martes, 31 de diciembre de 2019

Tío Martin


El paralelismo inverso entre Una historia del Bronx y El irlandés. En la primera, De Niro abronca a su hijo por ir con mafiosos; en la segunda, arrastra a la hija hasta la frutería para que admire su flamante condición de mafioso. La paliza que le propina al frutero es ortopédica, cierto, pero no porque el actor no esté a la altura del personaje, sino porque el plano que la enmarca incluye, como es de ley, a la niña. Se trata, por así decirlo, de una tunda con dedicatoria, cuya testigo privilegiada es, en el ángulo izquierdo de la pantalla, la mocosa; es su mirada la que nos concierne, de ahí que el apaleamiento sea amorfo, inconcluso, monstruoso. Somos espectadores de una espectadora y es su desgarro, no el del tendero, lo que nos interpela. Ah, y los ajusticiamientos inopinados, al biés. ¡Pum!, la cancelación de la vida sin prolegómenos. “Pensé que vendrías por ahí, por eso estaba fijándome en que…” Pum. Nada que ver, por ejemplo, con la carnicería que perpetra Pesci en Uno de los nuestros, aderezada con la salsa de tomate de la matriarca, ni con el legendario acribillamiento por entregas del camarero Araña, que convirtió en inverosímiles cualesquiera otras cojeras que en el mundo han sido. Un refinamiento. Como lo es, por cierto, el fumeteo compulsivo de las mujeres. Qué erradas están las feministas que critican su ausencia de protagonismo. Como si ser un jodido estorbo no fuera, en el fondo, una forma de estrellato. Y el viaje a Detroit, sinécdoque de la vida. Y la perspectiva moral, por la que los mafiosos son a un tiempo verdugos y víctimas, individuos que llevan el destino escrito en la frente (y que aparece rotulado en forma de sucintas necrológicas). Y la voz en off; si en Casino hablaba un muerto, aquí habla otro; qué más da a quién. Y la ausencia de diversión. Estamos ante tipos que, en cierto modo, ya no hacen más que acostarse temprano. Y los silencios. Tres horas y media, duran.

The Objective, 31 de diciembre de 2019

lunes, 30 de diciembre de 2019

La Pirenaica en funciones

Me avisó el escritor Jorge Ferrer, que suele estar al acecho de la palabrería del poder. "Celaá ha dicho 'exiliados'." Pensé en la posibilidad, en absoluto desdeñable, de que el Gobierno designara de ese modo a los golpistas que eludieron la acción de la justicia fugándose de España. No ya porque el 'sanchismo' viniera dignificando la revuelta sediciosa en Cataluña mediante la expresión "conflicto político", retoño de aquel "contencioso" con que las huestes de ETA justificaron 853 asesinatos.

Si consideré verosímil que la portavoz de Sánchez presentara a Puigdemont, Ponsatí, Comín y compañía como perseguidos políticos es porque el bullshit de la izquierda (que es, en virtud de las cada vez más estrepitosas omisiones de sus referentes, el de la izquierda toda) hace tiempo que no se para en barras ni ve llegado el momento de tocar fondo.

Mas Ferrer me sacó de dudas: "Se refiere a los emigrantes de la crisis". Revisé el vídeo y, en efecto, el contexto que abrigó la mención así parecía indicarlo. "[El Ejecutivo ha elaborado] un plan director para un trabajo digno y un plan de retorno de los exiliados". Retorno de los exiliados. Ni siquiera había tratado de mitigar la perversión añadiendo el adjetivo "económico", como hasta ahora era preceptivo. Por decirlo à la page, Celaá se las apañó sin vaselina.

En mi ingenuidad, di por hecho que en el turno de preguntas alguno de mis colegas ahondaría en la cuestión. "Disculpe, Ministra, pero en el capítulo de iniciativas que ha impulsado el Gobierno, ha mencionado el retorno de los exiliados. ¿A qué exiliados se refiere? Gracias". Tal era el tipo de intervención que yo, fiado a la curiosidad de los presentes, creí que caería más pronto que tarde. Pero las interpelaciones se sucedieron sin que nadie juzgara pertinente que Celaá se explicara al respecto, como si la comparecencia fuera en verdad una performance orwelliana.

De resultas, el joven que, ante la falta de perspectivas, resuelve irse al extranjero (concepto cuando menos discutible en el marco de la Unión Europea) acabó compartiendo condición con quienes huyeron a ninguna parte para evitar unas represalias que en no pocos casos comportaban el fusilamiento.

La diáspora laboral, y muy particularmente la que se produjo durante los gobiernos del Partido Popular, en plano de igualdad con el exilio, circunscripción moral de un país asolado. Y la ignominia que supone para quienes abandonaron España hacinados en cargueros o dieron con sus huesos en un campo de exterminio, que esa terrible circunstancia sea equiparable a la del camarero que se emplea en Londres o la au pair que lo hace en París.

Con el agravante de que esa ignominia sea compatible con la prédica ejemplarizante de la memoria histórica por parte del PSOE y sus afines. Los mismos que siguen resistiéndose a aceptar, con todas las consecuencias que ello implicaría, que el único exilio de nuestro tiempo que merece tal nombre es el que provocó el terrorismo.

Voz Pópuli, 30 de diciembre de 2019

sábado, 28 de diciembre de 2019

Y desde luego, Cataluña

Fue, sin duda, el instante más luminoso del discurso de Nochebuena de Felipe VI. "Y desde luego, Cataluña". La revolución tecnológica, el rumbo de la Unión Europea, los movimientos migratorios, la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, el cambio climático...  "Y desde luego, Cataluña." Cataluña reducida a su mismidad, a un silabeo estertóreo sin más atributos que su inveterado, escandaloso enquistamiento en la agenda de la humanidad. El big data, el Brexit, el calentamiento global... y desde luego, Cataluña, locución que en adelante nuestro Rey debería pronunciar de un leve resoplido, acentuando el hartazgo. Uf, va dir ell. Y Cataluña, sííííííííííí... Y Cataluña.

Obsérvese la diferencia entre los temas que modelan el mundo y lo que no es más que un lastre. Entre los retos y el problema. Ah, y cómo la sintaxis lo pone de relieve: "Y desde luego, Cataluña", antes de cerrar la enumeración, una rémora. Con una salvedad, mientras los retos van mudando de piel (los coletazos de la Gran Recesión, la corrupción, la crisis de los refugiados, el yihadismo, el fomento de la innovación, la violencia de pareja, el 40 aniversario de la Constitución) el problema persiste, cada vez más ominoso, mórbido y enfático, al punto que asuntos tan cruciales como el devenir de la UE resultan de una insoportable levedad al lado de Cataluña, desde luego.

Si en 2014, "millones de españoles" llevaban, llevábamos "a Cataluña en el corazón..."; si en 2017, había que seguir un camino que debía conducir a que renaciera "la confianza, el prestigio y la mejor imagen de Cataluña", en 2019 no ha habido lugar a una perífrasis similar. A la vista de que la supuración no se ha detenido, Cataluña ha quedado para el desde luego y los inmerecidos agasajos de que solía ser objeto se han convertido en un llamamiento a la responsabilidad de terceros, y nunca mejor dicho.

En tiempos de Juan Carlos I, los atentados etarras incrustaron en su mensaje navideño sintagmas como 'la lacra del terrorismo' o 'la barbarie terrorista', y bastaban esas sucintas, monocordes referencias para que los televidentes completáramos el trazo. Cataluña desde luego supone, en este sentido, un salto evolutivo hacia una suerte de híbrido entre el grado cero y el sobreentendido, en espera de que a no mucho tardar caiga también el desde luego o, en un quiebro jocoso del destino, Cataluña.

Voz Pópuli, 28 de diciembre de 2019

lunes, 23 de diciembre de 2019

Calificación moral

Uno de los carteles de la película Star Wars exhibe en letras grandes el lema "Especialmente recomendada para el fomento de la igualdad de género". No, no se trata de un eslogan que la productora se haya sacado de la manga, sino de una categoría incluida desde 2011 en el sistema de "calificación por grupos de edad" del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), y que entonces se añadía a las ocho de la reforma original, que databa de 2010, con Ignasi Guardans aún al frente del organismo. El objetivo de la misma era afinar los criterios por los que una película se recomienda o no a menores de 7 años, menores de 12, menores de 16, etc.

La novedad que introduce el etiquetaje proigualitario (que también han obtenido Katmandú, un espejo en el cielo, La estrella o Carmen y Lola) radica en su carácter intergeneracional. Según reza la Orden CUL/1772/2011, "tal categoría [...] operará de manera transversal y, en su caso, acumulativa para todas las películas que se presenten a calificación por edades. La obtención de esta categoría no comporta, sin embargo, las obligaciones previstas para las calificaciones por grupos de edad." Antes que una restricción, en efecto, establece una aspiración, cifrada en principios como la "eliminación de prejuicios, estereotipos y roles en función del sexo", el "impulso de la construcción y difusión de representaciones plurales", el "uso de un lenguaje no sexista que nombre, también, la realidad femenina" o la "representación de las mujeres en aquellos sectores y niveles claramente masculinizados y de los hombres en los feminizados". Sólo una clase de películas queda excluido de esta suerte de ISO moral: las X, de lo que cabe inferir que, a juicio del ICAA, el sexo explícito es ontológicamente incompatible con el presunto horizonte de progreso que perfilan los anteriores criterios.

Ahora bien, ¿qué hacemos entonces con la verdad? ¿Dónde aparcamos el hecho, por ejemplo, documentado por Seth Stephens-Davidowitz en Todo el mundo miente, de que entre las búsquedas preferentes de las mujeres en el portal PornHub figure el sexo con violencia contra ellas? ¿O que las tasas de búsqueda con los términos "violación" o sexo "forzado" sean el doble de veces más elevadas entre las mujeres que entre los hombres? Tal como advierte el autor, ello no significa que las mujeres quieran ser violadas en la vida real ni resta un ápice de gravedad a semejante crimen, pero sí evidencia la profusión de una fantasía que el ordenamiento del ICAA identifica con la indignidad.

La corriente doctrinal predominante en los estudios de género sostiene que si las mujeres se excitan con escenas donde hay castigos, maltratos y vejaciones es porque su deseo ha sido cincelado por el heteropatriarcado. (Estaríamos, así, ante un deseo indeseable, que llevaría aparejada la necesidad (más o menos imperiosa) de salvar a las mujeres de sí mismas.) Se trata, en cualquier caso, de una afirmación indiscutible. Literalmente indiscutible. Cuando menos en la universidad. La posibilidad de hacerlo, de plantear cualquier objeción, por razonable que sea, a este y otros dogmas en boga, ha sido finiquitada por el feminismo radical, esto es, el hegemónico.

Hay un hilo perfectamente visible entre el fajín de Star Wars y el boicot a Pablo de Lora en la UPF, un hilo cuyas hebras conectan nuestro días con la mirada profiláctica de la censura franquista, que también opinaba que la vida tenía mucho de constructo.

