto loco. Todavía no.

Cuatro días después del aviso, y ante mi palmaria insubordinación, llamaron al timbre. Era el presidente de la comunidad, que se había hecho acompañar por otro vecino al que presentó, con presunción notarial, como su secretario. Dado que hace apenas unos meses que vivo en la finca, encarrilaron la charla dándome la bienvenida y recordándome que estaban a mi entera disposición. Por un instante, me recordaron a esos periodistas que arrullan de primeras al entrevistado para, una vez que lo tienen ablandado, saltarle a la yugular.


-Verá, también queríamos hacerle una observación.


-Díganme.


 -Supongo que vio la nota en el ascensor.


-La vi, sí.


 -¿Y bien?


 -¿Les importaría que bajáramos a la calle? Me gustaría mostrarles algo.


ADVERTISEMENT

Accedieron a mi petición, no sin antes cruzar una mirada recelosa.

Ya en la acera de enfrente, desde donde teníamos una mejor perspectiva, les pedí que observaran la fachada.
-Sí, claro, a eso nos referíamos, a la ropa que tiene usted tendida en el balcón. El caso es que la normativa lo prohíbe.


-Por estética -me aclaró el vicepresidente.


-Me consta, sí, pero, ¿qué me dicen del tercero segunda, el quinto primera y el ático segunda? ¿O acaso no es ropa lo que cuelga de esos balcones?


 -No, perdone, ropa no es; son banderas independentistas.


-En lo que a mí respecta, trapos.


 -¡Hombre, no es lo mismo!


-O sea, que tender la colada en el balcón es una aberración, pero tender una bandera independentista, no. ¿Es eso?


Dejé a mis convencinos colgados de la brocha y mientras me alejaba volví de nuevo la vista a la fachada. Era Magaluf. Y lo que es peor, con ínfulas.


Libertad Digital, 23 de octubre de 2014

lunes, 20 de octubre de 2014

El golpe infinito



Corría el año 1987 y algunos de nosotros habíamos empezado a tentar el lujo, que por entonces se medía en discos, ropa y hachís. Nuestros padres habían tratado de inculcarnos una actitud franciscana, acaso acorde con la condición de estudiantes, pero el consumismo más rijoso nos había nublado el juicio y no veíamos el momento de tocar pelo. Tras algunos escarceos en la inmundicia laboral, nos dimos de bruces con la evidencia de que ni el buzoneo ni la mensajería alcanzarían para sufragar mocasines Doc Martens, conciertos en Zeleste y huidas a Madrid. Una tarde de noviembre Gemma puso fin a la melancolía.

-Vamos a dar un palo.

-¿Un palo? ¿Dónde?

-En una panadería del barrio. Bueno, del barrio del Jordi.

Gemma, su novio Jordi y otros tres amigos llevaban un tiempo acechando a la propietaria de un horno-pastelería que rendía pingües beneficios. Cuando menos, eso le había asegurado a Gemma un conocido que trabajaba en la sucursal donde, cada viernes al mediodía, la panadera ingresaba en torno a las trescientas mil. Se trataba de asaltarla en el trayecto del horno al banco y hacerse con el fajo.

-No habrá violencia, eso ya lo tenemos hablado. La cosa es pegarle cuatro gritos.

-Cuatro gritos.

-Y si hace falta un par de hostias.

En los días sucesivos no dejamos de desmigar el plan, al que se fueron adosando excitantes contingencias, como el riesgo de un chivatazo o la condena que cabría esperar en caso de detención. La Navidad aplazó el acaloramiento, si bien en aquellos días de muérdago y cabalgata nuestros anhelos estaban ya, aun de forma sigilosa, confundidos entre cruasanes y ensaimadas.


No retomamos el hilo hasta bien entrado febrero. Una fiesta de carnaval trajo hasta nuestro instituto a Jordi y a sus tres amigos. Fue Torras quien templó, paró y mandó.

-Gemma nos ha dicho que estáis al corriente.

-Algo sabemos.

-Hará falta más gente, ¿os apuntáis?


-...

-Si es que no, punto en boca y cada uno a lo suyo.

-...

-Si es que sí, cojonudo.

