viernes, 28 de marzo de 2014

Cuchillería

Cuando se cumplieron cuatro días del abrazo nos encaramos en el pasillo de casa de mis padres. No conocía los pormenores de su estancia en la comunidad ni quería conocerlos. O sí, lo cierto es que sí quería, pero me sublevaba el aire de adventista de séptimo día con que me trataba, esa displicencia de esplai católico. Hasta que nos encaramos en el pasillo. Al poco de ese lance se fue tornando hosco, desapacible. La recaída llegó un mes después, en un domingo de hojaldre desmigado. Al cuarto día de aquello entró en un centro de día; todavía andaba soñoliento. Durante los siete meses que duró ese segundo tratamiento aprendió a conducirse en internet ("es como la vida, de verdad. He conocido una piba que te cagas"); también aprendió a escribir ("lo que cuenta es el concepto, la idea"). Algo tuvieron que ver las niñas en su medio girar. El sábado, después de mucho tiempo despidiéndose sin más, me dijo que me cuidara. Lo encajé con benevolencia. Le habían dado el puesto de cocinero en un hotel simpatiquísimo y se creyó por encima de la ortografía. Mañana, si el tiempo no lo impide, mandará afilar la puntilla y el cebollero.

jueves, 27 de marzo de 2014

Doctrina elemental para caprichosos

La anulación por parte del Tribunal Constitucional del principio aprobado por el Parlamento catalán en enero de 2013, que proclamaba que "el pueblo catalán" tenía, "por razones de legitimidad democrática, carácter de sujeto político y jurídico soberano", está lejos de ser esa cuña de civilización que algunos catalanes (no muchos, ciertamente) reclamamos al Estado. 

No en vano, ya el preámbulo de dicha declaración, en que la condición de ciudadanía emana de la preexistencia de un cuerpo místico, "el pueblo catalán", que "a lo largo de su historia" habría manifestado “democráticamente” la voluntad de autogobernarse; ya ese preámbulo, digo, exigía la piqueta del TC. Recordémoslo a viva voz, siquiera para constatar cómo ciertos descalabros sintácticos (y, por ende, morales) palidecen al menor contacto con el aire: 

El pueblo de Cataluña, a lo largo de su historia, ha manifestado democráticamente la voluntad de autogobernarse, con el objetivo de mejorar el progreso, el bienestar y la igualdad de oportunidades de toda la ciudadanía, y para reforzar la cultura propia y su identidad colectiva.

Si en lugar de historia escribimos siglos, por cierto, se nos revela (y nunca mejor dicho) el texto que sirvió de inspiración, esa otra cumbre de la prosa catalana preambular: 

El pueblo de Cataluña ha mantenido a lo largo de los siglos una vocación constante de autogobierno. 

Y en el que, ni que decir tiene, no hay una sola palabra que se tenga en pie, así se trate de mantener o de manifestar. 

Mas, lejos de hurgar en la herida, la sentencia del TC resulta en una suave reconvención pedagógica que no es fruto del cinismo, como sería deseable, sino de la habitual transigencia de Madrit para con el nacionalismo, ese afán de apaciguamiento cuyo efecto más evidente ha sido el vaciado de España como ámbito de ciudadanía. A semejanza de esos padres que razonan a sus hijos por qué no pueden tirar al abuelo por el balcón, los magistrados, en su fallo, brindan al Parlamento catalán una tersa explicación acerca de cuál es su lugar en el mundo y, lo que ya resulta pasmoso, cómo deberían obrar sus señorías para que se haga el nuevo sol. O lo que es lo mismo: qué botón deben pulsar para destruir el Estado.

Respecto a si la sentencia es jurídica o política, baste recordar que el 6 de abril de 2004 el pleno del Ayuntamiento de Barcelona aprobó una declaración institucional por la que declaraba la capital catalana "ciudad antitaurina". Se trataba, dijo entonces el alcalde Clos, de una declaración sin efectos prácticos, por cuanto la competencia para prohibir los toros en Barcelona no correspondía al Consistorio barcelonés. Apenas cinco años después, el Parlamento catalán prohibía los toros en Cataluña.

Tan sólo es un ejemplo de hasta qué punto el nacionalismo catalán (y todos los nacionalismos, si me apuran) ha utilizado como pie de pértiga para proyectarse a los cielos la literatura que sus propios adalides han ido generando, y para lo cual no requerían más verdad que su ingenio desbocado: "el pueblo de Cataluña", "a lo largo de los siglos", “una vocación constante”... Llegado el momento, esas declaraciones se hacían pasar por 'tradición', y la tradición por 'legitimidad democrática'. Conviene no olvidar, en fin, que las multas a comerciantes por no rotular en catalán, la prohibición taurina, la expulsión de la lengua castellana del ámbito público o el señalamiento y hostigamiento del adversario político empiezan siempre con un escriba alucinado que, a la voz de 'ar', levanta una patria de papel.


Libertad Digital, 26 de marzo de 2014

Cinco blogueros a hostias

Si usted, lector, da con estas líneas después del mediodía, es probable que el juicio contra la web de información católica Germinans Germinabit, que ha(bía) de celebrarse este lunes, haya quedado visto para sentencia. Detrás de la web no sólo está Dios; la fundaron cinco hombres en 2007 para denunciar el sesgo nacional-progresista (pleonasmo) de la jerarquía eclesial catalana. Ante el temor (fundadísimo, como el tiempo ha terminado por demostrar) a que el Arzobispado de Barcelona ejerciera represalias contra ellos, los autores resolvieron embozarse tras pseudónimos como OrioltAntoninus Pius o Prudentius de Barcino, práctica que, por decirlo todo, fue aligerando las aduanas de la corrección política hasta conferir a los artículos un aire gamberro, como de chirigota teologal, que solía irritar al arzobispo Lluís Martínez Sistach. 

