jueves, 28 de abril de 2016

Piove, porco PP

"Suspenso general" es el sintagma con que la mayoría de los editoriales vienen saldando la legislatura más corta de la democracia, achacando el fracaso de la misma a la inveterada incuria de una clase política que, una vez más, se habría revelado incapaz de asumir el mandato de diálogo que el 20-D salió de las urnas. Todo es falso, empezando por el mandato, por el que habría de inferirse no sólo que el conjunto de los electores razona como una sola inteligencia, sino también la posibilidad de que esa inteligencia madure soluciones aviesamente complejas. En todo caso, la única lectura, digamos, sociológica que se desprende de aquellos resultados refiere la frivolidad de una parte del electorado, diríase que ávido de emociones más fuertes que las que proporciona nuestra democracia.

Así, la dicotomía pueblo-sabio / políticos-incompetentes, tan del gusto del evolismo rampante, se ha instalado como explicación cenital del fracaso de las negociaciones, según un reparto igualitario de la responsabilidad que equivale a su disolución misma. Semejante conclusión omite el hecho de que en la raíz de la discordia se halla uno de los principales males de la política española, si no el principal, cual es el sectarismo de la izquierda y más precisamente del PSOE, la única izquierda de la que cabe decepcionarse. La orgullosa negativa de Pedro Sánchez al PP, al que condenó a una suerte de destierro ejemplar, fue el desencadenante de una ópera bufa cuyo último acto, en que los muñidores llamaban "acuerdo", y nada menos que del Prado, a lo que estaba por acordar, dio una idea de en qué manos habría caído el Gobierno si el PSOE hubiera consumado su ligereza. Las razones del veto a la derecha, por cierto, se aprecian con inusitada nitidez en la idea de España que el cantautor Joan Manuel Serrat, ilustre socialista, expuso el pasado sábado en El Mundo: "Paradójicamente es la Guardia Civil y los jueces los que están proporcionándonos algún resquicio de confianza a los ciudadanos".

A la confusión ha contribuido Ciudadanos, que pasó de vértice del entendimiento a repartir adhesivos de "Rajoy rajao" a la hora del patio, campaña que ahora, tras la disculpa de Sánchez por su "indecente", ha quedado definitivamente en evidencia. De cualquier modo, confiemos en que la austeridad que anuncian para la inminente campaña no sea tanta como para que no digan si, llegado el momento, prestarán su apoyo al candidato del PP. Porque, dados sus 40-42 diputados, ése ha de ser el primer punto del programa.


Libertad Digital, 27 de abril de 2016

jueves, 21 de abril de 2016

Doble vara

SUSANA VERA / REUTERS
El día de su proclamación como alcaldesa, Ada Colau mandó instalar una pantalla gigante en la plaza de San Jaime para que el pueblo disfrutara del advenimiento de la democracia real, tras casi cuarenta años de alcaldes postfranquistas. Si convenimos en que el gobierno de un municipio es, sobre todo, una reflexión sobre el espacio público, Colau empezó por apropiárselo, o lo que es lo mismo, por cederlo en usufructo a sus huestes, que aquella tarde no cejaron en el abucheo a los regidores de PP, CiU, C's y PSC. Jamás un acto de investidura se había parecido tanto a la retransmisión de un partido de fútbol, hooligans incluidos. De ahí, entre otras razones, que la denegación de la pantalla gigante a la Selección Española apeste a arbitrariedad. O que la distancia moral entre el Fraga de la calle es mía y la Colau de la calle es de lagente (valga el neologismo para preservar el sentido de las palabras, del mismo modo que Martín Caparrós habla de lacrónica para salvar el género) no sea del todo insalvable.