M. se internó hasta la línea de fondo:

-¿A cuánto tocaríamos?

-Si todo sale como tiene que salir, setenta papeles por cabeza.

Como el lector habrá advertido, como yo mismo advertí tantísimos años después, los conjurados empezamos a adoptar, desde primerísima hora, la sintaxis de las películas: "No habrá violencia", "Estáis al corriente", "Setenta por cabeza"... Visto con perspectiva, creo bastante probable que esa clase de automatismos nos pusieron, siquiera ilusoriamente, en la senda del buen atraco, que fueron, por decirlo con el lenguaje de nuestros días, nuestra hoja de ruta. Ni siquiera faltó el "¿Y tú qué vas a hacer con el dinero?". Yo mismo se lo pregunté a M. días más tarde, tras regresar de una de las primeras guardias frente a la panadería:


-Me iré a Jamaica.

-¿A Jamaica? ¿Con setenta nardos? Te hará falta un poco más.

-Me haré otra panadería.

Fue la primera vez que alguien empleaba ese verbo, 'hacerse', que no sólo nos hermanaba con la tradición que iba de la Trini a La Mina y el Torete al Vaquilla; también llevaba larvada la posibilidad de que atracar panaderías fuese un oficio seriado, cotidiano, honorable. Las guardias frente a la panadería, por cierto, tenían por objeto cronometrar lo que tardaba la dueña en ir del local al banco. Ahora bien, ni siquiera hoy en día ninguno de nosotros sabría decir para qué hacía falta ese dato; tampoco Torras, que fue quien propuso el cronometraje.

Solíamos reunirnos en un bar del centro para repasar lo que, llegado un punto, empezamos a llamar el ‘dispositivo’. Nos impusimos la cautela de no beber demasiado y no tomar notas, aunque mi precaución favorita fue la de abandonar el bar en grupos de no más de cuatro personas. No más de cuatro, sí; mediado el mes de febrero, la banda había incorporado a otros ocho miembros y estábamos pendientes del fichaje de un tipo de Hospitalet que, al decir de su reclutador, había participado en un atraco, por lo que pasó a ser el ‘especialista’.


-Padece del corazón.

Hacia San José, Gemma convocó una reunión extraordinaria para poner sobre la mesa un imprevisto. Al parecer, y según había oído por boca de la misma panadera (Gemma se dejaba caer cada tarde por la panadería para tratar de 'cazar algo'), ésta sufría una afección cardíaca que la obligaba a someterse a una intervención a mediados de verano.

-Imaginaos que la espicha de un infarto.

"Repite lo que oíste en la panadería con toda la exactitud de que seas capaz", dijo alguien, abriendo así un flanco, el del criterio clínico, que nos llevó a consultar manuales de cardiología. Después de todo, y parafraseando al Clooney de Abierto hasta el amanecer, tal vez fuéramos unos cabrones pero no unos cabrones hijos de puta.

A finales de marzo, la banda contaba ya con 20 bandidos, por lo que las reuniones en que repasábamos el dispositivo pasaron a celebrarse en el bar de un centro cívico. Ya salvada la afección cardíaca de la panadera (decidimos, en votación a mano alzada, que estaba aquejada de una arritmia extrasistólica; nada que le impidiera sobrevivir a cuatro gritos bien pegaos; eso, ‘cuatro gritos bien pegaos’, cristalizó como explicación a los neófitos cuando éstos preguntaban por la clase de intimidación de que nos valdríamos); salvada la afección, en fin, un recién incorporado planteó una cuestión en la que nadie había caído, cual era la fecha idónea para dar el golpe. Al decir del nuevo, ‘lo suyo’ era la semana del lunes de Pascua, pues las monas doblarían o triplicarían la recaudación habitual.

