domingo, 30 de octubre de 2016

Tomatina

Acláreme algo, yaya: ¿Mi madre nació en Murcia porque tú y el yayo estabais de paso? Eso nunca lo he tenido claro.
-¿De paso? No, no, vivíamos allí.
-¿Cuánto duró la estancia?
-Dos años, más o menos. Regresamos a Barcelona cuando tu madre tenía cinco meses.
-¿Por qué?
-Por qué. Ay, por qué. Yo sé que tu abuelo fue diciendo por la Barceloneta que por la muerte de su padre. Que al morir su padre la vida en Murcia dejó de tener sentido, que si todo le recordaba a su padre y tal. Hubo otras razones.
-Recuerdo aquel retrato de su padre, como planchado: Don Gabino de Paco Ródenas. Un infarto, ¿no?
-Eso. Estaba atendiendo a un borracho en la casa de socorro y se desplomó.
-No debía de ser muy mayor.
-Cuarenta y pocos. Pero insisto: la muerte de tu bisabuelo no fue la única razón para que regresáramos a Barcelona. Es verdad que en los meses siguientes tu abuelo no levantó cabeza, pero hubo otras cosas, cosas que un hombre de su tiempo no siempre podía comentar en público.
-¿A qué te refieres?
-A mi tristeza.
-¿A tu tristeza?
-Añoraba Barcelona.
-Tira, la condenada.
-Sí que tira, sí. ¡Lo que yo he llorado por Barcelona no lo ha llorado nadie! Cada vez que recibía carta de mis padres... Ni leerlas podía.
-¿Y dices que un hombre no podía airear la tristeza de su mujer?
-Digamos que, en 1944, la tristeza de una mujer no podía regir la vida de un hombre.
-Háblame de tu vida en Murcia.
-¿De mi vida en Murcia?
-Sí, a qué te dedicabas.
-¡Si te contara! En cuanto nos instalamos, la madre de tu abuelo despidió a la mujer de hacer faenas y me dijo que me pusiera el delantal. Putas, las pasé en Murcia.
-Una mujer imponente, la madre de mi abuelo.
-No había día en que no me pidiera un tomatico con aceite, sal y pimienta. Harta me tenía con sus tomaticos.
-Al yayo también le chiflaban.
-Él también me tenía harta.
-En Barcelona seguiste con el delantal.
-Sí, pero ya fue otra cosa. Sobre todo desde que entre a trabajar en el Ayuntamiento. Fíjate: con lo importante que era el dinero, el día en que supe que la plaza era mía no pensé en el dinero.
-¿En qué pensaste?
-En que les iban a dar mucho por culo a tu abuelo, a su madre y a los tomaticos.
-¿Me preparas uno a mí?
-Sinvergüenza que eres.
-Sabes que sí.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Esperando a Gurb

JON NAZCA / REUTERS
Lo que más me admiró de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, fue la literatura adyacente, todo ese florilegio de cartas, bandos y noticias que no sólo conferían verosimilitud a la ficción; además, y como mandan los tratados de narrativa, hacían progresar la acción, lo que equivale a decir que no eran dramáticamente irrelevantes. Ignoraba por entonces que el diablo estuviera en los detalles pero de eso sin duda se trataba.

A través de mi buen vecino, Teniente Coronel de Aviación, con el que coincido durante el verano en Blanes, he conseguido esta dirección, que según me indica es la adecuada para enviar el informe que tengo sobre la observación de un ovni, y es por esto que con la presente carta, le adjunto una memoria y un conjunto de dibujos del objeto observado.

La finura con que Mendoza, orfebre del folletín chapado en oro, incrustaba esa documentación (que en La verdad sobre el caso Savolta llegaba a organizar el relato, según la técnica del pastiche), me llevó a creer que el oficio de escritor podía ser placentero. A tal punto lo creí que ante cualquiera de sus livianos ingenios, dejé de ver a sus personajes para verlo a él, sentado ante un amplio escritorio adquirido, qué sé yo, en Vinçon, y sonriéndose como lo haría yo cada vez que daba con algún giro, alguna fórmula, que limara la credibilidad del simulacro. Esta declaración de amor, por ejemplo, que Nicolau remite a Margarita: “Mientras oíamos el Otello de Verdi en el palco de sus distinguidos padres, he sentido la tentación de inclinarme hacia delante y besar sus hombros. Habría sido, esto lo sé, un despropósito inadmisible y por eso no lo hice. También habría sido la única forma de que tal vez usted algún día llegase a quererme”.

Con esta memoria no pretendo llamar la atención sobre la credulidad de si he visto o no el ovni o ha sido una imagen de espejismos e imaginación, ya que de ser así me ahorraría el trabajo de hacerlo y no hablaría más del asunto. Lo que deseo es hacer llegar a la persona o personas más indicadas una serie de datos que considero que pueden tener una importancia a no despreciar, y quizás pueda contribuir a una posible visión sobre el funcionamiento de estos aparatos y la tecnología que utilizan. […] Añadiré que el aparato visto con los anteojos no tiene nada de complicaciones fantásticas o luces de colores destelleantes que tanto muestran las representaciones televisivas de observaciones reales, sino que es de una extrema sencillez y no se resalta nada que no haya puesto en el dibujo.