Hundir una ciudad no es fácil: la empresa requiere algo más que ese millón de pesetas que reclamaba Julio Camba para, en no más de quince años, hacer de Getafe una nación. No obstante, están por ver los efectos sobre Barcelona de cuatro años de colauismo o, peor aún, de pisarelismo. Hoy mismo, sin ir más lejos, el architeniente ha declarado, a propósito de la negativa de Colau a conmorar el 6D, que la Constitución está “vacía de contenido”. Cómo no evocar, ante ese vacío, el célebre aforismo de Lichtenberg, ese que dice que si un libro golpea una cabeza y suena a hueco, no siempre hay que preguntarse por el libro.



The Objective, 21 de abril de 2016

Una pintada en el váter

A menos que el PSOE se eche en brazos de Podemos y lo que no es Podemos, la mascarada en que lleva instalada la política española desde el 20-D desembocará en unas nuevas elecciones. Las encuestas coinciden en que la formación de gobierno seguirá pasando por un pacto entre dos o más fuerzas, por lo que la campaña electoral (que en verdad dio comienzo el 21 de diciembre) exigirá de los partidos que, además de divulgar las líneas maestras de sus programas, digan cómo van a administrar los votos. Con la particularidad de que esta vez no podrán valerse de la retórica con la impunidad con que han venido haciéndolo. Así, Albert Rivera, que en otoño solía contestar a la pregunta de si C's llegaría a un acuerdo con el PP con sortilegios de pizarrín y linimento, tipo "Salimos a ganar" o "Imposible es sólo una opinión", habrá de madurar una respuesta concreta y, sobre todo, acorde con el lugar en el mundo que ocupa su partido.

En el contrato que C's proponga al electorado con vistas al 26-J deberá constar, por ejemplo, si C's participará en un gobierno bipartito o tripartito, como parece dictar el más elemental sentido de la realidad, o bien reeditará el mantra "No entraremos en ningún gobierno que no presidamos", formulación políticamente correcta del viejo lema "O César o nada". Asimismo, y ante la posibilidad de que Mariano Rajoy repita como candidato del PP, C's tendrá que aclarar si mantiene el veto ad hominem al presidente en funciones, asunto del que no se habló durante la pasada campaña y que, a rebufo de las noticias sobre presuntos casos de corrupción, ha devenido en crucial, al punto de impedir la negociación entre PSOE, PP y C's (si bien el PSOE excluyó de las conversaciones a todo el PP, no únicamente a Rajoy).

Cabe la posibilidad, no obstante, de que el núcleo de estrategas que diseña las campañas de C's siga produciendo proclamas como la que difundió ayer mismo en Twitter, en que llamaba "rajao"... a Rajoy. Y que, en lugar de disculparse, el vicesecretario general del partido aparezca ante los medios para legitimar un estilo que, aunque con algo menos de vistosidad, también denota corrupción: la del principio fundacional de ennoblecer la política. En tal caso, no va a hacer falta que C's aclare nada, pues ya estará todo meridianamente claro.


Libertad Digital, 19 de abril de 2016

Treinta años de risas

Hace más de 30 años, el humorista Quim Monzó protagonizó un monólogo en TV3 en que ridiculizaba a la infanta Elena. El programa en cuestión se llamaba Persones Humanes y lo conducía Miquel Calçada, una especie de Milikito con ínfulas de solemnidad (ya sé que cuesta imaginarse esa quimera, pero es que España, créanme, no ha dado a nadie que pueda equipararse), un payaso con malas pulgas, en fin, que se valía de la comicidad para denigrar a España y los españoles, a quienes solía presentar como catetos, intolerantes o, tal fue el caso de la infanta, retrasados mentales. Hasta que la Casa Real, con su habitual apocamiento, hizo constar su enfado, Calçada tuvo carta blanca durante meses para exhibir, como parte del decorado de Personas Humanes, una fotografía de la primogénita de los Borbón en gesto no precisamente favorecedor.

