lunes, 23 de febrero de 2015

Memoria de los días brutales

El lanzamiento de Honestidad brutal, de Andrés Calamaro, fue recibido con cautela por la prensa especializada. La mayoría de los críticos convinieron en que se trataba de un trabajo singular, sí, pero se resistieron a estamparle de salida el matasellos de «genial», como si el hecho de que estuviera integrado por treinta y siete canciones impidiera concederle tal calificativo. «No hagamos nuestra la desmesura de Andrés», parecían decirse los tasadores, quienes, de forma paulatina y a regañadientes, acabarían dando su brazo a torcer. No en vano, esos treinta y siete temas conformaban una suerte de canto general en que todo, aun el más nimio de los ritornelos, parecía surgir del mismo fango que amasaron los Cohen, Dylan o Clapton. Calamaro había dado el muletazo con que sueñan los matadores, ese natural que da sentido a una vida.

Darío Manrique ha glosado la peripecia del cantante porteño en Honestidad brutal o la huida hacia delante de Andrés Calamaro, séptimo título de la colección Cara B, de Lengua de Trapo, dedicada a algunos de los álbumes de culto del pop-rock en español. El texto, un brioso documental de 163 páginas, no solo desvela la entretela del doble CD; además, obra el prodigio de que los calamaristas lo revisitemos bajo una nueva luz, no siempre más favorecedora.

Manrique Jr. también es seguidor de Calamaro, mas su retrorreportaje rezuma más frialdad que jabón, más flema que incienso; en él advertimos ese prurito de distanciamiento que suele timbrar al periodismo con mayúsculas, rara avis en un género en el que predominan las agónicas supuraciones de alabanzas, las diatribas de maníacos desairados y las tesis doctorales. A partir del testimonio de músicos, productores y periodistas, Honestidad brutal o la huida… da cuenta de cómo se gestó el disco que dio la puntilla a los noventa, una década marcada por la atonía y el trampantojo. Tal como expone el autor, Calamaro venía de grabar el pulquérrimo Alta suciedad, catorce temas que habían gozado de los parabienes de la crítica y del favor de los 40 Principales. En cierto modo, el porteño había cumplido el sueño de cualquier rock star: saciar al gran público a base de beluga. Otro en su lugar habría tratado de amarrar el resultado imitándose a sí mismo: él grabó Honestidad brutal.

Una de las preguntas que más frecuentemente formula y se formula Manrique es qué hubo detrás de la fiebre creativa que se enseñoreó de Calamaro, a qué deidad consagró aquella pulsión masturbatoria que, a caballo de Madrid, Miami, Buenos Aires y Nueva York, fue sembrando el planeta de himnos. La versión más aceptada entre la calamarería (y a la que parece abonarse Manrique) es que la ruptura con su pareja de entonces le sumió en un trance que tuvo algo de penintencia y fuga, de flagelo y redención. En ese arrebato, Calamaro se convirtió en un estudio de grabación ambulante, en una suerte de Amadeus tóxico que no cesó de escupir milagros a ritmo de fundición fabril. Cualquier cubículo, por precario que fuera, le servía para celebrar una kermés: una habitación de hotel, el salón de casa de un amigo, su propio domicilio… Las canciones que fueron cuajando no eran, parafraseando al poeta, un bello producto ni un fruto perfecto, pero al pegar la oreja a ellas uno oía el borbotón de las calderas del infierno. En el afán de conservar ese hálito primordial, esa preclara impureza, Calamaro las fue grabando tal cual; a pelo, sin edición ni postproducción. La maqueta era ya la canción.

El otro gran combustible del artista, en efecto, fue la cocaína, como evidencian las alusiones a la sustancia en «Te quiero igual» («me dejaste la ceniza y te llevaste el cenicero»), «Clonazepán y circo» («Mucho traje de fajina, pero sobra cocaína, / y con el precio que tiene, este lugar me conviene») o «Los aviones» («se acabó todo lo que había, / queda un cigarro mojado»). No obstante, y más allá de que la palabra misma se halle incrustada en tal o cual canción, lo que habla a las claras de que la coca fue a Honestidad brutal lo que la benzedrina a On the Road o el whisky a Post Office, es la querencia por el vicio que espolvorea la obra. A semejanza, por cierto, del otro gran disco de aquel año, ese 19 días y 500 noches con que Joaquín Sabina abrió la puerta grande de todas las plazas del mundo, y que compartiría con Honestidad Brutal, además de su impronta narcótica, su halo mesiánico, como de verdad revelada. Por lo demás, tanto Sabina como Calamaro eran ya artistas maduros, lo que no fue óbice para que se reinventaran, y que lo hicieran, además, siguiendo la estela del Camarón de La leyenda del tiempo, del Rafael Amador de Inspiración y locura, del Kiko Veneno de Échate un cantecito. Otros tres títulos, por cierto, que bien merecerían un cara-b. (Del de Sabina, al parecer, se está ocupando Julio Valdeón Blanco).

Honesto como el álbum al que rinde su escritura, Manrique admite que no logró que sus entrevistados se soltaran la lengua como él habría querido. Una y otra vez, topa con el mantra «ah, si yo te contara… pero eso no se puede contar». Un fracaso menor, no obstante, que nada tiene que ver con la canónica ironía de Bill Buford, que definió el reportaje como ese género en que alguien que pretende entrevistar a Mick Jagger da cumplida cuenta de por qué no pudo hacerlo. Manrique sí habló con Calamaro, aunque este no se prodigara en grandes revelaciones y aun relativizara la hipótesis del cherchez la femme. Nada de que asombrarse, si tenemos en cuenta que también relativiza la valía de su Honestidad brutal, un álbum que en los últimos tiempos parece inspirarle una cierta indiferencia. Lo que prueba que, en ocasiones, son los genios quienes menos facultados están para hablar de su genialidad. Qué sabrá este Calamaro, ay, de aquel Andrelo.


Jot Down, 19 de febrero de 2015

martes, 17 de febrero de 2015

Los desayunos de palacio



Al poco de ser elegido presidente por vez primera, Jordi Pujol instituyó en Sant Jordi una chocolatada en la Generalitat a la que estaban invitadas las fuerzas vivas de la región. Políticos, militares, eclesiásticos, intelectuales, periodistas y burgueses de toda laya, mojaban el churro simultánea y ecuménicamente como ufanándose ante España de que Cataluña fuera, ay, un vecindario modélico, bien avenido; a diferencia, claro está, de Madrit, que no deparaba más noticias que los duelos a bilis y esputos entre tirios y troyanos. Los desayunos de palacio solían ser pródigos en declaraciones más o menos institucionales que, año tras año, fueron tallando un canon de catalanidad. Lo que sigue es el ramillete de crónicas, entrevistas y ecos de sociedad que, a propósito de la festividad de Sant Jordi, se publicaron en La Vanguardiacoincidiendo con la presidencia de Pujol. Por descontado, el interés de la excavación hemerotéquica no reside tanto en lo que llegó a decir el defraudador (que también) cuanto en lo que transcribieron sus periodistas de cámara. 


Jordi Pujol, en el Parlament, esbozando su programa de gobierno (1980)

"Es absolutamente necesaria una hacienda autónoma como resultado de la renegociación que hemos de efectuar de las cláusulas hacendísticas del Estatut."

"Una hacienda autónoma" donde 'autónoma', a la luz de los hechos, tal vez quisiera decir 'permisiva para con los poderosos'. En ese año, en efecto, el líder de Convergència se proclamaría presidente y heredaría de su padre, Florenci, una fortuna indeterminada. Ambos baldones guardan hoy una concomitancia simétrica.


