martes, 26 de noviembre de 2019

Un encargo

Javier Melero fue el único abogado del juicio por el 1-O que, en la firme convicción de que España es un Estado de Derecho, opuso argumentos estrictamente jurídicos a las imputaciones (rebelión, sedición y malversación) que pesaban sobre su defendido, el efímero consejero de Interior Joaquim Forn. Su estrategia operó el mismo efecto que las jeremiadas políticas de los Pina, Van den Eynde o Salellas, es decir, ninguno. No obstante, la finura con que expuso sus alegatos, la perspicacia con que interrogó a los testigos y, en general, la inteligencia con que se condujo en ese teatrillo en que se convirtió la Sala Segunda del  Supremo entre febrero y junio de este año, forjó un raro consenso aprobatorio, aun admirativo, en torno a su figura (en la última manifestación que hubo en Barcelona, a la que acudió con chándal -sofisticado, eso sí-, algunos de los congregados se acercaron a estrecharle la mano, un tanto perplejos por el hecho de que el mismo individuo que defendió a Forn estuviera reivindicando el constitucionalismo a pie de obra).

Sea como fuere, el editor de Ariel, Francisco Martínez, consciente de que se trataba de un personaje con las suficientes aristas como para legar un material de interés, propuso a Melero en junio de este año escribir un libro que diera cuenta de los entresijos del proceso, así como de las tribulaciones, sinsabores y desesperos que fueron trabando su labor. El resultado es El encargo, una suerte de ensayo insider que desvela, en un estilo que remite al viejo noir americano, aspectos ciertamente insólitos de la Causa Especial 20907/2017.

De la pluma de Melero conoceremos de primera mano la angustia existencial que acechaba por aquellos días a Oriol Pujol, que lamentaba estar condenado por corrupción en lugar de estarlo por patriotismo; seremos testigos de su profundo desacuerdo con el proceder del resto de los letrados, de sus conversaciones sobre boxeo con el juez Marchena, de los vaciles chocarreros que se traía con Ortega Smith, de las discusiones con su amigo Arcadi Espada, del hartazgo de Forn ante el sinfín de visitas solidarias que se veía obligado a recibir en Lledoners, y que le impedían ¡jugar al frontón! De este otro encargo, Vozpópuli les ofrece dos fragmentos.

Voz Pópuli, 26 de noviembre de 2019

lunes, 25 de noviembre de 2019

Contra el centralismo

El Supremo ha empezado a revisar la sentencia del caso Palau, por la que la Audiencia de Barcelona impuso en 2018 penas graves a los dos saqueadores confesos de la institución, Fèlix Millet (9 años y 8 meses de cárcel) y Jordi Montull (7 años y 6 meses), y penas menos graves a la ex directora financiera, Gemma Montull (4 años y 6 meses), y al ex tesorero de Convergència, Daniel Osàcar (4 años y 5 meses). Cinco magistrados de la Sala Segunda del Alto Tribunal resuelven a puerta cerrada desde el 12 de noviembre si los principales condenados deben ingresar en la cárcel.

Diez años bien merecen un recordatorio: el caso Palau, que empezó teniendo nombre de novela de Enid Blyton: ¡el misterio de los billetes de 500 euros!, es, junto con el caso Banca Catalana, una de las más depuradas sinécdoques de Catalunya. O, por decirlo en en germanía local, una Catalunya en miniatura (bastante más real, por cierto, que la maqueta así llamada de Torrellas de Llobregat).

Fèlix Millet i Tusell fue el continuador de una tradición familiar que arranca a finales del siglo XIX con Lluís Millet i Pagès, tío abuelo del susodicho, y que confirió un cierto sesgo patrimonialista al cargo de director de la entidad. Tanto es así que llegó a fijar su vivienda en un altillo del edificio, sobre el escenario mismo. Los límites entre patria, parentela y partitura se confundieron en un totum revolutum que fue operando en la burguesía catalana una asombrosa tolerancia al delito. En parte, porque fue moralmente copartícipe.

