lunes, 28 de octubre de 2019

Políticamente correcta

Les presento cuatro botones de muestra de Lectura fácil, de Cristina Morales, flamante Premio Nacional de Narrativa. La autora, en declaraciones desde Cuba a Europa Press, dijo que era una alegría que en Barcelona hubiera fuego en vez de cafeterías abiertas. El problema de esta clase de manifestaciones es que son una suerte de antimacguffin: El hecho de que la prensa se quede atrapada en ellas dificulta la progresión del relato: tienden a ocultar, en fin, más que a desvelar. Y yo me dije que una desposeída que se permitía celebrar desde el Caribe la orgía de destrucción que siguió a la sentencia del Supremo, y que lo hacía, además, sin la menor sombra de boutadismo, conforme a ese vocerío típicamente ultra de “tú lo piensas, nosotros lo decimos”, debía ser un verdadero filón. Hay otra razón por la que he leído a Morales: un periodista siempre tiene la obligación de conocer el mainstream de su tiempo.

Cuando era pequeña no entendía las letras de las canciones porque estaban cuajadas de eufemismos, de metáforas, de elipsis, en fin, de asquerosa retórica, de asquerosos marcos de significado predeterminados en los que “mujer contra mujer” no quiere decir dos mujeres peleándose sino dos mujeres follando. Qué retorcido, qué subliminal y qué rancio. Si por lo menos dijera “mujer con mujer”… Pero no: tiene que notarse lo menos posible que ahí hay dos tías lamiéndose el coño.

Entre las siete u ocho alumnas [de la clase de danza] hay un alumno. Es un hombre pero ante todo es un macho, un demostrador constante de su hombredad en un grupo formado por mujeres. Va vestido con descoloridos colorines, mal afeitado, con el pelo largo y la apelación a la comunidad y la cultura siempre a punto. O sea, un fascista. Fascista y macho son para mí sinónimos.
En los ferrocarriles de la Generalitat no hay lavabos

No sé si con el totalitarismo de Estado era menos desgraciada, pero joder con el totalitarismo del Mercado, me dice mi prima, que hoy ha sollozado en la asamblea de la PAH al conocer que para tener acceso a una vivienda de alquiler social debe ganar como mínimo 1.025 euros. No llores, Marga, le digo dándole un klínex. Debes consolarte con que ahora el Mercado tiene nombre de mujer: es el totalitarismo del Mercadona.

[En el ferrocarril de la Autónoma] Empiezo a tirarme pedos silenciosos, apretando el culo para que no suenen, haciendo equilibrios sobre los isquiones en el asiento, avergonzándome del olor. Alguna vez he llegado a la Autónoma con las bragas cagadas. Después de soltar un poquito de caca ya puedes aguantar mejor, pero siguen quedando seis paradas con el lametoncito de mierda en el culo. ¿No hay lavabos en el tren? No, en los ferrocarriles de corta distancia de la Generalitat no hay lavabos. Hay que subirse al tren meada, cagada y follada.


Voz Pópuli, 28 de octubre de 2019

viernes, 25 de octubre de 2019

Basura te volví

Circulan estos días miles de vídeos, tanto profesionales como amateurs, sobre el enésimo aquelarre catalán, cuya insólita virulencia convirtió la Vía Layetana y sus aledaños en un plató irresistible. Los hay grabados por los mismos borrokas, o por vecinos que salían al balcón a contemplar, temerosos, el eclipse inverso que se enseñoreó de la noche barcelonesa; también los policías registraron, heroicamente, su propia congoja, en un rosario de secuencias en las que les oímos jurar en arameo ante las sucesivas acometidas de los, parafraseando a Arzalluz, nois de la gasolina. (Gasolina, sí, los filólogos de l’escola-pública-catalana nos llenaron la cabeza de benzina con el sólo objetivo de fundar un idioma que no se pareciera al castellano, cuando gasolina es tan correcto como barco.) 

Me llamó la atención, por cierto, que las televisiones censuraran el lenguaje fucking de los antidisturbios con esos pitidos de pitiminí con que se preserva la inocencia de los niños, los mismos que veían con sus propios ojos cómo un séquito de nacionalistas trataba de lisiar a un puñado de servidores de la Democracia.

No sé si Jordi Pujol Soley profirió en horario infantil la suma destilación de su pensamiento: “¿Qué coño es la Udef?”, pero juraría que entonces no le velaron el ‘coño’. El penúltimo estertor de la reyerta, de hace apenas unas horas, ha consistido en un pelotón de vecinos del Ensanche que, en perfecta sincronía coreana, iba arrojando bolsas de basura en las inmediaciones de la Delegación de Gobierno, un suceso que, sin duda, la señora Cunillera, que ejerce de delegada vergonzante, sabrá justificar con su habitual desvergüenza.