Y los nombres, claro. Onofre Bouvila, Honesta Labroux, Efrén Castells (¡el gigante Castells!), Odón Mostaza, Marichuli Mercadal, Carlos Prullàs, Lorenzo Verdugones, Pajarito de Soto, María Coral, Paul André Lepprince, Nemesio Cabra… Cómo escribir no iba a ser una experiencia gozosa, si brindaba la posibilidad de levantar un paisaje y bautizar a sus criaturas en la pila de todos los asombros.

Era el día 19 de agosto de 1982 (un jueves), a las 22 horas y 30 minutos. Una noche despejada y con mucha visibilidad aunque en poniente aparecía una tenue neblina a gran altura, en la que todavía se reflejaba la luz del crepúsculo. […] Salí a la terraza, cuando oí un ruido que me pareció un avión, por lo que levanté la vista y justo encima de mí presencié la formación de un rosario de luces que aparecían y desaparecían de forma periódica y regular. Eran unas siete luces correlativas y simétricas. […] Llamé enseguida a mi familia gritándoles que había un ovni. […] Era un disco cilíndrico que rodaba sobre sí mismo, siguiendo siempre la dirección de las agujas del reloj, y como las luces solo bordeaban el objeto en sus tres cuartos, podía verse que giraba cada dos o tres segundos, según cuentas en el cronómetro de mi hijo.

En el caso de Mendoza, además, mediaba una condición definitiva: se había hecho rico gracias a la escritura; por si fuera poco, y dada su elegancia, no lo parecía, lo cual culminaba el equívoco. Qué otra cosa, en fin, podía hacer yo, salvo dedicarme a escribir. Aunque fuese, me dije, historias de verdad.


The Objective, 26 de octubre de 2016

martes, 25 de octubre de 2016

Lo que al Rey le he soltado

Aun aceptando que la democracia reside en las formas, ha llegado el momento de sopesar la idoneidad de la ronda de consultas del Rey con los representantes de los partidos. Sobre todo porque lo que debiera ser una ceremonia de afirmación de la monarquía parlamentaria y el Estado de Derecho se ha convertido en la corrala de quienes pretenden socavarlo, en una suerte de happening altermundista donde, en lugar de un proyecto de gobernabilidad, se ventila la impugnación del sistema.

Uno se le presenta en guayabera, otro le llama "ciudadano", el de más allá le lleva anchoas, un cuarto le regala una serie para arrancarle el velo de ignorancia en que lo envuelven (que a mí a perspicacia, hum, no me gana nadie) sus consejeros aúlicos, y aun hay quien le advierte, como el criptocomunista Garzón, de la inminencia de toda clase de desastres. Eso sí, naturales, puesto que, como el propio Garzón ha puntualizado, "esas movilizaciones no estarán dirigidas por nosotros, pero vamos a estar con un pie puesto en ellas". Disociación, por cierto, que recuerda la de aquellos políticos (entre los que, por supuesto, se contaba el cripto) que en plena crisis alertaban del riesgo de un estallido social. Con la entrañable transparencia, ay, de quien se sabe promotor del mismo.

Y si conocemos las conversaciones con el Rey es porque, al término de cada entrevista, llega lo verdaderamente insólito, esto es, que el consultado revele su contenido ante un centenar de periodistas. Y lo haga, además, gustándose, como dando a entender que él no se achanta ante el Borbón, y convirtiendo, de paso, la comparecencia en lo más parecido a una viñeta de Makinavaja: y en eso que me lo quedo mirando y le suelto... Imagino que también ustedes tienen la sospecha de que todas esas bravuconadas que dicen haberle dicho no las han siquiera insinuado. Ese Homs, sin ir más lejos. ¿Alguien puede creerse que le haya dicho al Rey que el proceso seguirá su curso "caiga quien caiga"? Hombre, hombre.

Que Felipe VI tenga que pasar por esa clase de trances empieza a ser humillante no sólo para él; también para cualquier ciudadano que, en la obligación de reunirse con él, esté dispuesto a ponerse traje y corbata, llamarle "señor" y hablar de lo que conviene a España.


Libertad Digital, 25 de octubre de 2016

sábado, 22 de octubre de 2016

A ti te ocurre algo

Jaime Gil de Biedma empezaba a beber al salir de su despacho en Tabacos de Filipinas, sobre las siete o las ocho, si bien no era raro que hubiera acompañado la comida con algo de vino, o que antes de la comida hubiera tomado unos drinks, o que durante la tarde se hubiera servido un trago, lo que era casi una formalidad en caso de visita, con independencia de que esta fuera personal o de trabajo. En el mundo que retratan sus Diarios no hay discrepancias entre la vida laboral y la vida social. Antes al contrario; entre los primeros ejecutivos que hubo en España, el whisky on the rocks tenía marchamo de profesionalidad, y la abstemia, muy mala fama. Por emplear el lenguaje de los niños, Jaime Gil de Biedma era el ejemplar más parecido a Don Draper que pudo permitirse la Barcelona de los cincuenta.