Pie de foto sumarial (1981)

"Que las flores y los libros sean hoy y sean siempre nuestras armas." Ayer, festividad de Sant Jordi, Barcelona vivió con enorme animación, a pesar de la lluvia, la tradicional jornada dedicada al libro y a la rosa. El president de la Generalitat, Jordi Pujol, presidió los actos oficiales celebrados con motivo de la festividad y pronunció un mensaje del que extraemos, por su significado, la frase que titula esta página. En estas fotos vemos, en la instantánea superior, una curiosa imagen de las Ramblas llenas de paraguas, bajo los cuales los barceloneses se aglomeran para comprar libros y rosas. A la izquierda, la calle del Obispo Irurita, repleta de gente, a pesar del mal tiempo. Encima de estas líneas, el presidente Pujol conversa con el capitán general, teniente general Arozarena, y el delegado del Gobierno en Cataluña, Josep Meliá, en la recepción ofrecida en la Generalitat. A la derecha, la esposa del president, doña Marta Ferrusola de Pujol, deposita un ramo de rosas frente a la estatua de Sant Jordi.

"Extraemos, por su significado, la frase que titula...". Esa frase, ciertamente, encierra un gran significado. En sus últimas deposiciones, Pujol, al fin exonerado de su reputación d'home d'Estat, tal vez no hubiera añadido 'y siempre'. Le hubiera bastado con un perentorio 'hoy' y un irresponsable 'Dios proveerá'.


Jordi Pujol, tras la misa celebrada en la capilla de Sant Jordi del Palau de la Generalitat (1982)

El president Jordi Pujol destacó el importante simbolismo de la tradicional Diada de Sant Jordi. Es un día caracterizado por la convivencia feliz, la belleza, la cultura, el respeto, el civismo... Por eso, expresó su deseo de que Cataluña sea cada día uña Diada de Sant Jordi.
El presidente señaló que, a pesar de las cuestiones preocupantes, Cataluña irá hacia delante si conserva—con rigor, trabajo e inteligencia— la ilusión colectiva, la fe en sí misma y el espíritu de convivencia.

Amén.


Nota de ambiente de Oriol Domingo (1983)

El espíritu cívico de la Diada de Sant Jordi penetró ayer todos los rincones de Cataluña. Se respiró y se palpó este especialísimo ambiente de civismo de unas gentes que se enamoran de la belleza, simbolizada en la flor, y que apuestan por la cultura, cuyo signo es el libro. Así se vivió esta jornada. Como un reencuentro del pueblo catalán consigo mismo, como cada 23 de abril.
Y uno de aquellos rincones es el del Pati dels Tarongers, del Palau de la Generalitat. A la hora del desayuno, un sol suave y un aire ligero bañaban el patio. El president, los consellers, los parlamentarios que apoyan al Gobierno y los de la oposición, dirigentes de todos los colores políticos, autoridades civiles y militares, el cardenal.... También estaban los alcaldables. Como Maragall y Tries, como Hortalà y Solé Tura... Todos se saludaban cordialmente con una sonrisa y se entrecruzaban conversaciones mientras se sorbía el vaso de naranjada o se tomaba café con pastas. El ambiente era en verdad apacible, modélico. Por eso hay que salir al paso. Por eso hay que anunciar la buena nueva de que, a pesar de los truenos y los relámpagos de la campaña electoral, aquí el sol es suave y el aire es ligero. Aquí se sabe convivir.

¿El sol? Suave ¿El aire? Ligero. Esta nota del escriba Oriol Domingo (redactada, como las que siguen, a propósito de la recepción en la Generalitat que instituyó Pujol en el día de su onomástica) delimita el campo semántico de lo que acabaría conociéndose como el oasis. "Aquí se sabe convivir", baldosín folclórico a lo "Aquí vive uno del Murcia" cuyo subtexto reza "allí, en cambio...".


Crónica de Joaquín Luna (1984)

Todos al sol. Estaban casi todos allí, en el Pati dels Tarongers , como si efectivamente hubiera un lugar bajo el sol generoso en la “res publica” de Cataluña. Sant Jordi les congregó distendidos, chocolate, café con leche, jerez, pastas, pastas, horchata y hora y cuarto de desayuno cordial. Todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas de Cataluña, bueno, casi todas, estuvieron presentes.

"Bueno, casi todas." ¡Honor y gloria a los ausentes!


Perfil de Jordi Pujol, a cargo de Maria Elena Alie (1984)

Arropado por su esposa, Marta Ferrusola, incansable embajadora de su marido, y por sus hijos, todos formando bloque, no lamenta ni por un instante haber dedicado su vida a la política. A pesar del cansancio, del que parece no resentirse en absoluto; de los disgustos, de las satisfacciones, que también las hay, y del difícil momento que toca, como siempre, vivir, ni se le pasa por la cabeza la tentación de volver a la sombra, al incógnito, a la ciudadanía de a pie. Declara, convencido, que está metido en este fregado porque le gusta y le interesa, y por lo tanto no tiene ningún motivo de queja. Quizá su vida familiar sería más reposada, su trabajo y su ocio con menos sobresaltos. Pero Jordi Pujol ni quiere ni puede “plegar”. No se debe engañar ni defraudar a la gente que cree en alguien, y esto lo tiene clarísimo.

Hasta "plegar" (que en catalán se usa en el sentido de 'dejar el trabajo al acabar la jornada laboral' o 'cesar en el puesto por propia voluntad') no hay nada en el panegírico que no sea cierto.


Pujol: la victoria amplia aumentará el diálogo y no la crispación con Madrid. 
Previa electoral firmada por Joaquín Luna (1984)

Jordi Pujol, de 53 años, tiene unas convicciones de granito. Unas creencias fijadas en la mente que día tras día, inasequible al desaliento, repite ante quienes le escuchan. Y estos esquemas pueden aparentar una campaña “aburrida”. Jordi Pujol lo sabe perfectamente y también parece seguro de que esta antítesis del político locuaz, propenso a exabruptos y “boutades”, arroja una rentabilidad importante a corto, medio y largo plazo en un país como Cataluña. Jordi Pujol no se cansa de repetir que nos esperan cuatro años de recuperación económica, que entre Bruselas y Managua hay que elegir la capital belga, que CiU no tiene ganadas las elecciones y que cada militante debe pasar el rastrillo para recabar votos, que TV3 tiene que funcionar tan precariamente como antaño los dos cines de su pueblo. Son dividendos para un político que, gustará o no, ha engañado poco al electorado. La encuesta definitiva, el 29 de abril.

Palabras clave: convicciones de granito, creencias fijadas en la mente, inasequible al desaliento.
¡Cómo iba a nadie a prever que esos "dividendos" de la penúltima frase acabarían siendo obscenamente literales!


Crónica de José Mª Castro (1985)

A pesar de la climatología prevista, los barceloneses quisieron salir a lacalle sin paraguas para celebrarla festividad de Sant Jordi. La fina y poco persistente lluvia que empezó a caer a últimas horas de la mañana no privó a miles deciudadanos de los paseos en busca de los tradicionales regalos. Sin embargo, libros y rosas conocieron una mayor venta cuando a primeras horas de la tarde el sol y un tiempo menos incierto erradicaron las nubes de lluvia y propiciaron una más primaveral celebración del patrón de Cataluña.
[...]
También las banderas cuatribarradas estuvieron presentes en gran número de balcones y fachadas, recordando de esta forma la figura del santo como patrón de Cataluña. La festividad popular de la jornada no se vió perturbada por el carácter laboral que refleja el calendario. Los barceloneses dedicaron unas pocas horas de su tiempo para pasear en busca de una rosa o elegir un libro.