No obstante, y más que el sarcasmo que destilaban algunos de los textos, lo que terminó por sacar de quicio a Martínez Sistach (Medalla de Oro de la Generalitat en 2013) fue lo bien informados que solían estar; lo bien encaminadas, en fin, que iban las hostias. Tanto fue así que, en apenas tres años desde su nacimiento, Germinans Germinabit se convirtió en el blog de referencia de los fieles catalanes que abjuraban de la comunión entre catolicismo, buenrrollismo y soberanismo. Entre otras razones, por una cuestión de mera supervivencia. A juicio de los promotores de GG, la permeabilidad de la Iglesia a ese totum revolutum en que se entreveran la bilis antiespañola, la caspa kumbayá y la soflama independentista es, en gran parte, responsable de que Cataluña sea la comunidad donde, de un tiempo a esta parte, las iglesias han perdido más feligreses. 

También les asiste la evidencia en sentido contrario: en aquellas parroquias cuyos titulares no se hallan imbuidos del síndrome de Moisés y los pueblos elegidos, y que, además, ofician indistintamente en catalán, castellano o incluso latín, los llenos son el pan nuestro de cada día, sobre todo por la concurrencia de los muchos inmigrantes latinoamericanos y asiáticos que hay en Cataluña, y a quienes el impúdico solapamiento entre fe y catalanismo tiende a incomodar sobremanera. Ello explicaría, por ejemplo, el éxito de público y crítica de la iglesia del barrio del Fondo, en Santa Coloma de Gramanet, de la que habló cumplidamente en este mismo diario Gorka Ellakuría.

En cierto modo, la tensión entre parroquias oficialistas y parroquiasgerminantes constituye la extensión al ámbito clerical de la fractura social azuzada por el nacionalismo en Cataluña, que también se manifiesta en los órdenes escolar, vecinal o familiar. La primera acción judicial instigada por el Arzobispado de Barcelona contra Germinans Germinabit data de 2010, y consistió en una querella criminal por injurias y asociación ilícita. La citación como testigo del propio Sistach, empero, hizo recular a los querellantes, a los que no convenía levantar demasiado ruido por temor (fundadísimo, et per saecula saecolurum) de que les tomaran (¡a ellos, vaticanosegundistas de primera hora!), por inquisidores.

Con todo, la causa dejó al descubierto un flanco en las filas germinantes, pues debido a una fatal coincidencia, el nombre y apellido elegidos al azar para registrar la página, Josep Matamala, correspondían (también) al de un diácono próximo a Sistach que, invocando el supuesto perjuicio moral que ello le había ocasionado, continuó con el procedimiento, pero esta vez por falsedad en documento mercantil, suplantación de personalidad y usurpación de estado civil. Hay tres imputados: el informático que registró la web, la esposa del informático que registró la web (la visa con que se pagó el registró estaba a su nombre), y el laico Mariano Arnal, aka Josep Matamala. La acusación particular pide para ellos cuatro años de cárcel. 

A fin de exculpar a los imputados, los promotores de la web se ofrecieron a desmantelarla y a cesar en su actividad, esto es, a no reemprenderla bajo otro nombre, pero la condición que el arzobispo puso para el pacto fue un pelín draconiana: quería los nombres de todos los sacerdotes que escribían o filtraban información a los escribidores. El enésimo embate de la dictadura blanca que denunciara Josep Tarradellas a propósito del caso Banca Catalana tiene lugar, o acaso lo ha tenido ya, en el juzgado número número 4 de lo penal de Barcelona. Causa: el poble contra cinco blogueros.


Zoom News, 24 de marzo de 2014

domingo, 23 de marzo de 2014

Ponsetí

No es fácil decirle a un viejo cómo tendría que haber vivido. El año pasado me ocupé de contener las memorias del arquitecto Miquel Ponsetí. Cada quince días, atravesaba la tarde y me reunía con el autor para navajear las infancias, segar las adolescencias y lamer las madureces. El ruido estilístico tendía a cesar con la senectud. Había en esa obra, Trossos de ma vida, una descripción de un infarto que me recordaba en alguna muesca el que narrara Josep Pla. Al igual que el ampurdanés, Ponsetí no explotaba los quejidos ni los de-prontos, sino que se daba a esa ruda objetividad con que suelen emplearse los supervivientes. De ningún infarto se debe decir que es vívido.

Con el tiempo, Ponsetí me dejó toquetear algunos de los libros que, como teórico de la arquitectura, había firmado. Una tarde, cuando ya todo rodaba cuesta abajo, me abalancé sobre la recia estantería de su despacho y me hice con Cascarrulles, que glosaba con prurito de diseniadó las obras de su autor. Supe entonces que ese hombre engorrado de 88 años había reformado los Baños Orientales y había proyectado el Club Natación Barcelona. Le mostré el libro abierto, el dedo índice señalando trémulamente la playa Libre: no le dio importancia. ¡Íba a dársela! ¡Iba a desaguar 40 años de arquitectura en una playa infecta! Seguí pasando páginas y reconocí el cine Novedades, templo de mis correrías acnésicas. Pocos, muy pocos recuerdan ya el salón de billares que había en el entresuelo, el que regentaba el cambista Barrilete. Te daba ocho monedas de veinticico y te preguntaba: "¿Y tú ya has follao?". Quince años; el bozo reventando en el labio superior y el lavabo a cal y canto.