Como ocurre en Mad Men, el alcoholismo de JGB es, más que una docta afición, un peaje fisiológico, el combustible que empuja las horas hacia el ocaso, el interruptor de la luz y los demonios. Si además hay cena en casa de los Barral, lo que distingue el día de la noche es apenas un matiz recreativo. Hablamos, preferentemente, de ginebra, aunque lo cierto es que ninguno de esos grandes conversadores, de Juan Marsé a Gabriel Ferrater, le hace ascos a nada. De la comida, si la hubiere, no hay noticia. Sí de la charla, que dura lo que dura la botellería… Cuatro, cinco, seis horas en las que los modales se van avinagrando y las voces, violentando. Aflora entonces el JGB del bolero de su amigo José Agustín, el que canta horriblemente, no deja de beber y al poco está peleando por cualquier tontería. La vehemencia alcohólica (el ordinario «mal vino» de los pobres) rinde, en efecto, trifulcas de antología, como la que protagonizan a mano abierta el propio JGB y un Han de Islandia en casa de Antonio de Senillosa. Y porque lo sujetan.

No todo son saraos, digamos, intelectuales. JGB se ufana, por ejemplo, de su amistad con el bailaor José de la Vega, de Utrera como Bambino, que le inspira una de las más libérrimas reflexiones de sus Diarios: «Sus ideas, y sobre todo su persona, me interesan, acaso porque nada hay más grato para un intelectual que el trato con una persona inteligente que no es un intelectual». Nuestro hombre desprecia el envaramiento de su tribu como se desprecia el olor a uno mismo: por empacho de familiaridad, y por ese tajo asoma la zambra. La misma noche en que deja esa anotación, la plática «descansada y agradable» con De la Vega toma el cauce del jolgorio; exactamente, de la «agitación», «con alrededor de quince personas bebiendo en mi casa». Y tran, tran, tran.

Coqueto irremediable, JGB no padece resacas sino hangovers, lo que sugiere una devastación más eufónica, más pija; más acorde, en suma, con su condición de poema [nota al editor: «poema».] (También los encuentros sexuales, especialmente si son sucios y placenteros [pleonasmo] se consignan velados por el inglés, what a blowjob!) A diferencia de Pla, que abrocha sus excesos con un telegráfico «begut massa», JGB se enreda en justificaciones en las que lo pueril parece lindar con el cinismo: «Terrible hangover, como consecuencia de la cena anoche en casa de Luis hermano, que se prolongó hasta las cinco de la madrugada, en Muntaner. Algo debió sentarme mal, quizá el Tío Pepe bebido a primera hora, pues al llegar a casa hube de forzarme a vomitar, para poder dormir». De cuando en cuando, formula un vago propósito de enmienda que, no obstante, incumple a rajatabla, inerme ante la fatalidad de que las uñas, por imposible que parezca, siempre vuelven a crecer.

Hay noches en que San Gervasio es tan solo la primera estación de una senda resueltamente canalla. Al fin y al cabo, desde ningún otro barrio hace la ciudad tanta bajada. Colón, Glaciar, Tabú… garitos de rompe y rasga a los que JGB llega con el colmillo afilado y una sed de dioses. ¿Otra copa, hum, o ese muchacho? Acaso una pensión. O su piso de Pérez Cabrero, de donde al poco partirá de nuevo hacia Tabacos de Filipinas, con un verso ingobernable en la cabeza y todas las costumbres intactas.

Diarios 1956-1986. Jaime Gil de Biedma. Prólogo y edición de Andreu Jaume. Lumen. Barcelona, 2015. 672 páginas. 24,90 euros.



Jot Down Magazine, 10 de octubre de 2016

jueves, 20 de octubre de 2016

¿Tiene el PSOE una alternativa al PSC en Cataluña?

GABRIEL SANZ

Jordi Pujol Soley gustaba de referirse al PSC como 'el PSOE', siglas que pronunciaba a la antigua, 'SOE'. Pretendía, con ello, subrayar el vínculo con España (¡la obediencia española!) de los socialistas domésticos, lo que en la moral de caverna del Milhomes equivalía a declararlos anticatalanes. Cualquier objeción del PSC al Govern solía saldarse geolocalizando la crítica. '¡Madrit!', gritaban los convergentes, y el sortilegio convertía cualquier discrepancia, por razonable que fuera, en una conjura mesetaria con ramificaciones en Cataluña (el enemigo interior). Con ser estupefaciente que la célebre cordura catalana se fundara en esta clase de aberraciones, más lo era el efecto que operaba en los aludidos, que con cada andanada reculaban otro poco. Así, y en el intento de impugnar la acusación de malos catalanes, el PSC se tendió en el diván y se entregó a la elaboración de sesudas teorías respecto a sí mismo: las dos almas, el catalanismo de progreso, la España federal... La obsesión identitaria, puramente expiatoria, acabó alejando al PSC de sus bases (votantes, al fin y al cabo, del PSOE) y la deriva proestatutaria de Maragall y Montilla terminó por abonar el terreno para la fundación de Ciudadanos.