Si Millet y Montull se lo llevaron crudo, Convergència lo hizo vuelta y vuelta. Ferrovial suscribía contratos de patrocinio con el Palau para canalizar sus donaciones a Convergència, que coincidían, grosso modo, con el 4% de las obras públicas que el Govern concedía a la constructora. No en vano, entre los 16 recursos que revisa el Supremo se halla el de la absolución en primera instancia de los dos directivos encausados: Juan Elízaga y Pedro Buenaventura.

En su homérico Música celestial, el periodista Manuel Trallero no sólo descifró el modus operandi del pillaje; además, desmintió que éste, como se insinuó en algún editorial de la época, fuera un alarde de orfebrería contable:

"Sólo una hemorragia de imaginación puede hacernos creer que estamos ante el Madoff catalán. Se parecen como un huevo a una castaña. No hay ingeniería financiera ni mucho menos, ni rastro de glamour, sólo caspa y moscas. La gomina marbellí o levantina se sustituye por los condones a cargo del Palau o por llevarse [Montull] el papel higiénico de los establecimientos colindantes. Eran unos hijos de la miseria."

Por la indagación cuasi antropológica de Trallero (quien, por cierto, acaba de publicar en coautoría con Josep Guixá una prometedora biografía de Jordi Pujol –Todo era mentira) conocemos, en fin, al Millet menos expuesto al foco: al huraño que atizaba la desconfianza entre subalternos, al alcohólico al que las tardes se le venían encima con demasiada frecuencia, al rijoso que gustaba de coquetear con las empleadas (acosar, diríamos hoy), al mangante que, al anochecer, se llevaba el billetamen en bolsas de basura. El hecho de que los empleados apenas alzaran la voz se debe, en buena medida, a que también ellos vivieron amorrados a la ubre de los prodigios. La documentación que a este respecto aporta Trallero refleja que cualquier administrativo de medio pelo recibía 4.000 euros mensuales, y que los sobresueldos estaban a la orden del día.

Que la trama de los ERE tienda a compararse con la Gurtel en lugar de con el Palau, con la que tantísimos paralelismos presenta (empezando por el de la cutrez), evidencia hasta qué punto Cataluña sigue siendo un oasis en el imaginario español. Ya no cabe hablar de más agravios que los de este tipo de inadvertencias.

Sólo en el caso de El País, que ha tratado estos días de desvincular al PSOE del fraude andaluz, la omisión es, siquiera por una cuestión de asimetría, comprensible. Vean, si no, el fragmento del editorial que publicó el 16 de enero de 2018, cuando aún era un periódico:

"La sentencia [sobre el Palau de la Audiencia Provincial de Barcelona] puede albergar aspectos discutibles, como la impunidad final de los líderes de CDC, de la empresa que pagó las comisiones ilegales (Ferrovial), y todos los aspectos que los concernidos aspiren a recurrir. Su recorrido en el marco judicial será, pues, el que marquen los jueces. Pero es su impacto político el que procede analizar. […] El PDeCAT se ha dado prisa en desvincularse de CDC y los jueces dictaminarán en futuros recursos si esto es válido. Pero políticamente no pueden engañar a nadie."

Voz Pópuli, 25 de noviembre de 2019

viernes, 22 de noviembre de 2019

Lo que dijo Manolo

Cada tanto, un coro de plañideras clama con resignada solemnidad, sin sombra alguna de ironía, el interrogante cenital de su generación: “Y de esto, ¿qué habría dicho Manolo?”, concediendo a la obra de Manuel Vázquez Montalbán (y a su vida: ¡dio en morir en Bangkok, como sus pájaros!) un obsceno sentido oracular. Lo cierto es que Manolo, como se empeñan en llamarle sus nostálgicos (en uno de esos alardes de campechanía que, cuando rebasan la esfera de los ases del deporte -¡Vamos, Rafa!- no son sino prurito de estatus: el virtue signaling del cultureta medio); Manolo, decía, no sólo no predijo nada, sino que remató invariablemente a las nubes, con el agravante de que siempre lo hizo a puerta vacía.