Después de las sesiones de enmienda y alicatado de la biografía de Ponsetí, regresaba a casa por aquello de salvar mi matrimonio. Lo hacía, justo es decirlo, con relativísima urgencia. Al cabo, y ya por aquellos entonces, atendía al principio de realidad y quién sabe si al de resignación. Hoy, Miriam, la secretaria de la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés, me ha dicho que Ponsetí había dejado una nota para mí:

Sr. Albert de Paco:
Tengo la satisfacción de comunicarle que el Sr. Bohigas tendrá la delicadeza de presentarme el libro (¡aprobado por usted!) Trossos de ma vida. En la mesa estarán H. Barrera (que me ha prologado el libro), J. A. Solans (el ex director de Urbanismo) i el Sr. Moisés Broggi.
Espero su asistencia (y la de sus discípulos) al acto (previamente le enviaré el libro y la invitación).


Iré, por descontado. No es fácil decirle a un viejo cómo tendría que haber escrito.

jueves, 20 de marzo de 2014

Spoiler

Pasé un rato entretenido viendo Ocho apellidos vascos, comedia que, como sabrán, narra los sufridos amores de un andaluz contra una abertzale, y en que se exhiben, apurados hasta el desgarro, los tópicos que suelen proyectarse sobre sendos arquetipos ibéricos. 

El andaluz, Rafa, interpretado por Dani Rovira, es un chistoso engominado que gusta del fino tanto como de las mujeres y que, como buen sevillano, no ve el momento de sacar a relucir su terco beticismo y su inquebrantable devoción por la Semana Santa. La abertzale, a la que da vida Clara Lago, acaba de ser plantada en el altar por su novio-de-toda-la-vida, Antxon, lo que no hace sino agudizar sus malas pulgas, de sobra conocidas por familiares y amigos. Amaia, que así se llama el personaje, vive en el típico villorrio de alcalde abertzale donde, en cada esquina, una pintada recuerda al viandante quién es el enemigo. En el transcurso del film, asistimos a una manifestación de signo proetarra que termina en algarada callejera (con barricadas, destrozos en el mobiliario, carga de los antidisturbios y demás folclorismos) y somos testigos del poteo de las cuadrillas en lo que bien parece una herriko, identificable por la indisimulada aversión que profesan los parroquianos por todo aquello lo que les recuerda a España. En ese microcosmos, los jóvenes discuten si, dada la actual coyuntura política, es conveniente ir un paso más allá o un paso más acá, y los viejos, por mucho que no estén para hazañas bélicas, no ven con malos ojos que sus vástagos sigan a pie de obra. Por descontado, no hay un solo personaje (más allá del inverosímil abertzale que finge ser Rafa), que disienta de semejante efusión patriótica, en lo que, más que una opción política, asemeja un flujo de pensamiento consanguíneo, un manto totalitario que gobierna no ya la forma como uno debe expresarse, sino también lo que ha de decir y, sobre todo, lo que ha de callar. Por lo demás, cabe deducir que si alguna vez ha habido en el pueblo disidentes que hayan mostrado públicamente su parecer, o han huido o están bajo tierra. Tampoco es difícil aventurar que, en tal caso, el cura del lugar no habría oficiado misa alguna por los muertos, pues, a su bendita manera, es otro integrante de la tribu. Entiendo que la película haya concitado el desprecio de los abertzales, que la han tachado de involucionista, caduca y rancia. 

Después de todo, no debe de ser agradable ver cómo la mística del tiro en la nuca queda reducida a un puñado de astérix de zarzuela. Les habían anunciado una parodia y se encontraron consigo mismos, es decir, con un esperpento. 


Libertad Digital, 19 de marzo de 2014

martes, 18 de marzo de 2014

Limónov

El líder de la coalición opositora La Otra Rusia Eduard Limónov, fue entrevistado a finales de febrero por el diario La Stampa. Apenas un mes antes, la policía moscovita le había arrestado en el transcurso de una manifestación no autorizada. El escritor francés Emmanuelle Carrère recompuso algunos de los fragmentos de su vida en el inmortal Limónov, que dejó en los lectores una embarazosa fascinación por el personaje. A ello contribuyó, sin duda, la dificultad para aislar en sus 400 páginas una sola vivencia que mereciera autorización. El texto que sigue recoge algunas de las respuestas de Limónov a las preguntas de Lucia Sgueglia, corresponsal en Moscú del rotativo italiano.

