jueves, 21 de julio de 2016

El hijo de Maria Antònia

El gesto de Maria Antònia Horrach en el funeral de su hijo, Luis Salom, contenía una vida. Una madre en el funeral de su hijo es una anomalía cósmica, una suerte de pesebre inverso en el que todo, hasta el más nimio detalle, está electrificado. Por lo general el dolor, un dolor de tinieblas, incapacita al deudo, al punto que el único arrebato sentimental de que un padre o una madre son capaces suele ser el dolor mismo. Maria Antònia, no obstante, se rebeló contra su circunstancia para adelantarse unos pasos y depositar entre las manos de su hijo los cabellos que, en su honor, había dejado de lucir. A los periodistas que siguen los grandes premios de motociclismo, y que trataban con ella en los circuitos, les había costado reconocerla. Un día antes, en el tanatorio de Son valentí, donde velaban a Luis, se los había cortado. Esos cabellos eran el amuleto más preciado del joven piloto, que tenía por costumbre acariciarlos en la línea de salida, justo momentos antes de arrodillarse al lado del vehículo y, con los ojos cerrados y las palmas de las manos enfrentadas, rezar un padrenuestro. Así conjuraba el miedo. El suyo y, probablemente, el de su madre. Con la ofrenda, Maria Antònia parecía fundir su aspecto con el fallecimiento del hijo, como encarnándolo y, al tiempo, proyectándolo. Para cualquier amigo o conocido, lo primero que en adelante habrá de 'decir' la cabeza de Maria Antònia es Luis. Y así será, probablemente, de por vida. Ni siquiera le tembló la voz cuando, desde el atril, clamó "¡Sigue cabalgando a nuestro lado, Mexicano!". Ése, Mexicano, era el mote de Luis. Su nombre de guerra. Cuentan quienes le conocían que, cada vez que le preguntaban de dónde venía el gentilicio, siendo él mallorquín, temía desvelar la razón por si no estaba a la altura de las expectativas. "Viene por mi mánager", se arrancó en cierta ocasión ante la periodista Nadia Tronchoni. Ya no soltó el gas: "Su hermano tenía un caballo de carreras negro, en Argentina, que se llamaba Mexicano. Pero no le salió como él esperaba: resulta que en una carrera se quedó parado en la salida. Cuando el hermano me conoció y vino a unas cuantas carreras, empezaron con la broma, y a decirme que a ver si yo iba a ser como su caballo y me iba a quedar clavado en la salida". Sobra decir que no se quedó clavado. Nieto del dueño del concesionario de motos Salom, el más conocido de Palma, Luis se subió a una moto por primera vez con apenas 5 años, a los 8 compitió en la categoría de 50 centímetros cúbicos del Campeonato Balear de Supermotard y antes de cumplir los 16 ya se había proclamado campeón regional de 125 en dos ocasiones. Luego vendrían el paso a la velocidad, su debut en los grandes premios, el triunfo en Indianápolis, el subcampeonato mundial de moto3 y el ascenso a moto2. En el campeonato en curso, había hecho segundo en Catar y, tras seis carreras, se hallaba décimo en la general. El 3 de junio, en los entrenamientos libres del Gran Premio de Cataluña, Luis llegó a la referencia de frenada de la curva 12 algo más lento de lo que lo había hecho en su vuelta rápida. La telemetría diría después que el decalage tenía su origen en que había salido de la curva 11 sin la debida aceleración, y que esa ínfima tardanza provocó que aún llevara el freno accionado al pasar por encima de un bache. Luis salió despedido. La Kalex, que iba crujiendo el suelo diez metros por delante de él, golpeó las defensas del muro y giró sobre sí misma. Luis llegaba resbalando sobre la gravilla y ni siquiera llegó a impactar contra el muro. Los médicos intentaron reanimarle a pie de pista y, aunque sopesaron evacuarle en helicóptero, decidieron utilizar una ambulancia debido a la gravedad de los traumatismos. Fue trasladado al hospital del circuito y desde allí al Hospital General de Cataluña, donde falleció a las 16:55. Hace aproximadamente un año, le preguntaron por qué rezaba antes de cada carrera,y, con su habitual sobriedad, respondió: "Para que todos acabemos la carrera". En aquella misma entrevista, y venciendo su renuencia a exhibir sus tatuajes ("No tienen nada que ver con mi profesión", solía decir para ahuyentar a quien se interesaba por ellos), acabó mostrando los de su antebrazo derecho. En el lado más visible, una virgen; en el anverso, el rostro de su madre, tomado de una fotografía del día en que lo bautizaron a él. También él, a su modo, contenía una vida. 


Club Pont Grup Magazine  nº 13, 20 de julio de 2016

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