Sometamos las letrillas a la operación Gombrowicz: "También las banderas rojigualdas estuvieron presentes en gran número de balcones y fachadas, recordando de esta forma la figura de Santiago Apóstol como patrón de España. La festividad popular de la jornada no se vió perturbada por el carácter laboral que refleja el calendario. Los españoles dedicaron unas pocas horas de su tiempo para pasear en busca de una tarta, una venera o un cayado."
La comparación, a menudo desaforada o levemente cazurra, entre el pujolismo y el franquismo, tiene un bastión inexpugnable en la forma como el primero se adaptó a la prosa comisarial, exuberante y nódica del segundo.


Crónica sin firma (1986)

Después del desayuno, Jordi Pujol declaró respecto a la convocatoria de las elecciones legislativas que “espero que CiU obtenga un buen resultado”, si bien matizó que ayer no era un día para hacer valoraciones políticas, sino para celebrar la fiesta del patrón de Cataluña. [...]
En relación con el día de Sant Jordi, el presidente de la Generalitat explicó que se trataba de “una jornada muy agradable por el ambiente de afecto y el espíritu positivo y de fiesta que se respira entre todos”. Al preguntársele si ya había regalado una rosa a su esposa Jordi Pujol respondió que todavía no, “pero lo haré. Esto no falla”.
Posteriormente, en la misma Generalitat, Jordi Pujol, con motivo de la entrega del cuarto premio Serra i Moret a obras de civismo, manifestó que "el nacionalismo nos ha de servir para ser más exigentes". El presidente Pujol recibió como regalo del Gremio de Pasteleros de Barcelona en el día de su onomástica una tarta de doce kilos de peso, que posteriormente fue entregada a una entidad benéfica.

"Ayer no era un día para hacer valoraciones políticas, sino para celebrar la fiesta del patrón de Cataluña." Probablemente estemos ante uno de los primeros bosquejos perifrásticos del 'això no toca', remedo desabrido del 'no comment' mediante el que Pujol impuso a los periodistas qué preguntas se le habían de formular y cuáles no.


"Desayuno con 'glamour'". Nota de ambiente de Josep Sandoval (1987)

Todos llegaron a punto, a pesar del gentío y el tráfico. Acercarse al President era cosa imposible y otro tanto sucedía con Marta Ferrusola (sastre impecable gris con blusa de seda en blanco), asediados por los amigos que compartieron el tradicional desayuno de Sant Jordi en el Pati dels Tarongers de la Generalitat. Atuendos serios, a pesar de la hora (diez de la mañana), y caras de sueño en algunos de los asistentes. Entre éstos, Carles Vilarrubí, responsable mayor de la loto catalana y quizá llamado simpáticamente por ello el “lotero mayor del reino”: anoche estaba en el Up, compartiendo mesa con Carmen Russo, una de las estrellas del especial televisivo que se emitirá para anunciar las rifas.

"El tradicional desayuno de Sant Jordi en el Pati dels Tarangers." Tradicional, sí. También a base de chocolate con churros se fundan las naciones. Nótese el doble preservativo con que el cronista glosa la figura de Vilarrubí. "Quizá" le llamaran lotero mayor del reino, pero si así fuera, el mote desprendía "simpatía". De modo insólito, asegura desconocer el qué para, a continuación, blindar el cómo.



Entrevista de Juan Tapia y Luis Foix a Jordi Pujol (1988)

—Usted inicia su actividad política con un grupo medio confesional, medio político, que se llama Crist Catalunya. Esto hace más de cuarenta años. ¿Se siente usted muy alejado de aquellos planteamientos de un grupo que se movía en las coordenadas de la religión y del catalanismo?
—Yo comencé mi actividad política en 1946 a través de actividades muy marcadamente culturales con un grupo que se llamaba Torras i Bages, en el cual, por cierto, uno de los que estaba era Joan Reventós. Era un grupo de signo catalanista, evidentemente de inspiración cristiana, como demuestra el propio nombre de Torras i Bages. Pero también empecé a establecer contactos en la universidad con personas corno Pere Figuera, Hilari Raguer —hoy monje de Montserrat—, Josep Maria Ainaud. Jordi Casas Salat y gente de estas características Además, desarrollaba una serie de iniciativas que se centraban en la edición y reparto de papeles, pintadas en las paredes, colocación de banderas...
—¿Cuándo sitúa estas acciones?
—Todo esto fue desde 1946 a 1950.
—¿Y después?
—Paso un tiempo sin actividad política propiamente dicha. Vuelvo en 1954, que es cuando se produce la fundación del CC. Evidentemente, no me siento lejos de aquellos planteamientos. Pero el CC no era un movimiento propiamente político sino una actividad prepolítica, orientada más bien a  reforzar determinados valores,y actitudes,más de tipo moral e intelectual quepropiamente político. En muchos de mis discursos salen aspectos que pertenecen a aquella época.
—¿Qué aspectos?
—El llamamiento constante a laresponsabilidad personal, la incitación a la ambición colectiva, a que el país tenga un concepto de patriotismo como un producto dela solidaridad, a fomentar el nacionalismo que puede resumirsen un comunitarismo, a que hay que tener siempre una visión global del país. Todas estas ideas vienen de la época del CC.

La entrevista de Tapia y Foix revela que la pleitesía que el periodismo rindió a Pujol no era en modo alguno obligatoria. Y que la independencia de la prensa es, sobre todo, la de sus periodistas. En los años de plomo también hubo redactores con su "girar vuelto aguas arriba", lo que baña de indignidad a quienes hoy se pretenden víctimas de presiones cuando en realidad sólo lo fueron de prejuicios.


"Desayuno con chocolate y rosas". Crónica de Màrius Carol (1988)

Más de 1.500 personas participaron en la recepción, que tuvo su disparo de salida en el mismo momento en que el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, mojó un melindro en un tazón de chocolate.

Tratar de imitar a Capote y acabar escribiendo que el presidente mojó el melindro cual marquesa que sale a las cinco.


"Chocolate con crispación". Crónica de Màrius Carol (1989)

Los nubarrones amenazaban tormenta. El clima político era tan desapacible como el meteorológico. El Palau de la Generalitat, con más de quinientas personas mojando ‘croissants' y ensaimadas de Miracle en tazones de chocolate, vivió ayer una tensa diada de Sant Jordi, tras las declaraciones de los últimos días del alcalde Pasqual Maragall acusando al Gobierno de la Generalitat de poner palos a las ruedas del Comité Olímpico Organizador de Barcelona (COOB) 92, ataques que han sido contestados por el conseller de Política Territorial, Joaquim Molins. Aunque Jordi Pujol no quisiera hablar de estas cuestiones, a pesar de que Maragall dijera que “hoy es un día para hablar de ‘flors i violes”, no había corrillo en que no se tratara del golpe bajo del alcalde, con su “memorial de greuges”. Es más, cuando Maragall llegó con retraso al Pati dels Tarongers, Pujol se fue a recibir al escritor húngaro, de origen catalán, Ernest Dethoney. Eso sí, antes se dieron la mano, pues los políticos de este país aún no han perdido las formas.

El desprecio del que fueron objeto los socialistas catalanes nunca fue tan inmoral como la resignación con que éstos lo acomodaban a su fatídica circunstancia de 'botiflers'. Aquí, Carol acusa a Maragall, a la sazón alcalde de Barcelona, de "atacar" al Gobierno de la Generalitat. A continuación, ya encelado en el agravio, habla de "golpe bajo". Menos mal que Cataluña está a salvo de ruindades y bajezas, pues "los políticos de este país aún (aún) no han perdido las formas". Acotaciones como ésta, rebosantes de zarzuela y alcanfor, engordaron el mito del oasis, que, lejos de ser una excrecencia difusa, un pólipo anónimo, tiene tras de sí un cristalino orfeón de autores.