Ni que decir tiene que tampoco en Pascua dimos el golpe. Por un lado, ignorábamos si la vieja (la panadera fue la ‘vieja’ desde el minuto 0) efectuaría el ingreso ese mismo martes o esperaría al viernes, y nos habíamos jurado que no improvisaríamos más allá de lo razonable. Por otro, fuimos inclinándonos por la presunción de que no habría mejor día que el de la verbena de San Juan, con sus cocas de frutas y de chicharrones. Poco antes de San Juan, y en la que debía ser la última reunión antes del Gran Día, nos percatamos de la presencia entre nosotros de dos extraños que, al ser preguntados, respondieron si no éramos nosotros los del taller de juego de rol. En el afán de que no se fueran de la lengua, los aceptamos en el grupo, por bien que ello comportara instituir una doble lectura o acaso dos niveles de realidad: para unos, todo siguió siendo verdad; para otros, nada dejó de ser mentira. Afortunadamente, esta otra eventualidad conllevó una nueva demora, y ya en julio, ante la inminencia de la operación de la vieja, nos vimos obligados a aplazar al palo hasta su restablecimiento.

Han pasado 27 años y aún hoy, en las cenas de ex alumnos, dedicamos la sobremesa a pulir algún que otro detalle, en la convicción de que nada, ni siquiera el golpe mejor, habrá de superar el goce sin cuento de su filón literario. El especialista nunca apareció. Jamaica sigue esperando a M.



Jot Down Nº 8 Fundido a negro, agosto de 2014

Encerrados en un solo juguete


sábado, 18 de octubre de 2014

Premio de consolación


Acusar a Artur Mas de haber engañado a los catalanes es como reprochar a Podemos que su programa sea irrealizable. Así como el ideario de Pablo Iglesias resulta inconciliable con la democracia con independencia de su ejecución, el referéndum del 9-N no habría sido menos aberrante por el hecho de llevarse a cabo. No acabo de entender a quienes, en el afán de defender el Estado de Derecho, se refocilan en un aspecto marginal del conflicto, cual es la supuesta cobardía de Artur Mas. ¿Sería éste digno de elogio si, en lugar de engañar a los catalanes, hubiera cumplido su palabra y seguido adelante con el referéndum conforme a su concepción inicial? A mi modo de ver, no, pues lo censurable del nacionalismo catalán no estriba en la supuesta falta de agallas de sus líderes o el juicio que puedan merecernos sus ocurrencias, digamos, tácticas, sino con su objetivo, léase la destrucción del Estado español. Y la ilegalidad e inmoralidad manifiestas de ese objetivo no van a ser menores por afables que sean las acciones que conduzcan a él.

Pero si la recriminación de mentir a los catalanes es grotesca, más grotesco resulta lamentar la frustración de esos mismos catalanes, de los que se llega a decir que pretendían votar... ¡llevados por la buena fe! Esta retórica exculpatoria, a medio camino entre la sorna y la consolación, no sólo no guarda ninguna relación con la verdad; además, abre la puerta a que la historia se repita. En este sentido, nada convendría tanto a España como tratar a los soberanistas como ciudadanos responsables de sus actos, aun a riesgo de dar cumplimiento a su utopía emancipadora. Y para ello, claro está, el primer mandato es congratularse de esa frustración, siquiera por su indudable efecto pedagógico.

Por lo demás, y ya que en el fondo de lo que hablamos es de ventajismo, los apóstoles del Yo ya lo dije deberían seguir exhibiendo su sagacidad ahora que los derroteros ya no son tan predecibles; ahora, en fin, que el suelo es menos firme y el porvenir ya no admite la telegrafía sin hilos. ¿Se llevará a cabo la versión simulacro del 9-N? ¿Convocará Artur Mas elecciones anticipadas o agotará la legislatura? Y en caso de que convoque elecciones anticipadas, ¿se presentarán CiU y ERC en una misma lista? Queremos saber. Y los sandrorrey del columnismo patrio tienen ante sí la ocasión de demostrar que ellos, a diferencia de la locomotora que roció de vapor al mozo de espadas de Gallito, no se arrugan en Despeñaperros.



Libertad Digital, 16 de octubre de 2014

¡Inteligencia!


Respecto a la marabunta que formó la V el pasado 11 de septiembre, la concentración de hoy en Plaza de Cataluña arroja un saldo claramente negativo para el unionismo. No obstante, el rasero por el que ha de medirse a las 30.000 personas que hoy han tomado el corazón de Barcelona no es la Diada; no, si convenimos en que comparar una convocatoria de afirmación cívica con una kermés nacionalista es un descalabro metodológico. Entre otros motivos, porque clamar en las calles por la ruptura, por cualquier ruptura, es más excitante que hacer bulto por la conservación del statu quo, la preeminencia de las leyes que informan la democracia o la virtud de los días laborables.