La ficción que envuelve Cataluña decretó que ese detritus y otros de su especie eran humor inteligente, consideración que, en un bucle perverso, servía para acreditar lo distinta que Cataluña es de España, y donde distinta, obviamente, quiere decir superior. A falta de pruebas de dicha superioridad, nunca faltaban españoles que creyeran que, en efecto, Cataluña es una Dinarmarca en ciernes y España un erial africano. Poco importaba que la sátira la sátira que practicaban Els Joglars (ésta sí, inteligente) y que salpicaba a la Moreneta y al Barça hubiera merecido la condena del nacionalismo catalán, que ya veía en Boadella al jefe de los reptilianos.

En excedencia Monzó y Calçada (que en 2014 ejerció, ahí es nada, de comisario de los fastos del Tricentenario por designación gubernamental), el Departamento de Humor Inglés está hoy en manos de individuos como Toni Soler, Toni Albà o Empar Moliner. En el caso de esta última, el relevo fue particularmente indicado, pues, a semejanza de Monzó, suele exagerar su tartamudez (y toda clase de tics) para acentuar lo que su público (tan pavloviano) tiene ya por un timbre de agudeza. Ayer, en el mismo plató donde hace quince días el periodista Albert Sáez acusó a Arcadi Espada de defender la pederestia, quemó un ejemplar de la Constitución. Probablemente, para que el humo nublara lo que había dicho segundos antes, esto es, que España mata de frío a los catalanes (bastante parecido, por cierto, a decir "una pareja alquila a su hijo de 10 años a un pederesta".) La revolución de las sonrisas, sí; de las sonrisas heladas.


Libertad Digital, 12 de abril de 2016

El consorcio

DAVID GRAY / REUTERS
A pesar de que constituir una sociedad 'offshore' no es un delito, los individuos que aparecen en la filtración de los llamados 'Papeles de Panamá' ya han sido objeto del desprecio del vulgo, de esa recua de usuarios que más que darse cita con la actualidad, le ajusta las cuentas. En cierto modo, la producción de esta clase de noticias es inseparable de la demanda del público, cada vez más espasmódico, fisgón y, sobre todo, susceptible de desmayo. El griterío suscitado, por ejemplo, por que los hermanos Almodóvar hubieran tenido ¡hace 25 años! una firma en el país centroamericano no es sino una extensión moral del abucheo a las puertas del juzgado. El principal reactivo de esa barahúnda, claro está, es la condición de adinerados de los presuntos culpables. "¿Y si no es delito, por qué es importante?", se pregunta uno de los diarios que divulga la exclusiva. Y (se) responde: "Los Papeles de Panamá permiten, caso por caso, arrojar luz sobre cómo ricos contribuyentes, bancos y firmas de abogados han realizado operaciones poco éticas y al borde de la legalidad". Consorcio de investigación, lo llaman, pero a mí se me aparecen, como en Bélmez, los rostros de Évole, Wyoming y Pedrerol, esos gigantes del amarillismo, que es al periodismo lo que el populismo a la política. Luz sobre los ricos, en efecto: eso viene haciendo el Hola, tan ricamente, desde 1944.

Mucho me temo, en fin, que la noticia más asombrosa de cuantas se desprenden de los papeles sea el papeleo: 370 periodistas de un centenar de medios, 365 días, 11 millones de documentos, 2,6 terabytes... Digo yo que toda esa prosopopeya querrá decir algo, no sé muy bien qué, pero algo, y que sin tanta pompa todo quedaría en prosa de circunstancias. ‘¿Me podría resumir lo más relevante de su conferencia?’, le pidió un periodista a Cela. A lo que éste, con su mejor voz de rayos, contestó: “Ah, no, eso lo hace usted que para eso es el periodista”. ¡Qué no le habría dicho don Camilo a 370!