En Crimea ya hay una guerra civil, así que nuestra misión es ir allí y coordinar a todas las personas que quieran tomar parte en esa guerra. [...] No, yo no digo que tengamos que atacar, pero creo que, como poco, tenemos que enviar voluntarios para ayudar al pueblo ruso a organizarse de inmediato. [...] Ucrania no es Rusia, en efecto, pero allí hay 9 millones de rusos.[...] Ucrania nunca ha estado unida, el Estado Ucraniano no ha existido nunca; esta gente que ahora destruye estatuas de Lenin, ¿acaso pretende negar que Crimea fue donada por Jruschov en 1954? [...] Lo deseable sería que Ucrania se partiera en dos. Después de todo, Occidente siempre ha pertenecido al Imperio Austrohúngaro, y Oriente al Imperio Ruso. [...] El Gobierno de Kiev sólo representa al oeste del país, que las fuerzas soviéticas se anexionaron en 1945. [...] ¿Putin? Es un líder débil. No espero nada de él; la suya es una política evasiva. Aún espero menos de Europa, a la que las guerras le dan igual, y ahí está el caso de Siria, donde quienes le hacen el trabajo son los islamistas radicales, del mismo modo que en Ucrania se lo están haciendo los ultras. [...] Ucrania es muy importante para los rusos, sí; desde el fin de la URSS no había ocurrido nada tan trágico. [...] Le digo una cosa: estoy preparado para ir a Ucrania a ayudar a mi gente.

lunes, 17 de marzo de 2014

Ya sé que no se estila

Querido Arcadi,

Todos sus artículos tienen una importancia capital para que yo me duche, pero el de este sábado me sobreexcitó, y no sólo por lo que dice, sino por lo que vela. Los nombres, por ejemplo. No es la primera vez que los omite, lo que, tratándose de usted, da que pensar. Ya en las jornadas de Málaga sobre periodismo literario habló de la ola de umbralismo que nos invade, y dejó que fuera el público el que, por su cuenta y riesgo, musitara ‘Jabois, Bustos, Gistau’. No sé si a mí me incluye en esa cuerda, pero eso ahora es lo de menos. Lo que sí sé es que en esa omisión hay un prurito de padrinazgo y, si me permite, un deje de sobreprotección que yo, francamente, agradezco.

Cuando Jabois era un cronista local (a su manera lo sigue siendo), uno de los comentaristas de su blog le dejó estas palabras a modo de elogio: "No dices nada pero lo dices todo bien". No creo que le pase por alto el sinnúmero de columnistas españoles que, sin decir nada, lo dicen todo mal. Qué digo columnistas; los artículos del director de la edición de Cataluña de su periódico, Àlex Salmon, son un naufragio sintáctico (aunque, ciertamente, la verdadera inanidad del personaje se exhibe de forma descarnada al repasar su nómina de colaboradores: la nadadora Andrea Fuentes, el cómico Carles Sans, el pensador Àlex Susanna...). Por ceñirnos al mismo diario, ya sabe el juicio que me merecen marcaespañas como Anson, Buruaga o Del Pozo, tan presuntuosos como ilegibles. Sea como sea, la evidencia de que los neoumbralistas son lo mejor que uno puede llevarse a la boca (incluso para usted, el paladar más exigente a este lado de los Pirineos) me lleva a pensar que sus reiterados pullazos tienen algo de regañina benefactora, la propia de quien, sabiéndose el Obi-Wan Kenobi de toda una generación, trata de evitar que ésta se venza del lado oscuro, esto es, del envés en que las metáforas suplantan a los hechos.

Ahora bien, lo que de veras eché de menos en su artículo no fueron los nombres (al cabo, escritos en tinta simpática), sino que no hiciera mención de su blog. No en vano, los primeros 'enormes' y 'qué-grandes' que recuerdo los leí precisamente ahí, en aquellos días en que la vida comenzaba sobre las once. Le recuerdo que, por entonces, le fascinó que sus lectores sancionaran sus posts de forma más o menos instantánea, costumbre que, de forma inexorable, había de desembocar en el crespón automático del ‘qué-grande’.

El tiempo ha dictado que lo que se ventilaba en Diarios era una ‘conversación inteligente', pero lo cierto es que había días en que los comentarios asemejaban una escupidera oceánica. Tanto era así que, en el afán de enmendar ese 'error system', usted mismo resolvió filtrar las voces e instaurar un principio de jerarquía por el que uno o varios de nosotros ‘subíamos a cubierta’, esto es, aparecíamos 'injertados' en pie de igualdad con su reflexión del día. Y así, a base de pegatinas en la frentecilla, nos fue educando el gusto.

A diferencia de su blog, Twitter no se rige por jerarquía alguna, lo que da perfecta cuenta del lugar al que conduce eso que los internautas llaman, pomposamente, autogestión. Sin embargo, había en su artículo algo aún más interesante que la colleja del maestro; algo de lo que conversamos hace unas semanas a raíz de aquella otra sabatina (“Te quiero, dijiste”) en que le daba vueltas a la terrible hipótesis de que la vida se estuviera vaciando de sentido. A riesgo, y cito de memoria sus palabras de aquel mediodía, “de que los te-quieros que esculpieron Rick e ilsa en Casablanca hayan sido reemplazados por te-quieros sin sustancia ni memoria de sí mismos”. En su artículo metió el estoque por el hoyo de las agujas:

“La tentación melancólica es constante y dura de sobrellevar. Parte del supuesto de que, cuando entonces, las palabras decían lo que decían y sólo lo que decían. Un mundo serio donde las palabras expresaban compromisos nítidos y firmes con la realidad y con los otros. [...] Un mundo donde regían la verdad y la mentira, bolero; pero jamás la charlatanería, la caca de la vaca, el aciago y disolvente bullshit.”