Echo de menos, en este sentido, la divulgación de vídeos que den cuenta de la recogida. Estoy convencido de que Jaime Gil de Biedma, en alguna de las soporíferas reuniones de Tabacos de Filipinas con las que entretenía sus resacas, habría compuesto un poema delicioso sobre esos basureros que, tras el divertimento nacional, desalojan del buen Ensanche los residuos que vierten, en nombre de la consecución de un privilegio, nuestros xenófobos de 7 a 9.

A la España Global le sobra morigeración y le faltan reflejos, porque lo que habría que exhibir, tras el paso de la marabunta, es a la España en marcha, esa que, para pasmo de Brassens, ha de levantarse al son de la música militar para limpiar la mierda que deja el rebaño. Pacíficamente, bien sûr.

Voz Pópuli, 25 de octubre de 2019

lunes, 21 de octubre de 2019

El suelo patrio

El intento de levantar un dique entre el nacionalismo y la violencia, como si el primero no fuera en esencia un bullying a gran escala, es un clásico español. Las contorsiones de los locutores de televisión, tratando de compensar cualquier mención a los bárbaros con la postilla cuasi maquinal de que a pocos metros se celebraba una manifestación virtuosa, modélica, y, por qué no decirlo, catalana, componen un ceremonial siniestro, que recuerda al mito de un nazismo jovial, edificante, resueltamente compatible con la democracia liberal. (Lean, por favor, esa vibrante reconstrucción de la historia europea a partir de los demonios familiares que es Los amnésicos, de la periodista franco-alemana Géraldine Schwarz.)

Poco importa que los pacifistas que atestaron los Jardinets de Gracia se dieran al tiro al reportero, en rigorista aplicación de la consigna más coreada durante las jornadas del odio: “Prensa española, manipuladora”. Esta pertinaz agresión, este recurrente señalamiento, que en cualquier otro ecosistema político habría incitado a las más bellas almas a clamar: “¡No quieren testigos!”, en el mainstream español pasa por un ritornelo moralmente admisible, casi ejemplar.  Y no cabe descartar que la piedra angular de la sumisión al diktat fuera la mordaza impuesta a El País a cuenta del caso Banca Catalana. Juan Luis Cebrián ha tardado cuarenta años en rechistar.

El modo en que España, y más precisamente la izquierda española, ha interiorizado la hegemonía nacionalista se ha puesto estos días de relieve en la aceptación acrítica de la propaganda supremacista. Y me temo que ‘aceptación acrítica’ es un sintagma que, para lo que hace al caso, peca de optimismo. “Marchas por la libertad” y “tsunami democrático”, forman parte de la misma hidra que dio “derecho a decidir”, “esto va de democracia” o “ni un papel en el suelo”.

Esta última, por cierto, cobró visos de verdad el pasado viernes, pero sólo porque ya no había suelo. Llevado al paroxismo, el campo semántico del procés se va poblando de criaturas mitológicas como xenofobia festiva, sabotaje cívico, racismo lúdico… Por lo demás, bastó la intervención de no más de dos docenas de ultras para que el progreísmo (ojo, editor, no falta ninguna ese) pudiera incrustar en su relato la más lujuriosa de sus fantasías: la de la guerra civil 2.0, de la que participan, cómo no, la mayoría de los corresponsales extranjeros, cuyo principal rito de paso en el oficio es emular a Hemingway (siempre a Hemingway, nunca a Dos Passos). La escaramuza del viernes en la calle Balmes no consistió en una banda de fascistas apaleando a un antifascista. Lo que ahí se ventilaba era un altercado entre fascistas. Una reyerta, sí, esa palabra que con tanto desahogo reservamos a Montoyas y Tarantos.

El día 14, en cuanto se hizo pública la sentencia, cientos de entidades catalanas divulgaron al unísono un comunicado (en puridad, otro editorial único) en el que manifestaban su preocupación por que el Supremo hubiera condenado por sedición a los instigadores del 1-O. La bacanal de destrucción que ha asolado Barcelona no le ha merecido una sola línea a esa trama civil. A estas alturas, y dado el estado de gravedad del policía al que reventaron la cabeza, incluso veo más probable que se esté gestando un Ciutat morta.

Voz Pópuli, 21 de octubre de 2019

miércoles, 16 de octubre de 2019

Desecho a decidir

Los disturbios de anoche en Cataluña se ajustaron al canon borroka. Las comparaciones de este calibre son descorazonadoras, pues es fama que cualquier anotación periodística que se aventure en la hipérbole acaba desprendiendo un insoportable hedor a garrafón. Se trata de una operación que también se da por defecto: que la locutora Mendizábal, en La Sexta, insistiera nerviosamente en el carácter pacífico de las manifestaciones mientras a su reportera la corrían a botellazos, supone asimismo un llamativo caso de estrabismo. (Nota: no conviene despreciar el sesgo mediático que ha supuesto que las dos únicas cadenas generalistas que, desde prácticamente 2014, han retransmitido las jornadas críticas del procés hayan sido La Sexta y TV3).

