martes, 30 de agosto de 2016

YouPolitics

Ni siquiera aquellos que aborrecen el deporte se pierden una retransmisión, todo sea por tuitear una voz de aliento un segundo antes que su adversario; no hay, de hecho, en nuestro país, aficionados con un criterio igual de fiable ni tan gustosos de someterse a cincuenta minutos de preguntas en el programa de De la Morena. Tanto es así que la verdadera fibra moral de nuestros políticos no se vislumbra en declaraciones como "Nuestro no a Rajoy es un sí a la regeneración, al empleo digno y a la justicia social", fruto, sin duda, de la colectivización de la inteligencia, sino en la reciedumbre del "Tengo buenas sensaciones para el bronce" y otros apuntes por el estilo.

Todo el pensamiento que producen se resume en el retuit de un artículo que señala las insuficiencias del vecino, sin importarles que su autor dijera en cierta ocasión (bien lo recuerdan) lo insuficientes que son ellos; se trata, al cabo, de la única concesión a la objetividad que se permiten. No perdonan un selfie, variedad en la que suelen aparecer en compañía de sus afines y que, por ello mismo, acostumbran abrochar con la frase "¡Vamos, equipo!" o "¡Qué gustazo, trabajar con vosotros!". Hay días, incluso semanas, en que no escriben más que eso. La otra modalidad sélfica a la que vienen entregándose consiste en hacerse retratar con gesto compungido en mitad de un minuto de silencio. No pregunten, es así. A esta clase de prácticas, perfectamente transversales, se le ha dado en llamar transparencia.

No leen un libro bueno y sé que peco de optimista, pues la mayoría no sabe lo que es un libro salvo por Sant Jordi, en que no se cansan de decirle al mundo lo "necesario" que es el que andan leyendo, y que siempre, siempre es de un sabio tipo Sampedro, Buenafuente o Saramago.

Y ya acabo. Cuando apuntamos a la crisis del periodismo, y más del periodismo español, sólo tenemos en cuenta las causas, digamos, endógenas, entre las que destaca la ausencia de un modelo de negocio, de lo que derivan las diez mejores volteretas de Hugo Sánchez, lo que sabemos y lo que no sabemos de la vida extraterrestre y el ardor de las redes sociales. Habrá que sopesar, no obstante, si el fail del oficio no tiene que ver con el tinglado sobre el que se levanta, y que, bien pensado, algo debe a su vez al periodismo; así que olviden lo que les acabo de decir.


Libertad Digital, 30 de agosto de 2016

jueves, 25 de agosto de 2016

Mundo basura

Al detenerse, el camión de la basura resopla como un brontosaurio y, tras un lapso imperceptible, se desata un atronar de contenedores que deja la vida en suspenso durante veinte segundos. En verano, con las ventanas abiertas, parece una eternidad, y mis hijas chasquean la lengua sin convicción, como intentando, siempre en vano y a sabiendas de que lo será, poner sordina al estrépito. Una de esas noches, al poco de irse el camión, les hablé de cómo se recogía la basura cuando yo era niño. No había cuatro clases de contenedores: uno para restos orgánicos y otros para vidrio, plástico y papel. De hecho, ni siquiera había contenedores. Cómo, repusieron al unísono. ¿Y dónde se echaban las basuras? En la acera, respondí. Y como quiera que no salían de su asombro, entré en detalles.

A eso de las siete de la tarde, incluso algo antes en invierno, los vecinos bajaban o sacaban la basura, esto es, dejaban la bolsa con la inmundicia en el parterre del árbol más cercano a su portal. El plástico de las bolsas no era la vaina resistente de hoy en día (¡bendito handy bag!), sino una escama deleznable que, por lo general, llegaba a a la calle reventada y rezumando agüilla. A las nueve, más o menos, y junto a cada árbol, había no menos de 15 o 20 bolsas, a menudo formando una doble o triple corona. Contando con que en cada tramo de acera del Ensanche hay unos seis o siete árboles, a lado y lado de la calle llegaba a haber hasta 200 bolsas en espera del camión, cuya frecuencia de paso no era diaria o cuando menos no en todos los barrios. No era insólito ni inhabitual que los mismos restos reposaran junto al árbol durante dos o tres días, máxime en periodos como Navidad, Semana Santa o verano.