No hay más que echar un vistazo a su hall of fame: el subcomandante Marcos, los Castro, la Pasionaria, Rafael Ribó... Fantoches de una paisaje crepuscular cuyo colapso definitivo, tras la caída del Muro de Berlín, no le sirvió más que para regodearse en su orgullo de paria. Aquel célebre colofón cortomaltesiano: “Déjenme al menos que sea yo quien apague la luz”, cuando no ha habido en el mundo un apagón comparable al que propagó su ideología.

Comprendo a las manolettes, aunque por motivos que nada tienen que ver con la presunta perspicacia, ¡extensible al futuro!, que atribuyen a Manolo. Montalbán fue un grafómano que, más que escribir artículos, se los hizo encima, de ahí que su jurisdicción se limitara al presente; eso sí, bajo una invocación a la memoria tan obstinada como imprecisa, y a la que cosía la palabra ‘histórica’ por la sencilla razón de que ese adjetivo, histórico, devino en el alérgeno más eficaz para los críticos, máxime si se trataba de gentes impresionables. Yo a mis 18, por ejemplo. La farsa llegó tan lejos que todavía hay periodistas más o menos cultivados que creen que su alter ego era Carvalho. Aunque pensándolo bien, no les falta razón: Montalbán, pensador garbancero, nunca pasó del sofrito. Y tal vez fuera exactamente eso, ay, lo que nos subyugaba: la salpicadura de cap-i-pota en la última de El País.

La semana pasada, a propósito de la columna sobre Miguel Ángel Blanco, anduve rebuscando en las hemerotecas (ese lugar que, extrañamente, deviene al punto en una suerte de pasado con todos los adelantos) y choqué con las dos piezas que MVM, ese Pemán de entretiempo, escribió al respecto.

Me centraré en primera, titulada"Después", y que comenta la manifestación que, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, reunió en Barcelona a un millón de personas. MVM nos honró con su asistencia.

“Los que habíamos ido para protestar contra la muerte [así, en bruto, como quien protesta contra la providencia  (y ya “protestar”, en tales circunstancias, se antoja un verbo asaz manolo)] compartimos [ecs, compartir] la manifestación con quienes pedían el retorno de la pena de muerte [fify/fifty]. Los que nos habíamos sentido sacudidos por el dolor de unos padres [MVM, para quien todo, hasta el más inane rabo de toro, fue susceptible de una lectura política, se siente “sacudido” por el dolor de unos padres. No por un trauma histórico-político, sino por el duelo de dos individuos. Ni que decir tiene que las quinientas mil bestias pardas –compartimento estanquero- con las que tuvo que rozarse no se sentían concernidas por el dolor de los padres de Miguel Ángel Blanco.] […] comprobamos que uno de los gritos [no consignas, no, “gritos”] más repetidos y creativos fue el de hijos de puta, no un insulto a los etarras, sino a sus madres [que tampoco lo merecían, quiso decir sin atreverse].Y al día siguiente vimos cómo volvía a surgir de debajo de la lápida [Franco, Franco, Franco] el discurso de la democracia orgánica, de la España una, grande y libre. […] El balance positivo [la cuenta de resultados] consiste en que tal vez en el País Vasco la mayoría haya perdido el miedo a rechazar el nacionalismo violento [sólo el “violento”; toda una vida arrastrando el sintagma, no fuera a ser que le tomaran, a él también, por un hijo de puta] y que algunos presos etarras exijan una salida política a su dirección [“dirección” como quien dice ‘comité federal’ o ‘ejecutiva’: ese abyecto marchamo de institucionalidad con que distinguió a ETA] pero el conjunto de la operación [había una posibilidad de ir más allá de la indecencia adversativa, cual era designar la movilización ciudadana con el nombre de “operación”] se me revela ambiguo, inquietante [sinónimo, aquí, de ‘asqueroso’: por la repugnancia que le produjo compartir el aire con medio millón de españolazos]. […] Ya sé que es emocionalmente incorrecto [“emocionalmente”, y no ‘políticamente’, en virtud de la naturaleza primaria de quienes reclamábamos, reclamamos, el cumplimiento de la ley] pedir soluciones políticas [“soluciones políticas” es el equivalente en Casa Leopoldo a las “negociaciones políticas” de la herriko taberna], pero hasta ahora las únicas exhibidas sólo confirman a 180.000 peligrosos exiliados interiores. [Se refiere, obviamente, a los votantes de Batasuna. Exilio interior: exclusión de la vida pública de los intelectuales de izquierdas que se quedaron en España durante la represión que siguió al franquismo. “Peligrosos”, en efecto, ejerce la función de preservativo: ambiguo, inquietante, montalbaniano].