Declaración de Jordi Pujol recogida en la crónica de Oriol Domingo (1990)

El diálogo entre el Príncipe y la Generalitat —según el presidente— no se ha hecho con un sentido de política coyuntural, sino con una perspectiva larga, pensando en lo que conviene a este país en muchos años para dotarle de fundamentos sólidos y permanentes. Modestamente confieso que hemos dado ejemplo de cómo hay que fortalecer aquellas cosas que duran, más allá de las situaciones fugaces.

Palabras clave: diálogo, perspectiva, fundamento, solidez, modestia, ejemplo.
Pero sobre todo: modestamente confieso.


Crónica sin firma (1991)

El presidente Pujol, por su parte, hizo un llamamiento a la solidaridad para hacer un país más cívico durante el acto de concesión de los Serra i Moret que otorga la Conselleria de Benestar Social. El presidente de la Generalitat insistió en una idea motriz: "Necesitamos un país de calidad para sobrevivir como nación y, para ello, hace falta un alto nivel de civismo". "Hemos de introducir generosidad en el vivir colectivo, porque de lo contrario seremos un pueblo muerto. Sólo la alegría es creativa. La tristeza interesada es negativa", concluyó.

Ni siquiera un concepto como el de solidaridad merece la más mínima consideración si no supedita a la patria. 'Introducir generosidad en el vivir colectivo' es uno de esos extenuantes rodeos que sirvieron para relegar la Feria de Abril al ámbito de la limosna. Antes que Cultura, Bienestar Social.


Crónica sin firma (1992)

El presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, invitó ayer a los catalanes a compaginar la idea de universalidad con la fidelidad a Cataluña en la celebración del día de Sant Jordi. Pujol, que recibió felicitaciones por partida doble -su onomástica y su reciente reelección como presidente catalán-, señaló que "Sant Jordi es una festividad de afirmación catalana" y argumentó que en la celebración ciudadana "participa todo el mundo, incluso aquellas gentes que políticamente no se sienten vinculadas con el catalanismo".

Con los Juegos Olímpicos en el horizonte, el nacionalismo llamó a zafarrancho contra el cosmopolitismo, esa epidemia que respondía, antes que a un cierto afán de modernidad, a la voluntad de destruir Cataluña. Así, y en virtud de una manía persecutoria que se fue acentuando a medida que la democracia se iba consolidando, los JJOO, llamados a poner Cataluña en el mapa, no fueron más que un sibilino intento (¡uno más!) de disolver su identidad.


Crónica de Rafel Jorba (1993)

“Felicitats, president” es la fórmula al uso para saludar a Jordi Pujol, y que traduce la coincidencia entre la festividad del patrón de Cataluña y su onomástica. Los cerca de dos mil asistentes optaron este año por repartirse los papeles: unos guardaron turno en el salón de Sant Jordi para acercarse al presidente de la Generalitat y otros hicieron corros en el Pati dels Tarongers con los cabezas de lista a las próximas elecciones generales. Narcís Serra, que a la misma hora presidía un Consejo de Ministros en Madrid, era el gran ausente. La cordialidad catalana la encarnaban Miquel Roca, en compañía del conseller Joaquim Molins—su segundo en la lista de Barcelona—; Jorge FernándezDíaz, con la sonrisa de Enrique Lacalle que no le abandona; Rafael Ribó, que se dispone a tomar el puente aéreo a Madrid en la peor hora, y Àngel Colom, que esgrime encuestas de altos vuelos para Pilar Rahola.

En Cataluña puede fallar el contenido, pero no el continente, como lo corrobora, por ejemplo, la presencia de Pasqual Maragail en la efemérides. Las formas son lo que nos distancia del resto de España y nos acerca a Europa. Y es que acostumbrados a oír que España era diferente, lo que queda claro es que la diferencia estaba en Cataluña. El político, aquí y allí, es siempre el superviviente, pero entre nosotros hemos superado el estadio del que habla Hans Magnus Enzensberger en su ensayo sobre “Política y delito”, es decir, la coincidencia del acto político original con el primer crimen: los hijos que se rebelaban contra el padre que ejercía un poder despótico. Aquí la rebelión es pactada.

"Las formas son lo que nos distancia del resto de España y nos acerca a Europa.". La cortesía, incomprensible, del 'resto de'.


Crónica de Mercè Beltran y Xavier Ventura (1994)

Asimismo, Pujol salió en defensa de la clase política al afirmar que gran parte del progreso experimentado por España en los últimos años ha sido liderado por ella, aunque pidió que las personas corruptas fueran "alejadas" de la política. Frente al clima de desconfianza contra los políticos que muestra la sociedad a causa de los casos de corrupción que se han hecho públicos últimamente, Jordi Pujol contrapuso el "importante" progreso que ha vivido el país en los últimos años, parte de cuyo mérito adjudicó a los dirigentes políticos.

El hecho de que tantísimos ciudadanos juzgaran imposible que Pujol fuera un defraudador se debió, en parte, a párrafos como el anterior. Obsérvese que Pujol no da la cara por CiU, sino por una 'clase política' que, en aquel periodo, y con el último gobierno de Felipe González acorralado por la corrupción, sólo podía estar representada por el PSOE. La maniobra es de una sutileza demoníaca. No en vano, defender al PSOE en aras de... ¡España! equivalía a exonerar a su formación del menor indicio de sospecha.


Crónica de la inauguración de la nueva sede del Arxiu Nacional de Catalunya, por Ignacio de Orovio (1995)

El presidente catalán dijo que el nuevo ANC "encaja en nuestra visión pacífica del nacionalismo, que no se basa en una idea de etnia, ni en el radicalismo político ni, por supuesto, en la violencia". "Defender Cataluña desde una actitud pacífica, convivencial y dialogante -señaló- no significa renunciar a la defensa de nuestras propias convicciones ni claudicar del derecho a lo que forma parte de nuestro patrimonio histórico y que nadie puede usurparnos."

Donde "pacífica, convivencial y dialogante" pretenden contrapesar el adjetivo 'Nacional', que ya por entonces orlaba cualquier chamizo de titularidad autonómica.


Crónica de Màrius Carol (1995)

El desayuno sirvió para el reencuentro. Jordi Pujol y su esposa Marta Ferrusola pudieron compartir chocolate con sus nietos Mercé y Jordi, hijos del primogénito de la familia. Narcís Serra tuvo ocasión de dar un abrazo a Antònia Macià, viuda de Tarradellas, que a sus 90 años tiene un aspecto magnífico y así se lo dijo. Y el conseller Macià Alavedra abrazó a Maria Macià.

Sin saber cómo, habíamos pasado del oasis a los teletubbies.


Pujol, dispuesto a negociar las horas que haga falta para cerrar un acuerdo con los populares
(Noticia alusiva a las negociaciones entre PP y CiU firmada por José Antich (1996)

Esa retórica tan del gusto de Pujol, que siempre dio a entender que hacía más, mucho más de lo que humanamente le exigía el cargo. Tando énfasis puso en ello que acabó por proyectarse ante la ciudadanía no como un presidente, sino como una suerte de ungido por la Moreneta para el que todo sacrificio era poco. Cataluña, después de todo, siempre merecía más.