Tampoco era raro, por cierto, que hubiera individuos que se detuvieran a mear en plena calle, ni que lo hicieran preferentemente donde las basuras. En cualquier caso, eran más, muchos más, los que dejaban el suelo perdido de gargajos. Y de colillas, claro, el mundo del que hablo era mitad orinal, mitad cenicero. Ah, y no nos olvidemos de los perros y su constelación de cacas, inmunes a los trabajos y las huelgas, a los días laborables y las fiestas de guardar. Ni de los charcos que se formaban con las lluvias y que, debido a las hondonadas del pavimento, permanecían varios días adheridos al paisaje. Si bien las lluvias traían sucesos más latosos, como los apagones, o más funestos, como las inundaciones.

Y concluí: “Veinte segundos de ruido, hijas, parece un peaje razonable, teniendo en cuenta lo mucho que, en general, ha mejorado la vida”. La mayor, está en su naturaleza, puso la coda: “Todo eso está muy bien, pero instala de una vez el aire acondicionado y así el año que viene nos ahorramos también esos veinte segundos”.


The Objective, 25 de agosto de 2016

martes, 23 de agosto de 2016

Burkining

En casi todos los artículos que abogan por la tolerancia respecto al burkini, y también en algunos de los que propugnan su prohibición, se admite o alega que dicha prenda, versión playera del hiyab, es un símbolo de opresión sexista. Bien, en verdad no es un símbolo, sino opresión sexista a secas, como tampoco una bofetada es un símbolo de violencia, sino violencia en estado puro. En cualquier caso, y dada la tendencia de los tolerantes a diluir las connotaciones del burkini, conviene recordar que en los países musulmanes hay mujeres a las que se infligen castigos y aun se les da muerte por negarse a ir por la vida amortajadas.

Lo que está en juego, en fin, no es la libertad de una turista saudí para bañarse en Cannes como le ordene el Corán (que no como le plazca, como falazmente reza, y nunca mejor dicho, el argumentario socialdemócrata, de Victoria Camps para abajo), sino si el espacio público europeo ha de hacer sitio al germen de su propia degradación; a otro más, quiero decir. Y, sobre todo, si ha de hacerlo en nombre del narcisismo de cierta izquierda, más concernida por la salvaguarda de conceptos tipo libertad, tolerancia o diversidad que por las cuitas reales de la mujer musulmana, y digo "tipo" porque tengo la impresión de que importa más la escarcha que el tuétano, más el miedo cerval a la palabra prohibir que el compromiso real con la única civilización probable, es decir, la que ampara y estimula este mismo debate.

Y, sin embargo, hay un aspecto del burkini que tal vez merezca la pena defender, y es el que atañe a la conciliación de las mujeres musulmanas con el placer. En países como Marruecos, el baño de la mujer en el hamam tiene una función exclusivamente higiénica; a diferencia de la del baño del hombre, eminentemente social. Es probable que lo que ocurra en las playas no sea muy distinto, y el solo hecho de que algunas mujeres puedan bañarse con una prenda más idónea de lo acostumbrado, tal vez abra una brecha que conduzca a Alá sabe qué.

Me quedo, no obstante, con aquellas musulmanas de Occidente que gustan de llevar bikini o bañador, y a quienes, un suponer, tal vez empiezan a mirar mal en su comunidad por no plegarse a una vestimenta que, después de todo, ¡es legal! Pensemos en que el único pretexto que tienen estas chicas para que no las humillen es ése, el de una ley más o menos abstracta que se opone a los designios de Dios.

Escribo esto no sin temer que, a esta hora de la tarde, y en algún rincón del mundo, haya una australiana diseñando un burkini del Real Madrid, lo que acaso zanje el debate del modo más incómodo posible: ¿y por qué no uno del Barça?



Libertad Digital, 23 de agosto de 2016

lunes, 22 de agosto de 2016

London Bar

Enterado, ay, del probable cierre del London Bar y, lo que es peor, de la muerte de Eli Bertrán en mayo pasado. Cuando en 2008 murió su marido, Antonio Alvalar, el gran Toño, dejé esta necro en mi antiguo blog. Era más bien una queja.

