miércoles, 29 de julio de 2020

Una botellada (en castellà, “un botellón”)

El presidente Torra ha apelado al deber cívico (histórico), a los 10 días que habrán de estremecernos, a los datos y a los análisis (en el intento de conjurar los temores sin fundamento), al respeto para con la salud del conjunto de la sociedad, de la “experteza” y los protocolos médicos, a una nueva y gran solidaridad, a un nuevo y gran esfuerzo colectivo, a la participación ciudadana, a la epidemiología, a la complejidad crítica de la situación. A la vida. Al bien común, a la conciencia individual y comunitaria, a la movilidad e interacción social responsables; a las manos, la mascarilla y la distancia. También a Miquel Martí i Pol, del que ha citado, comiéndose palabras, “Podem, si vols, asseure’ns”, nostrada “Historia de las sillas”.

A lo que no ha apelado Torra es al proverbial sentido común del pueblo catalán, una omisión que me ha parecido decepcionante por cuanto ‘seny’ es una voz que comprende todas y cada una de las prescripciones que ha ido enumerando. 

Aunque se entiende. La preservación del mito pasa por no someterlo a examen, y ello pese a que, según ha podido inferirse de su traducción, el botellón sea una costumbre eminentemente española. Tampoco ha tratado de persuadir a sus conciudadanos con aquel antiguo sortilegio, el món ens mira, no vaya a ser verdad.

Ni ha invocado explícitamente a Catalunya. Y no por deferencia con la otra mitad (cuyo ADN averiado no parece dificultar —¡antes al contrario!— que sea un vector de transmisión más). Le guía la ligera sospecha de que ante una crisis real la hechicería no surte efecto. En la tradición de esos muchos católicos que no creen en Dios, sólo en la Iglesia. 

 The Objective, 29 de julio de 2020

domingo, 19 de julio de 2020

Vida y aventis

Siempre me dio que la renuencia de Juan Marsé a rendir sus memorias no tuvo tanto que ver con la modestia, como él gustaba de proferir de manera arrebatada, cuanto con la circunstancia de que su vida había sido devorada por la ficción. A ojos de sus lectores, Marsé no pasaba por ser el astuto y codicioso novelista que fue, sino por un hombre de acción en el que se confundían hasta la promiscuidad el arroyo y el satén, el chorizo y el señorito, el murciano y el santgervé. Un outsider de la cultura con vocación de canalla tocado por la varita del talento. Así las cosas, para qué estropear la leyenda con un relato carente de épica, en que el florido Pijoaparte se viera desdibujado por el seco literato. El cuento de su adopción, de hecho, había situado el listón tan alto que mucho habría tenido que fabular para que el resto de la historia presentara destellos apreciables.

No, el destino de Marsé no quedó sellado en un taxi luego de que el chófer, Mingo Faneca, cuya esposa había fallecido en el parto de Joan no hacía un mes, lo ofreciera al matrimonio Pep Marsé y Berta Carbó, a quienes había recogido casualmente en la Clínica del Pilar después de que éstos perdieran a su recién nacido. Como detalla la árida biografía de Josep Maria Cuenca, Mientras llega la felicidad, el acuerdo entre Mingo y Pep no se gesta fortuitamente durante una carrera que, por lo demás, nunca tuvo lugar, ni hay constancia alguna de que Berta recibiera atención obstétrica en un hospital barcelonés (ni tarragonés, lugar de procedencia de la pareja). La verdad no sólo es menos fantástica; además, desmiente el linaje obrerista con que Marsé solía investirse, y que alimentó, en sus inicios, el mito del escritor fabril. No en vano, Mingo y Pep, este último, hijo de un propietario rural de Sant Jaume dels Domenys, se habían conocido en Estat Català. Dos ultras, en efecto. 

El de Marsé, en suma, es un caso extraordinario de hombre hecho a sí mismo, pero no en el sentido que suele atribuirse a la expresión. Hace tres veranos leí de nuevo Últimas tardes con Teresa, y pese a que el tiempo había arrasado numerosos pasajes (lo que tomé por esplendor retórico era sólo beatería, y el inverosímil despertar de Manolo en el cuarto de la criada me pareció de una ortopedia zafonesca), conserva el embrujo de esas novelas que devienen en ritos de paso, de las que extraes, siquiera ilusoriamente, los útiles elementales para emprender un camino que más pronto que tarde ha de desembocar en traición.

Libertad Digital, 19 de julio de 2020

martes, 7 de julio de 2020

Celebrity

Y dado que en Italia las cosas se estaban poniendo que ni te cuento, va Sánchez y me pregunta: "Doctor, ¿cómo lo ves?". El presi y yo nos tuteamos, sí, la nuestra es una relación entre iguales… ¡de doctor a doctor! Yo llevaba días lanzando advertencias; qué digo "días"; diez años llevo perfilando escenarios, que los tenía todos salvo éste. Bueno, pues va Sánchez y me suelta que cierra el país, y yo me lo quedo mirando y pienso: "¡Ole tus huevos!". Y no era para menos, porque cuando yo se lo medio sugerí noté como si me pusieran trescientos kilos de piedras en esta espaldica mía… Aunque no te vayas a creer, que aquí donde me ves he jugado al rugby… Si es que a mí todo se me da bien: la escalada, el rock and roll, la epidemiología, el motorismo… ¿Tú has visto la moto que tengo? Pues la pillé por mil euros que estaba para el desguace… Total, que me pongo una mañana con mi llave inglesa, aprieto una tuerca por aquí, le pongo un manguito por allá… y ahí la tienes, ¿mola o no mola? Y zumba, ¿eh?, que tenía al Illa acojonao perdido. Y a ver, no me extraña, porque si a mí, que soy un hombre que desconoce los límites, me llega a pasar algo en aquel momento, igual ahora España ya no existe. Pues esa moto la apañé yo. Y es que me gusta arreglar lo que no está roto… ¡Espera!: "Arreglar lo que no está roto". Qué pedazo de paradoja. Si es que es estarme quieto y empezar a brotarme pensamientos que ni Daniel Innerarity... Disculpa, que me reclaman en el despacho de al lado. [Óyeme, ¡ni se te ocurra fisgar en este dossier, que es donde tengo cifrado el futuro de la humanidad! Ya te he dicho que yo trabajo a años vista, con las luces largas, que mis informes no son para la política ni para el periodismo sino para la posteridad. Pues aquí lo dejo, para que veas que me fío de ti y que creo en la bondad del género humano; si es que, modestamente, soy la polla.] ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí. Mírame fijamente: ¿no ves toda la puta ciencia reflejada en mis ojos? Pues ya estaría todo dicho. Pon también que tengo una psicología del copón porque mi padre era psiquiatra y que llevo la camisa sin planchar porque me sale de la almendra; bueno, por eso y porque (apunta esto, apunta, que tus lectoras van a flipar), porque la plancha pasó a ser un elemento de apariencia y dominación. ¿De quién depende la plancha? De la mujer, ¿no? ¡Pues entonces! Mal me está decirlo, pero en el futuro todos los hombres dirán cosas como ésta. Y ojo, que aquí donde me ves, que si camisetas con mi cara y tal… cada vez que pienso en esos 28.000 muertos… 28.000, nada menos… que se dice pronto, pero a poco que te paras a contarlos… 28.000… Y entonces me digo que no, que no lo acepto. Pero ni por ésas. Por mucho que lo niegue ahí están: 28.000. Ni uno más. 

Libertad Digital, 7 de julio de 2020