Crónica de Rosa M. Piñol y Sergio Vila-San-Juan (1997)

Un singular autor, Jordi Pujol, firmó ejemplares de su “Tot compromís comporta risc” (recopilación de conferencias que ha publicado Edicions 62), durante una visita a la librería Ona. El presidente de la Generalitat, acompañado de su esposa, detallaba sus adquisiciones del día: “He comprado ‘El misteri de Berlín’, de Jordi Mata; ‘Els primers cristians’, de Jesús Mestre, y ‘Hola diari’, de Ivan Parra, que es el diario de un adolescente, castellanoparlante, que explica sus inquietudes. También acabo de leer ‘Mediterrània’, de Baltasar Porcel, un gran libro, mejor que el ‘Danubio’ de Magris, aunque más desordenado”. Para Pujol, ayer fue un buen día para comprar novelas, “porque el nivel de la narrativa en catalán es muy alto, con autores como Porcel, Montcada,  Palol, Cabré o Villatoro. Su ‘Memòria del traidor’ es, como dicen los franceses, ‘bouleversant’. Léanlo, léanlo”.

"He comprado." Falso. En el intento de dárselas de austero, Pujol presumía de no llevar nunca 'suelto'. Por lo general, del pago de las compras se encargaban los guardaespalda, quienes, como es fama, no siempre se atrevían a presentar la hoja de gastos, no fuera a ser que por un exceso de celo se quedaran sin trabajo.


“Sin novedad en el oasis catalán.” Crónica de Jordi Juan (1998)

La calidad del chocolate con melindros que se sirve cada Diada de Sant Jordi en el Palau de la Generalitat mejora con los años. Y el optimismo, distensión y relajo con que los invitados lo consumen está en consonancia. Ya pueden pelearse en Madrid por los muertos de los GAL o las últimas tropelías del Cesid, que en el oasis catalán los políticos no tienen ningún problema en confraternizar distendidamente en esta tradición anual y nadie se acuerda de todas las “peripecias” que sacuden a la capital de España.

Ya pueden pelearse en Madrid por los muertos del GAL.


Comentario de Alfred Rexach (1999)

Hubo escarceos sobre la polémica de moda: el nacionalismo, lo cual demuestra que Pujol, además de repartir el chocolate, es quien elige el terreno y la clase de juego al que todos acaban jugando.
Sabe más el diablo por viejo que por diablo y el presidente, aún en plenitud de facultades a sus 68 infatigables años —esto que quede claro— marca el ritmo de la fiesta, tanto que ayer se concedió a sí mismo la gentileza de tomar la iniciativa para cruzar el Pati dels Tarongers en busca de Maragall e interesarse por el delicado estado de salud de su padre, el ex senador Jordi Maragall. Puesto en tal tesitura y asediado por cámaras y micrófonos necesitados de algo más que de horchata para ganarse la vida, el aspirante acabó por admitir que sin considerarse nacionalista se siente cercano a Pujol.
A este paso, habrá que distinguirles por el bigote.

No hay que infravalorar a los cobistas. Así Rexach, que antes de subrayar el subrayado añadiendo luz a su penitencia, desliza una apreciación en la que pocos analistas habían reparado. Pujol, en efecto, siempre eligió las fichas y el tablero, eso que años después el político Albert Rivera llamaría el 'marco'. Y fue precisamente el marco, o más precisamente la dificultad de escapar de él, lo que acabaría llevando, tal como augura el cronista en su último párrafo, a que Maragall y Pujol fueran uno y lo mismo.


Crónica de Ramón Suñé (1999)

El fuego cruzado de declaraciones a favor o en contra de su visión de los nacionalismos no alcanzó a un Jordi Pujol que durante la recepción en la sede del autogobierno catalán se mostró mucho más atento con Pasqual Maragall que con Josep Borrell o el alcalde Joan Clos. El president sí accedió a comentar la homilía pronunciada por el arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles,que en la misa que tuvo lugar en el Palau de la Generalitat pidió a los políticos que sean “los primeros interesados” en “rehabilitar” su profesión. Pujol recordó que el arzobispo reconoció también que la política “es un oficio noble y absolutamente necesario para que un país vaya bien”. “La corrupción —añadió— existe en todos los ámbitos humanos, pero los políticos estamos muy a la vista del público”.

Como resume admirablemente el psicoanalista Stephen Grosz, "cuanto mayor es la tienda, mayor es la trastienda". Llama la atención, por lo demás, que Pujol se ocupara de la corrupción tras una homilía del arzobispo Ricard Maria Carles, como si se sintiera impelido a abordar el asunto desde el punto de vista de un 'pentito'. A modo, precisamente, de expiación.


Comentario de Alfred Rexach (2000)

Pujol estaba contento después de comprobar que el Gobierno de Aznar ha defendido ante las Naciones Unidas su política linguistica. En la leyenda y en la vida real Sant Jordi acaba con el dragón, en este caso Vidal-Quadras, cuya Asociación por la Tolerancia mostraba ayer su escasa tolerancia quejándose de que en Madrid no den síntomas de prepararse para una nueva cruzada anticatalana.

Como se sabe, otro de los grandes mantras de la Cataluña pujolista (y que sigue gozando de una envidiable salud) consistió en tildar de 'anticatalanes' a quienes defendían la posibilidad de emplear el castellano en el ámbito público. Dicho señalamiento no tenía otro objetivo que la muerte civil o el abandono de Cataluña por parte del damnificado, lo que, a modo de profecía autocumplida, venía a demostrar que "catalán, lo que se dice catalán, tampoco debía de serlo mucho".


“La tradición es la tradición.” Comentario de Alfred Rexach (2001)

Bien mirado, y atendidos los comentarios de los presentes, casi nadie entre los que acuden cada año sabe ya por qué persiste en asistir a un encuentro que ofrece bien pocas posibilidades, si alguna hay, de mantener al menos una conversación mínimamente razonable y con algún sentido. Seguramente si le preguntaran a Pujol, contestaría que él tampoco sabe por qué sigue sometiéndose y sometiendo a tres mil invitados a una de las fiestas más pesadas del año; pero la tradición es la tradición y los países pequeños como Cataluña necesitan tradiciones para reconocerse a sí mismos. Si alguna vez somos normales –y hay motivos fundados para dudar de que ese día llegue–, la mañana de Sant Jordi el señor presidente desayunará en casa con su esposa y sus hijos y los demás haremos lo mismo.

Donde 'anormales' significa españoles.


“La apoteósica chocolatada del Senyor Pujol.” Comentario de Alfred Rexach (2002)

Éramos tantos, que estábamos todos. Ahora que está a punto de retirarse, alguien tendría que sugerirle a Pujol que el desayuno de la mañana de Sant Jordi debería ofrecerlo en abierto, o sea, en las calles y plazas de toda Cataluña. Sería la apoteosis y la demostración de que veintitantos años de pujolismo han significado un paso adelante, un progreso en el que nadie queda marginado.