No en vano, la grisura de la opción "seguir juntos, como hasta ahora" nada puede hacer frente a la posibilidad de que cada día haya helado de postre, o de que sólo los besos nos tapen la boca, o de que la gente se reconozca al mirarse a los ojos. En este sentido, a los nacionalistas se les ha de reconocer el mérito de haber rebozado el supremacismo ("Solos seremos más felices porque somos superiores") en algodón de azúcar y de haber convertido la xenofobia en un anuncio de Ikea.

El constitucionalismo, insisto, no puede competir con esos reclamos, mas por eso precisamente la celebración del 12-O es un milagro. De hecho, si hace tres años me hubieran dicho que en Cataluña se institucionalizaría una jornada de estas características no me lo habría creído, como tampoco me habría creído que llegaría un día en que el gentío saldría a la calle y, bandera española en mano, corearía "In-Inte-Intel·ligència", remedo enternecedor del "In-inde-independència". (¡Si Millán Astray levantara la cabeza!)

Por lo demás, y teniendo en cuenta lo que nos jugamos, sería muy de agradecer que en sucesivos actos los vips españoles vencieran la alergia a España y se dejaran ver entre la llaneza. Que en lugar de ver tanta camiseta de Iniesta, en fin, viéramos al Iniesta de verdad.



Libertad Digital, 12 de octubre de 2014

España, en 'prime time'


Suelo cruzar el umbral de la medianoche al arrullo de El Larguero. No, no es que me desvelen la concentración de la Selección Española en Eslovaquia, el Ironman de Hawái o las predicciones del tal Manolete; precisamente por eso, porque ese mundo me trae sin cuidado, sumirme en él me ayuda a conciliar el sueño. El lunes, no obstante, durante la primera de las pausas publicitarias, una de las cuñas me hizo dar un respingo. Fueron poco más de 20 segundos:

El Día de la Hispanidad, súmate a la concentración festiva y familiar de Sociedad Civil Catalana por la España de todos. No importa cuál sea tu ideología o tu lugar de origen; el 12 de octubre a las 12 de la mañana, en la Plaza de Cataluña de Barcelona, es el momento de hacerte escuchar. Si no eres de Barcelona, reserva plaza en nuestros autobuses gratuitos en scc.cat. Comprometidos por Cataluña.

Tengo para mí que no fui el único antinacionalista que, ante dicho anuncio, notó el cosquilleo del vértigo. No en vano, esa muesca en el prime time nos libraba del estigma de la disidencia (tan romántico como limosnero) para convertirnos, siquiera por un lapso, en establishment. La inserción de un audio en el programa de José Ramón de la Morena ronda los 7.000 euros, en lo que constituye la tarifa de mayor cuantía en la Cadena Ser. Ignoro los pormenores de la contratación (si ha habido descuento, por ejemplo, o si la pastilla se emite únicamente en Cataluña), mas teniendo en cuenta que la convocatoria de SCC se ha radiado no un día, sino al menos dos, el desembolso debe de haber sido cuantioso. En el afán de averiguar el presupuesto de la campaña me puse en contacto con Daniel Tercero, del Departamento de Comunicación de SCC, pero no obtuve más respuesta que este raudo wpp: "Lo pregunto pero vamos desbordados, no creo que lo tenga antes del domingo"; lo cual, si bien se mira, no deja de ser halagüeño, acostumbrado como estaba a la transparencia de la carestía.

Ignoro, así, la cifra exacta del gasto, pero me congratulo de que haya dinero que gastar. Ello significa que, o bien Sociedad Civil Catalana ha recibido un sinnúmero de aportaciones de sus socios y colaboradores, o bien Presidencia se está haciendo cargo de las facturas, lo que equivaldría a decir que el Gobierno empieza a considerar la posibilidad de personarse en la contienda. Cualquiera de estas dos hipótesis sería una gran noticia, aunque a mi modo de ver lo ideal sería que Estado y ciudadanía fueran a pachas. ¡Será por terceras vías!