The Objective, 7 de abril de 2016

domingo, 10 de abril de 2016

Lucera mía

Al salir del taller, ya con la vespino en propiedad, reparé en que el resto de las motos que allí se adocenaban parecían estar dormidas, como si aquel badulaque, tan raramente familiar, fuera en verdad un almacén de androides con apariencia de fumadero de opio. El mecánico al que se la había comprado insistió en que la tratara con cariño, mas entonces creí que hablaba en jerga del oficio, en ese código lascivo que da en reservar a las máquinas los mismos atributos que a cualquier chica del póster; ya saben, motos que 'quieren' guerra, marcha, caricias. En el intento de quitársela de encima, le había pintado el carenado de negro y las llantas de blanco, lo que le daba un aspecto de lo más coqueto, como de ciclomotor psicodélico; el que llevaría el personaje de Ace Face en Quadrophenia, pensé, si los mods hubieran escrito su leyenda sobre vespinos en lugar de hacerlo sobre lambrettas. Aparcada frente al instituto, en medio de la barahúnda de hierros que allí solía haber, mi flamante vespino, erguida sobre el caballete, parecía un cisne negro que observara con desdén a sus iguales. A principios de aquel curso empecé a salir con Diana, la muchacha más hermosa del mundo, y como quiera que mi única ambición era demorar nuestras despedidas, la llevaba a casa todos los días. Si hubiera de reducir mi otra vida a un solo instante, a esa polaroid que hace del resto de la existencia un arrabal sombrío, me quedaría, sin duda, con una tarde de mayo en que, circulando por el Ensanche con Diana en la grupa, la besé en un escorzo y mi vespino, ay, se estremeció. Ese mismo día, al bajar de la moto, Diana se quemó el tobillo con el tubo de escape, en el que fue el primero de una larga lista de percances que, finalmente, alojaron en ella un temor tan vago como irracional, y que a la postre redundó en que declinara ir de acompañante. Andando el tiempo, y como ocurre con los ingenios que devienen familiares, la vespino me fue desvelando resortes insospechados. La clase de golpeteo, por ejemplo, que debía propinar a la luz para que dejara de titilar, o el trecho exacto que había que recorrer arrastrándola para arrancar en marcha, o el número de veces que, con la reserva por todo combustible, podía ir de casa al instituto y del instituto a casa. Tantos secretos me fue rindiendo, tantos fueron los matices con que me obsequió, que pilotarla empezó a ser inasequible para cualquier que no fuera yo. Los afectos, en suma, empezaron a contar tanto o más que la pericia; o, por decirlo de modo más preciso, la técnica con que había que cabalgarla no descansaba sino en la ternura. De ello me convencí luego de que Mario, que trabajaba como mensajero, la condujera un par de días (lo que tardaron en reparar su vespa) y, al devolvérmela, me reprochara el "poco caso" que le había hecho (eso dijo, 'poco caso', personificando el objeto como hiciera el mecánico). La sospecha de que, en el afán de hacerla suya, la hubiera forzado (el verbo se desplegó ante mí con inusitada procacidad) enfrió nuestra amistad. Debió de ser por aquellos días cuando apareció fotografiada en El País, ilustrando una noticia que hablaba del aforo de la sala Zeleste. La imagen había sido tomada un par de meses antes con motivo de una actuación de Paul MacCartney que provocó un tumulto en el acceso principal. Aficionado como era a los conciertos, la presencia de Lucera, que así la empecé a llamar, en la esquina contigua empezó a cobrar estatus de postal barcelonesa. Fue precisamente ahí, mientras yo disfrutaba de un recital de Los Suaves, donde me la robaron. La parálisis en que me sumí al advertir su ausencia me ayudó a recuperarla, pues no bien hube reaccionado, cuando ya la furia se abría paso entre el sobrecogimiento, oí su inconfundible arrullo. No en vano, ella y su captor venían derechos hacia el chaflán en el que yo me encontraba detenido, o acaso habría que decir hundido. El torpe cabeceo del piloto, así como la lentitud a la que circulaba, me llevó a pensar en que andaba perdido, de ahí, pensé, ese torpe regreso al lugar del crimen. Mi cábala se desvaneció al verlos derrapar, cual si ella, en efecto, hubiera regresado a mí. No pude comentar el lance con nadie, pues ya en esos días no tenía más amigos que ella; ni siquiera Diana, la hermosísima Diana, seguía a mi lado. Al poco, en un cumpleaños que alguien, no recuerdo quién, celebró en un garito, y al que fui a regañadientes, salí a airearme y vi que algunos de mis amigos evitaban el roce con ella, al punto de sentarse en todas las motos estacionadas en la puerta salvo en la mía, pues se había corrido la voz de que traía mal fario. En su anunciación como organismo, había abrasado a Diana, me había mostrado sus arcanos, había renegado de Mario y, en un alarde de sutileza, había confundido a aquel vaquilla hasta guiarlo hasta mí.