En Barcelona, a 1 de agosto de 2014




La Ilustración Liberal, otoño- invierno de 2014-2015

Cuatro aventis de 95 octanos

Charly, un sietemachos de antología, me retó a ir en su vespino "hasta la esquina y volver". Y yo, por no aguantar las bravuconadas con que, a buen seguro, me mortificaría en caso de negativa, acepté el reto. Tenía 13 años y era la primera vez que me subía a una moto, pero aquello no fue excusa para que, no habiendo recorrido ni 10 metros, me escurriera con estrépito de comediante. Más aparatosa que la caída fue el relato que empecé a orquestar cada vez que alguien, al verme con el brazo escayolado, preguntaba qué, cuándo, dónde. En los días que siguieron al trompazo sólo me hizo temblar el cómo. Así, tras la primera ronda de explicaciones, inexorablemente escoradas hacia la prosa de atestado, fui aliñando el suceso con matices más o menos sensacionalistas y, en cualquier caso, carentes de maldad. El derrape de la rueda trasera pasó a ser un choque contra la cabina telefónica, y de ahí pasé a fabular que, más que 'chocar' contra la cabina, me había 'empotrado' en ella. Con todo, no acababa de estar satisfecho; precisaba un macguffin que diera a la narración el vuelo definitivo y, sobre todo, que evitara que el protagonista, o sea yo, quedara como un tarugo, así que en una de ésas incluí a una hermosa muchacha que pestañeaba a mi paso, de suerte que yo, arrobado por su gesto, no sólo perdía el juicio, sino también el rumbo. En una versión posterior, la muchacha no estaba a pie de calle, sino que gritaba mi nombre desde un balcón, y aun hubo un postrero desvarío según el cual, al empotrarme en la cabina, se abría la caja de los dineros y los viandantes, lejos de interesarse por mi estado, se hinchaban a coger monedas, y ni siquiera el hecho de que el cúbito me asomara, oh yeah, por el antebrazo frenaba los afanes de la turba. Con cada una de las firmas que fueron decorando el yeso, se fue engordando la leyenda, en un raro hipérbaton por el que, en realidad, quien suscribía la historia no era yo, sino mis amigos y conocidos, abajofirmantes de un aventis que era en verdad el fruto de su credulidad. En cuanto me quitaron la escayola puse fin a mi carrera de novelista, pero aún hay días en que me pregunto qué fue de aquella muchacha que pestañeó a mi paso, quién sabe si por evitar el riesgo de saber qué fue de mí.

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A Raúl se le han pegado las sábanas y, para arañarle tiempo al tiempo, se pone el casco de moto en el ascensor. Ya en la calle, y mientras corre hacia el lugar donde tiene su scooter,tropieza, cae de bruces y se lastima el codo (luego sabrá que se lo ha fracturado). Una viandante, alertada por sus gimoteos, se acerca hasta él, mas no acierta a explicarse por qué no hay moto alguna en las proximidades y, desconfiada, sigue a lo suyo.

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Casi todas las noticias que informaron del suceso llevaban empotrado en el primer párrafo expresiones como "lo nunca visto", "ver para creer", "aunque parezca increíble"... Claims, en suma, que no sólo redoblaban el cáracter insólito de lo ocurrido; además, lo envolvían en el celofán de lo prodigioso, como si aquella aberración tuviera algo de proeza. En el estadio milanés de San Siro, y cuando el partido entre el Inter y el Atalanta tocaba a su fin, un grupo de ultras locales había lanzado una moto desde el anfiteatro a la grada inferior. En su proverbial tosquedad, los aficionados al fútbol han llegado a arrojar a la cancha almohadillas, monedas, mecheros, una botella de Ballantine's, la cabeza de un marrano lechón... Pero, ¿una moto? ¿Cómo diablos se las ingenia uno para entrar al campo una moto?, me pregunté junto con media humanidad. En los días sucesivos, leí que los hinchas interistas habían robado la moto en los aledaños de San Siro, la habían desmontado y la habían entrado al graderío por piezas. También se especuló con la hipótesis de que el vehículo perteneciera a un empleado del club, y que estuviera aparcado dentro del recinto. Hubo quien aseguró que los ultras habían accedido al graderío con la moto en marcha, a través de una de las rampas espirales que anillan el estadio. Sea como sea, el sinnúmero de versiones que fueron circulando y la truculencia con que se aliñaron confirieron al motorino estatus de leyenda. Años después, recaló en Barcelona la exposición 'Pasión en las gradas' y, atraído por el título, un remedo de la traducción al español de 'Fever on Pitch', me acerqué a verla. La muestra incluía fotografías pretendidamente impactantes y objetos alusivos a la demencia consustancial al fútbol. Entre éstos, había un ataúd gualdinegro que había mandado hacerse un hincha del Borussia y la muñeca hinchable que exhibió la afición del Barça en el regreso de Figo al Camp Nou. También estaba el motorino, cuyo asiento acaricié devotamente como si fuera la mano cercenada del primer Terminator.

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Te llevé a casa.
Al llegar, te bajaste de la vespino y me mostraste el portal por donde te perderías esa noche y las demás.
-Aquí es.
-Y te besé.
-Y nos besamos.
-Y nos besamos de nuevo.
-Otra vez.
-¿Te puedo llamar? Mañana, quiero decir, ¿te puedo llamar mañana?
-Pobre de ti que no lo hagas.
Bajé por el paseo de Fabra i Puig, torcí por Miquel Ferrà y, al dejar atrás la plaza Virrei Amat, tomé la suave pendiente de la avenida Borbón, que a la altura de las cocheras tendía a pronunciarse y, algo más arriba, a encabritarse. Tras ese tramo, vendría el descenso hacia San Antonio: Maragall, Córcega, Pau Claris, Aragón, Rocafort... Quiso la casualidad que aquella noche enlazara todos los semáforos en verde, como si la ciudad se me extinguiera por detrás al tiempo que me brotaba por delante. Jamás me había ocurrido nada igual: cruzar Barcelona de norte a sur sin necesidad de detenerme hasta llegar a mi destino. Creí que semejante prodigio era una señal divina, que mientras mi vespino y yo fuéramos empalmando semáforos en verde en el regreso de tu casa a la mía, tú seguirías a mi lado. Me entregué con denuedo al objetivo, crucial para la supervivencia de nuestro amor, de recorrer aquellos 8 kilómetros de trama urbana sin parar en ningún semáforo. Después de todo, si había sido posible aquella primera madrugada, por qué no iba a serlo en lo sucesivo. Al principio todo fue como una seda. Tanto que, de hecho, resultaba más sencillo completar el trayecto de corrido que hacerlo con paradas. Hasta que, llegado un día, los semáforos se desincronizaron y me vi obligado a más de un súbito acelerón, a ralentizar la marcha en espera del cambio de disco, a cruzarlos, ay, en rojo. Se trataba, dicho queda, de no detenerse, de que las ruedas de mi vespino siguieran girando y, con ellas, siguiera girando el mundo, que para mí, y por aquel entonces, eras tú. Bueno, tú y mi vespino; no en vano, de ella dependía nuestra dicha; de ella y, a qué negarlo, de mi pericia de piloto. Con el pasar de los días me convertí en un consumado experto en el arte de ensartar semáforos. Es cierto que hubo lances un tanto extravagantes, como el de la noche en que hube de aguardar a que cambiara a verde desplazándome en círculos, para pasmo de un peatón que por allí pasaba. Debió de ser por aquellas fechas cuando empecé a dejarte en casa más temprano que de costumbre, pues no veía el momento de darte el beso de despedida, poner en marcha mi vespino y, al abrigo de la luna, salvar lo nuestro. Comprendo que recelaras, que atribuyeras mis desatenciones y los níveos extravíos que comenzaron a apoderarse de mí, a la existencia de otra mujer. Pero créeme, no había en mis pensamientos nada que no fueran mi vespino y mil ardides para sobrevolar Barcelona. Ya ni siquiera, en efecto, estabas tú.