Antonio Alvalar, propietario del London Bar junto con su mujer, Eli Bertrán, murió el sábado. La prensa barcelonesa, tan adicta a sepultar conceptos en lugar de enterrar personas, tan gustosa de decretar la muerte del Chino en lugar de anotar la de quienes lo habitan, apenas ha dedicado a Antonio, Toño para los amigos, una faena de aliño. Tan sólo La Vanguardia, en el ángulo ciego de sus páginas salmón, ha dado cuenta del óbito. Toño se ocupaba de la barra o, por mejor decir, de los hombres que allí bebíamos. El matiz, en su caso, resulta cabal. Manuel Vázquez Montalbán acertó al proclamar que un bar era un barman, pero se dejó en el tintero que una barra son sus clientes. Toño, atento a ese mandamiento, solía congraciar al borracho con la noche por venir sin que el borracho se sintiera culpable del naufragio de la madrugada anterior. Suyas eran las palabras que atenuaban las broncas y las manos que separaban las testuces de los cabestros que allí nos agolpábamos. El Jefe era parco en anécdotas. Quien de veras se afanaba en hilvanar la historia del casi centenario local (que arrancaba en el viejo cosmopolitismo barcelonés y desembocaba en Azucarillo Kings) era Eli, nieta del fundador. No brindaré por Toño ni, por supuesto, recordaré su leve sonrisa. Yo sólo brindo por los vivos y lo hago con Jameson, el whisky que Toño me descubrió aquel domingo de perros de febrero del 93.
-Y éste, ¿lo conoces?
-No.
-Es el que se consume en Irlanda como whisky común; así, como de batalla. Notarás que es agradable, pero no te fíes: es más robusto de lo que parece.


martes, 16 de agosto de 2016

El pueblo y los salones

El Gobierno balear ha anunciado la apertura del Palacio de Marivent a las clases populares, que, ciertamente, han de serlo mucho y a conciencia para que su ocio consista en respirar el mismo aire que los Reyes y, tal vez en un descuido del guarda, olfatear sus sábanas. Esta izquierda lo ignora todo, pero la e'propiasión de dicha residencia no tiene otro sentido que el de perpetuar, siquiera de forma vicaria, la pleitesía a Sus Majestades, pues su único interés, como sabe todo pichichi, es ese mismo, la posibilidad de impregnarse de realeza.

La medida me ha recordado la visita de la entonces consejera de Interior de la Generalitat de Cataluña, Montserrat Tura, a un burdel catalán. Al parecer, Tura quería congraciarse con el sentir de las prostitutas, cuanto más rumanas mejor, que pululaban por la Avenida de la Mancebía que une Verges con Figueras. En la extraordinaria No habrá paz para los malvados, una jueza progresista acude a un prostíbulo para levantar tres cadáveres y, como quiera que el lugar le huele raro, así se lo hace saber a un policía, en la certeza de haber dado con una pista. "Estos sitios, señora, huelen siempre así". Hay ficciones, en fin, que no por tardías dejan de ser perfectísimos ajustes de cuentas con la realidad.

A la izquierda le pone tanto el olisqueo, así, intransitivamente, como a la derecha, sólo que lo disfraza de sintagmas como bienestar social, condiciones de trabajo o intervención vecinal. Pero ponerle le pone, vaya si le pone. No hay más que ver el contento de la presidenta de Baleares, Francina Armengol, cada vez que tiene ocasión de darle la mano al Rey. Y es que en el fondo no se trata de abolir las monarquías, sino de hablarles de tú a tú. Para darle a ese afán una pátina de respetabilidad se acuñó la consigna “transparencia”, cuyo más reciente sumidero fue la fiesta de Pilar Rahola en Cadaqués. Puigdemont se quedaría asombrado de lo mucho que se parecen sus fiestas a las que yo daba en mi casa de campo. Tan sólo nos distingue el prurito de elevar la sesión a público, es decir, la presunción de superioridad, bien entendido que en Cataluña, donde un club es más que un club, una fiesta ha de ser más que una fiesta. Por cierto, y ya que he llegado hasta aquí: no parece que en Can Rahola hubiera nadie de Súmate.