Voz Pópuli, 23 de diciembre de 2019

martes, 17 de diciembre de 2019

Lazi, cumpleanys, satisfyer

Como ya apunté en el preámbulo de 2018, esta lista contiene aquellas palabras que, por novedad o reiteración, han ahormado la actualidad. Almanaque semántico, registro de costumbres, tesauro pop, la selección se nutre de los periódicos y su eco arrabalero, las redes sociales, y, dado su carácter fungible, no aspira más que a la melancolía; el spleen de un tiempo español. Tan sólo uno de los términos, ‘mochufa’, no proviene del borbotón de la prensa o el Twitter, sino del remanso de la novelería. Como saben quienes han leído Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, ‘mochufas’ es el insulto que el protagonista, Manuel, reserva a la patulea de domingueros que perturban su plácida misantropía. Al igual que otros hallazgos de Lorenzo, en cuya voz reverberan las de Infante, Hortelano, Quevedo y demás gigantes de la intemperancia, ‘mochufa’ no es palabra que esté en el diccionario, mas si la RAE se dignara recogerla habría de amasar su definición con ingredientes como la simpleza, la cursilería o el cretinismo. ‘Mochufa’, en suma, alude al neoenajenado con semblante de emoticono, al parrillero de pastilla pat, al ‘amante de la naturaleza’ que no bien llega al campo gusta de inspirar ‘aire puro’ extendiendo los brazos, al sedicente gourmet que prefiere un ribera a un rioja, al discutidor que dice ‘te lo compro’… Por lo demás, la relación incorpora un vocablo, ‘voxismo’, que en la pasada edición descarté por falta de cuajo, y rinde tributo a esos dos hacedores de lenguaje que son Federico Jiménez Losantos y Arcadi Espada, de quienes he tomado ‘sicariato-aristogato’ (→ ‘voxismo’) y ‘procesionaria’. A mi cosecha pertenece ‘txunami’, adaptación a la fonética y la moral catalanas de la transliteración ‘tsunami’. Vaya mi agradecimiento, un año más, a Patricia Jacas.

Encamisar, microvoladura, sextorsión, lazi, ecoansiedad, mena, perimetrar, listeriosis, mechada, DANA, trifachito, postprocés, ERT, procesionaria, ciberbulo, gretinismo, frankenstein, cumpleanys, backstop, blanquear, mochufa, sinhogarismo, reinhumación, txunami, sicariato-aristogato, putivuelta, sedición, ñordo, neuroderechos, pornovenganza, ciberlerdo, prototipar, COP, voxismo, satisfyer, AVLO, narcosubmarino.

The Objective, 17 de diciembre de 2019

lunes, 16 de diciembre de 2019

Disunion Jack

La victoria de Boris Johnson ha despejado el camino para la culminación del Brexit, en lo que supone el mayor golpe a la UE desde que ésta empezara a aletear sobre los escombros de Europa. Érase aquél un tiempo en que esa misma palabra, escombros, y otras de su cepa, como hundimiento, ruina o devastación, fueron monstruosamente literales. Bien mirado, el proyecto de integración europea ha posibilitado que durante casi setenta años (contados desde la célebre declaración de Schuman) esa familia léxica tuviera sobre todo un uso metafórico, a menudo indeseable por cuanto tendía a deslizarse por la pendiente de la hipérbole, con lo que ello tiene de vaciamiento de sentido, de desvinculación de lo real. Gracias, en suma, al grado de civilidad que implican instituciones como la UE, los 'linchamientos' no suelen desbordar el Twitter.

Estamos, ni que decir tiene, ante un suceso desolador, tanto que sorprende que algunos analistas celebren, con no poca ligereza, que el proceso haya llegado a su desenlace. ("¡Al fin!", dijo el amputado.) Máxime cuando la incertidumbre no ha hecho más que empezar, y no sólo por los perjuicios que el Brexit acarreará en lo económico (la voluntad de cooperación bajo el frontispicio ético, humanista, de la confianza mutua está en la base del comercio, esto es, del progreso, y 'la Europa de los mercaderes', como el nacional-populismo gusta de descalificar a la UE, no es sino el cimiento de la convivencia); también, por el sentimiento de extranjería que invade desde el viernes a los ciudadanos europeos no británicos (aunque la especificación es ya un pleonasmo) residentes en el Reino Unido, una quiebra moral que, en adelante, redundará en una pérdida inexorable de derechos.

Por lo demás, el Brexit ilustra de manera ejemplar la toxicidad del nacionalismo. Del mismo modo que hay dos millones de catalanes que están dispuestos a sacrificar su bienestar y el de las generaciones venideras en nombre de la hispanofobia, hay 13.966.565 de británicos, unos 14,5 si tenemos en cuenta a los votantes de Farage (la diferencia global respecto a la suma de laboristas y liberales ha sido de 600.000 votos) que han resuelto convertir en intrusos a franceses, españoles, alemanes, italianos... invocando para ello un indisimulado supremacismo.

Y a sabiendas, conviene subrayarlo, de que los augurios de prosperidad de los Farage y compañía no eran más que patrañas; esta vez, en efecto, ningún elector puede alegar que ha sido víctima de las fake news. Ciertamente, el hecho de que el Remain se hallara subordinado a la izquierda energúmena de Jeremy Corbin no ha favorecido la causa europeísta, pero nada se me antoja más nocivo que la vuelta a la caverna. Para colmo, el triunfo conservador ha reactivado el independentismo en Escocia e Irlanda del Norte, amén de investirlo, a ojos del mundo, de un halo de legitimidad.

Contra el IRA no vivíamos mejor, pero desde la II Guerra Mundial no ha habido en Europa un momento más incierto, comprometedor e inicuo que éste. A ver si así.

Voz Pópuli, 16 de diciembre de 2019

lunes, 9 de diciembre de 2019

El álbum familiar de Géraldine Schwarz

La periodista Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) se preguntó cómo la Unión Europa, el mayor proyecto de solidaridad internacional que ha conocido el mundo, ese razonable enclave moral que, con la ominosa salvedad de la guerra de la ex Yugoslavia, había logrado diluir hasta lo inconcebible las hostilidades entre Estados, se vio de pronto amenazada por un eje sombrío que tenía como extremos la xenofobia más o menos indisimulada de partidos como el Frente Nacional, Fidesz o AfD, y la retórica antistema, el peronismo reloaded de Podemos o Francia Insumisa.

La pregunta no sólo se la formuló Schwarz; también muchos otros ciudadanos que, al igual que ella, asisten (asistimos) a la expansión de un fenómeno que tiene algo de rave zombi. No obstante, y a diferencia de la mayoría de sus coetáneos, Schwarz no trató de responderla, sino que, con ella a cuestas, remontó dos generaciones a fin de averiguar en qué medida su propia familia había sido copartícipe de la furibundia hitleriana. Hija de francesa y alemán, el ramal materno la llevó a Drancy y el paterno, a Mannheim. En esta industriosa localidad a orillas del Rin arranca su reportaje Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets), un asombroso relato introspectivo que es, al mismo tiempo, el remiendo de nuestra edad moderna.

El abuelo de Géraldine Schwarz, Karl Schwarz, fue un emprendedor de vida muelle que, como tantos otros vecinos de Mannheim, se afilió al NSDAP. Nunca manifestó una especial devoción por el Führer (a diferencia de la abuela Lydia, que se reveló una auténtica groupie) pero consideró, con buen juicio, que el carné del partido sería la mejor de las credenciales para prosperar en los negocios. En 1938, cuando Berlín intensificó la arianización de las pocas empresas judías que habían resistido al boicot, la extorsión o los linchamientos, los hermanos Julius y Sigmund Löbmann, a la sazón poseedores de Sigmund  Löbmann & Co, dedicada a la venta de productos petrolíferos, se resignaron a vender la empresa para financiar la huida.

¿Vender? Saldarla, más bien. En una operación que exigía el visto bueno de las autoridades nazis, el abuelo Karl adquirió el negocio a un precio de derribo, que sólo incluía el suelo y la maquinaria. Según cuenta  su nieta, “hubo personas simplemente más honestas que, a espaldas de las autoridades nazis, se las arreglaron para pagar ‘en negro’ el valor inmaterial de la sociedad” [la cartera de clientes, las fórmulas, las patentes…]. […]Karl Schwarz no podía jactarse de serlo”. La indagación de la autora en el devenir de la familia Löbmann la lleva a una residencia de ancianos en Peterborough, a una hora al norte de Londres, donde Lotte Kramer, "una mujer de noventa y cinco años, menuda y de gestos delicados" le confirma que es sobrina de los hermanos Löbmann. El encuentro con la descendiente propicia la reconstrucción de una odisea que tiene algo de tributo memorable, de reparación moral, y que al estar expuesta sin alarde ninguno, resulta, si cabe, aún más conmovedora, como si en el texto, visto al trasluz, pudiéramos leer la inscipción de la Medalla de los Justos entre las Naciones: "Quien salva una vida salva al Mundo entero".

El campo de Drancy, a las afueras de París, fue el principal centro de internamiento provisional de prisioneros en la Francia ocupada, una suerte de estación de paso hacia los campos de exterminio, y de cuya vigilancia se ocupaban gendarmes franceses. Tras la Liberación, los abuelos de Géraldine se instalarían en Le Blanc-Mesnil, municipio contiguo a Drancy. Cuando la madre, Josiane, empezó a estudiar en la Sorbona, "cruzaba en autobús [desde Le Blanc-Mesnil] el municipio adyacente de Drancy". Géraldine le inquirió por esa circunstancia y ella, "con aire un poco culpable", respondió: "Yo no tenía ni idea de lo que era Drancy, ni en los años cincuenta ni en los sesenta". Al punto, Géraldine se preguntó "cómo era posible que ignorara que al lado de su casa se había desarrollado uno de los mayores dramas de Vichy solamente unos años antes de la llegada de su familia a la región".

No es éste, en suma, un ensayo en que abunden las personificaciones del Mal Absoluto. Por sus páginas no desfilan gentes como Rudolf Hess, Klaus Barbie, Josef Mengel o Franz Murer, sino otra clase de monstruos: los mitläufer, esto es, los millones de europeos que fueron indiferentes a la iniquidad  o aun sacaron partido de ella; aquellos que, por indolencia o cobardía, se cruzaron de brazos frente a la cacería del vecino. Los que se mimetizaron con el ambiente y cuando bajaron las aguas dijeron no haber visto ni oído nada. Los que, como en el caso francés, se pusieron al servicio del invasor para luego presentarse ante el mundo como valerosos resistentes. Los amnésicos que, en cierto modo, nos siguen interpelando.

Voz Pópuli, 9 de diciembre de 2019

jueves, 5 de diciembre de 2019

El mal mayor

El activista hispano-argentino Gerardo Pisarello siguió estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán, su ciudad natal. En 1995, no bien obtiene la licenciatura (premio extraordinario de su promoción), se traslada a Madrid para cursar el doctorado en la Complutense, que culmina en 1999 con la tesis Los derechos sociales en el estado constitucional. Dos años después recala en Barcelona, donde, tras una suplencia de tres meses como profesor en la UB, obtiene plaza de titular en la asignatura de Derecho Constitucional. Entre sus padrinos político-intelectuales figura su compatriota Mario Firmenich, jefe del grupo terrorista Montoneros (extrema izquierda peronista, con centenares de asesinatos a sus espaldas), y vinculado a la UB desde mediados de los noventa, primero como doctorando (a la lectura de su tesis acudió como oyente Manuel Vázquez Montalbán, de cuya fascinación por el personaje había dado cuenta en Quinteto de Buenos Aires) y, posteriormente, como profesor asociado. Firmenich, condenado en 1983 a 30 años de cárcel por los delitos de asesinato, homicidio e intento de secuestro, informa Martín Prieto, había recibido el indulto en 1990 de manos de Carlos Menem, y en 1996 se trasladó a España; concretamente, a la localidad barcelonesa de Vilanova i la Geltrú, donde todavía reside. Sea como fuere, su perfil está más próximo al de un Carnicero de Mondragón que al de un Ibon Etxezarreta. “Yo nunca he matado a nadie inútilmente, ni por gusto, ni por sadismo, ni por nada”, declararía en 2001 a una emisora porteña. A esa esfera moral, en fin, pertenece el flamante Secretario Primero de la Mesa del Congreso de los Diputados.