Voz Pópuli, 22 de noviembre de 2019

lunes, 18 de noviembre de 2019

En blanco

El capítulo dedicado a Miguel Ángel Blanco de la serie ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga (Movistar +), consiste en la proyección, ante un grupo de estudiantes de 4º de Derecho (asignatura: Justicia Restaurativa) de la Universidad Francisco de Vitoria, de un documental sobre las horas que precedieron al asesinato del joven concejal del PP.

En una pieza donde apenas hay escenas que no sean estremecedoras, ninguna puede compararse a la que sigue a la pregunta que el conductor de la sesión, Iñaki García Arrizabalaga, hijo de Juan Manuel García Cordero, asesinado por ETA en 1980, formula a los 25-30 jóvenes a quienes presenta la pieza. “¿Sabéis quién era Miguel Ángel Blanco?”. Tan sólo a dos de ellos les suena el personaje. “Alguien al que secuestraron durante muchísimo tiempo”, responde una de las alumnas. “Un político al que tenían secuestrado y no se sabía lo que iba a pasar con él, yo estaba esos días en la playa”, evoca el más mayor de los alumnos (28 años).

En la siguiente interpelación de Arrizabalaga el recelo es ya palmario: “¿Cuántos no tenéis ni idea de lo que sucedió en Hipercor? ¿Alguien sabe lo que pasó en Hipercor?”. Silencio, nunca mejor dicho, sepulcral. Al fondo, un muchacho contesta de forma más bien trémula: “Pusieron un coche bomba que mató a mucha gente, como a 60 o así”. [Qué diligencia moral, en este punto, la de Arrizabalaga, que no incurre en indulgencias a lo “no fueron tantas” y precisa, fríamente, que se trató del atentado más mortífero de la historia de ETA, con 21 muertos].

Hoy, al ver la pieza por segunda vez, me ha llamado la atención el hecho de que esos futuros abogados eludieran el sujeto de la oración. “Secuestraron”, “pusieron una bomba”… No pretendo sugerir que ignoren la existencia de ETA (¡aunque, visto lo visto, tampoco pondría la mano en el fuego!), pero sí que esa impersonalidad, y aun el aire de neutralidad, cuasi de indolencia, que impregna sus discursos, constituye, antes que un sobreentendido, el reflejo de un cierto desleimiento.

O lo que es lo mismo: la encarnación en el lenguaje de un principio de amnesia que acaso tenga que ver con lo que denominamos  “blanqueamiento”, y que también comprende la superficialidad (en el mejor de los casos) con que se aborda el tema de ETA en el currículo escolar. Ello, en el contexto de un plan educativo en el que no faltan asignaturas supuestamente propicias para introducir cuestiones como la que nos ocupa: Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, Religión o valores éticos, Educación ético-cívica, Retos para el mundo actual... Cajones de sastre que, dada la omisión de Miguel Ángel Blanco, no son, no pueden ser sino una burda coartada para diseminar la desmemoria. Selectivamente.

Voz Pópuli, 18 de noviembre de 2019

viernes, 15 de noviembre de 2019

Apolítico

A Albert Rivera jamás le interesó la política. En Alternativa naranja (Debate), la apresurada historia de Ciudadanos que escribí con Iñaki Ellakuría entre julio y septiembre de 2015, hay una anotación correspondiente a los albores del partido que prefigura ese desinterés.