De todos modos, y parafraseando al dilecto Juanjo de la Iglesia, si lo que pretendía el Govern era dar a conocer cómo viven los Borbones, le recomiendo que abra la casa, sí, pero con los Borbones dentro. Y así dejarse de mojigaterías.


Libertad Digital, 16 de agosto de 2016

jueves, 11 de agosto de 2016

Merrill

STEFAN WERMUTH
Hace años que estoy inscrito en el Club Natación Barceloneta, el Real Madrid de las aguas, al que voy a nadar tres o cuatro veces por semana. Las instalaciones ocupan lo que fueron los Baños de San Sebastián, cuya construcción, coincidiendo con la Exposición Universal de 1929, avivó en Barcelona el sueño de una ciudad risueña, lúdica, recreativa; el reflejo mediterráneo de la Bella Easo. De hecho, los baños fueron concebidos como un casino-balneario que, si bien nunca llegaría a funcionar como tal, acogió en sus salones algunas de las fiestas más canallas de la burguesía local. Cuentan las crónicas que Josephine Baker actuó en una de aquellas celebraciones, aunque de hacer caso a todos los artículos que señalan que en tal o cual bar de Barcelona actuó Josephine Baker, estaríamos ante el sosia femenino de Hemingway, que bebió en todos los bares de Getafe.

A partir de los años sesenta del siglo XX, los baños entraron en una lenta e inexorable decadencia, cual si fueran un episodio a contramano de cualquier indicio de progreso, más propio del cine mudo que del fragor preolímpico. En junio de 1988, al poco de que expiraran los cien años en que se fijó la concesión administrativa del Puerto de Barcelona a la familia Ribalta, promotora de los baños, éstos fueron derruidos, y en su lugar se alza el CNB. Desde hace años, decía, nado en esas piscinas, y es la única lealtad para conmigo que he sabido cultivar, junto con el gazpacho y no recuerdo qué, tratando, siempre en vano, de parecerme a Burt Lancaster. Nunca a Michael Phelps.


The Objective, 11 de agosto de 2016

Quo vadis, Convergència?

SR. GARCÍA
Fue hace una semana. El diputado de Junts pel Sí en el Parlamento de Cataluña Eduardo Reyes, un hombre con aspecto de emborracharse en los bautizos y ufanarse de vestirse por los pies, se plantó frente al atril, se arremangó su camisa de camarero de Lloret y evacuó su pensamiento político: “A mí me da vergüenza sentir las cosas que siento aquí. Ustedes [dirigiéndose a los diputados de Ciudadanos y del PP] están aquí para servir al pueblo. Ustedes están aquí como yo: para atender. Yo cada día estoy en la calle, hablando con la gente y escuchando sus problemas”.

La vergüenza se leía en los rostros de sus compañeros de bancada, aunque, bien es verdad, se trataba de una vergüenza del todo ajena; literalmente, además: el nacionalismo catalán nunca ha considerado de los suyos a gentola (gentuza) como Reyes, que ahora volvía a la carga y, ay, con síntomas evidentes de empezar a gustarse: “¿De qué van ustedes por la vida? Vayan ustedes de personas por la vida... de-per-so-nas. Todos van mintiendo como bellacos”.

Resulta un tanto aventurado afirmar que la palabrería del polizón sea la viva imagen de que el proceso ha tocado fondo. Para ello tendría que haber suelo y no es el caso de Cataluña, una comunidad donde el ridículo (el único lugar, decía Perón, del que jamás se regresa) siempre es susceptible de una (pen)última frontera. Lo que no parece discutible -y en ello convienen algunos periodistas parlamentarios- es que jamás se había presenciado en esa casa una intervención tan deleznable.