Entre los hits de Pisarello como primer teniente de alcalde de Barcelona, se cuentan el plantón al consejero delegado del Mobile en la gala de homenaje que le tributaron los comerciantes barceloneses (“tenía que verme con unos músicos uruguayos”, se justificó), la retirada del busto de Juan Carlos I de la Sala de Plenos del Ayuntamiento (una suerte de exhumación simbólica del régimen del 78 que él mismo supervisó cual capataz de la Historia, y para la que se hizo rodear de una nube de periodistas), el forcejeo con Alberto Fernández Díaz para impedir que éste desplegara en el balcón del Consistorio una bandera española, la desfachización del nomenclátor (cambios de nombre de la calle Almirante Cervera, la avenida Príncipe de Asturias y la avenida de Borbón…), las vacaciones familiares en Argentina (del 2 de al 30 de agosto de 2018) costeadas en parte por el contribuyente por incluir, alegó una atribuladísima Colau, una “agenda institucional”, o su desprecio aspaventoso a la oposición municipal, y muy en particular a la que ejerció la concejal de Ciudadanos Carina Mejías. Menos conocido es que se trate del dirigente podemita que más ha porfiado en criminalizar la acción del Estado Español contra ETA, como muestran las tribunas de prensa sobre el macrosumario 18/98, la doctrina Parot, el posterrorismo o la operación Mate, escritas al alimón con el separatista de cabecera de Barcelona en Comú, Jaume Asens.

Este individuo tendrá atribuciones en la configuración de la agenda parlamentaria en virtud de la chusca altanería de Vox, cuyos dirigentes han aducido para ello razones estrictamente aritméticas. Las que subyacen, obviamente, en la España que resta.

The Objective, 5 de diciembre de 2019

lunes, 2 de diciembre de 2019

Justo el resultado


En 2012, a rebufo de la crisis que familiarizó a los españoles con fantasmagorías como la prima de riresgo, la élite política catalana se conjuró para quebrar el Estado de Derecho y fundar una suerte de Arcadia donde 1) no existiera la corrupción, 2) las ancianas llegaran a final de mes y 3) siempre hubiera helado de postre. No es un sarcasmo. Eso mismo rezaban los carteles con que las asociaciones ANC y Òmnium Cultural, es decir, el Govern, sembraron Cataluña una mañana de julio de 2014. A los conjurados les animaba la certidumbre de que la revuelta (que tuvo su principal altavoz en TV3), sumada a la sobreexposición del victimismo, precipitaría la consecución de la independencia. El plan se topó con un imprevisto: la ley, que hasta entonces en Cataluña había sido algo así como un mero supuesto de trabajo. Los principales promotores de la consulta ilegal que debía servir de palancazo final para desgajarse de España fueron llevados ante los tribunales, y Arcadi Espada dio noticia en El Mundo de las 53 sesiones del juicio, que siguió casi siempre in situ.

Me lo imagino entrando en el Supremo con el paso solemne, aun majestuoso, con que suele personarse en cualquier escenario en que se dirima el presente español. Es fama que lo hace en nombre del Cuarto Poder, de ahí que en esos trances adopte la expresión de un pantocrátor de perfil. Durante los meses en que transcurrió el juicio, AE fue un hombre preso de la excitación. Qué empedernido demócrata no lo hubiera sido al ver desplegarse ante sí el Régimen del 78. No el flácido ritornelo del progreso, la prosperidad y las siete copas de Europa, sino la Democracia misma alzada en defensa propia, como una Temis de bronce que de súbito frunciera el ceño. Del estado de efervescencia en que se hallaba AE (y que tanto tiene que ver con lo sensual libidinoso, pues para él no hay nada más erógeno que la dilucidación de la verdad: “A mí la verdad me pone, y lo digo muy en serio”, le oí decir en un consejo de redacción en Factual) también me dio noticia nuestro amigo común Javier Melero. Al parecer, un día antes de que dieran comienzo las sesiones, AE se interesó por el modo como se abriría la vista, qué palabras exactas pronunciaría el magistrado Manuel Marchena. No descarto que tuviera en mente estas otras, escritas un 20 de febrero de hace 37 años: “Las 10,07 horas de la mañana de ayer marcaron el momento histórico en que el teniente general Luis Alvarez Rodríguez, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, constituido en sala de justicia, dio orden de que comenzase la vista de la causa que se sigue contra los 33 procesados por el intento de golpe de estado del pasado 23 de febrero.” Fueron las que inauguraron la serie de crónicas que José Luis Martín Prieto publicó en El País, reunidas en Técnica de un golpe de estado: el juicio del 23 F, al que AE reserva un lugar de honor en su biblioteca.

Sea como fuere, no era la primera vez que AE personificaba al periodismo en un juicio. En 2001 declaró como testigo en el caso Raval, instruyendo al tribunal acerca del caravaggio que aparecía en la cubierta de su libro, y que, a ojos de un fiscal henchido de estulticia, bien podía constituir, ¡ajá!, una apología de la pederastia. Ya en esta década, y con motivo del procesamiento a Artur Mas por el 9-N, acudió a los juzgados del Arco de Triunfo y se plantó frente al sujeto. “¿Por qué no ha respondido a las preguntas de la acusación?”, le preguntó. He tenido la tentación de escribir “a quemarropa”, pero lo cierto es que se dirigió a él como “president”, deferencia que, al serlo también para consigo, devino en tuteo memorable. El respeto a la dignidad del cargo, por lo demás, es uno de los rasgos estilísticos del autor, y acostumbra emplearlo con cierta afectación cuando el columnismo se mimetiza con el twitterismo y al gobernante de turno le llueven los insultos más procaces. En ese preciso instante es cuando AE, remontando el río, anota “El presidente Torra”, “la alcaldesa Colau”, recordándonos a todos, a los de “a mí el pelotón que los arrollo”, que el prurito civilizador es un bien supremo. Mas tratándose de AE siempre hay que mirar debajo: frecuentemente, ese decoro resulta en la clase de fricción que hizo fortuna en el surrealismo, y que, en su deriva más excelsa brinda criaturas cuasi oníricas de puro desconcertantes, como “el Doctor Sánchez”, “el pensador Otegi” o “el antiguo filósofo Ramoneda”. No en vano, en la obra reciente de AE (grosso modo, la que arranca con su blog en 2004) la onomástica es en sí misma un valor moral. Entiéndanme: no es que antes no lo fuera; uno de los cometidos del oficio, de hecho, es iluminar el bestiario con el que debe uno tratar de sol a sol. En esa lid, AE ha desarrollado la virtud de tasar, desde un ángulo insólito, inasequible al común de los plumillas, los aspectos más superficiales del personaje que la actualidad le arroja sobre el escritorio. Superficiales, sí: los que están a la vista del público general y que, por esa misma razón, nos llevan a preguntarnos: pero, ¿cómo no se me había ocurrido a mí? Que ahora, como decía, AE se aplique a ello con especial fruición obedece, más allá del género (hasta anteayer, como aquel que dice, AE construía pirámides invertidas) a la época: nunca, en efecto, habíamos previsto que en la conversación sobre Barcelona, un tema que los periódicos abordaban con un rigor que rayaba en la adustez, se inmiscuyera un pisarelllo. Alias como El Valido, El Desleal, Gazielet, Ana Gabriela, El Probe Robert o Don José Montilla (por el charnego al que el nacionalismo -y sólo el nacionalismo- convierte en señorito) y, en lo que hace a los partidos, paranomasias como la Podemia, Podéis o la Cup Menstrual, componen un glosario cuyo éxito se cifra en eso que los gabinetes de prensa llaman impactos: AE, en efecto, es el periodista más copiado del reino, al punto que también se permiten hacerlo quienes no entienden lo que dice. Estas crónicas vienen a engrosar el santorial espadiano, con hallazgos como Smith & Wesson (Ortega Smith), el pueblo catalunyés o, je, la porfía en coser a los principales procesados la condición que mejor les define (veremos por cuánto tiempo): la de preso: el preso Junqueras, el preso Romeva, el preso Cuixart… Dados los delitos, ‘reo’ habría parecido un tanto cinematográfico: “¡Póngase en pie el reo!”; demasiado ficcional, en fin, para lo que allí se ventilaba, y de todos son sabidos los pleitos que AE mantiene con la ficción. Con todo, tal vez mi quiebro favorito sea el que puntúa la labor de Javier Melero y, por defecto, la de sus colegas. Sirva de muestra el arranque del capítulo 39: “Cuando los intereses del abogado, Melero, coinciden casualmente con los de la verdad el juicio cobra una altura”. El abogado, coma, Melero. A diferencia de, pongamos, el juez Marchena o el fiscal Zaragoza. ‘Porque en la sala’, viene a decir AE, ‘abogados, lo que se dice abogados, sólo hay uno; el resto son políticos’. Y lo que cualquier soldado raso habría resuelto incurriendo en  una paráfrasis como la anterior, él lo hace con una coma, emulando el eslalon minimalista con que Benzemá, el 10 de mayo de 2017, limpió a tres defensas del Atleti.

El juicio, por cierto, tuvo una notable impronta futbolística. No en vano, a la expectación inicial siguieron fases de un insufrible centrocuentismo. Y al igual que los locutores que narran los partidos se ven en el brete de constatar el tedio sin ahuyentar al televidente, apelando para ello al eufemismo (tal vez el duelo no sea vistoso pero sí emocionante), los cronistas hubieron de lidiar con sesiones más parecidas a un Sestao-Eibar que al litigio vibrante y decisivo que hizo de España un trending topic mundial. ¿Cómo se las ingenió AE para retener al lector? Como lo haría el mismísimo Víctor Hugo Morales. Si éste entretenía la mirada hilando anécdotas de los tiempos de Gatti, Perfumo y Pastoriza, AE traía a colación el Diccionario de insultos. Extraídos y trasvasados de las obras de D. Francisco de Quevedo, o se daba a la disertación sobre el verbo “excepcionar”, o citaba a Henry Sidgwick a cuenta de un artículo de Juan Claudio de Ramón.

Entre las cuantiosas anomalías de la provincia española, figura el hecho de que, meses después del juicio, ni un solo periódico haya ofrecido a sus lectores un vídeo con las mejores jugadas. Si se dignaran, o si, pongamos por caso, Netflix produjera una miniserie, no habrá guión que mejore el que tienen ustedes entre manos.

El título, Sed de lex, se cuenta entre los más sagaces de los libros de AE y si el publicista Mejide quisiera discutirlo, como hizo en su programa a propósito de Un buen tío (cuando osó afirmar que él y su ignorancia le habrían puesto 'Un buen tipo') debería hacerlo con la esposa del autor, Patricia Jacas, pues a ella se debió la genialidad.

Posfacio a Sed de lex, de Arcadi Espada

La gestoría

Lo primero que tienen que hacer los militantes de Ciudadanos para salir del hoyo es despojarse de todas esas ridículas pulseritas, cintas e insignias con que suelen ir pertrechados, y que constituyen la más ostentosa metáfora del ensimismamiento que aqueja al partido. Lo segundo es dejar de decir estupideces del tipo “Nos dejaremos la piel”, “¡Vamos, equipo!” o “Somos más necesarios que nunca”… Lemas que más bien parecen descartes de Mr. Wonderful, y que se propagan con arreglo a un unanimismo que ha llegado a incluir amonestaciones verbales a quienes, en Twitter, no se han prodigado en el uso del repertorio que iba alumbrando la factoría De Páramo: “chiringuito”, “la banda de Sánchez”, “el plan Sánchez”… Que Ciudadanos sea una de las formaciones que menos contribuye a la conversación pública (tribunas de prensa, ensayos, etc.), es otro de los efectos calamitosos del reinado de Rivera, a quien muy probablemente veamos antes en Supervivientes que como analista político.