Como es fama, en Ciudadanos convivían dos corrientes, la izquierda y la liberal, en un equilibrio que tuvo más de precario que de creativo, y que fue, sobre todo, conceptualmente inexacto. Así como la izquierda lo fue sin ambages (no pretendía sino erigirse en un factor de corrección del PSC), los llamados liberales aspiraban a que la nueva formación superara el eje izquierda-derecha y se guiara, antes que por ideologías, por ideas, tan objetivas o provisionales como dictaran los hechos. Mas la política se escribe con trazo grueso y esos dos bandos fueron bautizados como izquierdista y liberal.

Sea como fuere, esa misma tensión se extendió a las bases, y en la mayoría de las agrupaciones de Ciutadans de Catalunya (“el partido de Boadella”, se decía, aunque en puridad fuera todavía una plataforma cívica) hubo gentes etiquetadas como izquierdistas o liberales. Por decirlo en necio: individuos decepcionados con el PSC e individuos decepcionados con el PP. La inminencia del congreso constituyente (Bellaterra, julio de 2006) agudizó la pugna entre unos y otros hasta extremos ciertamente alarmantes, conforme a la ley que establece que hay amigos, enemigos y compañeros de partido. Por entonces, Rivera, al que Teresa Giménez Barbat había introducido en el círculo de los dirigentes/intelectuales, ya se hallaba entre los llamados a desempeñar una función relevante en la futura formación.

Así lo relatamos Ellakuría y yo:

“La líder oficiosa del sector liberal de C’s [TGB] no sólo ve en Rivera a un más que probable aliado para la defensa de las tesis transversales, sino también al candidato in pectore para presidir el partido. Joven, apuesto, convincente, locuaz… Ninguno de los dirigentes que hasta ese momento han presentado sus credenciales para capitanear C’s resiste comparación alguna con el joven-abogado-de-La-Caixa. […] Así, y con el propósito de ganarse al mirlo blanco, Barbat organiza una cena en el hotel Barceló Sants a la que asisten, entre otros, Espada, Boadella y otra media docena de sospechosos del flanco liberal. Rivera acude con su amigo José María Espejo, abogado, al igual que él, de La Caixa, y al que los asociados a C’s empiezan a identificar como su escudero. […] Barbat, que va haciendo sus pinitos en el arte del protocolo, lo sienta junto a Boadella. Al término de la velada, Boadella y Espada convienen con Barbat en que el muchacho apunta alto. Muy alto. […] Con todo, y para desesperación de Barbat y, en general, de los liberales, Rivera se revela como un dirigente con agenda propia. A decir verdad, tampoco le ha seguido el juego a De Carreras, al que se suponía, dado que había sido su profesor, una mayor influencia sobre él. Con todo, la negativa de Rivera a decantarse por una de las dos corrientes en liza se convierte, desde primerísima hora, en una de sus bazas para escalar posiciones en C’s, donde jamás participa en complot alguno. Al contrario: ante el menor indicio de sectarismo por parte de sus interlocutores, Rivera rodea la cuestión invocando “lo que nos une”, una actitud que, dado el galimatías conspiranoico en que se ha convertido C’s, hace que empiece a ser visto como el hombre de consenso que el partido necesita para salvarse de sí mismo”.

Pero no. La renuencia de Rivera a las banderías no tenía que ver con una supuesta voluntad de consenso, sino con su desafección respecto al debate, digamos, ideológico. ¿Izquierdas? ¿Derechas? Ecs. El sinnúmero de bandazos de Ciudadanos, empezando por Libertas y acabando por su renuncia a dar la batalla frente al feminismo de cuarta ola, no ha sido más que la expresión de esa glacial indiferencia. A Rivera sólo le movió el poder. Y de su ineptitud para encarar esa ambición ha dado pruebas más que suficientes.

The Objective, 15 de noviembre de 2019

lunes, 11 de noviembre de 2019

España existe

En uno de sus adagios más recurrentes, Albert Rivera proclamaba: “Cambiaremos el país por las buenas o por las urnas”. Lo que entonces parecía una ramplona metonimia reveló anoche, de manera inopinada (las urnas, recordémoslo, no ‘hablan’), un significado verosímil. En efecto, la coalición a la que los dos grandes partidos españoles han sido renuentes, negándola incluso como hipótesis, es la única solución plausible para la formación de un Gobierno que esté en disposición de efectuar un primer recuento de daños.