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No hubo en adelante nada comparable a atravesar Barcelona con los ojos cerrados, a sabiendas de que Lucera sorteará todos y cada uno de los obstáculos que le salgan al paso por la motivación, bien que absurda, de querer mi bien.


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Volví al taller para que le hicieran unos retoques y entonces supe a qué me había recordado el taller: se trataba de un remedo del anticuario de la película Gremlins, el de aquel chino que santificaba a sus criaturas por el procedimiento de no mojarlas, de no nutrirlas. Quién sabe si la locura también había mellado mi memoria.


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Hoy, en nuestro sexto aniversario, partimos hacia el norte. Tal vez no haya acantilado lo suficientemente bello para ofrendar nuestro amor de sangre y hierro.


Club Pont Grup Magazine nº 11, 10 de abril de 2016

miércoles, 6 de abril de 2016

Manifiesto unicejo

El manifiesto que aboga por que el catalán sea la única lengua oficial en Cataluña se llama, en realidad, "por un verdadero proceso de normalización lingüística en la Cataluña independiente". De hecho, la palabra oficial o derivados sólo aparece en una ocasión, y es para negar que el catalán lo sea. Es verdad que se trata de una exigencia velada, y que a los autores se les entiende todo, pero llama la atención que empleen el circunloquio ("articular la lengua catalana como eje integrador", "una lengua nacional", etc.) en lugar de hablar a las claras. No ya porque lo mínimo que se ha de pedir a un manifiesto es que manifieste, sino porque los portavoces del grupo promotor (Koniec, se hacen llamar) van por ahí presumiendo de valientes. Y claro, va a ser que no. Si será grave lo que piden que ni se atreven a hacerlo.

El texto, eso sí, resulta esclarecedor; en particular, para hacerse una idea de cuál es el pensamiento de una parte del profesorado en Cataluña, muy especialmente el dedicado a la enseñanza del catalán. Si algo evidencia el documento, en fin, es que la filología catalana, antes que una disciplina académica, es una ideología tóxica, cuyos efluvios xenófobos son ya indisimulables.

Tanto es así que sólo una mente averiada establecería una simetría entre el llamado españolismo y este insaciable Batallón Sociolingüista. No hay más que plantearse qué sucedería si 300 profesores de castellano publicaran un manifiesto que reclamara la supresión de la oficialidad del catalán en nombre, qué sé yo, de la descontaminación ambiental. Y si, de resultas de esa petición, el Partido Popular o Ciudadanos reaccionaran diciendo que no están de acuerdo, pero que de todas maneras tendrán muy en cuenta la reflexión de los impulsores del texto, como han hecho dirigentes de Junts pel Sí.

Por lo demás, entre las reacciones al manifiesto han predominado las del tipo 'No és això, companys', es decir, las de quienes, desde la órbita nacionalista, disienten de los firmantes por su exceso de celo, por su escasa empatía con los castellanohablantes o por el peligro que supone para el (buen) nacionalismo invocar argumentos etnicistas. Ningún (buen) nacionalista, no obstante, ha osado decir lo esencial: que la petición de oficialidad única se levanta sobre una montaña de mentiras.


Libertad Digital, 5 de abril de 2016