Lo siguiente es deshacerse de su plana mayor, corresponsables de un cataclismo que los incapacita para seguir al frente del proyecto. Visto lo visto en el Consejo General del sábado, en que habían de sentarse las bases del relanzamiento de Cs, resulta obvio que Villegas, Hervías, Cuadrado y Bofill no pretenden sino perpetuarse en la Ejecutiva o, cuando menos, tratar de convertir en residual al sector crítico.

Sí, Villegas ha anunciado que tira la toalla, pero hay un precedente que obliga a poner sus palabras en cuarentena. En junio de 2009, el ex secretario general de Ciudadanos, a la sazón secretario de Relaciones Institucionales y muñidor del fiasco Libertas, divulgó un comunicado en el que “como responsable del comité negociador con Libertas y de la coalición a nivel estratégico y programático”, asumía el “fracaso electoral” y presentaba su carta de dimisión "irrevocable" al presidente de C's, Albert Rivera.

Sea como fuere, que los mismos individuos que han hundido el partido se postulen para reflotarlo bajo la presidencia de Arrimadas es una pésima noticia. Incluso tengo fundados reparos ante la posibilidad de que la actual portavoz en el Congreso lidere a partir de marzo el nuevo C’s, siendo ella misma, pese a sus innegables cualidades, una (re)encarnación de Rivera, al que ha secundado en todos y cada uno de sus errores. De ahí, en parte, que su autocrítica más convincente desde el 10N haya sido: “¡Ni que hubiéramos matado a Kennedy!”. Un epitafio, en efecto.

Voz Pópuli, 2 de diciembre de 2019

martes, 26 de noviembre de 2019

Un encargo

Javier Melero fue el único abogado del juicio por el 1-O que, en la firme convicción de que España es un Estado de Derecho, opuso argumentos estrictamente jurídicos a las imputaciones (rebelión, sedición y malversación) que pesaban sobre su defendido, el efímero consejero de Interior Joaquim Forn. Su estrategia operó el mismo efecto que las jeremiadas políticas de los Pina, Van den Eynde o Salellas, es decir, ninguno. No obstante, la finura con que expuso sus alegatos, la perspicacia con que interrogó a los testigos y, en general, la inteligencia con que se condujo en ese teatrillo en que se convirtió la Sala Segunda del  Supremo entre febrero y junio de este año, forjó un raro consenso aprobatorio, aun admirativo, en torno a su figura (en la última manifestación que hubo en Barcelona, a la que acudió con chándal -sofisticado, eso sí-, algunos de los congregados se acercaron a estrecharle la mano, un tanto perplejos por el hecho de que el mismo individuo que defendió a Forn estuviera reivindicando el constitucionalismo a pie de obra).

Sea como fuere, el editor de Ariel, Francisco Martínez, consciente de que se trataba de un personaje con las suficientes aristas como para legar un material de interés, propuso a Melero en junio de este año escribir un libro que diera cuenta de los entresijos del proceso, así como de las tribulaciones, sinsabores y desesperos que fueron trabando su labor. El resultado es El encargo, una suerte de ensayo insider que desvela, en un estilo que remite al viejo noir americano, aspectos ciertamente insólitos de la Causa Especial 20907/2017.

De la pluma de Melero conoceremos de primera mano la angustia existencial que acechaba por aquellos días a Oriol Pujol, que lamentaba estar condenado por corrupción en lugar de estarlo por patriotismo; seremos testigos de su profundo desacuerdo con el proceder del resto de los letrados, de sus conversaciones sobre boxeo con el juez Marchena, de los vaciles chocarreros que se traía con Ortega Smith, de las discusiones con su amigo Arcadi Espada, del hartazgo de Forn ante el sinfín de visitas solidarias que se veía obligado a recibir en Lledoners, y que le impedían ¡jugar al frontón! De este otro encargo, Vozpópuli les ofrece dos fragmentos.

Voz Pópuli, 26 de noviembre de 2019

lunes, 25 de noviembre de 2019

Contra el centralismo

El Supremo ha empezado a revisar la sentencia del caso Palau, por la que la Audiencia de Barcelona impuso en 2018 penas graves a los dos saqueadores confesos de la institución, Fèlix Millet (9 años y 8 meses de cárcel) y Jordi Montull (7 años y 6 meses), y penas menos graves a la ex directora financiera, Gemma Montull (4 años y 6 meses), y al ex tesorero de Convergència, Daniel Osàcar (4 años y 5 meses). Cinco magistrados de la Sala Segunda del Alto Tribunal resuelven a puerta cerrada desde el 12 de noviembre si los principales condenados deben ingresar en la cárcel.

Diez años bien merecen un recordatorio: el caso Palau, que empezó teniendo nombre de novela de Enid Blyton: ¡el misterio de los billetes de 500 euros!, es, junto con el caso Banca Catalana, una de las más depuradas sinécdoques de Catalunya. O, por decirlo en en germanía local, una Catalunya en miniatura (bastante más real, por cierto, que la maqueta así llamada de Torrellas de Llobregat).

Fèlix Millet i Tusell fue el continuador de una tradición familiar que arranca a finales del siglo XIX con Lluís Millet i Pagès, tío abuelo del susodicho, y que confirió un cierto sesgo patrimonialista al cargo de director de la entidad. Tanto es así que llegó a fijar su vivienda en un altillo del edificio, sobre el escenario mismo. Los límites entre patria, parentela y partitura se confundieron en un totum revolutum que fue operando en la burguesía catalana una asombrosa tolerancia al delito. En parte, porque fue moralmente copartícipe.

Si Millet y Montull se lo llevaron crudo, Convergència lo hizo vuelta y vuelta. Ferrovial suscribía contratos de patrocinio con el Palau para canalizar sus donaciones a Convergència, que coincidían, grosso modo, con el 4% de las obras públicas que el Govern concedía a la constructora. No en vano, entre los 16 recursos que revisa el Supremo se halla el de la absolución en primera instancia de los dos directivos encausados: Juan Elízaga y Pedro Buenaventura.

En su homérico Música celestial, el periodista Manuel Trallero no sólo descifró el modus operandi del pillaje; además, desmintió que éste, como se insinuó en algún editorial de la época, fuera un alarde de orfebrería contable:

"Sólo una hemorragia de imaginación puede hacernos creer que estamos ante el Madoff catalán. Se parecen como un huevo a una castaña. No hay ingeniería financiera ni mucho menos, ni rastro de glamour, sólo caspa y moscas. La gomina marbellí o levantina se sustituye por los condones a cargo del Palau o por llevarse [Montull] el papel higiénico de los establecimientos colindantes. Eran unos hijos de la miseria."

Por la indagación cuasi antropológica de Trallero (quien, por cierto, acaba de publicar en coautoría con Josep Guixá una prometedora biografía de Jordi Pujol –Todo era mentira) conocemos, en fin, al Millet menos expuesto al foco: al huraño que atizaba la desconfianza entre subalternos, al alcohólico al que las tardes se le venían encima con demasiada frecuencia, al rijoso que gustaba de coquetear con las empleadas (acosar, diríamos hoy), al mangante que, al anochecer, se llevaba el billetamen en bolsas de basura. El hecho de que los empleados apenas alzaran la voz se debe, en buena medida, a que también ellos vivieron amorrados a la ubre de los prodigios. La documentación que a este respecto aporta Trallero refleja que cualquier administrativo de medio pelo recibía 4.000 euros mensuales, y que los sobresueldos estaban a la orden del día.

Que la trama de los ERE tienda a compararse con la Gurtel en lugar de con el Palau, con la que tantísimos paralelismos presenta (empezando por el de la cutrez), evidencia hasta qué punto Cataluña sigue siendo un oasis en el imaginario español. Ya no cabe hablar de más agravios que los de este tipo de inadvertencias.

Sólo en el caso de El País, que ha tratado estos días de desvincular al PSOE del fraude andaluz, la omisión es, siquiera por una cuestión de asimetría, comprensible. Vean, si no, el fragmento del editorial que publicó el 16 de enero de 2018, cuando aún era un periódico:

"La sentencia [sobre el Palau de la Audiencia Provincial de Barcelona] puede albergar aspectos discutibles, como la impunidad final de los líderes de CDC, de la empresa que pagó las comisiones ilegales (Ferrovial), y todos los aspectos que los concernidos aspiren a recurrir. Su recorrido en el marco judicial será, pues, el que marquen los jueces. Pero es su impacto político el que procede analizar. […] El PDeCAT se ha dado prisa en desvincularse de CDC y los jueces dictaminarán en futuros recursos si esto es válido. Pero políticamente no pueden engañar a nadie."

Voz Pópuli, 25 de noviembre de 2019

viernes, 22 de noviembre de 2019

Lo que dijo Manolo

Cada tanto, un coro de plañideras clama con resignada solemnidad, sin sombra alguna de ironía, el interrogante cenital de su generación: “Y de esto, ¿qué habría dicho Manolo?”, concediendo a la obra de Manuel Vázquez Montalbán (y a su vida: ¡dio en morir en Bangkok, como sus pájaros!) un obsceno sentido oracular. Lo cierto es que Manolo, como se empeñan en llamarle sus nostálgicos (en uno de esos alardes de campechanía que, cuando rebasan la esfera de los ases del deporte -¡Vamos, Rafa!- no son sino prurito de estatus: el virtue signaling del cultureta medio); Manolo, decía, no sólo no predijo nada, sino que remató invariablemente a las nubes, con el agravante de que siempre lo hizo a puerta vacía.

No hay más que echar un vistazo a su hall of fame: el subcomandante Marcos, los Castro, la Pasionaria, Rafael Ribó... Fantoches de una paisaje crepuscular cuyo colapso definitivo, tras la caída del Muro de Berlín, no le sirvió más que para regodearse en su orgullo de paria. Aquel célebre colofón cortomaltesiano: “Déjenme al menos que sea yo quien apague la luz”, cuando no ha habido en el mundo un apagón comparable al que propagó su ideología.

Comprendo a las manolettes, aunque por motivos que nada tienen que ver con la presunta perspicacia, ¡extensible al futuro!, que atribuyen a Manolo. Montalbán fue un grafómano que, más que escribir artículos, se los hizo encima, de ahí que su jurisdicción se limitara al presente; eso sí, bajo una invocación a la memoria tan obstinada como imprecisa, y a la que cosía la palabra ‘histórica’ por la sencilla razón de que ese adjetivo, histórico, devino en el alérgeno más eficaz para los críticos, máxime si se trataba de gentes impresionables. Yo a mis 18, por ejemplo. La farsa llegó tan lejos que todavía hay periodistas más o menos cultivados que creen que su alter ego era Carvalho. Aunque pensándolo bien, no les falta razón: Montalbán, pensador garbancero, nunca pasó del sofrito. Y tal vez fuera exactamente eso, ay, lo que nos subyugaba: la salpicadura de cap-i-pota en la última de El País.

La semana pasada, a propósito de la columna sobre Miguel Ángel Blanco, anduve rebuscando en las hemerotecas (ese lugar que, extrañamente, deviene al punto en una suerte de pasado con todos los adelantos) y choqué con las dos piezas que MVM, ese Pemán de entretiempo, escribió al respecto.