La insistencia del PSC de Miquel Iceta en su negativa a Rajoy no es más que la enésima expresión de un complejo secular, que tanto debe al temor al qué dirán en Cataluña cuanto al sectarismo antipepé. Por este orden, además. No en vano, entre las credenciales de catalanidad sancionadas por el nacionalismo, la más concluyente es la aversión al PP y Ciudadanos. De ahí, por ejemplo, que Iceta reaccionara al pacto Sánchez-Rivera advirtiendo ante el Comité Federal del PSOE que el PSC no se sentía cómodo, dado que Ciudadanos "se entiende en Cataluña como un partido antinacionalista y anticatalanista primario". Esa misma incomodidad, esa necesidad de no contrariar en demasía a los apóstoles del procés, es la que sustenta el 'no' de Iceta al PP, que es, por cierto, su única convicción política. La suya y la de su partido: nada, en efecto, distinguía el argumentario de Iceta del de su oponente en las primarias del PSC, Núria Parlon, lo que asemejaba el proceso a una elección de delegado de segundo de ESO, el tipo de simulacro, en fin, que da perfecta cuenta de la vacuidad en que se halla sumida la política catalana.

La advertencia del PSOE respecto a la posibilidad de que un 'no' del PSC obligue a revisar la relación entre ambas formaciones se antoja un tanto vaporosa (tanto como esa sempiterna suspensión del concordato con la Santa Sede que el PSOE lleva incrustado en su ADN). Aun así, el grado de incertidumbre es, en esta ocasión, algo mayor. Para empezar, el PSC ya no es ese granero de votos sobre el que el PSOE construía sus más halagüeñas expectativas. Los 25 escaños que lograra en 2004, siendo candidata por Barcelona Carmen Chacón, se han quedado en 7. Por decirlo más gráficamente: en 12 años ha perdido algo más de un millón de votos; exactamente, 1.114.744. De algún modo, el PSOE ya ha asumido el precio de lo que supondría recomponer su presencia en Cataluña.

Por otra parte, la reciente presentación en sociedad de la plataforma para la recuperación de la Federación Socialista Catalana, entre cuyos promotores se halla el ex secretario de Organización del PSC de Barcelona Julio Villacorta (ex dirigente, asimismo, de Ciudadanos, fuerza por la que concurrió como candidato a regidor por Barcelona en 2007), lleva a pensar en que el PSC no está en disposición de seguir tensando la cuerda. Y que, por una vez, va a tener que mancharse. Ciertamente, una hipotética Federación Catalana del PSOE habría de disputarle el electorado a Ciudadanos, primer partido de la oposición en Cataluña. Con todo, el coqueteo de Inés Arrimadas con el catalanismo (la plataforma pro FSC, de hecho, es más fruto del desdibujamiento de Ciudadanos que del nacionalismo del PSC, que viene de muy lejos) no es sino un aval para que la empresa, cuando menos, siga su curso. Y que, como ocurrió con Ciudadanos, sea jaleada por un sector del PSOE, aunque tan sólo sea como aviso para navegantes.

Ambos factores, la escualidez del apoyo en las urnas y la amenaza de reemplazo, estarían detrás del reset de última hora en el discurso de Iceta, que ha empezado a hablar de 'abstención técnica'. En ello le va, técnicamente, su negocio.



El Español, 20 de octubre de 2016

Digan lo que digan

La sentencia del TC que anula la prohibición de las corridas de toros en Cataluña supone un triunfo de la democracia frente al antiespañolismo. Se trata, no obstante, de un triunfo simbólico. Sobre todo por tardío.

El dictamen llega más de seis años después de que el Parlamento aboliera la fiesta, esto es, cuando ya su extinción es irreversible. Para empezar, haría falta un empresario que se atreviera a desafiar al Gobierno de la Generalitat, que ya ha advertido, por boca de Josep Rull, de que los toros no volverán a Cataluña "diga lo que diga el Constitucional". Esa misma expresión, "diga lo que diga el Constitucional", es la que ha empleado Ada Colau, que ha debido de poner la anulación en la pila de las sentencias injustas, aquellas que son susceptibles de desobediencia. Empieza a ser preocupante, por cierto, cómo cualquier resolución contraria al ambiente merece el desprecio de los ambientistas. Cómo, en fin, cualquier político de medio pelo se declara en rebeldía cuando la ley no casa con sus convicciones, o declara sin ambages, como hoy un tal Terrades, del PSC, que "acompañará a la Generalitat" en la búsqueda de "una fórmula que haga imposible que en Cataluña se vuelvan a celebrar corridas".