Sea como fuere, lo que no tiene vuelta de hoja es que en la escenografía que los CDR levantaron ayer en el Ensanche sólo faltaba un ingrediente: el que debían haber aportado los siete presuntos terroristas que fueron detenidos días atrás. Nadie olvide que, según confesaron ellos mismos, el plan era atentar contra alguna instalación o algún repetidor una vez que el Supremo hiciera públicas las sentencias. Tampoco que disponían de planos de una comisaría. La posibilidad de una acción de esas características confiere un sentido aún más funesto a la violencia tumultuaria que se adueñó de las calles adyacentes a la Delegación del Gobierno entre las 19 y las 23, y evidencia una vez más que la denominación de golpe posmoderno, que tantos adeptos logró, siempre tuvo más de lenitivo que de verdad.

The Objective, 16 de octubre de 2019

lunes, 14 de octubre de 2019

Los restos inmortales

A la ministra Calvo le dio apuro decir, en rueda de prensa, que el Gobierno barajaba la posibilidad de que los despojos de Franco fueran transportados en helicóptero desde Cuelgamuros a Mingorrubio. Sólo así se explica que, al preguntarle una periodista al respecto, respondiera: “Estamos contemplando los diferentes medios de transporte y de traslado, […] pero no descartamos que pueda ser en ese medio de transporte que usted indicaba” (¡Ese medio de transporte del que usted me habla!). Y lo entiendo, claro. La aparatosidad que Sánchez pretende conferir al acontecimiento, casi a modo de clausura de la ¿tercera? Transición, no se aviene con aspectos tan sumamente prosaicos como el transporte y el traslado, pixit, en lo que constituye una elusión que, de algún modo, desmiente el prurito de “normalidad”, de estricto cumplimiento de la ley, de los discursos oficiales.

Sea como fuere, el inminente trasiego (y glorificación) de los restos del dictador es un magnífico acicate para la fantasía. Qué regia portada no habría sacado El Alcázar, qué bravíos artículos no habrían firmado Fernando Vizcaíno Casas, Jaime Campmany o Rafael García Serrano (su hijo Eduardo, por cierto, acudió la semana pasada a la abadía, según advierto en un reportaje donde, intolerablemente, no figura su nombre: franquismo, hum, sin pie de foto); incluso de Eduardo Haro Tecglen cabría haber esperado una pieza memorable, un Visto/Oído que cerrara el círculo de su indigencia moral, aquel que empezó a trazar en el año de gracia de 1944: “Se nos murió un Capitán pero el Dios Misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo”.

También ese mundo ha exhumado el PSOE con su designio memorioso, bien que España, en verdad, nunca ha andado falta de esa iconografía, al punto de ahormar un estilo patrio, por decirlo a la manera del maestro Verdú. Vean si no a Amenábar: un cineasta sofisticado, aun transgresor en sus inicios, y que ha terminado por pergeñar la película que se espera de cualquier español, con su tisis, su boina y su penuria: cof, snif, ¡arriba! O el cine de ultratumba, puramente repipi, del menor de los Trueba, que no se ha resistido a conciliar ¡en el Madrid contemporáneo! a las Brigadas Internacionales y la Virgen de la Paloma. No hay día, en fin, en que Barcelona no caiga en manos de los nacionales.

Voz Pópuli, 14 de octubre de 2019

viernes, 11 de octubre de 2019

Bienzobas, periodo azul

Hubo un tiempo en que ETA gozó de un prestigio intelectual a prueba de horrores, y quien dice ETA dice todo el terrorismo de extrema izquierda, de la RAF a las Brigadas Rojas. Quería la leyenda, en la que tanto había de (auto)exculpación, que la bomba lapa y el tiro en la nuca eran el fruto de una sesuda reflexión, la horrenda destilación de una conjura escolástica, hecha de incienso, zutabes y marmitako.

Asesinos, sí, pero con bibliografía, lo que en cierto modo confería al crimen el sentido ignoto del 'polvo será'. Cuando Julio Medem rodó La pelota vasca, hacía ya años que el trampantojo se había ido revelando, pero el film lo destapó por completo. Es probable que no quede un solo articulista en España que no haya ridiculizado a ETA valiéndose de las palabras que Otegi, de manera providencial (pues su pretensión era precisamente la contraria) grabó ante la cámara, con su figura recortada contra el frontón: "El día que en Lequeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías y se oiga música rock americana, y todo el mundo vista ropa americana, y deje de hablar su lengua para hablar inglés, y todo el mundo esté, en vez de estar contemplando los montes, funcionando con Internet, pues para nosotros ese será un mundo tan aburrido que no merecerá la pena vivir". Un filón, sin duda. Literalmente.