Me centraré en primera, titulada"Después", y que comenta la manifestación que, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, reunió en Barcelona a un millón de personas. MVM nos honró con su asistencia.

“Los que habíamos ido para protestar contra la muerte [así, en bruto, como quien protesta contra la providencia  (y ya “protestar”, en tales circunstancias, se antoja un verbo asaz manolo)] compartimos [ecs, compartir] la manifestación con quienes pedían el retorno de la pena de muerte [fify/fifty]. Los que nos habíamos sentido sacudidos por el dolor de unos padres [MVM, para quien todo, hasta el más inane rabo de toro, fue susceptible de una lectura política, se siente “sacudido” por el dolor de unos padres. No por un trauma histórico-político, sino por el duelo de dos individuos. Ni que decir tiene que las quinientas mil bestias pardas –compartimento estanquero- con las que tuvo que rozarse no se sentían concernidas por el dolor de los padres de Miguel Ángel Blanco.] […] comprobamos que uno de los gritos [no consignas, no, “gritos”] más repetidos y creativos fue el de hijos de puta, no un insulto a los etarras, sino a sus madres [que tampoco lo merecían, quiso decir sin atreverse].Y al día siguiente vimos cómo volvía a surgir de debajo de la lápida [Franco, Franco, Franco] el discurso de la democracia orgánica, de la España una, grande y libre. […] El balance positivo [la cuenta de resultados] consiste en que tal vez en el País Vasco la mayoría haya perdido el miedo a rechazar el nacionalismo violento [sólo el “violento”; toda una vida arrastrando el sintagma, no fuera a ser que le tomaran, a él también, por un hijo de puta] y que algunos presos etarras exijan una salida política a su dirección [“dirección” como quien dice ‘comité federal’ o ‘ejecutiva’: ese abyecto marchamo de institucionalidad con que distinguió a ETA] pero el conjunto de la operación [había una posibilidad de ir más allá de la indecencia adversativa, cual era designar la movilización ciudadana con el nombre de “operación”] se me revela ambiguo, inquietante [sinónimo, aquí, de ‘asqueroso’: por la repugnancia que le produjo compartir el aire con medio millón de españolazos]. […] Ya sé que es emocionalmente incorrecto [“emocionalmente”, y no ‘políticamente’, en virtud de la naturaleza primaria de quienes reclamábamos, reclamamos, el cumplimiento de la ley] pedir soluciones políticas [“soluciones políticas” es el equivalente en Casa Leopoldo a las “negociaciones políticas” de la herriko taberna], pero hasta ahora las únicas exhibidas sólo confirman a 180.000 peligrosos exiliados interiores. [Se refiere, obviamente, a los votantes de Batasuna. Exilio interior: exclusión de la vida pública de los intelectuales de izquierdas que se quedaron en España durante la represión que siguió al franquismo. “Peligrosos”, en efecto, ejerce la función de preservativo: ambiguo, inquietante, montalbaniano].

Voz Pópuli, 22 de noviembre de 2019

lunes, 18 de noviembre de 2019

En blanco

El capítulo dedicado a Miguel Ángel Blanco de la serie ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga (Movistar +), consiste en la proyección, ante un grupo de estudiantes de 4º de Derecho (asignatura: Justicia Restaurativa) de la Universidad Francisco de Vitoria, de un documental sobre las horas que precedieron al asesinato del joven concejal del PP.

En una pieza donde apenas hay escenas que no sean estremecedoras, ninguna puede compararse a la que sigue a la pregunta que el conductor de la sesión, Iñaki García Arrizabalaga, hijo de Juan Manuel García Cordero, asesinado por ETA en 1980, formula a los 25-30 jóvenes a quienes presenta la pieza. “¿Sabéis quién era Miguel Ángel Blanco?”. Tan sólo a dos de ellos les suena el personaje. “Alguien al que secuestraron durante muchísimo tiempo”, responde una de las alumnas. “Un político al que tenían secuestrado y no se sabía lo que iba a pasar con él, yo estaba esos días en la playa”, evoca el más mayor de los alumnos (28 años).

En la siguiente interpelación de Arrizabalaga el recelo es ya palmario: “¿Cuántos no tenéis ni idea de lo que sucedió en Hipercor? ¿Alguien sabe lo que pasó en Hipercor?”. Silencio, nunca mejor dicho, sepulcral. Al fondo, un muchacho contesta de forma más bien trémula: “Pusieron un coche bomba que mató a mucha gente, como a 60 o así”. [Qué diligencia moral, en este punto, la de Arrizabalaga, que no incurre en indulgencias a lo “no fueron tantas” y precisa, fríamente, que se trató del atentado más mortífero de la historia de ETA, con 21 muertos].

Hoy, al ver la pieza por segunda vez, me ha llamado la atención el hecho de que esos futuros abogados eludieran el sujeto de la oración. “Secuestraron”, “pusieron una bomba”… No pretendo sugerir que ignoren la existencia de ETA (¡aunque, visto lo visto, tampoco pondría la mano en el fuego!), pero sí que esa impersonalidad, y aun el aire de neutralidad, cuasi de indolencia, que impregna sus discursos, constituye, antes que un sobreentendido, el reflejo de un cierto desleimiento.

O lo que es lo mismo: la encarnación en el lenguaje de un principio de amnesia que acaso tenga que ver con lo que denominamos  “blanqueamiento”, y que también comprende la superficialidad (en el mejor de los casos) con que se aborda el tema de ETA en el currículo escolar. Ello, en el contexto de un plan educativo en el que no faltan asignaturas supuestamente propicias para introducir cuestiones como la que nos ocupa: Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, Religión o valores éticos, Educación ético-cívica, Retos para el mundo actual... Cajones de sastre que, dada la omisión de Miguel Ángel Blanco, no son, no pueden ser sino una burda coartada para diseminar la desmemoria. Selectivamente.

Voz Pópuli, 18 de noviembre de 2019

viernes, 15 de noviembre de 2019

Apolítico

A Albert Rivera jamás le interesó la política. En Alternativa naranja (Debate), la apresurada historia de Ciudadanos que escribí con Iñaki Ellakuría entre julio y septiembre de 2015, hay una anotación correspondiente a los albores del partido que prefigura ese desinterés.

Como es fama, en Ciudadanos convivían dos corrientes, la izquierda y la liberal, en un equilibrio que tuvo más de precario que de creativo, y que fue, sobre todo, conceptualmente inexacto. Así como la izquierda lo fue sin ambages (no pretendía sino erigirse en un factor de corrección del PSC), los llamados liberales aspiraban a que la nueva formación superara el eje izquierda-derecha y se guiara, antes que por ideologías, por ideas, tan objetivas o provisionales como dictaran los hechos. Mas la política se escribe con trazo grueso y esos dos bandos fueron bautizados como izquierdista y liberal.

Sea como fuere, esa misma tensión se extendió a las bases, y en la mayoría de las agrupaciones de Ciutadans de Catalunya (“el partido de Boadella”, se decía, aunque en puridad fuera todavía una plataforma cívica) hubo gentes etiquetadas como izquierdistas o liberales. Por decirlo en necio: individuos decepcionados con el PSC e individuos decepcionados con el PP. La inminencia del congreso constituyente (Bellaterra, julio de 2006) agudizó la pugna entre unos y otros hasta extremos ciertamente alarmantes, conforme a la ley que establece que hay amigos, enemigos y compañeros de partido. Por entonces, Rivera, al que Teresa Giménez Barbat había introducido en el círculo de los dirigentes/intelectuales, ya se hallaba entre los llamados a desempeñar una función relevante en la futura formación.

Así lo relatamos Ellakuría y yo:

“La líder oficiosa del sector liberal de C’s [TGB] no sólo ve en Rivera a un más que probable aliado para la defensa de las tesis transversales, sino también al candidato in pectore para presidir el partido. Joven, apuesto, convincente, locuaz… Ninguno de los dirigentes que hasta ese momento han presentado sus credenciales para capitanear C’s resiste comparación alguna con el joven-abogado-de-La-Caixa. […] Así, y con el propósito de ganarse al mirlo blanco, Barbat organiza una cena en el hotel Barceló Sants a la que asisten, entre otros, Espada, Boadella y otra media docena de sospechosos del flanco liberal. Rivera acude con su amigo José María Espejo, abogado, al igual que él, de La Caixa, y al que los asociados a C’s empiezan a identificar como su escudero. […] Barbat, que va haciendo sus pinitos en el arte del protocolo, lo sienta junto a Boadella. Al término de la velada, Boadella y Espada convienen con Barbat en que el muchacho apunta alto. Muy alto. […] Con todo, y para desesperación de Barbat y, en general, de los liberales, Rivera se revela como un dirigente con agenda propia. A decir verdad, tampoco le ha seguido el juego a De Carreras, al que se suponía, dado que había sido su profesor, una mayor influencia sobre él. Con todo, la negativa de Rivera a decantarse por una de las dos corrientes en liza se convierte, desde primerísima hora, en una de sus bazas para escalar posiciones en C’s, donde jamás participa en complot alguno. Al contrario: ante el menor indicio de sectarismo por parte de sus interlocutores, Rivera rodea la cuestión invocando “lo que nos une”, una actitud que, dado el galimatías conspiranoico en que se ha convertido C’s, hace que empiece a ser visto como el hombre de consenso que el partido necesita para salvarse de sí mismo”.

Pero no. La renuencia de Rivera a las banderías no tenía que ver con una supuesta voluntad de consenso, sino con su desafección respecto al debate, digamos, ideológico. ¿Izquierdas? ¿Derechas? Ecs. El sinnúmero de bandazos de Ciudadanos, empezando por Libertas y acabando por su renuncia a dar la batalla frente al feminismo de cuarta ola, no ha sido más que la expresión de esa glacial indiferencia. A Rivera sólo le movió el poder. Y de su ineptitud para encarar esa ambición ha dado pruebas más que suficientes.

The Objective, 15 de noviembre de 2019

lunes, 11 de noviembre de 2019

España existe

En uno de sus adagios más recurrentes, Albert Rivera proclamaba: “Cambiaremos el país por las buenas o por las urnas”. Lo que entonces parecía una ramplona metonimia reveló anoche, de manera inopinada (las urnas, recordémoslo, no ‘hablan’), un significado verosímil. En efecto, la coalición a la que los dos grandes partidos españoles han sido renuentes, negándola incluso como hipótesis, es la única solución plausible para la formación de un Gobierno que esté en disposición de efectuar un primer recuento de daños.

En este sentido,  la ambigüedad del mensaje de Pablo Casado, al hablar, por un lado, de estudiar lo que planteePedro Sánchez, y, por otro, de incompatibilidad de programas, deja un resquicio a dicha posibilidad. Mayor, en cualquier caso, que el que permite vislumbrar la actitud de Pedro Sánchez, que no pretende sino la capitulación del adversario, no importa cuál. Que el rescate de España pasa inexorablemente por un acuerdo de Gobierno entre el PSOE y el PP lo demuestra la amalgama antiespañola en que se ha convertido una porción del Hemiciclo: a la entada de la CUP se suma la obtención de grupo parlamentario por parte del posterrorismo, y ello sin apenas menoscabo del resto de fuerzas nacionalistas: JxCat, ERC o PNV. La Gran Coalición (acostumbrémonos a familiarizarnos con el sintagma, siquiera por afán de apostolado) limitaría, asimismo, la influencia de Podemos y Vox, vengadores tóxicos.