Tampoco yo tengo noticia de que ese mundo haya existido, pero sé como usted que su presunta inexistencia es lo de menos. Lo de más es que ese mundo imperfecto donde había una cosa debajo de cada palabra era un horizonte moral, y es precisamente ese horizonte el que se ha ido emborronando.

En mi poquedad, le hablé de la mutación que experimenta el lenguaje cuando se exhibe en ese circo de tres pistas que es Twitter, Facebook e Instagram. No descarte que el vacío fáctico de mi generación esté vinculado con el vacío fáctico de esos mismos te-quieros, con la aciaga imposibilidad de que ya nadie, tras asomarse al balcón, esté en condiciones de decir: “Rusia invade Crimea y a ti y a mí sólo se nos ocurre enamorarnos”. O, por llevarlo a mi terreno: “Ya sé que no estila que te pongas para cenar jazmines en el ojal. / Desde luego, parece un juego, pero no hay nada mejor, que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos”.

Siga con salud,


ZoomNews, 17 de marzo de 2014

La Crimea pija

Hoy trae La Vanguardia una noticia sensacional, cual es que entre la población del Valle de Arán el debate sobre la consulta soberanista ha suscitado más inquietud que entusiasmo. Según declara al rotativo barcelonés el secretario general de Unidad de Arán y senador del PSC por Lérida, Francisco Boya, el Valle de Arán "es un territorio que vive del turismo, español en un 40%". En razón de esa evidencia, dice Boya, una parte sustancial de los araneses se hallan "preocupados por el efecto que pueda tener este proceso en la economía e incluso en nuestras relaciones con Francia y Europa".

Tanta es la preocupación que el pasado septiembre Unidad de Arán (asociada al PSC desde 1995) sugirió celebrar una consulta paralela a la que promueve Artur Mas para, en caso de que Cataluña se independizara de España, los araneses tuvieran la posibilidad de independizarse, a su vez, de Cataluña. El síndico de Arán, Carles Barrera, de Convergencia Democrática Aranesa, no ve ningún motivo por el que la comarca pirenaica deba pronunciarse al respecto, ya que, a su juicio, "los araneses podrán decidir libremente en un sentido u otro sin que esto afecte a su condición identitaria". La genialidad táctica de Barrera, que suele tildar de demagogia los amagos de descatalanizar el territorio, se advierte al ensanchar el horizonte de la frasecilla:

"Los catalanes podrán decidir libremente en un sentido u otro sin que esto afecte a su condición identitaria."

Ya en 2008 la tertuliana Pilar Rahola se desgañitó contra el derecho a decidir de los araneses a propósito de un debate sobre el oso pardo. A los pastores de la comarca, caprichosos como son, parecía importunarles que los plantígrados les diezmaran los rebaños de ovejas, mientras que Rahola abogaba por la conversación con la especie. Así, frente a lo que consideraron una intromisión catalanista en su modus vivendi, los araneses invocaron el credo identitario: historia, leyes, cultura, lengua... Todo en propiedad y encerrado entre montañas.

Ni que decir tiene que ese denuedo por el terruño, que ahora aflora ante el temor a que los Borjas y las Azucenas dejen de esquiar en Baqueira, no es sino una forma de tomar partido por España sin mancharse las manos. El prestigio de los particularismos ha llegado tan lejos que incluso para declararse español hace falta dar un rodeo, no sea que a uno lo confundan con vaya usted a saber qué. De ello da cuenta el estudio Sentimiento de nacionalidad en el Valle de Arán, realizado en 2007, y que mostraba que el porcentaje de araneses que se sentía "totalmente español" era del 43%, por un 35% de "totalmente catalanes". Ésa es toda la identidad aranesa, un subterfugio para amarrarse a España. Aunque, bien mirado, qué demonios: cada uno es español como le da la gana.



Libertad Digital, 12 de marzo de 2014

Saqueadores, Sociedad Limitada

“Sólo una hemorragia de imaginación puede hacernos creer que Millet es el Madoff catalán. Se parecen como un huevo a una castaña. No hay ingeniería financiera ni mucho menos, ni rastro de glamour, sólo caspa y moscas. La gomina marbellí o levantina se sustituye por los condones a cargo del Palau o por llevarse el papel higiénico de los establecimientos colindantes. Eran [Millet y Montull] unos hijos de la miseria.” 

La cita corresponde a Música celestial, el monumental reportaje de Manuel Trallero sobre el saqueo del Palau a manos de Fèlix Millet y su compinche Jordi Montull, a quienes esta semana hemos visto ante el tribunal por un colgajo del llamado ("mal llamado", según Trallero) ‘Caso Palau’, en el que se dirime si los rectores de dicha institución presionaron a altos cargos de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona para que agilizaran el proyecto de construcción de un hotel de lujo junto al coliseo modernista. Presuntamente, la tajada de Millet en la operación urbanística (frustrada por la denuncia de los vecinos) había de ascender a 900.000 euros. 

El saqueador confeso del Palau, que compareció en silla de ruedas pretextando estar "muy medicado" para no contestar preguntas, sigue envuelto en la misma aura de cinismo que le llevó a sonreírse cuando el diputado de C’s Albert Rivera le ensartó en sede parlamentaria la pregunta del millón (de los 36 millones, de hecho): “¿Usted es el capo de la mafia o es un subordinado?”. 