Parece improbable, insisto, que los aficionados volvamos a ver toros en Barcelona. A lo sumo, y si aparece algún valiente en el horizonte que arrostre a los rulls, terrades y colaus (no, no creo que sea el caso de ningún Balañá), tal vez pudiera celebrarse un ciclo anual, acaso por la Merced. En previsión, sin embargo, de que nada, ni siquiera la sentencia del TC, restituya la fiesta, no estaría de más que toreros, apoderados, críticos taurinos y cuantos profesionales hayan sufrido los efectos de la prohibición plantearan una reclamación por el dinero que llevan perdiendo desde que no pueden ejercer su oficio. Si la reconversión de un sector industrial se resuelve con indemnizaciones a cargo del Estado, cómo una abolición (más, si cabe, una abolición que obedece a escrúpulos políticos, es decir, a un capricho) no habría de resolverse de idéntico modo. Prohibidos están los toros "diga lo que diga el Constitucional", de acuerdo. Ahora bien, que paguen.


Libertad Digital, 20 de octubre de 2016

martes, 18 de octubre de 2016

Barcelona decapitada

Se cumplen 30 años del día en que Juan Antonio Samaranch, a la sazón presidente del Comité Olímpico Internacional, dio lectura del nombre de la ciudad ganadora de los Juegos del 92. "A la ville du...", proclamó, y tras una pausa propia de los Oscar, ya con pronunciación catalana (del Turó Park): "¡Barsalona, España!". Al punto, la cámara mostraba el confuso alborozo del alcalde Maragall, al que Serra malacariciaba las mejillas, como enjugando unas lágrimas que no llegaron aflorar. Cuatro años antes, Romà Cuyàs, delegado del Ayuntamiento para la preparación de los Juegos, exponía en El País la conveniencia de que Barcelona acogiera los juegos de la XXV Olimpiada. Con el fiasco de los mundiales aún reciente, no era una mercancía fácil de colocar. De ahí, tal vez, la contención que presidía el texto:

Es un proyecto noble y prestigioso que enlaza con nuestras tradiciones y afán de capitalidad bien entendida y de universalidad. Es un proyecto ambicioso, pero no utópico. Se trata de un reto, de un paso adelante, para amoldar el futuro y no ser simples receptores pasivos.

Hoy sabemos que el beneficio para España de aquel acontecimiento rebasó todas las expectativas, incluso las de sus más osados propagandistas. De algún modo, fue un rito de paso a la modernidad, un antígeno contra la cutrez. En cuanto a lo que supuso para Barcelona, no hubo más que ver a los barceloneses, que se desprendieron de su natural flojera abatimiento para convertirse en gráciles (¡rumbosos!) expertos en arquitectura.

Se cumplen 30 años, en fin, del día en que el Pasquis, envuelto en un gabán imposible, botó de contento en las fuentes de Montjuïc. Habíamos ganado; ni siquiera sabíamos qué, pero habíamos ganado.

Maragall volvió este lunes al escenario de aquel desparrame (al lado de Pujol, aun el menor indicio de alegría lo era, y ésa fue en verdad la gran diferencia entre ambos). Lo hizo acompañado, como corresponde a un hombre enfermo. Entretanto, el Ayuntamiento de Barcelona, con Ada Colau al frente, celebraba la efeméride conforme a su credo, esto es, borrando el nombre de Samaranch de la escultura que éste donó a la ciudad en 1996. Y haciéndolo, además, en nombre de la memoria. Qué magnífica metáfora no habría desautorizado Susan Sontag. No por Maragall, obviamente, sino por los comunes y su torturada relación con el pasado, que no es más que la proyección de su ineptitud para encarar el presente.

La más reciente operación del Gobierno municipal es esa exposición en la que se muestra a Franco sin cabeza, y que nada tiene que ver con dar a conocer los símbolos históricos (para eso bastaría con que no hubieran ordenado retirar las placas del Ministerio de la Vivienda, tan simbólicas). No, tiene que ver con la instrucción pública, con la recta moral, con el señalamiento de los buenos y, sobre todo, de los malos. Y con la regañina, claro. La izquierda nunca desiste de regañar a la ciudadanía: Vuestra indiferencia, barceloneses, propició que esas estatuas se exhibieran por Barcelona en plena democracia. Pero aquí estamos nosotros para reparar el agravio. (La interpretación por parte del nacionalismo, que tilda la muestra de franquista, no va desencaminada, pero el nacionalismo, claro, no sabe por qué).

Desde Maragall, no ha habido en Barcelona ningún otro alcalde virtuoso. Eso sí, de ninguno de los que pasaron por el cargo se puede decir lo que ya se puede decir de Colau: con ella no habría habido Juegos Olímpicos. Y sí, muy probablemente, un evento alternativo, con países tipo Palestina o Venezuela, que reviviera el espíritu de las viejas olimpiadas populares. Y que, en lugar de promover los valores de la competitividad, promoviera los de la cooperación, la solidaridad y el bien común. En ello estamos.