El (otro) triunfador de esta ‘segunda vuelta’ (de la que, a diferencia de lo que ocurre en Francia, ha salido reforzado el extremismo) ha sido Manuel Valls. Hoy por hoy, es el único político capaz de recomponer el espacio que ocupaba Ciudadanos (y el pretérito es anterior, muy anterior al funeral de anoche). El desprecio de que Valls fue objeto por parte de Rivera es sólo una de las causas que han precipitado la debacle. Tales son las dimensiones de la misma que Rivera debería dimitir, sí, pero no hay nadie, absolutamente nadie en Ciudadanos, que pueda reemplazarle. Sobre todo, porque Rivera ha premiado la obediencia y castigado el disentimiento, y a rebufo de ese criterio han prosperado en el partido auténticas medianías. Como ocurre con los suicidios reales, también el de Ciudadanos ha sido multifactorial.

El paisaje moral que ha enmarcado estas elecciones (las más importantes, por cierto, que se han celebrado nunca en España, pese a que la campaña exprés sugiriera que estábamos ante un mero trámite) presenta un grave deterioro. Las dos muletillas que los informadores suelen incrustar en sus crónicas, ya saben, la equiparación de los comicios con una “fiesta” y la “total normalidad con que vienen transcurriendo las votaciones” han dejado de ser un jirón extemporáneo, deudor de aquella España que se aventuraba trémulamente en la senda de la libertad, para convertirse en un dato relevante. Y, por lo que toca al día de ayer, falso. (En puridad, y si nos atenemos a la anomalía vasca, siempre lo ha sido.) Que una candidata constitucionalista fuera increpada en su colegio electoral, que la amenaza de boicot pendiera sobre los comicios o que la procesionaria (copyright, Espada) acudiera a las urnas con lazos amarillos no debe tenerse por normal ni por festivo.  En cierto modo, entre los principales cometidos del nuevo Gobierno figura el de (re)conciliar, conforme al mandato krausista, lenguaje y sentido.

Paradójicamente, la entrada en el Congreso de Teruel Existe es una excrecencia menor de esta exaltación de los particularismos que ha ido carcomiendo nuestra democracia. Y añade un ápice de posteridad  al célebre compromiso de Julio Camba de hacer de Getafe una nación.

Voz Pópuli, 11 de noviembre de 2019

viernes, 8 de noviembre de 2019

Genealogía del traidor

Contrariamente a lo que suele pensarse, el principal blanco del odio de cualquier nacionalista fetén acaban siendo sus semejantes. Hitler, por ejemplo, llegó a la estertórea conclusión de que los alemanes no habían estado a la altura de su desvarío (en lo que, obviamente, no era más que un autoengaño, pues de lo que Alemania anduvo escasa fue de antinazis; hoy, en cambio, y a semejanza de lo que ocurre en España con el antifranquismo, los hay a paletadas), y que la nación que él había previsto, ese Reich que logró construir hasta mucho más allá del piso piloto, había acabado reducido al escombro de sus propias hechuras.

En el caso catalán (sabrán excusarme el toute proportion gardée: prueba de ausencia no es lo mismo que ausencia de pruebas), a la ceba de la pureza se le han ido desprendiendo en los últimos tiempos un gran número de capas. El sol poble con el que fantaseaba Pujol (y al que Maragall y Montilla dieron timbre de veracidad), viene dando episodios como el acoso a un grupo de candidatos de ERC por parte de quienes ocupan un círculo más próximo a la ortodoxia en la ovina comedia en la que se ha convertido Cataluña, lugar ciertamente dantesco.

A este mismo retablo también corresponde la escena de la alcaldesa Colau cruzando la plaza de San Jaime entre insultos, si bien los comunes ya sabían, por boca de la cupaire Mireia Boya, el lugar que esta república en ciernes habrá de reservar a los traidores. A Rufián, el mismo que acuñara 155 monedas de plata, se le está poniendo cara de Obiols, y Torra fue recibido al grito de botifler en no sé qué fábrica de ratafía. Ni siquiera la CUP está a salvo: “Escup a la CUP” es ya una consigna más o menos extendida entre los indígenas más recalcitrantes.

Hablaba no hace mucho con mi amigo Julio Valdeón del apasionante tema de la traición y sus infinitudes, y nos dimos a imaginar quién sería el último guardián de las esencias, qué clase de coronel Kurtz anidaría en el núcleo mismo (¡el pinyol!) del bulbo catalán. Pocas veces he sido tan consciente de estar otorgándole a la literatura la función de escapismo. O, más bien, de escapatoria.

Voz Pópuli, 8 de noviembre de 2019

jueves, 7 de noviembre de 2019

La objetividad en marcha

Éste es el enésimo manifiesto de Arcadi Espada en favor de su criatura, pura historia de España. Se trató de una invención tan moderna, edificante y luminosa que devino en promesa cierta de regeneración, en el más prometedor semillero de progreso que haya conocido nuestra democracia. He dicho criatura y no querría que se me malentendiera. Si AE vuelve a apoyar a Ciudadanos no es por una cuestión de paternidad, pues ante el error Libertas no tuvo el menor reparo en echar al niño de casa. Tampoco por prurito de esquinado, ya saben, esa querencia suya (¡siendo él tan suyo!) a vivir aguas arriba, y que ahora, con los votantes en desbandada, se afirmaría con brío renovado. No. Si AE se pronuncia en favor de Ciudadanos es porque, a su modo de ver, sigue siendo el partido con menos adherencias tóxicas.

Mas lo que de veras trasluce ese respaldo es una objetividad marcial. AE ha sido el primer y más feroz de los críticos de Cs ante la deriva reciente del partido, que ha consistido, en síntesis, en el desprecio a la intelectualidad (con la liquidación del proyecto Euromind en el Parlamento Europeo como afrenta nuclear), el reemplazo del discurso por los zascas y la volubilidad de su monarca absoluto, Albert Rivera (tributaria, en cierto modo, de su obstinada ignorancia acerca de los resortes del poder, un déficit que a punto estuvo de conceder la alcaldía de Barcelona a Ernest Maragall). Y pese a ello, AE renovará sus votos a Cs. Pero la objetividad de que les hablo va más allá.

En febrero de 2019, la Asociación Española de Abogados Cristianos (AEAC) presentó una querella contra AE por sus declaraciones sobre el sobrecoste derivado de la atención, necesariamente extraordinaria, que deben recibir los nacidos con graves discapacidades. Poco después, la Generalitat de Cataluña le denunció por un delito de odio. A raíz de esta actuación, Julio Valdeón y yo redactamos un escrito en defensa de AE al que se adhirieron casi quinientas personas. Entre los firmantes sólo hubo tres representantes de Ciudadanos, y ninguno de primera fila. No cabe achacar las ausencias, ciertamente ominosas, al desconocimiento. Yo mismo envié el texto a muchos de los dirigentes de Ciudadanos, obteniendo la callada por respuesta. Obviamente, la iniciativa no consistía (sólo) en una defensa de AE; antes bien, constituía un alegato en pos de la libertad de expresión y contra la persecución penal de quien había estimulado el debate acerca de asuntos como la filosofía moral o la bioética. Tres firmantes. De la denuncia de la Generalitat (aún) no ha habido noticias. La querella de la AEAC le obligará a declarar ante un juez como investigado.

Ayer se supo que la AEAC, en su prolífica cruzada contra el mal, ha interpuesto una querella contra el portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, por hacer pública la sanción a una sedicente ‘coach’ que promocionaba en internet terapias contra la homosexualidad. (Esta clase de asesoría es lo que estos letrados deben de considerar  ‘atención, necesariamente extraordinaria, de la que son susceptibles los nacidos con una grave discapacidad’). Aguado, en un tuit retuiteado por el community de Ciudadanos, ha afirmado: “En la Comunidad de Madrid no vamos a dar ni un paso atrás en la lucha contra la #LGTBIfobia”.

Ni un paso atrás, sí, pero ni uno al frente.

Aunque la papeleta de AE, ya digo, nunca habrá de faltarles.

The Objective, 7 de noviembre de 2019

lunes, 4 de noviembre de 2019

Nacionalistas de mena*

La ola de inseguridad que sufre Barcelona desde este verano ha empezado a cobrar tintes ciertamente preocupantes. Anteayer, una veintena de adolescentes de aspecto caucásico (si bien el hecho de que llevaran el rostro cubierto hizo difícil determinar con certeza su procedencia étnica) asaltaron el campus de la Universidad Pompeu Fabra en la Ciudadela y provocaron múltiples desperfectos en el mobiliario.

Asimismo, otros grupos de vándalos igualmente embozados (de parecida extracción geográfica que los primeros, si bien, insisto no querría incurrir en sesgos que pudieran dar lugar a malentendidos) irrumpieron en los campus de Mar y Poble Nou de la UPF y, tras bloquear los accesos, ocasionaron daños de diversa cuantía en las instalaciones.

Como acostumbra suceder, la policía no practicó ninguna detención entre los individuos que protagonizaron los incidentes. ¡Cómo iba a hacerlo, si ni siquiera acudió al lugar! Así y todo, y aunque parezca un contrasentido, no seré yo quien repruebe su inacción, pues el colectivo policial es, hoy por hoy, pasto de la desmoralización.

No hace una semana, un representante del sindicato estallaba ante las cámaras, harto de los reproches de que son objeto por parte de no pocos ciudadanos y la gran mayoría de los medios de comunicación: “Hacemos cuanto podemos, pero carecemos de las necesarias dotaciones para combatir la explosión de violencia e incivismo que sacude Barcelona”. Lo que el agente, acaso por decoro institucional, no osó decir, es que en caso de que contaran con los suficientes efectivos , el resultado sería imperceptible, pues los pocos menores (¡y no tan menores!) que son apresados entran-por-una-puerta-y-salen-por-la-otra.

Algunos de estos muchachos –pertenecientes, justo es decirlo, a familias decontracté, y que han crecido, ay, en el más desolador de los arraigos- acumulan decenas de detenciones por amenazas, lesiones, pillaje, atentado contra la autoridad... Y nada. Por si fuera poco, empieza a haber informes atendibles de un aumento en la ciudad de maleantes de esa misma condición llegados de otras comunidades, como consecuencia del denominado “efecto llamada”, a su vez relacionado con la impunidad que les procuran las autoridades locales: ya saben, que si en el fondo son víctimas, que si con mano dura no se resuelve nada, que si hay que ir a las causas… Y mientras tanto, la perla del Mediterráneo, que presumía de ser una de las ciudades europeas más pujantes, ve cómo ese índice de progreso cae a niveles impensables. Porco governo!

*Mena (cat.): Clase a la que pertenece una persona o una cosa por su forma de ser en comparación con los de naturaleza análoga.

Voz Pópuli, 4 de noviembre de 2019

lunes, 28 de octubre de 2019

Políticamente correcta

Les presento cuatro botones de muestra de Lectura fácil, de Cristina Morales, flamante Premio Nacional de Narrativa. La autora, en declaraciones desde Cuba a Europa Press, dijo que era una alegría que en Barcelona hubiera fuego en vez de cafeterías abiertas. El problema de esta clase de manifestaciones es que son una suerte de antimacguffin: El hecho de que la prensa se quede atrapada en ellas dificulta la progresión del relato: tienden a ocultar, en fin, más que a desvelar. Y yo me dije que una desposeída que se permitía celebrar desde el Caribe la orgía de destrucción que siguió a la sentencia del Supremo, y que lo hacía, además, sin la menor sombra de boutadismo, conforme a ese vocerío típicamente ultra de “tú lo piensas, nosotros lo decimos”, debía ser un verdadero filón. Hay otra razón por la que he leído a Morales: un periodista siempre tiene la obligación de conocer el mainstream de su tiempo.