Hoy mismo, al volver a leerlas, se me ha ocurrido que la secuencia ‘hamburgueserías’, ‘música rock americana’, ‘los montes’ e ‘Internet’ ha menoscabado injustamente su remate (¡y nunca mejor dicho!) ese “no merecerá la pena vivir” que tan bien se ceñía al objeto social de la empresa. Se trata de una declaración, en fin, que antes que un análisis exige que se le practique autopsia, y yo me he aplicado a ello en numerosas ocasiones.

Por eso no estoy en desacuerdo con que el pintor Bienzobas exhiba su retrospectiva en el Ayuntamiento de Galdácano. Ni siquiera con el hecho de que el catálogo diga de él que “sucompromiso político le llevó desde muy joven fuera de nuestro pueblo”. [No dejen de leer, por cierto, las instructivas anotaciones que, a pie de obra, hizo El liberal de Bilbao]. La memoria es un cerdo inmenso, y ese lienzo del ojo cuya pupila es el mapa de Euskal Herria y del que brota una lágrima, se exhibe ya en mi antimuseo junto a la hamburguesa de Lequeitio, la ikurriña petitoria de los comunicados y el pendiente del 'carnicero de Mondragón'.

Voz Pópuli, 11 de octubre de 2019

lunes, 7 de octubre de 2019

Apretando

He vuelto a leer las crónicas del juicio por el 1-O que Julio Valdeón publicó en La Razón, y que pronto verán la luz en Deusto luego de sufrir la censura ¡en aras del diálogo! en otro sello. Valdeón fue siguiendo la vista por streaming desde su apartamento de Brooklyn, circunstancia que confiere a los textos el soplo beatífico de la extranjería.

La suya es una mirada hecha de asombros, hidalguías y chelismo. Honestamente rabiosa. Un Llach subía al estrado y manifestaba: “Como ciudadano homosexual e independentista y aspirante a ciudadano del mundo….”. Y nuestro corresponsal se frotaba los ojos: “Delante del juez, [Llach] impostó una épica prestada. Pero de esas mentiras, y de asegurar contra todas las evidencias y fuentes disponibles que la Guerra Civil fue de España contra Cataluña, y de ocultar las malolientes complicidades de las élites catalanas con la dictadura, y de apropiarse del antifranquismo, también vivió estupendamente el romancero secesionista”.

Acaso influido por Valdeón, ando estos días algo más susceptible de lo que en mí es habitual. Véase el hostigamiento a la periodista de Tele 5 Laila Jiménez mientras informaba in situ de una concentración nacionalista en el corazón del Ensanche. Como se podía deducir por la entereza con que soportó la acometida, no era la primera vez. Esta anotación en su blog acerca de la crudeza del oficio en Cataluña corresponde al domingo 24 de septiembre de 2017.

Cuatro días antes, miles de manifestantes habían cercado la Consejería de Economía y el odio le acabó salpicando. De ahí el desasosiego ante la inminencia del lunes y la vuelta al trabajo. “Aquellos que, a gritos, estos días, me recomiendan que me vuelva a mí país cuando me ven micro en mano, poco saben que eso se solucionaría con un simple billete de metro, porque ya estoy en él. Yo también soy catalana”. Sea como fuere, me congratulé sinceramente de que las declaraciones de apoyo a la reportera reunieran a Lorena Roldán, José Zaragoza, Pablo Casado, Meritxell Batet, Albert Rivera, Miquel Iceta, Alejandro Fernández, Gabriel Rufián o Ada Colau, además de a multitud compañeros de profesión. Incluso Risto Mejide se había sumado a la condena. Uno tenía la impresión de que el episodio había trazado una frontera más allá de la cual sólo habitaban el Joker y la Cup.

Mas el estupor también opera por omisión. Ni Quim Torra, ni Roger Torrent, ni Pere Aragonés, ni Elsa Artadi, ni Ernest Maragall, que tanto empeño pusieron a la hora de desacreditar la operación Judas contra los CDR, lamentaron los hechos. La explicación de tan ominoso silencio se hallaba en esta declaración del Colegio de Periodistas: “Sólo pedimos #respeto, también para la compañera @LailaJimenez e @informativost5. #AsíNo”. También, en efecto. Incluso ella lo merece. La susceptibilidad, en fin.

Voz Pópuli, 7 de octubre de 2019