Libertad Digital, 18 de octubre de 2016

viernes, 14 de octubre de 2016

Mi calle

Me pregunto qué clase de relación mantendré con la Barceloneta cuando mi yaya no esté; cuando, perdido el vínculo primordial con el barrio, nada me obligue a transitarlo. Hoy calculaba a ojo la distancia entre la antigua barbería de mi abuelo y la bodega de Fermín, adonde mi abuela me enviaba por gaseosa. Debe de haber unos veinte metros, pero a mí siempre me parecieron varios mundos. De crío, salía del portal y me detenía en el bar contiguo a la barbería de mi abuelo, por si Joaquín, el hijo de la cocinera, andaba por allí. Dentro la humareda, el serrín, el millón, la fritanga, la sepia con ajo y perejil... La terraza era más señorial; cuando menos, no tan bullanguera. Hoy es imposible atravesar ese tramo sin toparse con diez, quince, veinte turistas. No recuerdo que entonces hubiese turistas en los bares, y menos aún en ése, del que no se conocía ninguna especialidad, ningún rasgo de carácter más allá del griterío. De cuando en cuando, alguna familia barcelonesa (esto es, de fuera de la Barceloneta) atendía el reclamo de la paella pintarrajeada en el vidrio. Por lo que me contaba mi abuelo, los atracos solían ser de antología, y es que la cercanía del mar siempre ha tendido a incitar la estafa: la tradicional picaresca de los barrios portuarios, que florecen a golpe de trueque, cambalache y trapicheo. La bodega de Fermín era (es) contigua al bar, pero la entrada estaba al doblar la esquina, ya en la calle San Carlos. Hasta llegar a ella no había más que el muro exterior, extrañamente ciego, de la bodega, cuya pared repintaba Fermín de cuando en cuando, lo que producía una reacción en cadena en el resto de los tenderos, incluido mi abuelo, que al saberse señalados por la mugre repintaban también su fachada. Ah, el gozo que daba la calle con las paredes rezumando titanlux y, junto a cada saliente, un reguero de azufre. El gozo que, en general, procuraba lo tóxico. Le pregunto a mi abuela qué sabe de Fermín y me dice que, muy probablemente, haya muerto. Recuerda entonces el día en que su ayudante, un muchacho retrasado, fue al bar por un café con leche y, de regreso a la bodega, con el caminar en el alambre y el vaso en tembladera, mi abuelo le espetó:
-¡Bébetelo tú, chiquillo, que a Fermín no le llega ni una gota!
"Lo que nos reímos tu abuelo y yo", me dice. Y creo que es la primera vez en mi vida que la oigo aludir a ese 'nosotros'.
Con la noche en ciernes, recontamos los comercios que había en la calle cuando yo era niño, y que en estos años han ido echando el cierre: el puesto de helados de Paco, la zapatería Escarré, la librería de Ginés y Mercedes, la bodega de Sebastián, la tienda de electrodomésticos y discos a la que llamábamos 'Arradios' (sin ironía ninguna), la tienda de confección de la Mari (el único comercio textil multimarca de gama media-alta que jamás ha habido en el barrio), la tienda de pajarillos de la esquina (era costumbre que en los balcones y ventanucos hubiera periquitos, canarios, jilgueros) el vivero de peces y mariscos donde pasé tantísimas tardes observando las langostas, la barbería de mi abuelo... Tan sólo quedan el banco, los tres bares (que han sido objeto de incontables traspasos) y la cordelería de la esquina. El paisaje que resulta es una devastación imperfecta y, por ello, aún más cruel.

jueves, 13 de octubre de 2016

Un error barcelonés

ALBERT GEA - REUTERS

El concejal de Arquitectura del Ayuntamiento de Barcelona, el socialista Daniel Mòdol, ha tildado la Sagrada Familia de "mona de pascua gigante", cumpliendo así con la costumbre local de despotricar contra el monumento, particularmente arraigada entre diseñadores, arquitectos y urbanistas. La tradición se remonta, cuando menos en lo literario, al 9 de enero de 1965. Ese día, La Vanguardia publicó, en su sección de cartas al director, un manifiesto impulsado por una liga de intelectuales-y-artistas que abogaba por la paralización de las obras. Entre los firmantes se hallaban Oriol Bohigas, Josep Maria Espinàs, Salvador Espriu, Camilo José Cela, Josep Maria Subirachs, Antoni Tàpies, Joan Miró, Carlos Barral, Óscar Tusquets (que se graduaría ese mismo año, y cuyo nombre se halla subsumido en 'Estudiantes de la ETS de Arquitectura'), Jaime Gil de Biedma, José Antonio Coderch y, como guest starring, Le Corbusier... La aversión a la basílica, en efecto, era toda una credencial de modernidad. Hoy sólo lo es de progresismo. 