Libertad Digital, 10 de octubre de 2014

martes, 7 de octubre de 2014

Despachos de guerra

Las sucesivas decapitaciones de occidentales a manos del Estado Islámico han traído consigo un fenómeno aún más hórrido, cual es el arrumbamiento de esos mismos crímenes (para pasmo, sospecho, de los propios terroristas). Es fama que a la prensa se le indigesta la redundancia, y lo cierto es que no hay nada más redundante que ese plano fijo en que, cada tanto, aparecen el mismo verdugo, el mismo desierto, el mismo cuchillo. Sólo la sangre se renueva, si bien su mero anuncio (hemos convenido en no verla) no alcanza, no parece alcanzar, para conmover a un televidente que raramente se baña por segunda vez en idéntica sangría. Máxime si nunca ha habido una primera. Quién sabe si el Perú se jodió el día en que leímos que el EI había matado ‘a otro rehén’. Cuando al asesino en serie le siguió el periodista en serie y a éste, el lector en serie. Incapaz de evitar la muerte, los periódicos deben hacer lo posible por que sus páginas no se conviertan en una fosa común, pero ni siquiera la elección de un ordinal evita esa impresión. A ello contribuye, sin duda, la despersonalización de las víctimas: no ya por el mono naranja, que también, sino por la mueca de extravío que se adivina en todas ellas. Nunca veremos de un modo tan secamente literal cómo la esperanza es lo último que se pierde. Ahí están, a punto de degollarlos y sin soltar un quejido, un ‘fuck you’, un escupitajo (tantas películas bélicas y todas han resultado falsas a fuer de verosímiles); antes al contrario, aún conservan un soplo de altivez para culpar a su gobierno de que el enmascarado que tienen a su izquierda vaya a serrarles la cabeza. (A menudo pienso en la posibilidad de que, puesto que se trata de snuff-movies, lleguemos a ver los descartes.)

"La ejecución se produce tras la aprobación del Parlamento británico de bombardear las posiciones del Estado Islámico en Irak." Obviamente, el bombardeo sigue a las ejecuciones, no al revés, pero no hay nada tan implacable como un redactor olisqueando porqués en el cuarto mundo. Por lo demás, ni siquiera los politólogos más tercamente altermundistas se han atrevido a insinuar que el EI es fruto de la violencia estructural del imperio. Diríase que por razones puramente fisiológicas: debe de ser acomodar a esa clase de matanzas el cliché de las venas abiertas de cualquier incógnito Oriente.

(Ah, pero la infamia, como la vida en Parque Jurásico, se abre camino. Leo esta misma mañana en el blog Barcepundit que la feminista estadounidense Naomi Wolf, ex asesora del Partido Demócrata, divulgó en su Facebook un comentario en que dudaba de la autenticidad de los vídeos del EI y aventuraba la hipótesis de que fueran un montaje del Gobierno -y que tanto los asesinos como las víctimas y sus familiares fueran actores. Wolf sostiene, asimismo, que Estados Unidos ha estado enviando tropas a Liberia no para sofocar el brote de Ébola, sino para introducir el virus en el país y aprovechar el estado de alarma para dar un golpe militar.)

Veo en televisión una imagen en blanco y negro de un edificio de tres plantas que, al parecer, hace las veces de guarida del Estado Islámico. Una diana de color verde anticipa el fulgor. Black out. El terrorismo no sólo se cobra las vidas de los rehenes. También opera en nuestra trastienda moral. Yo mismo, por ejemplo, no tengo ningún reparo en afirmar que el mejor programa televisivo es el de la destrucción de las madrigueras del EI, una clase de acción que, obviamente, está más emparentada con el terrorismo de estado que con la hazaña bélica. Tengo para mí que no soy el único que se siente reconfortado ante lo que, en puridad, no es sino otra forma de terrorismo, pues de lo contrario los gobiernos occidentales no divulgarían esas imágenes, cuyo cometido, en suma, es subir la moral a la población (del mismo modo que, tras el 11S, fue proverbial ocultarlas).

Estamos en guerra.


Zoom News, 6 de octubre de 2014