Club Pont Grup Magazine nº 6, 15 de febrero de 2015

viernes, 6 de febrero de 2015

Director's cut

El Estado Islámico ha terciado en el dilema que agarrotaba al periodismo respecto a la difusión del asesinato de Muaz al Kasasbeh. No sólo ha exhibido el vídeo, sino que, a tal efecto, ha dispuesto una pantalla gigante en plena calle y ha prescrito la asistencia del público infantil. El abrasamiento del piloto, en efecto, convertido en cine familiar; como si el Mal, por abisal que resulte, siempre fuera susceptible de otra vuelta de tuerca. Dado el alarde de postproducción, a nadie extrañe que el próximo crimen se proyecte en 3D, pues una de las peculiaridades del EI es precisamente su querencia por los usos occidentales, desde el mono guantanamero a la cámara lenta. En este sentido, y volviendo a los medios, sorprende que éstos no hagan uso de la prerrogativa por la que son igualmente despreciados, cual es la manipulación, y donde digo prerrogativa, claro está, quiero decir obligación. Por qué, en suma, se respeta con pulcritud filmotecaria el director's cut de los terroristas en lugar de encargar un montaje que desprovea la vileza de ínfulas. Hoy lo apuntaba Espada con su habitual agudeza (no en vano, estamos ante un asunto de su jurisdicción) y no está de más recordarlo: "¿Un Auschwitz con trenecillos que llegan y las lomas de cadáveres fuera del encuadre?". Por traducirlo al necio: ante un terrorista que pretende dárselas de Leni Riefenstahl, ¿cabe velar su condición de criminal y mostrar (únicamente) su perfil artístico?

Lo que apenas ha suscitado controversia es la proposición de ley orgánica registrada esta semana en el Congreso, y que, de aplicarse en un sentido restrictivo, impediría la divulgación en los periódicos de vídeos como el de la quema de Al Kasasbeh. Eso parece deducirse de los artículos 578 y 579, que castigan "el enaltecimiento o justificación públicos del terrorismo, los actos de descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas así como la difusión de mensajes o consignas para incitar a otros a la comisión de delitos de terrorismo". El texto tiene "en especial consideración" el supuesto de que "estas conductas" se difundan "a través de medios de comunicación".

Si se aprobara la ley en los términos en que está redactada, además de renunciar a manipular los hechos (entiéndanme, en la forma como el químico manipula una molécula o el charcutero la mortadela), la prensa renunciaría, sin alzar una ceja, a otra de sus grandes potestades: la de autorregularse.


Libertad Digital, 5 de febrero de 2015

La famiglia

El pasado verano, al poco de que Jordi Pujol Soley confesara que había ocultado dinero a Hacienda, los periodistas José Alejandro Vara y Pablo Planas recibieron el encargo de escribir sobre el particular. Tres meses después alumbraban La Familia Pujol Corporation, un instant book que, a despecho de las restricciones que impone el formato, constituye una acerada disección del pujolismo, esto es, del constructo moral que, sustentado en valores como el patriotismo, la laboriosidad o la austeridad, propició la implantación y pervivencia de una trama que tuvo en el presidente de la Generalitat al Gran Corruptor.


Como corresponde a un régimen inconcluso, La Familia Pujol... es un texto inacabado al que, desde su publicación, la actualidad ha ido incorporando adendas. Sirva como ejemplo el pasaje dedicado a Marta Pujol Ferrusola, de profesión arquitecta, y que refiere el sinnúmero de obras públicas que, a lo largo de su vida laboral, le han sido encomendadas, así como el hecho de que hubiera trabajado con relativa frecuencia para el Ayuntamiento de Sant Vicenç de Montalt. Pues bien, hace 10 días se supo que, desde 1996, Marta, segunda de los vástagos de los Pujol Ferrusola, ocupa en Sant Vicenç de Montalt plaza de funcionaria técnica superior de ingeniería sin haber pasado por proceso de selección alguno. Ítem más: por echar unas horillas en su despacho (no más de 9 semanales), cobra 2.264 euros al mes. Lo que viene siendo, salvando las distancias, una errejonada.

Vara y Planas no sólo retratan a padres e hijos (tómese el verbo retratar en su sentido más quevediano). El término familia remite, además de a la consanguinidad, a los lazos que impone la omertà, a esa rijosa maraña de servidumbres que brindó episodios como el del 3%. Así, por las páginas de La Familia Pujol... desfilan adláteres como Macià Alavedra, Antoni Subirà (éste sí, casi cuñado), Manuel Cuyàs, Pilar Rahola, la bruja Adelina o Lluís Prenafeta (del que se dice que, por su afición a la buena mesa y su retórica de comercial de paños, embelesó a "jóvenes periodistas" de la época, en clara alusión a la precocidad de Salvador Sostres).

Por lo demás, la prueba del algodón de que estamos ante un prolijo e informado who's who catalán es la mención de John Rosillo, empresario hispano-estadounidense condenado por fraude fiscal multimillonario y con el que Josep Pujol Ferrusola hizio negocios en Panamá. El reportaje aparecido en el New Yorker que citan los autores lo firmó nada menos que Jon Lee Anderson, y figura en la antología El dictador, los demonios y otras crónicas:

Empezaba a sentir un poco de compasión por aquel hombre, pero entonces me presentó a dos individuos que según él eran "importantes inversores españoles", y no pude menos de preguntarme por el criterio de Barretta. (...) Los dos españoles eran el señor Rosillo, un sujeto gordo, impetuoso y vestido con una chillona chaqueta dorada, y el señor Pujol, bajo, enjuto y de más discreta vestimenta. Barletta los trataba como a auténticas personalidades y había puesto a su disposición un helicóptero para que vieran las propiedades disponibles. Los españoles se sentían claramente incómodos por mi presencia y Barletta abrevió nuestro encuentro. Luego me explicó que el señor Rosillo era un rico empresario hispano-estadounidense, un financiero internacional al que le entusiasmaba la idea de invertir en Panamá. El señor Pujol era una "figura de relieve" en el mundo español de la construcción y solía trabajar con Rosillo en "proyectos internacionales a gran escala". No tardé en saber que los dos, que en realidad eran catalanes, se habían sentido nerviosos mientras yo había estado presente. Resulta que el señor Pujol era Josep Pujol, hijo de Jordi Pujol, presidente del Gobierno autonómico de Cataluña y personaje influyente en la política española. El señor Rosillo, el amigo y socio de Pujol, era ni más ni menos que Juan Manuel Rosillo, o John Rosillo, a la sazón en libertad bajo fianza y en espera de sentencia por un fraude fiscal multimillonario, relacionado con la propiedad inmobiliaria, cometido en España años antes. Poco después de verlo yo en Panamá la Audiencia de Barcelona lo condenó a seis años y medio de prisión, pero apeló y lo último que supe fue que aún seguía en libertad.

Lo extraordinario de La Familia Pujol..., en cierto modo, es que no presente grandes novedades. Que todo, en efecto, se supiera.



Libertad Digital, 1 de febrero de 2015

El caso Salas


La madrugada del 4 de febrero de 2006, agentes de la Guardia Urbana de Barcelona acudieron al Palacio Alós, una finca de titularidad municipal situada en la calle Sant Pere Més Baix que llevaba okupada desde 2000. En el interior del inmueble, y como venía sucediendo con relativa frecuencia, se celebraba una fiesta multitudinaria. Según recogía La Vanguardia el domingo 5 de febrero, el dispositivo policial, integrado inicialmente por cuatro agentes, tenía la misión de evitar que se produjeran aglomeraciones frente al portal. Los guardias constataron cómo, a las 3 de la madrugada, había en la casa unas 800 personas. A eso de las 6, y cuando ya los asistentes excedían del millar, los propios organizadores impidieron el paso a un grupo de unas 30 personas.

En ese instante Barcelona quedó sumida en la niebla.