Acaso el bumerán del 3% fuera más ominoso, pero no más ínfimo. Por no ser, ni siquiera fue noticia que la lamentable intervención de Reyes se produjera sin que la presidenta de la Cámara, Carme Forcadell, manifestara la menor incomodidad ni hiciera siquiera ademán de interrumpir. Nada, ni un leve azoramiento que permitiese intuir que lo que ahí se ventilaba era una sesión parlamentaria y no un estrépito de odio. Sea como sea, la escena dio perfecta cuenta de la putrefacción de la política catalana, empezando, ni que decir tiene, por la del antiguo partido guía, al que, en ausencia de siglas molecularmente estables, gusto de llamar “los antiguos imputados”.

La ex CiU, ex CDC, ex Junts pel Sí, ex Democràcia i Llibertat, y actual Partit Demòcrata Català, se ha convertido en una fuerza que se desliza a tumba abierta hacia la marginalidad, sobre todo en la gran Barcelona, donde el mandato de Xavier Trias fue un espejismo, producto, fundamentalmente, del agotamiento del discurso del PSC. Tanto es así que a un mes de la Diada, y cuando dos años atrás, el debate que entretenía el verano era cuántos trillones de ripollenses ocuparían la Diagonal y la Gran Vía, lo que hoy se cuece es de dónde saldrá la Coronela: la asociación que recrea la indumentaria y los desfiles de la milicia que defendió Barcelona durante el asedio borbónico de 1714.

Desde hace cinco años, la tuna nacionalista (de la que, por ir dejando las cosas claras, ningún barcelonés de bien tenía la menor noticia) partía del Salón de Ciento del Consistorio, y, al parecer, el Gobierno de Ada Colau tiene otros planes. “La Diada”, ha alegado la alcaldesa, “es la jornada conmemorativa civil más importante de Barcelona y de la nación, y dada la solemnidad de un día tan importante, no encaja con un desfile de época”.

El sector más convencido del colauismo elogiará la equidistancia de Ada -como dan en llamarla sin vergüenza ninguna- y se enorgullecerán, en fin, de que Barcelona no tolere ni a la Coronela ni a la Selección Española. La supuesta simetría, no obstante, se va por el sumidero al atender al reparto de razones: la jornada conmemorativa civil más importante de Cataluña versus un problema de orden público.

Pero estábamos con Convergència y sus heterónimos. El antiguo capataz del nuevo PDC, Artur Mas, había diseñado el congreso refundacional con el solo objetivo del cambiazo, ya saben, esa suerte callejera, made in Mortadelo y Filemón, por la que una porra pasaba a ser, en la viñeta siguiente, una berenjena. No le fue bien. Y no sólo porque perdiera todas y cada una de las votaciones en que se dirimía algo relevante, sino también porque el partido mudó de piel e incluso de tuétano, para acabar declarándose independentista, sí, pero también socialdemócrata y republicano; o lo que es lo mismo: un clon averiado de Esquerra Republicana de Cataluña.

Por eso, aunque no únicamente, el partido de Junqueras (¡de Junqueras!) devorará al partido de Mas, y no a mucho tardar. Por de pronto, y según el último CIS, en caso de terceras elecciones, PDC pasaría del 2% al 1,7%. Y bajando. Y no hay suelo.



El Español, 11 de agosto de 2016

martes, 9 de agosto de 2016

El sillón C

La mejor noticia de la oferta de Ciudadanos, esas seis condiciones de las que al menos cuatro son perfectamente populistas, es la séptima e inexistente, esto es, la extinción del veto a Rajoy. La insistencia de la formación naranja en que el presidente en funciones tirara la toalla había empezado a recordar el molesto soniquete sobre el que se levantó la aznaridad, ya saben, aquel "Váyase, señor González" que terminó por situar en pie de igualdad el osito de Roldán, Filesa (13 millones de euros de hoy en día) y la inminencia del fin del mundo. Con una salvedad: mientras que Aznar se aupaba sobre los hechos, todo lo aderezados que se quiera, pero hechos al fin y al cabo, Rivera parecía actuar contra ellos. Contra uno, principalísimo: Rajoy ganó las elecciones, las del 20-D y las del 26-J, y su liderazgo obtuvo en junio un respaldo aún mayor que en diciembre.

Otrosí: no había una sola razón por la que el documento que el PP presentó a Ciudadanos y PSOE con vistas a un acuerdo de Gobierno no pudiera ser susceptible, al menos, de debate. (¡Por Tutatis, si parece redactado por Obama, bien es verdad que Michelle!).