En este sentido,  la ambigüedad del mensaje de Pablo Casado, al hablar, por un lado, de estudiar lo que planteePedro Sánchez, y, por otro, de incompatibilidad de programas, deja un resquicio a dicha posibilidad. Mayor, en cualquier caso, que el que permite vislumbrar la actitud de Pedro Sánchez, que no pretende sino la capitulación del adversario, no importa cuál. Que el rescate de España pasa inexorablemente por un acuerdo de Gobierno entre el PSOE y el PP lo demuestra la amalgama antiespañola en que se ha convertido una porción del Hemiciclo: a la entada de la CUP se suma la obtención de grupo parlamentario por parte del posterrorismo, y ello sin apenas menoscabo del resto de fuerzas nacionalistas: JxCat, ERC o PNV. La Gran Coalición (acostumbrémonos a familiarizarnos con el sintagma, siquiera por afán de apostolado) limitaría, asimismo, la influencia de Podemos y Vox, vengadores tóxicos.

El (otro) triunfador de esta ‘segunda vuelta’ (de la que, a diferencia de lo que ocurre en Francia, ha salido reforzado el extremismo) ha sido Manuel Valls. Hoy por hoy, es el único político capaz de recomponer el espacio que ocupaba Ciudadanos (y el pretérito es anterior, muy anterior al funeral de anoche). El desprecio de que Valls fue objeto por parte de Rivera es sólo una de las causas que han precipitado la debacle. Tales son las dimensiones de la misma que Rivera debería dimitir, sí, pero no hay nadie, absolutamente nadie en Ciudadanos, que pueda reemplazarle. Sobre todo, porque Rivera ha premiado la obediencia y castigado el disentimiento, y a rebufo de ese criterio han prosperado en el partido auténticas medianías. Como ocurre con los suicidios reales, también el de Ciudadanos ha sido multifactorial.

El paisaje moral que ha enmarcado estas elecciones (las más importantes, por cierto, que se han celebrado nunca en España, pese a que la campaña exprés sugiriera que estábamos ante un mero trámite) presenta un grave deterioro. Las dos muletillas que los informadores suelen incrustar en sus crónicas, ya saben, la equiparación de los comicios con una “fiesta” y la “total normalidad con que vienen transcurriendo las votaciones” han dejado de ser un jirón extemporáneo, deudor de aquella España que se aventuraba trémulamente en la senda de la libertad, para convertirse en un dato relevante. Y, por lo que toca al día de ayer, falso. (En puridad, y si nos atenemos a la anomalía vasca, siempre lo ha sido.) Que una candidata constitucionalista fuera increpada en su colegio electoral, que la amenaza de boicot pendiera sobre los comicios o que la procesionaria (copyright, Espada) acudiera a las urnas con lazos amarillos no debe tenerse por normal ni por festivo.  En cierto modo, entre los principales cometidos del nuevo Gobierno figura el de (re)conciliar, conforme al mandato krausista, lenguaje y sentido.

Paradójicamente, la entrada en el Congreso de Teruel Existe es una excrecencia menor de esta exaltación de los particularismos que ha ido carcomiendo nuestra democracia. Y añade un ápice de posteridad  al célebre compromiso de Julio Camba de hacer de Getafe una nación.

Voz Pópuli, 11 de noviembre de 2019

viernes, 8 de noviembre de 2019

Genealogía del traidor

Contrariamente a lo que suele pensarse, el principal blanco del odio de cualquier nacionalista fetén acaban siendo sus semejantes. Hitler, por ejemplo, llegó a la estertórea conclusión de que los alemanes no habían estado a la altura de su desvarío (en lo que, obviamente, no era más que un autoengaño, pues de lo que Alemania anduvo escasa fue de antinazis; hoy, en cambio, y a semejanza de lo que ocurre en España con el antifranquismo, los hay a paletadas), y que la nación que él había previsto, ese Reich que logró construir hasta mucho más allá del piso piloto, había acabado reducido al escombro de sus propias hechuras.