Cuando era pequeña no entendía las letras de las canciones porque estaban cuajadas de eufemismos, de metáforas, de elipsis, en fin, de asquerosa retórica, de asquerosos marcos de significado predeterminados en los que “mujer contra mujer” no quiere decir dos mujeres peleándose sino dos mujeres follando. Qué retorcido, qué subliminal y qué rancio. Si por lo menos dijera “mujer con mujer”… Pero no: tiene que notarse lo menos posible que ahí hay dos tías lamiéndose el coño.

Entre las siete u ocho alumnas [de la clase de danza] hay un alumno. Es un hombre pero ante todo es un macho, un demostrador constante de su hombredad en un grupo formado por mujeres. Va vestido con descoloridos colorines, mal afeitado, con el pelo largo y la apelación a la comunidad y la cultura siempre a punto. O sea, un fascista. Fascista y macho son para mí sinónimos.
En los ferrocarriles de la Generalitat no hay lavabos

No sé si con el totalitarismo de Estado era menos desgraciada, pero joder con el totalitarismo del Mercado, me dice mi prima, que hoy ha sollozado en la asamblea de la PAH al conocer que para tener acceso a una vivienda de alquiler social debe ganar como mínimo 1.025 euros. No llores, Marga, le digo dándole un klínex. Debes consolarte con que ahora el Mercado tiene nombre de mujer: es el totalitarismo del Mercadona.

[En el ferrocarril de la Autónoma] Empiezo a tirarme pedos silenciosos, apretando el culo para que no suenen, haciendo equilibrios sobre los isquiones en el asiento, avergonzándome del olor. Alguna vez he llegado a la Autónoma con las bragas cagadas. Después de soltar un poquito de caca ya puedes aguantar mejor, pero siguen quedando seis paradas con el lametoncito de mierda en el culo. ¿No hay lavabos en el tren? No, en los ferrocarriles de corta distancia de la Generalitat no hay lavabos. Hay que subirse al tren meada, cagada y follada.


Voz Pópuli, 28 de octubre de 2019

viernes, 25 de octubre de 2019

Basura te volví

Circulan estos días miles de vídeos, tanto profesionales como amateurs, sobre el enésimo aquelarre catalán, cuya insólita virulencia convirtió la Vía Layetana y sus aledaños en un plató irresistible. Los hay grabados por los mismos borrokas, o por vecinos que salían al balcón a contemplar, temerosos, el eclipse inverso que se enseñoreó de la noche barcelonesa; también los policías registraron, heroicamente, su propia congoja, en un rosario de secuencias en las que les oímos jurar en arameo ante las sucesivas acometidas de los, parafraseando a Arzalluz, nois de la gasolina. (Gasolina, sí, los filólogos de l’escola-pública-catalana nos llenaron la cabeza de benzina con el sólo objetivo de fundar un idioma que no se pareciera al castellano, cuando gasolina es tan correcto como barco.) 

Me llamó la atención, por cierto, que las televisiones censuraran el lenguaje fucking de los antidisturbios con esos pitidos de pitiminí con que se preserva la inocencia de los niños, los mismos que veían con sus propios ojos cómo un séquito de nacionalistas trataba de lisiar a un puñado de servidores de la Democracia.

No sé si Jordi Pujol Soley profirió en horario infantil la suma destilación de su pensamiento: “¿Qué coño es la Udef?”, pero juraría que entonces no le velaron el ‘coño’. El penúltimo estertor de la reyerta, de hace apenas unas horas, ha consistido en un pelotón de vecinos del Ensanche que, en perfecta sincronía coreana, iba arrojando bolsas de basura en las inmediaciones de la Delegación de Gobierno, un suceso que, sin duda, la señora Cunillera, que ejerce de delegada vergonzante, sabrá justificar con su habitual desvergüenza.

Echo de menos, en este sentido, la divulgación de vídeos que den cuenta de la recogida. Estoy convencido de que Jaime Gil de Biedma, en alguna de las soporíferas reuniones de Tabacos de Filipinas con las que entretenía sus resacas, habría compuesto un poema delicioso sobre esos basureros que, tras el divertimento nacional, desalojan del buen Ensanche los residuos que vierten, en nombre de la consecución de un privilegio, nuestros xenófobos de 7 a 9.

A la España Global le sobra morigeración y le faltan reflejos, porque lo que habría que exhibir, tras el paso de la marabunta, es a la España en marcha, esa que, para pasmo de Brassens, ha de levantarse al son de la música militar para limpiar la mierda que deja el rebaño. Pacíficamente, bien sûr.

Voz Pópuli, 25 de octubre de 2019

lunes, 21 de octubre de 2019

El suelo patrio

El intento de levantar un dique entre el nacionalismo y la violencia, como si el primero no fuera en esencia un bullying a gran escala, es un clásico español. Las contorsiones de los locutores de televisión, tratando de compensar cualquier mención a los bárbaros con la postilla cuasi maquinal de que a pocos metros se celebraba una manifestación virtuosa, modélica, y, por qué no decirlo, catalana, componen un ceremonial siniestro, que recuerda al mito de un nazismo jovial, edificante, resueltamente compatible con la democracia liberal. (Lean, por favor, esa vibrante reconstrucción de la historia europea a partir de los demonios familiares que es Los amnésicos, de la periodista franco-alemana Géraldine Schwarz.)

Poco importa que los pacifistas que atestaron los Jardinets de Gracia se dieran al tiro al reportero, en rigorista aplicación de la consigna más coreada durante las jornadas del odio: “Prensa española, manipuladora”. Esta pertinaz agresión, este recurrente señalamiento, que en cualquier otro ecosistema político habría incitado a las más bellas almas a clamar: “¡No quieren testigos!”, en el mainstream español pasa por un ritornelo moralmente admisible, casi ejemplar.  Y no cabe descartar que la piedra angular de la sumisión al diktat fuera la mordaza impuesta a El País a cuenta del caso Banca Catalana. Juan Luis Cebrián ha tardado cuarenta años en rechistar.

El modo en que España, y más precisamente la izquierda española, ha interiorizado la hegemonía nacionalista se ha puesto estos días de relieve en la aceptación acrítica de la propaganda supremacista. Y me temo que ‘aceptación acrítica’ es un sintagma que, para lo que hace al caso, peca de optimismo. “Marchas por la libertad” y “tsunami democrático”, forman parte de la misma hidra que dio “derecho a decidir”, “esto va de democracia” o “ni un papel en el suelo”.

Esta última, por cierto, cobró visos de verdad el pasado viernes, pero sólo porque ya no había suelo. Llevado al paroxismo, el campo semántico del procés se va poblando de criaturas mitológicas como xenofobia festiva, sabotaje cívico, racismo lúdico… Por lo demás, bastó la intervención de no más de dos docenas de ultras para que el progreísmo (ojo, editor, no falta ninguna ese) pudiera incrustar en su relato la más lujuriosa de sus fantasías: la de la guerra civil 2.0, de la que participan, cómo no, la mayoría de los corresponsales extranjeros, cuyo principal rito de paso en el oficio es emular a Hemingway (siempre a Hemingway, nunca a Dos Passos). La escaramuza del viernes en la calle Balmes no consistió en una banda de fascistas apaleando a un antifascista. Lo que ahí se ventilaba era un altercado entre fascistas. Una reyerta, sí, esa palabra que con tanto desahogo reservamos a Montoyas y Tarantos.

El día 14, en cuanto se hizo pública la sentencia, cientos de entidades catalanas divulgaron al unísono un comunicado (en puridad, otro editorial único) en el que manifestaban su preocupación por que el Supremo hubiera condenado por sedición a los instigadores del 1-O. La bacanal de destrucción que ha asolado Barcelona no le ha merecido una sola línea a esa trama civil. A estas alturas, y dado el estado de gravedad del policía al que reventaron la cabeza, incluso veo más probable que se esté gestando un Ciutat morta.

Voz Pópuli, 21 de octubre de 2019

miércoles, 16 de octubre de 2019

Desecho a decidir

Los disturbios de anoche en Cataluña se ajustaron al canon borroka. Las comparaciones de este calibre son descorazonadoras, pues es fama que cualquier anotación periodística que se aventure en la hipérbole acaba desprendiendo un insoportable hedor a garrafón. Se trata de una operación que también se da por defecto: que la locutora Mendizábal, en La Sexta, insistiera nerviosamente en el carácter pacífico de las manifestaciones mientras a su reportera la corrían a botellazos, supone asimismo un llamativo caso de estrabismo. (Nota: no conviene despreciar el sesgo mediático que ha supuesto que las dos únicas cadenas generalistas que, desde prácticamente 2014, han retransmitido las jornadas críticas del procés hayan sido La Sexta y TV3).

Sea como fuere, lo que no tiene vuelta de hoja es que en la escenografía que los CDR levantaron ayer en el Ensanche sólo faltaba un ingrediente: el que debían haber aportado los siete presuntos terroristas que fueron detenidos días atrás. Nadie olvide que, según confesaron ellos mismos, el plan era atentar contra alguna instalación o algún repetidor una vez que el Supremo hiciera públicas las sentencias. Tampoco que disponían de planos de una comisaría. La posibilidad de una acción de esas características confiere un sentido aún más funesto a la violencia tumultuaria que se adueñó de las calles adyacentes a la Delegación del Gobierno entre las 19 y las 23, y evidencia una vez más que la denominación de golpe posmoderno, que tantos adeptos logró, siempre tuvo más de lenitivo que de verdad.

The Objective, 16 de octubre de 2019

lunes, 14 de octubre de 2019

Los restos inmortales

A la ministra Calvo le dio apuro decir, en rueda de prensa, que el Gobierno barajaba la posibilidad de que los despojos de Franco fueran transportados en helicóptero desde Cuelgamuros a Mingorrubio. Sólo así se explica que, al preguntarle una periodista al respecto, respondiera: “Estamos contemplando los diferentes medios de transporte y de traslado, […] pero no descartamos que pueda ser en ese medio de transporte que usted indicaba” (¡Ese medio de transporte del que usted me habla!). Y lo entiendo, claro. La aparatosidad que Sánchez pretende conferir al acontecimiento, casi a modo de clausura de la ¿tercera? Transición, no se aviene con aspectos tan sumamente prosaicos como el transporte y el traslado, pixit, en lo que constituye una elusión que, de algún modo, desmiente el prurito de “normalidad”, de estricto cumplimiento de la ley, de los discursos oficiales.

Sea como fuere, el inminente trasiego (y glorificación) de los restos del dictador es un magnífico acicate para la fantasía. Qué regia portada no habría sacado El Alcázar, qué bravíos artículos no habrían firmado Fernando Vizcaíno Casas, Jaime Campmany o Rafael García Serrano (su hijo Eduardo, por cierto, acudió la semana pasada a la abadía, según advierto en un reportaje donde, intolerablemente, no figura su nombre: franquismo, hum, sin pie de foto); incluso de Eduardo Haro Tecglen cabría haber esperado una pieza memorable, un Visto/Oído que cerrara el círculo de su indigencia moral, aquel que empezó a trazar en el año de gracia de 1944: “Se nos murió un Capitán pero el Dios Misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo”.