Hay más: como tan certeramente viene señalando el ensayista Juan Claudio de Ramón, la mejor garantía de un golpe de timón, y que supondría, de paso, la piedra angular para instaurar en España una cierta cultura del pacto, sería la entrada de Ciudadanos en el Ejecutivo. O, por decirlo con la fraseología de galerías del tresillo que suele gastar (¡y nunca mejor dicho!) su presidente: que Juan Carlos Girauta ocupara el sillón del Ministerio del Interior sería la más efectiva contribución a su saneamiento.

En cualquier caso, habrá que contar con el PSOE, y es fama que siempre hay un socialista a (tras)mano para relativizar la cerrazón de los dirigentes de Ciudadanos. Ayer mismo, Batet: “Rajoy no puede buscar la conformación del Gobierno en una anomalía democrática, que es pedirle al principal partido de la oposición que lo apoye”. La trampa, obviamente, radica en identificar la abstención con lo que Batet llama apoyo, y que no es más que la oportunidad de fiscalizar al Gobierno de un modo aún más estrecho, confiriendo al Parlamento una potestad aún inexplorada. Y tildar esa posibilidad de "anomalía" es tan propio de estúpidos como tildarla de "anomalía democrática" lo es de estúpidos democráticos. Bien pensado, y dados los mimbres, casi es mejor que este socialismo nos ahorre el desmoralizador espectáculo de saber cuáles serían sus seis condiciones.



Libertad Digital, 9 de agosto de 2016

jueves, 4 de agosto de 2016

Naufragio en Las Gaunas

 

La penúltima ocurrencia de Ada Colau es un marcador simultáneo con aspecto de parquímetro que en lugar de anunciar goles anuncia muertes: las de los inmigrantes clandestinos que naufragan en su odisea hacia Europa. Ni siquiera Guy Debord, el más feroz crítico de la sociedad del espectáculo, ese “reino irresponsable de la mercancía”, auguró desenfrenos como este carrusel deportivo del humanitarismo.

A semejanza de otras performances de los llamados comunes (meritorio embozo del comunismo realmente existente), el contador pretende aleccionar a la ciudadanía respecto a los valores que deben informarla y, sobre todo, conmoverla. Es fama que la minusvalía moral de los barceloneses requiere un Ayuntamiento que, antes que ordenar el tráfico y proveer a la ciudad de congresos, se erija en pastor de almas.

Así, no hay que descartar que Barcelona se llene de monolitos que vayan dando cuenta de los desahucios que se ejecutan, las lenguas que desaparecen o los felinos que se extinguen. Y, en una segunda oleada, los casos de corrupción del PP, las aperturas de hoteles o los toros asesinados en festejos. Al cabo, a quienes son tan buenos como Colau nunca les basta con serlo, y han de estar siempre recordando lo malos que son los demás.

El manifiesto que acompañaba la inauguración del túmulo decía: “No son números, son personas”, eslogan indiferente a la evidencia de que, sin nombres ni apellidos, la única fosa común, como dan en nombrar al Mediterráneo, es la que ellos patrocinan. En este sentido, nada resulta tan ilustrativo como la convocatoria de prensa que remitió el Consistorio:

El acto de homenaje será conducido por la actriz Àngels Bassas, y en él participarán la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; el director de la ONG Proactiva Open Arms, Óscar Camps; el periodista palestinosirio Mohamed Bitari y una persona que hizo la travesía por el Mediterráneo. 

Sabíamos por Kundera, tantas veces retuiteado por Espada, que no hay nadie más insensible que un sentimental.

La iniciativa presenta, por lo demás, su lado morboso: alguien, en alguna dependencia municipal (¡o un pulcro coworking con Nespresso!), cobrará por ir poniendo al día la cuenta de cadáveres, cargo para el que sugiero, con fervoroso altruismo, el nombre de técnico comisionado en solidaridad interregional. La alcaldesa, por su parte, seguirá ejerciendo como tal, quién sabe si esperando el día en que la feria Arco se rinda al fin a su talento.


Libertad Digital, 4 de agosto de 2016