En el caso catalán (sabrán excusarme el toute proportion gardée: prueba de ausencia no es lo mismo que ausencia de pruebas), a la ceba de la pureza se le han ido desprendiendo en los últimos tiempos un gran número de capas. El sol poble con el que fantaseaba Pujol (y al que Maragall y Montilla dieron timbre de veracidad), viene dando episodios como el acoso a un grupo de candidatos de ERC por parte de quienes ocupan un círculo más próximo a la ortodoxia en la ovina comedia en la que se ha convertido Cataluña, lugar ciertamente dantesco.

A este mismo retablo también corresponde la escena de la alcaldesa Colau cruzando la plaza de San Jaime entre insultos, si bien los comunes ya sabían, por boca de la cupaire Mireia Boya, el lugar que esta república en ciernes habrá de reservar a los traidores. A Rufián, el mismo que acuñara 155 monedas de plata, se le está poniendo cara de Obiols, y Torra fue recibido al grito de botifler en no sé qué fábrica de ratafía. Ni siquiera la CUP está a salvo: “Escup a la CUP” es ya una consigna más o menos extendida entre los indígenas más recalcitrantes.

Hablaba no hace mucho con mi amigo Julio Valdeón del apasionante tema de la traición y sus infinitudes, y nos dimos a imaginar quién sería el último guardián de las esencias, qué clase de coronel Kurtz anidaría en el núcleo mismo (¡el pinyol!) del bulbo catalán. Pocas veces he sido tan consciente de estar otorgándole a la literatura la función de escapismo. O, más bien, de escapatoria.

Voz Pópuli, 8 de noviembre de 2019

jueves, 7 de noviembre de 2019

La objetividad en marcha

Éste es el enésimo manifiesto de Arcadi Espada en favor de su criatura, pura historia de España. Se trató de una invención tan moderna, edificante y luminosa que devino en promesa cierta de regeneración, en el más prometedor semillero de progreso que haya conocido nuestra democracia. He dicho criatura y no querría que se me malentendiera. Si AE vuelve a apoyar a Ciudadanos no es por una cuestión de paternidad, pues ante el error Libertas no tuvo el menor reparo en echar al niño de casa. Tampoco por prurito de esquinado, ya saben, esa querencia suya (¡siendo él tan suyo!) a vivir aguas arriba, y que ahora, con los votantes en desbandada, se afirmaría con brío renovado. No. Si AE se pronuncia en favor de Ciudadanos es porque, a su modo de ver, sigue siendo el partido con menos adherencias tóxicas.

Mas lo que de veras trasluce ese respaldo es una objetividad marcial. AE ha sido el primer y más feroz de los críticos de Cs ante la deriva reciente del partido, que ha consistido, en síntesis, en el desprecio a la intelectualidad (con la liquidación del proyecto Euromind en el Parlamento Europeo como afrenta nuclear), el reemplazo del discurso por los zascas y la volubilidad de su monarca absoluto, Albert Rivera (tributaria, en cierto modo, de su obstinada ignorancia acerca de los resortes del poder, un déficit que a punto estuvo de conceder la alcaldía de Barcelona a Ernest Maragall). Y pese a ello, AE renovará sus votos a Cs. Pero la objetividad de que les hablo va más allá.

En febrero de 2019, la Asociación Española de Abogados Cristianos (AEAC) presentó una querella contra AE por sus declaraciones sobre el sobrecoste derivado de la atención, necesariamente extraordinaria, que deben recibir los nacidos con graves discapacidades. Poco después, la Generalitat de Cataluña le denunció por un delito de odio. A raíz de esta actuación, Julio Valdeón y yo redactamos un escrito en defensa de AE al que se adhirieron casi quinientas personas. Entre los firmantes sólo hubo tres representantes de Ciudadanos, y ninguno de primera fila. No cabe achacar las ausencias, ciertamente ominosas, al desconocimiento. Yo mismo envié el texto a muchos de los dirigentes de Ciudadanos, obteniendo la callada por respuesta. Obviamente, la iniciativa no consistía (sólo) en una defensa de AE; antes bien, constituía un alegato en pos de la libertad de expresión y contra la persecución penal de quien había estimulado el debate acerca de asuntos como la filosofía moral o la bioética. Tres firmantes. De la denuncia de la Generalitat (aún) no ha habido noticias. La querella de la AEAC le obligará a declarar ante un juez como investigado.