Las objeciones de aquellos abajofirmantes presentaban un perfil algo más técnico o, si se quiere, sociodemográfico, que las de Mòdol. “No se trata ya”, argüían, “de construir un gran templo para toda la ciudad, que debería tener cabida para casi dos millones de habitantes, sino de construir múltiples parroquias. El urbanismo tiende en todos los campos a esta descentralización en barrios y la Iglesia […] tiende a vitalizar las parroquias como núcleos de evangelización”. Respecto al título de expiatorio, se aprecia una leve pulsión yeyé, tan de la época: “La generación de hoy no comprende que una necesidad de expiación tenga que concretarse precisamente en la construcción de un templo que costaría millones”. En lo estrictamente arquitectónico, la pega principal era que, dada la ausencia de planos y maquetas (habían sido destruidos al inicio de la Guerra Civil), cualquier interpretación de la obra suponía traicionar el ‘verdadero’ propósito de Antoni Gaudí.

¿Qué hacer entonces con lo ya construido? Obviamente, no podían decir que demolerlo, así, a la brava, por lo que hubieron de embozar sus intenciones en un circunloquio menos diplomático que político: “Esto se presta a una larga discusión. Las soluciones son muchas y muy diversas. Habría que estudiarlas y elegir la mejor. Lo único seguro es que lo que ahora se está haciendo es un error, y lo único urgente es terminar cuanto antes con este error”. Fin de la cita.

Desde que se publicó la carta (antes también, sí, pero fue esa carta la que enconó el debate), la discusión sobre la Sagrada Familia ha venido tonificando, con algún que otro paréntesis olímpico, a muchas y muy diversas generaciones de barceloneses. Son ya 50 años de conversación. Tantas vueltas ha dado la vida que el escultor Subirachs terminó esculpiendo la Fachada de la Pasión y Tusquets rindió armas en 2011 en un artículo en El País: “Si hace 50 años se nos hubiese hecho caso, esta maravilla no existiría. Habría permanecido como una ruina o la hubiera terminado un arquitecto de moda en aquellos años”. “¿Cómo pudimos equivocarnos tanto?”, se titula la pieza, lo que, en cierto modo, conjuga el templo con la vida, ésta sí, un error inexorable.


The Objective, 13 de octubre de 2016

martes, 11 de octubre de 2016

Derivas

La llamada a refundar la federación catalana del PSOE sólo se explica por la crisis de identidad de Ciudadanos, personificada en la asunción, por parte de su líder en Cataluña, Inés Arrimadas, de las tesis del catalanismo moderado, ese que tiene por "legítimas" algunas de las reivindicaciones del independentismo y se perfila (nunca mejor dicho) como una tercera vía entre la cerrazón de unos y el acaloramiento de los otros.

Sin esta circunstancia, repito, la iniciativa encabezada por el exmilitante histórico del PSC-PSOE Julio Villacorta carecería de sentido. Entre otras razones, porque Ciudadanos es fruto de la deriva nacionalista del PSC, que data de 2003. De ahí, sin ir más lejos, que el propio Villacorta, tras abandonar el PSC en 2006, recalara en Ciudadanos, primero, y en UPyD, después. Fue, de hecho, uno de los pocos miembros de C's que ejerció la doble militancia, en el intento de evidenciar el absurdo de que un mismo proyecto estuviera encarnado en dos partidos que, para más inri, andaban a la greña. El suyo no fue un desempeño meramente simbólico: en Ciudadanos fue número tres por Barcelona en las elecciones municipales de 2007, además de integrante de la Ejecutiva y del Consejo General, y en UPyD, candidato en 2011 a la alcaldía de Barcelona. Por ello sorprende que el manifiesto de Plataforma Pro FSC omita, en el pliego de motivos para reclamar el reconocimiento del PSOE, la desorientación en Cataluña de Ciudadanos, esto es, el principal argumento de la obra. Desde ese punto de vista, estamos ante un diagnóstico fallido, máxime teniendo en cuenta que entre quienes han arropado la presentación del documento también se hallan otros ex de la formación naranja, como Antonio Robles.

Dicho lo cual, me pregunto si ese PSOE catalán, que tan deseable parece, lo es también para el electorado socialista. Es decir, si no estamos ante un propósito de enmienda que satisfará únicamente a quienes hace ya mucho tiempo que dejamos de votar al PSOE. Un malentendido que tanto recuerda al de aquellos progres que, encandilados por el armonioso Gallardón, lamentaban que no hubiera en el PP más políticos como él.

–Y si así fuera, ¿votaría usted al PP? –les preguntaba yo.

Les supongo conocedores de la respuesta.



Libertad Digital, 11 de octubre de 2016

domingo, 9 de octubre de 2016

Arroz

Dorar el conejo y, a continuación, añadir los ingredientes del sofrito (tomate, pimiento verde, cebolla y ajo). Seguidamente, echar la patata (cortada a rodajas de algo más de un centímetro de grosor). Al poco, añadir el arroz y sofreírlo; por último, el agua.  Sazonar al gusto.

Mi abuela alimentó a sus hijos y, ocasionalmente, a sus nietos, con un exiguo repertorio de guisos entre los que destacaba el arroz con patatas y conejo, que ella pronuncia de una sola vez, arrozconpatatasyconejo, como si ya la ligazón fonética diera cuenta de la noción misma, esto es, un arroz de muntanya más cremoso que caldoso donde ninguno de sus ingredientes era susceptible de ser reemplazado por 'lo que hubiera en la despensa o se tuviera más a mano', como sugieren tantos manuales de hoy en día a propósito de casi cualquier receta.

