miércoles, 20 de julio de 2016

Catalanes todos

El más claro indicio del extravío de los convergentes tiene que ver con el hecho de que el gentilicio catalán abroche las siglas de su nuevo partido, un poco a la manera en que el artículo primero del Estatuto que proyectó Maragall decía "Cataluña es una nación", y que resultó la prueba más concluyente de que no lo era. (En realidad, la epopeya catalana está perfectamente descrita en todos y cada uno de los párrafos de aquel engendro, al que los hechos vienen otorgando una rara cualidad profética).

Ninguno de los nombres propuestos en el congreso se elevaba por encima de la evidencia: Más Cataluña, Catalanes Convergentes, Juntos por Cataluña, Partido Nacional Catalán y Partido Demócrata Catalán denotan el mismo afán autorreferencial que distingue a los locos y a los acomplejados. Y que se plasma, por ejemplo, en la dificultad para articular una visión del mundo. Valga a este respecto su portentoso ideario (copio de la Wikipedia): "En cuanto al modelo social, el partido defiende el estado de bienestar".

Que el único debate visible haya tenido que ver con el nombre del partido y, además, se haya saldado con un fracaso aún hace más inconcebible la antigua hegemonía de Convergència, cuya doctrina consistió (consiste) en levantar una frontera imaginaria y proclamar que a este lado somos superiores.

En realidad, el gobierno de un partido nacionalista no debe de ser muy distinto al de un partido animalista, pirata o cannabista. Se trata, en todos los casos, de partidos unicejos, que fían su credo a un sortilegio inoperante y, como tal, reaccionario. Con la refundación de Convergència, esa nadería ha aflorado de modo inmisericorde, de ahí que sea de justicia que, al final del camino, no quede más que un estéril forcejeo con el lenguaje. El nombre y la cosa batiéndose a la caída del sol. Partido Demócrata Catalán; lo que antes conocíamos por imputados.


Libertad Digital, 12 de julio de 2016

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