Ayer se supo que la AEAC, en su prolífica cruzada contra el mal, ha interpuesto una querella contra el portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, por hacer pública la sanción a una sedicente ‘coach’ que promocionaba en internet terapias contra la homosexualidad. (Esta clase de asesoría es lo que estos letrados deben de considerar  ‘atención, necesariamente extraordinaria, de la que son susceptibles los nacidos con una grave discapacidad’). Aguado, en un tuit retuiteado por el community de Ciudadanos, ha afirmado: “En la Comunidad de Madrid no vamos a dar ni un paso atrás en la lucha contra la #LGTBIfobia”.

Ni un paso atrás, sí, pero ni uno al frente.

Aunque la papeleta de AE, ya digo, nunca habrá de faltarles.

The Objective, 7 de noviembre de 2019

lunes, 4 de noviembre de 2019

Nacionalistas de mena*

La ola de inseguridad que sufre Barcelona desde este verano ha empezado a cobrar tintes ciertamente preocupantes. Anteayer, una veintena de adolescentes de aspecto caucásico (si bien el hecho de que llevaran el rostro cubierto hizo difícil determinar con certeza su procedencia étnica) asaltaron el campus de la Universidad Pompeu Fabra en la Ciudadela y provocaron múltiples desperfectos en el mobiliario.

Asimismo, otros grupos de vándalos igualmente embozados (de parecida extracción geográfica que los primeros, si bien, insisto no querría incurrir en sesgos que pudieran dar lugar a malentendidos) irrumpieron en los campus de Mar y Poble Nou de la UPF y, tras bloquear los accesos, ocasionaron daños de diversa cuantía en las instalaciones.

Como acostumbra suceder, la policía no practicó ninguna detención entre los individuos que protagonizaron los incidentes. ¡Cómo iba a hacerlo, si ni siquiera acudió al lugar! Así y todo, y aunque parezca un contrasentido, no seré yo quien repruebe su inacción, pues el colectivo policial es, hoy por hoy, pasto de la desmoralización.

No hace una semana, un representante del sindicato estallaba ante las cámaras, harto de los reproches de que son objeto por parte de no pocos ciudadanos y la gran mayoría de los medios de comunicación: “Hacemos cuanto podemos, pero carecemos de las necesarias dotaciones para combatir la explosión de violencia e incivismo que sacude Barcelona”. Lo que el agente, acaso por decoro institucional, no osó decir, es que en caso de que contaran con los suficientes efectivos , el resultado sería imperceptible, pues los pocos menores (¡y no tan menores!) que son apresados entran-por-una-puerta-y-salen-por-la-otra.

Algunos de estos muchachos –pertenecientes, justo es decirlo, a familias decontracté, y que han crecido, ay, en el más desolador de los arraigos- acumulan decenas de detenciones por amenazas, lesiones, pillaje, atentado contra la autoridad... Y nada. Por si fuera poco, empieza a haber informes atendibles de un aumento en la ciudad de maleantes de esa misma condición llegados de otras comunidades, como consecuencia del denominado “efecto llamada”, a su vez relacionado con la impunidad que les procuran las autoridades locales: ya saben, que si en el fondo son víctimas, que si con mano dura no se resuelve nada, que si hay que ir a las causas… Y mientras tanto, la perla del Mediterráneo, que presumía de ser una de las ciudades europeas más pujantes, ve cómo ese índice de progreso cae a niveles impensables. Porco governo!

*Mena (cat.): Clase a la que pertenece una persona o una cosa por su forma de ser en comparación con los de naturaleza análoga.

Voz Pópuli, 4 de noviembre de 2019