La trama de servidumbres que, embozadas en eufemismos como seny o nación, desembocaron en la costumbre del pillaje, arranca a finales del siglo XIX con Lluís Millet i Pagès (tío abuelo de nuestro Millet y fundador del Orfeó Català, entidad que tiene por sede el propio Palau), que confirió al cargo de director del Palau una acepción estrictamente patrimonialista. Tanto es así que llegó a fijar su vivienda en un altillo, encima del escenario, desvaneciendo así los límites entre familia, patria e institución. Esa identificación (la misma clase de identificación sobre la que se fundó el pujolismo, y que tiene su parangón en la tríada lengua-cultura-identidad) se halla en la base de lo que bien puede tildarse de ‘normalización del delito’. 

Bueno para el Palau, bueno para España 

 ¿Adivinan cuál es la línea de defensa de Millet (y Montull) en el caso del hotel? Estoy convencido de que les sonará de algo, pues al decir de ambos, el hotel era bueno para el Palau, y lo que es bueno para el Palau es bueno para Barcelona, y lo que es bueno para Barcelona es bueno para Cataluña, y lo que es bueno para Cataluña es bueno para España. Para España, sí; España jamás ejerció de cortafuegos, como acredita el hecho de que el Gobierno central destinara 12,6 millones de euros a las obras de reforma del Palau. "Félix, ¿en qué te puedo ayudar?”. Así, con este susurro de sepelio, el ex presidente Aznar, que ahora se arroga el papel de pantocrátor respecto a Cataluña, se postró ante el todopoderoso Millet. 

Ni que decir tiene que la sociedad civil catalana jamás oyó ni vio ni sospechó nada. Me refiero a patricios como Mariona Carulla, que estuvo quince años desempeñando el cargo de vicepresidenta del Orfeó sin que nada le hiciera recelar de Millet; a Eugeni Giralt Balletbó, hijo de la ex diputada Anna Balletbó, y que optó a la concesión del hotelito del Palau; a Daniel Osàcar, ex tesorero de Convergència Democràtica de Catalunya, imputado como responsable de la presunta trama de financiación ilegal de la formación nacionalista; a Àngel Colom, fundador del Partit per la Independència, citado a declarar como partícipe lucrativo del caso... Bien mirado, la sonrisa de Millet tal vez no respondiera tanto a su cinismo cuanto al cinismo de sus cómplices, a los que ve escandalizarse entre vahídos a lo ‘¡Aquí se juega!’. 

Como sostiene Trallero, el gran mito del saqueo tiene que ver con la atribución a Millet de una autoría dizque intelectual, con emparentar el pillaje con la semántica de la ingeniería financiera o la arquitectura contable, cuando la única treta de Millet, la única genialidad táctica de que puede ufanarse el páter, consiste en haber atizado la desconfianza entre sus empleados a base de insidias. La razón de que ninguno de ellos mostrara reparos a su rosario de excentricidades se debe, en gran parte, a que también se beneficiaron de esa inmensa ubre que fue el Palau en tiempos de Millet. La documentación que a este respecto aporta Trallero revela que cualquier administrativo de medio pelo recibía, como poco, 4.000 euros mensuales, y que los sobresueldos, sobres y comisiones estaban a la orden del día: gentes, en fin, que en el sector privado difícilmente habrían levantado mil euros, en el Palau se lo llevaron crudo. 

Hace quince días, después de que se alargaran las cuestiones previas y se retrasara la primera sesión del juicio, Millet comió en una marisquería de la calle Calvet. A eso se refiere Trallero cuando describe la cutrez del caso Millet (esto es, del caso Cataluña). Al patrón alcohólico al que las tardes se le venían encima con demasiada frecuencia, al galán que gustaba de acosar a las secretarias y que, cuando había que tapar algún agujero, no dudaba en cargar los fajos en bolsas de basura.


ZoomNews, 12 de marzo de 2014

sábado, 15 de marzo de 2014

'Tiene Jaime nuestra vecina un talle'

Me despierto a diario con los alaridos psicalípticos de una vecina que, algo antes de las siete, asorda a la comunidad con una retahíla de noes. 'No', dice. Noo... Nooo... Noooo... Nooooo... La primera vez que oí tan perturbadora negación salí al rellano y traté de identificar el piso donde, sin ningún género de duda, un macho grasiento estaba apaleando a su pareja. En ese preciso instante, mi venerable vecina (la de la puerta contigua a la mía) salió de casa y me puso sobre aviso: “Tranquilo, nadie está matando a nadie”. A los dos minutos, y luego de un “no” sostenido que parecía surgir del mismo averno, la calma se adueñó de la finca. Esos noes in progress son ahora el pórtico natural de mi desperezo. No han faltado situaciones embarazosas, como el día en que Lola me preguntó a qué se negaba exactamente esa mujer o el día en que una vecina asomó la cabeza por una ventana del patio interior y pronunció una, digamos, conferencia sobre la impudicia. Así y todo, hasta hoy no he podido sino agradecer ese rítmico oleaje que iba mordisqueando la arena. Hasta hoy, insisto. Eran las las 6 y 54 cuando mi vecina, en un acto de renuncia que jamás le perdonaré, ha dicho sí.

martes, 11 de marzo de 2014

Secretariado

Esa gente que en el restaurante, y cuando el camarero llega cargado de platos, sigue conversando o riendo o silbando, sin prestar un ápice de atención al servicio ni, llegado el caso, atender a la pregunta elemental, cardinal: "¿El lenguado, por favor, para quién era?". Esa gente, en fin, que cree que ha venido al mundo a que la masajeen y que confía la suerte de que le sirvan su segundo a algún compañero de mesa que, acaso por vergüenza ajena, interroga a unos y a otros hasta dar con el fatuo pescado, ese comensal que ahora entorna los ojos y, desde lo más recóndito de su displicencia, chasquea: "Ah, sí".