La policía asegura que los recién llegados la emprendieron con ellos y empezaron a arrojarles latas, vallas y botellas. Éstos arguyen que los municipales, que a esa hora ya contaban con refuerzos, se les echaron encima y les molieron a palos. En el transcurso de la intervención policial, el agente Juan José Salas, de 39 años, casado y con 4 hijos, fue alcanzado en la cabeza por un objeto y quedó tetrapléjico. Al punto, la policía arrestó en el lugar de los hechos a 7 personas, entre los que se encontraban los chilenos Rodrigo Lanza y Álex Cisternas y el argentino Juan Pintos. La policía determinó que Lanza arrojó el objeto que fulminó a Salas, y que Cisternas y Pintos actuaron como instigadores de la agresión. El juzgado de instrucción les acabaría acusando de intento de homicidio, por lo que ingresaron en prisión preventiva.

Horas después, los mismos agentes que habían detenido a Lanza, Cisternas y Pintos arrestaron, en el Hospital del Mar, a Patricia Heras y Alfredo Pestana, a quienes identificaron como integrantes del grupo que había arremetido contra ellos en Sant Pere Més Baix. La coincidencia en el centro hospitalario se debió a que Lanza, Cisternas y Pintos precisaron atención médica debido a las lesiones que les infligió la Guardia Urbana (ver página 47 del informe de Amnistía Internacional "Sal en la herida"). Heras y Pestana también estaban lastimados pero, según alegaron, se debía a un accidente de bici, y no, como dio por sentado la Guardia Urbana, a que hubieran participado en el altercado. La circunstancia de que también vistieran harapos y el corte de pelo de Patricia (rapado en forma de tablero de ajedrez) no debió de serles de ayuda. A ojos de los agentes, estaban heridos y, si no eran antisistema, lo parecían.

En enero de 2008, la Audiencia de Barcelona condenó a Lanza a 4 años y medio, y a Álex Cisternas y Juan Pintos, a 3 años y 3 meses. Los tres salieron en libertad porque ya habían cumplido 2 años de prisión preventiva, pero el recurso que interpusieron en el Tribunal Supremo agravó las penas y regresaron a la cárcel. Lanza terminaría cumpliendo un total de 5 años, y Pintos y Cisternas, 3 años y 3 meses; Pestana, condenado a 3 años y 3 meses de reclusión, recibió el indulto del Gobierno en octubre de 2010, por lo que no pisó la cárcel. Heras, condenada a 3 años, cumplió 2 meses de cárcel y otros 4 en tercer grado. El 26 de abril de 2011, durante un permiso penitenciario, se quitó la vida arrojándose al vacío desde el balcón de casa.

A día de hoy, sigue sin saberse quién tiró la piedra que mantiene a Salas postrado en una silla de ruedas y en estado semivegetativo; de hecho, ni siquiera se sabe si se trató de una piedra lanzada desde la acera (es decir, frontalmente), como sostuvo en el juicio la policía, o una maceta arrojada desde la azotea del edificio, como defendieron los encausados.

La película Ciutat morta, de Xavi Artigas y Txapo Ortega, y cuya emisión en el Canal 33 ha motivado una suerte de expiación colectiva, narra la detención y procesamiento de los cinco jóvenes desde el prisma de la izquierda radical. No se trata, como se ha dicho estos días, de una desprejuiciada indagación en pos de la verdad; antes bien, lo que sus autores pretenden es convertir el via crucis de Lanza, Pintos, Cisternas, Pestana y Heras en una causa general contra el sistema.

La tesis del documental es que éstos fueron víctimas de un ajuste de cuentas orquestado por policías, jueces y políticos, y en el que también habrían participado, con mayor o menor grado de complicidad, la prensa y la ciudadanía. La prensa (burguesa), por distorsionar los hechos; la ciudadanía, por su inveterada indiferencia frente a la brutalidad policial. De hecho, la elección del título (paráfrasis de un proyecto literario de Patricia Heras) tiene bastante que ver con ese prurito tutelar por el que, tradicionalmente, la izquierda se ha arrogado la potestad de dirimir quién vive narcotizado y quién consciente, quién tomó la pastilla roja y quién la pastilla azul. Obviamente, ninguna democracia está a salvo de un fallo multiorgánico que acarree una injusticia. Véase, por ejemplo, el caso Raval, en el que se alinearon la solicitud de los periódicos por satisfacer el morbo del pueblo, el buenismo de los servicios sociales, el ansia de protagonismo de la policía y la negligencia de la judicatura. Lo que defiende Ciutat morta, sin embargo, es la posibilidad de que, en un Estado de Derecho, ese apagón sea el fruto de una conjura de naturaleza ideológica animada por la sed de venganza.

El método del que se valen Artigas y Ortega es el mismo que encumbró al documentalista Michael Moore, y consiste, grosso modo, en el uso truculento del montaje (ese minutero superpuesto, ay, que pretende evidenciar lo larga que se hace una tortura), la omisión del punto de vista de una de las partes o el recurso a la opinión de intelectuales afines para revestir el film de una cierta autoridad académica. Con todo, la más abyecta de las manipulaciones es el simulacro de neutralidad, ese "nos hemos puesto en contacto con la familia del policía para que diera su versión, pero han rehusado participar en la película". No en vano, si los realizadores hubieran querido ocuparse de Juan José Salas, habrían tenido suficiente con asomarse a Youtube. Allí habrían dado con estas imágenes, que hablan a la clara del estado en que se encuentra el agente. En realidad, habría bastado con que incluyeran su nombre y apellidos en el documental. Se le cita, sí; Salas es el "agente antidisturbios herido en el transcurso de la carga policial", es decir, un pie de pértiga, una pieza marginal cuya única función es propiciar que el relato avance. Un macguffin, en efecto. A lo largo de los 128 minutos de metraje, iremos sabiendo que a los jóvenes procesados se les conocía por los apelativos de Rodri, Patri o Alf, pero nunca sabremos que al agente antidisturbios le llamaban Johnny.

Sólo al final (1:46:03-1:47:20), una de las protagonistas, la abogada laboralista Silvia Villullas, compañera sentimental de Patricia Heras, alude a la víctima y a su familia en un emotivo, inobjetable compromiso con la veracidad. Éstas son sus palabras:

Los grandes perjudicados han sido el guardia que está en estado de coma y las personas que fueron injustamente condenadas por unos hechos que no han cometido. No hay que dejar de lado la situación sobre todo de la familia del guardia urbano. Llegará un momento en que la verdad tope con esta familia. Los niños eran muy pequeños cuando pasó esto, estos cuatro hijos de este señor van a hacerse mayores, van a querer saber lo que pasó. Porque el hecho de que alguien lanzara una maceta ocurrió.

Hay suficientes indicios en el caso como para inferir que los cinco procesados fueron víctimas de un atropello. El hecho mismo de que se les declarara culpables del homicidio frustrado de un agente de la guardia urbana y sólo cumplieran entre 3 y 5 años de cárcel huele a componenda. Además, dos de los policías que la madrugada del 4 de febrero de 2006 intervinieron en su detención fueron condenados en 2011 por torturas. Y parece ser que la defensa ha logrado identificar al individuo que lanzó la maceta, cuya confesión podría ser decisiva para el esclarecimiento de lo sucedido.

Ciutat morta ha posibilitado que afloren estas y otras contradicciones, lo que no es incompatible con que, en lo esencial, sus principales damnificados no sólo sean el agente Salas y sus familiares, sino también, aunque en menor medida, los cinco protagonistas, arrumbados en beneficio de la conspiranoia. Es probable que la policía los detuviera por su aspecto; al cruzar la Ciutat morta, y salvo por el obsceno aliño del que es objeto Patricia Heras, no sabremos nada de ellos salvo qué aspecto tienen.



Libertad Digital, 22 de enero de 2015