También ese mundo ha exhumado el PSOE con su designio memorioso, bien que España, en verdad, nunca ha andado falta de esa iconografía, al punto de ahormar un estilo patrio, por decirlo a la manera del maestro Verdú. Vean si no a Amenábar: un cineasta sofisticado, aun transgresor en sus inicios, y que ha terminado por pergeñar la película que se espera de cualquier español, con su tisis, su boina y su penuria: cof, snif, ¡arriba! O el cine de ultratumba, puramente repipi, del menor de los Trueba, que no se ha resistido a conciliar ¡en el Madrid contemporáneo! a las Brigadas Internacionales y la Virgen de la Paloma. No hay día, en fin, en que Barcelona no caiga en manos de los nacionales.

Voz Pópuli, 14 de octubre de 2019

viernes, 11 de octubre de 2019

Bienzobas, periodo azul

Hubo un tiempo en que ETA gozó de un prestigio intelectual a prueba de horrores, y quien dice ETA dice todo el terrorismo de extrema izquierda, de la RAF a las Brigadas Rojas. Quería la leyenda, en la que tanto había de (auto)exculpación, que la bomba lapa y el tiro en la nuca eran el fruto de una sesuda reflexión, la horrenda destilación de una conjura escolástica, hecha de incienso, zutabes y marmitako.

Asesinos, sí, pero con bibliografía, lo que en cierto modo confería al crimen el sentido ignoto del 'polvo será'. Cuando Julio Medem rodó La pelota vasca, hacía ya años que el trampantojo se había ido revelando, pero el film lo destapó por completo. Es probable que no quede un solo articulista en España que no haya ridiculizado a ETA valiéndose de las palabras que Otegi, de manera providencial (pues su pretensión era precisamente la contraria) grabó ante la cámara, con su figura recortada contra el frontón: "El día que en Lequeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías y se oiga música rock americana, y todo el mundo vista ropa americana, y deje de hablar su lengua para hablar inglés, y todo el mundo esté, en vez de estar contemplando los montes, funcionando con Internet, pues para nosotros ese será un mundo tan aburrido que no merecerá la pena vivir". Un filón, sin duda. Literalmente.

Hoy mismo, al volver a leerlas, se me ha ocurrido que la secuencia ‘hamburgueserías’, ‘música rock americana’, ‘los montes’ e ‘Internet’ ha menoscabado injustamente su remate (¡y nunca mejor dicho!) ese “no merecerá la pena vivir” que tan bien se ceñía al objeto social de la empresa. Se trata de una declaración, en fin, que antes que un análisis exige que se le practique autopsia, y yo me he aplicado a ello en numerosas ocasiones.

Por eso no estoy en desacuerdo con que el pintor Bienzobas exhiba su retrospectiva en el Ayuntamiento de Galdácano. Ni siquiera con el hecho de que el catálogo diga de él que “sucompromiso político le llevó desde muy joven fuera de nuestro pueblo”. [No dejen de leer, por cierto, las instructivas anotaciones que, a pie de obra, hizo El liberal de Bilbao]. La memoria es un cerdo inmenso, y ese lienzo del ojo cuya pupila es el mapa de Euskal Herria y del que brota una lágrima, se exhibe ya en mi antimuseo junto a la hamburguesa de Lequeitio, la ikurriña petitoria de los comunicados y el pendiente del 'carnicero de Mondragón'.

Voz Pópuli, 11 de octubre de 2019

lunes, 7 de octubre de 2019

Apretando

He vuelto a leer las crónicas del juicio por el 1-O que Julio Valdeón publicó en La Razón, y que pronto verán la luz en Deusto luego de sufrir la censura ¡en aras del diálogo! en otro sello. Valdeón fue siguiendo la vista por streaming desde su apartamento de Brooklyn, circunstancia que confiere a los textos el soplo beatífico de la extranjería.

La suya es una mirada hecha de asombros, hidalguías y chelismo. Honestamente rabiosa. Un Llach subía al estrado y manifestaba: “Como ciudadano homosexual e independentista y aspirante a ciudadano del mundo….”. Y nuestro corresponsal se frotaba los ojos: “Delante del juez, [Llach] impostó una épica prestada. Pero de esas mentiras, y de asegurar contra todas las evidencias y fuentes disponibles que la Guerra Civil fue de España contra Cataluña, y de ocultar las malolientes complicidades de las élites catalanas con la dictadura, y de apropiarse del antifranquismo, también vivió estupendamente el romancero secesionista”.

Acaso influido por Valdeón, ando estos días algo más susceptible de lo que en mí es habitual. Véase el hostigamiento a la periodista de Tele 5 Laila Jiménez mientras informaba in situ de una concentración nacionalista en el corazón del Ensanche. Como se podía deducir por la entereza con que soportó la acometida, no era la primera vez. Esta anotación en su blog acerca de la crudeza del oficio en Cataluña corresponde al domingo 24 de septiembre de 2017.

Cuatro días antes, miles de manifestantes habían cercado la Consejería de Economía y el odio le acabó salpicando. De ahí el desasosiego ante la inminencia del lunes y la vuelta al trabajo. “Aquellos que, a gritos, estos días, me recomiendan que me vuelva a mí país cuando me ven micro en mano, poco saben que eso se solucionaría con un simple billete de metro, porque ya estoy en él. Yo también soy catalana”. Sea como fuere, me congratulé sinceramente de que las declaraciones de apoyo a la reportera reunieran a Lorena Roldán, José Zaragoza, Pablo Casado, Meritxell Batet, Albert Rivera, Miquel Iceta, Alejandro Fernández, Gabriel Rufián o Ada Colau, además de a multitud compañeros de profesión. Incluso Risto Mejide se había sumado a la condena. Uno tenía la impresión de que el episodio había trazado una frontera más allá de la cual sólo habitaban el Joker y la Cup.

Mas el estupor también opera por omisión. Ni Quim Torra, ni Roger Torrent, ni Pere Aragonés, ni Elsa Artadi, ni Ernest Maragall, que tanto empeño pusieron a la hora de desacreditar la operación Judas contra los CDR, lamentaron los hechos. La explicación de tan ominoso silencio se hallaba en esta declaración del Colegio de Periodistas: “Sólo pedimos #respeto, también para la compañera @LailaJimenez e @informativost5. #AsíNo”. También, en efecto. Incluso ella lo merece. La susceptibilidad, en fin.

Voz Pópuli, 7 de octubre de 2019

lunes, 30 de septiembre de 2019

Ahora que han bajado las aguas

El viernes 6 de septiembre, no bien se hizo púbica su designación como director general de Seguridad Ciudadana y Emergencias de la Comunidad Autónoma Región de Murcia, Pablo Ruiz Palacio se llegó al Centro de Coordinación (en adelante, CCE) y se entrevistó con el director saliente, quien le puso al corriente de los asuntos prioritarios y le dio las indicaciones de rigor. “Un encuentro de unas tres horas, de lo más cordial”, cuenta Palacios.

Al día siguiente, sábado 7, y sin haber tomado posesión del cargo (el nombramiento aún no se había publicado en el Boletín de la CARM), Palacios regresa al CCE para conocer al personal de ese turno y empezar a familiarizarse con algunos de los temas que le aguardan. También el domingo 8 acude al CCE. El lunes 9 jura el cargo en el Salón de Actos de la Consejería de Hacienda, y el martes 10 empieza oficialmente su labor al frente de la Dirección.

Ese día, el CCE recibe la previsión de alerta naranja por lluvias con riesgo de inundaciones y se activa la fase de Preemergencia. El miércoles 11, en que la alerta naranja pasa a alerta roja, Palacios se reúne con representantes de los municipios y, posteriormente, tras la activación del plan Inunmur y la fase de Emergencia, se reúne con el presidente de la CARM y los consejeros cuyas materias son susceptibles de verse afectadas por la alerta. Posteriormente se desplaza con los bomberos del CEIS a las localidades de Beniel, Santomera y Siscar, y se pone en contacto con la UME para que anticipe su auxilio a Santomera y Siscar. El jueves 12 a las 7.30 de la mañana, graba un audio con las novedades para los medios de comunicación y se reúne con el presidente de la CARM, la consejera de Hacienda y los responsables de CEIS (bomberos, UME, técnicos).

Durante el día se suceden los avisos. Son casi 20 horas sin descanso coordinando operativos y difundiendo alertas entre la población. El viernes 13, después del audio de las 7.30, acude a Los Alcázares, Beniel, Santomera, Siscar y la Presa de Santomera, para tratar de resolver las cuestiones que le plantean los jefes de operaciones. A las 20.30, con la situación bajo control, avisa a la consejera de que se ausenta durante una hora y media, dos horas a lo sumo. Palacios tiene entradas para ver La Telaraña en el teatro Romea, pero lo que de veras le anima no es la obra, sino pasar un rato con su mujer, a la que no ve desde hace tres días; toma la precaución de no apagar el móvil por si tiene que salir a toda prisa. Sin él saberlo, un espectador le saca una foto. Como él mismo presagiaba, al poco de subirse el telón se queda dormido.

Tras la función, regresa al 112, donde permanece atento a la posibilidad de evacuación en Ojós, finalmente desactivada. Llega a su casa sobre las tres. El sábado 14 prosigue con lo que, a estas alturas, es ya una rutina: mensaje a los medios, reunión de coordinación y desplazamiento a Santomera, donde mantiene un encuentro con la alcaldesa, concejales, Protección Civil y UME, y regreso al CCE.

Un redactor del periódico La Opinión le envía un mensaje en que le notifica que tienen en su poder la foto y le pide una entrevista. Palacios remite al redactor al gabinete de Prensa de la Consejería. A eso de las 20.30 recibe en el CCE a representantes del partido Podemos. No son los únicos políticos que se han dejado ver por la sede; también han acudido el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, y el presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo. El domingo 15, Palacios acude al despacho a primera hora y desde ahí se desplaza a Los Alcázares, donde recibe a la ministra de Defensa en una comitiva integrada por el alcalde de Los Alcázares, el delegado del Gobierno y el consejero de Presidencia de la CARM.

El delegado del Gobierno le felicita por el trabajo; le admira, sobre todo, que esté sabiendo manejar una crisis de tamaña envergadura, siendo como es nuevo en el puesto. El teniente coronel de la UME es testigo de ello. Finalizada la visita, supervisa el trabajo de los bomberos del CEIS en una de las zona más afectadas por la DANA; con algunos de los agentes, accede a garajes y locales inundados y recoge peticiones de vecinos.  El lunes 16, estando en el plató del canal 7TV, donde le entrevistan en directo, recibe otro mensaje del periódico La Opinión en el que le informan de que la noticia de su foto en el teatro saldrá publicada en la edición del día siguiente, festivo en la comunidad, lo que asegura una mayor difusión. Palacios acude a la redacción para darles su versión de los hechos. Su versión de los hechos, sí. 

El martes 17, a las 7, se desplaza con un trabajador del centro a Los Alcázares, donde se celebra una reunión de coordinación. La noticia se ha publicado en el digital esa madrugada, por lo que espera  noticias de Ciudadanos o, en su defecto, de su consejera, que pese a ser cuota del partido no milita en él. De regreso a su despacho en el CCE, pasadas las 13, recibe una llamada del jefe de gabinete de la consejera. “A las 17 nos vemos los tres en tu despacho”. Sigue trabajando hasta las 16 y sale por un tentempié. A las 17, la consejera le dice que si fuera por ella no habría problema alguno, pero que Madrid ha dictado sentencia: está destituido. El partido te ofrece la posibilidad de dimitir.

Era la segunda vez, en menos de cuatro días, que salía de un teatro.

Voz Pópuli, 30 de septiembre de 2019