domingo, 9 de marzo de 2014

El fin del mundo

La cercanía del fin de semana solía avivar las cortesías y demorar las asperezas. El viernes 11 de noviembre no parecía distinto a otros viernes; también ese día un runrún de algarabía se fue apoderando de la oficina y ni siquiera el hecho de que la prensa anunciara el fin del mundo sofocó nuestro habitual contento. Así transcurría la mañana hasta que, a eso de las doce, una de las de las becarias ahogó un grito de asombro que jamás pretendió serlo. 

En una de las ventanas del edificio de enfrente, una residencia de estudiantes de fachada neoclásica, un joven se la cascaba con ímpetu de mandril. ¿Recuerdan aquel golazo de Cristiano contra el Sevilla y la celebración que le siguió, ese frame en que el guapo delantero convierte su brazo en un émbolo ygrita-ta-ta-ta? Pues con ese mismo brío se pajeaba nuestro adán. 

En un remedo oficinesco de Los pájaros, nos fuimos arracimando en torno a la mesa de la improvisada vigía hasta formar un coro de unos veinte o veinticinco mirones. Un coro, sí; al punto, uno de los comerciales empezó a alentar al pajero con procacidad de sargento y una sombra de rubor nubló el semblante de algunas de las chicas. El puberto, que oficiaba de pie, empezó a retorcerse como dicen que se retuerce el acero, en lo que asemejaba una estricta levitación sobre sus talones alados. Fue entonces cuando uno de los maquetadores avistó tierra: 

-¡Hay una tía!

Enroscada en un pliegue de la habitación, en efecto, había una mujer.

Al comercial que había empezado a jalear las acometidas del amante le secundaba ya casi todo el departamento. En ese punto, la intriga empezó a centrarse en si el gerente saldría de su despacho y se uniría a la conga o, por el contrario, en Esade no previeron un máster para esa clase de incidencias. Como quiera que la costumbre es la más instantánea de las perversiones, empezamos a encontrar aburrido el vaivén del gayolero. Yo mismo me descubrí cabeceando al ritmo del braceo como quien asiste circunspecto a un intercambio de reveses entre Nadal y Federer.

En eso, Rocco levantó su rostro 
y, al ver a la comitiva, al reparar en aquel fiero desorden de corbatas y vahídos, hizo amago de convertirse en estatua de sal. 

Creímos entonces que las persianas de Gayolo se pondrían como el sol se pone a veces en las novelas cubanas, cayendo a plomo sobre el horizonte. Y así habría sido, sin duda, si hubiera dependido de la chica, mas era el hombrecillo, al que aún respondía su báculo, el que gobernaba el mediodía. 

Ojipláticos nos quedamos cuando, tras fingir una mueca de fatiga, Rocco se volvió hacia la parroquia y, con la mano que le quedaba libre, empezó a abanicarse el rostro al tiempo que libraba su cintura a un gracioso bamboleo, su media sonrisa alumbrando Barcelona. 

Yo no dejé de admirarme por la posibilidad de que el estudiante (¿o acaso era un 'guest star' en una residencia de féminas?) no llevara despierto ni media hora.  


Por que toda su inminencia fuera un gemido entrecortado y otro sueño infinito.

jueves, 6 de marzo de 2014

Cataluña Today

El consejero de Agricultura, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Natural de la Generalitat de Cataluña, Josep Maria Pelegrí, acompañado del director general de Alimentación, Calidad e Industrias Agroalimentarias, Domènec Vila, así como del director de Servicios Territoriales del citado departamento en Barcelona, Marià Morera, presidió ayer la presentación del pan elaborado por la Escuela del Gremio de Panaderos de Barcelona con motivo del tricentenario de 1714.

Previamente, el consejero y el presidente de la Federación Catalana de Asociaciones de Gremios de Panaderos, Manel Llaràs, firmaron un convenio de colaboración para la realización de actuaciones conmemorativas del Tricentenario de 1714. El acto también contó con la presencia del comisario del Tricentenario de 1714 por parte de la Generalitat de Cataluña, Miquel Calçada.

Pelegrí abrió su intervención remarcando que "el Departamento se suma a un proyecto de gobierno y de país". "La de hoy", añadió, "es una de las aportaciones del potente clúster agroalimentario catalán al Tricententenario". Asimismo, el titular de Agricultura del Gobierno catalán agradeció a la Federación Catalana de Asociaciones de Gremios de Panaderos y a la Escuela del Gremio de Panaderos de Barcelona "la buena predisposición y las ganas de sumarse al proyecto con este nuevo y singular pan".

En lo que respecta a la conmemoración del Tricentenario, Pelegrí señaló que se trata de "un proyecto para conmemorar la historia, las personas, las raíces, pero sobre para aprender de nuestro pasado y ser conscientes de nuestras fortalezas, que son muchas y nos han hecho únicos en emprendimiento, competitividad y búsqueda de la excelencia, fortalezas que se traducen en unos valores que son los que fundamentan nuestro ADN: esfuerzo, compromiso, paz, dignidad, diálogo".