Yo empezaba por la carne, pero no porque fuera lo que más me apeteciera (menos aún la de conejo, tan pálida, enjuta y tendinosa); no, la finalidad era despejar el plato para hincar la cuchara a discreción, sin temor a que los huesecillos del animal, que dejaba a un lado, se entrometieran en el bocado. Antes del arroz, no obstante, atacaba las patatas, que conferían al guiso un toque proletario, como de caldereta menestral. No había contrariedad en el hecho de que el plato fuera campestre y la Barceloneta, un barrio marítimo: vivíamos de espaldas al mar y, al cabo, uno cocina como vive.

Otras glorias de ca la yaya fueron el estofado de ternera (con la patata algo más consistente que en el arrozconpatatasyconejo y cortada a cubos), la escudella y carn d'olla, los canelones, los fideos a la cazuela, el arroz a la cubana y el bacalao con patatas y alioli (particularmente, en cuaresma, y que a los nietos nos chafaba mi abuela hasta convertir el guiso en un puré de hilachas). En cambio, los macarrones, a priori más sencillos que esos platos, siempre se le resistieron: los dejaba hervir tanto tiempo que se desintegraban al menor contacto con el tenedor y, por lo demás, la salsa nunca fue nada del otro jueves; tanto es así que, llegado un día, los nietos le pedimos que utilizara salsa de bote. Y ella, que siempre ha sido una mujer moderna, obedeció.

Hoy apenas cocina. Las piernas no la sostienen y se vale de unas muletas para mantenerse en pie, por lo que le resulta casi imposible manipular ollas, sartenes y cazuelas. Aun así, hay días en que hace acopio de fuerzas y borda un arrozconpatatasyconejo, preparación que resume con extraordinaria pureza su paso por los fogones de este mundo y que, dado su estado, cobra un aire testamentario.

Sin ser una mujer olvidadiza ni desmemoriada, lleva unos días canturreándome la receta, a lo que yo respondo fingiendo que la oigo por primera vez, interrumpiéndola con patética teatralidad para preguntarle, ahora y siempre, qué grosor han de tener las patatas.



martes, 4 de octubre de 2016

Sumisión vs disciplina

Hubo una época en que el PSC se elevaba sobre un pedestal de suficiencia intelectual, forjado en torno a conceptos presuntamente sofisticados. Catalanismo de progreso, federalismo asimétrico, principio de subsidiariedad... La doctrina que emanaba de los Obiols, Rubert, Maragall y, si me apuran, Mascarell era plomiza, vaga e instruida: los mismos atributos que proyectaban sus autores. Parecía, por lo demás, bienintencionada. Y en boca del mejor alcalde que jamás haya tenido Barcelona, incluso jovial. Se trataba de camuflar entre oropeles retóricos la sumisión al nacionalismo, sí, pero al tiempo que se escenificaba la distancia, quién sabe si insalvable, entre el socialismo catalán, ese florido pensil, y el socialismo español, con su verbo de pana. Cuando Maragall, en fin, escribía a Pujol, solía incluir en copia a Felipe, por ver de ir paliando su flagrante ausencia de sensibilidad para con Cataluña. Escolta, Espanya.

Aquellas ínfulas desaguaron el 24 de septiembre en un pinar de Gavá, Iceta decretando el fin del mundo con el mismo fanatismo con que Jorge de Burgos clamaba, en El nombre de la rosa, contra la risa. "Un monje ciego", escribió Eco, "que hablaba como si aún poseyese el don de la vista". La deriva sectaria del PSOE/PSC refiere la evidencia de que a hombres como Sánchez o Iceta no se les conoce más convicción que el odio al PP. Con el agravante de que, a diferencia de sus antecesores, no acreditan ninguna otra publicación científica. En el caso de Iceta, aún más aberrante que el "¡Líbranos del PP, por Dios!" fue su intervención en el Comité Federal del pasado febrero: "En Cataluña el acuerdo con Ciudadanos ha tenido una lectura un poco diferente por el origen de Ciudadanos como fuerza política muy basada en un anticatalanismo casi me atrevería a decir que primario". Casi. La compasión que se reserva a los leprosos.

Iceta y Parlon (o, como diría Federico, ¡Icetarlón!) han salido indemnes del contubernio de Ferraz. Como si el PSC y ellos, muy concretamente, no hubieran sido los grandes avalistas del enroque de Sánchez. Ello no tiene que ver con que España dispense a sus haters un trato de privilegio. Ya no. La correa de transmisión se ha roto. Y la desconexión respecto a España que preconiza el independentismo tiene en el PSC y su probable indisciplina de voto en el Congreso a su avanzadilla, su cabeza de puente. Su seguro servidor.


Libertad Digital, 4 de octubre de 2016