Por lo que concierne al pan del Tricentenario, que se pondrá a la venta este mes, el consejero indicó que es una copia fidedigna del pan que se consumía en 1714, y elogió el trabajo de investigación realizado por la Escuela del Gremio de Panaderos de Barcelona.

Según reza la nota que el departamento remitió a los medios al concluir el acto, el pan del Tricentenario, creado por los panaderos de Cataluña, es pequeño, redondo, y está hecho con harinas similares a las que se utilizaban en el siglo XVIII. Se caracteriza, además, por una larga fermentación y, sobre todo, una cocción muy lenta, de unos 50 minutos. Lleva un dibujo realizado con harina en forma de cruz que recuerda la moneda de aquella época, el cruzado, acuñada por Pedro III el Grande de acuerdo con los patrones europeos.

La elaboración de este pan, añade el comunicado, se inicia con la voluntad de que perdure como producto habitual en los hornos catalanes, puesto que se trata de un pan que identificará a estos establecimientos con el país, por cuanto conmemora una fecha histórica, y con los consumidores, que de este modo tendrán la oportunidad de consumir una réplica exacta del pan que se elaboraba antiguamente en Cataluña. Además, la mezcla de cereales le da muy buen sabor.


Libertad Digital, 5 de marzo de 2014

lunes, 3 de marzo de 2014

Mi primo Saviano

Aún hoy, ocho años después de que Roberto Saviano publicara Gomorra, cuelga de la Wikipedia un infamante «novela» que resulta ilustrativo del fracaso del autor. No me refiero, claro está, al fracaso literario ni a la glorificación melancólica de la derrota (al cabo, otra forma de triunfo); no, hablo de una vida en la ocultación, hablo de la dislocación semántica por la que cualquier suite de lujo se convierte, como por ensalmo, en un vulgar escondrijo; de un hombre, en fin, que en lugar de distraer el pensamiento con ese vecino que «no hacía más que rascarse la cabeza», no deja de vislumbrar el momento en que habrán de segarle la vida y se pregunta, acaso con la curiosidad que otorga la resignación, si será una bomba o una bala, si varios pistoleros o un francotirador. Esa cruz, obviamente, no se debe a una novela, sino a un reportaje tan obsesivo como aterrador, a un informe apabullante que, además, tiene la virtud de porfiar en la ambición estilística. Así como la maldición de Cuba radica en la fotogenia de su podredumbre, la de Saviano tiene que ver con que sus once partituras están magistralmente compuestas. O, por decirlo de otro modo, ninguna de ellas se halla encarnada en esa prosa de telegrafista que, al decir de ciertos fajadores, ha de ahormar el periodismo y aun la escritura misma.

A Saviano hay que ponerlo bajo sospecha como hay que poner bajo sospecha cualquier sorpasso del personaje a la persona. No obstante, jamás he entrevisto una fisura en su maldición, jamás una impostura en su discurso, jamás ese horrísono rictus de víctima vocacional, tan común en los verdugos. Saviano soy yo. Saviano soy yo recontando el oleaje de la playa Libre o relatando hazañas gitanas en el Resolís, a pie de barra, como hice aquella tarde en que el Cigala se dio a la honra y su tocha aleteó por rumbas. Saviano soy yo enseñoreándome de amor en Tijuana, o mi compadre Montano levantando acta de un atardecer en Torremolinos. A diferencia de nosotros, él tomó las polaroids en su pueblo y fue ampliando el cerco hasta convertir su prosa en un campo minado.

He ido leyendo todas sus entrevistas con terquedad redentora, como si el hecho mismo de leerlas y releerlas le fuera a conceder un bonus life o, a qué engañarnos, como si ese bonus life fuera a rozarme religiosamente a mí. En la última que leí abjuraba de su Gomorra. Le arruinó la vida, decía.

Dicen que si la mafia puso precio a la cabeza de Saviano no fue por lo que contaba en su libro, ni siquiera por que lo hiciera de forma exquisita, tanto en el plano literario como técnico (pleonasmo), sino por los cientos de miles de ejemplares que vendió. Al parecer, a los capos les agradó que la letra impresa ennobleciera sus nombres. Hasta que se percataron de que Gomorrra no era una novela de provincias, sino una true story que, contrariando el marketing al uso, se había convertido en un best seller global, en una biblia en verso que, lejos de glorificar a los mafiosos, los vulgarizaba hasta convertirlos en espantajos.

En las antípodas de Saviano están los cofrades de lo verosímil. Frederick Forsyth, por ejemplo, que hace poco declaraba sin rebozo que sus obras, en el fondo, no eran sino periodismo novelado; que sus ficciones siempre van precedida de una ardua labor de investigación, documentación y conocimiento del terreno. Y que el resultado no era una verdad o una falsedad, sino una historia que, sin ser del todo cierta, tampoco era del todo mentira. Ah, la verosimilitud. Habría bastado con que Saviano cambiara a los Nuvoletta o los Casalesi por unos Corleone o Montana cualquiera. Con que situara la acción en algún lugar entre la punta y el tacón de la bota. Con fingirse periodista.

Leo que su próximo libro trata sobre los cárteles de la droga latinoamericanos. También yo, en mi eterna niñez, acaricié la certeza de que los quinquis más sanguinarios del mundo eran los de mi calle. Y que habiéndome encarado con ellos, ya nada me detendría.



Jot Down, 27 de febrero de 2014