martes, 31 de diciembre de 2019

Tío Martin


El paralelismo inverso entre Una historia del Bronx y El irlandés. En la primera, De Niro abronca a su hijo por ir con mafiosos; en la segunda, arrastra a la hija hasta la frutería para que admire su flamante condición de mafioso. La paliza que le propina al frutero es ortopédica, cierto, pero no porque el actor no esté a la altura del personaje, sino porque el plano que la enmarca incluye, como es de ley, a la niña. Se trata, por así decirlo, de una tunda con dedicatoria, cuya testigo privilegiada es, en el ángulo izquierdo de la pantalla, la mocosa; es su mirada la que nos concierne, de ahí que el apaleamiento sea amorfo, inconcluso, monstruoso. Somos espectadores de una espectadora y es su desgarro, no el del tendero, lo que nos interpela. Ah, y los ajusticiamientos inopinados, al biés. ¡Pum!, la cancelación de la vida sin prolegómenos. “Pensé que vendrías por ahí, por eso estaba fijándome en que…” Pum. Nada que ver, por ejemplo, con la carnicería que perpetra Pesci en Uno de los nuestros, aderezada con la salsa de tomate de la matriarca, ni con el legendario acribillamiento por entregas del camarero Araña, que convirtió en inverosímiles cualesquiera otras cojeras que en el mundo han sido. Un refinamiento. Como lo es, por cierto, el fumeteo compulsivo de las mujeres. Qué erradas están las feministas que critican su ausencia de protagonismo. Como si ser un jodido estorbo no fuera, en el fondo, una forma de estrellato. Y el viaje a Detroit, sinécdoque de la vida. Y la perspectiva moral, por la que los mafiosos son a un tiempo verdugos y víctimas, individuos que llevan el destino escrito en la frente (y que aparece rotulado en forma de sucintas necrológicas). Y la voz en off; si en Casino hablaba un muerto, aquí habla otro; qué más da a quién. Y la ausencia de diversión. Estamos ante tipos que, en cierto modo, ya no hacen más que acostarse temprano. Y los silencios. Tres horas y media, duran.

The Objective, 31 de diciembre de 2019

lunes, 30 de diciembre de 2019

La Pirenaica en funciones

Me avisó el escritor Jorge Ferrer, que suele estar al acecho de la palabrería del poder. "Celaá ha dicho 'exiliados'." Pensé en la posibilidad, en absoluto desdeñable, de que el Gobierno designara de ese modo a los golpistas que eludieron la acción de la justicia fugándose de España. No ya porque el 'sanchismo' viniera dignificando la revuelta sediciosa en Cataluña mediante la expresión "conflicto político", retoño de aquel "contencioso" con que las huestes de ETA justificaron 853 asesinatos.

Si consideré verosímil que la portavoz de Sánchez presentara a Puigdemont, Ponsatí, Comín y compañía como perseguidos políticos es porque el bullshit de la izquierda (que es, en virtud de las cada vez más estrepitosas omisiones de sus referentes, el de la izquierda toda) hace tiempo que no se para en barras ni ve llegado el momento de tocar fondo.

Mas Ferrer me sacó de dudas: "Se refiere a los emigrantes de la crisis". Revisé el vídeo y, en efecto, el contexto que abrigó la mención así parecía indicarlo. "[El Ejecutivo ha elaborado] un plan director para un trabajo digno y un plan de retorno de los exiliados". Retorno de los exiliados. Ni siquiera había tratado de mitigar la perversión añadiendo el adjetivo "económico", como hasta ahora era preceptivo. Por decirlo à la page, Celaá se las apañó sin vaselina.

En mi ingenuidad, di por hecho que en el turno de preguntas alguno de mis colegas ahondaría en la cuestión. "Disculpe, Ministra, pero en el capítulo de iniciativas que ha impulsado el Gobierno, ha mencionado el retorno de los exiliados. ¿A qué exiliados se refiere? Gracias". Tal era el tipo de intervención que yo, fiado a la curiosidad de los presentes, creí que caería más pronto que tarde. Pero las interpelaciones se sucedieron sin que nadie juzgara pertinente que Celaá se explicara al respecto, como si la comparecencia fuera en verdad una performance orwelliana.

De resultas, el joven que, ante la falta de perspectivas, resuelve irse al extranjero (concepto cuando menos discutible en el marco de la Unión Europea) acabó compartiendo condición con quienes huyeron a ninguna parte para evitar unas represalias que en no pocos casos comportaban el fusilamiento.

La diáspora laboral, y muy particularmente la que se produjo durante los gobiernos del Partido Popular, en plano de igualdad con el exilio, circunscripción moral de un país asolado. Y la ignominia que supone para quienes abandonaron España hacinados en cargueros o dieron con sus huesos en un campo de exterminio, que esa terrible circunstancia sea equiparable a la del camarero que se emplea en Londres o la au pair que lo hace en París.

Con el agravante de que esa ignominia sea compatible con la prédica ejemplarizante de la memoria histórica por parte del PSOE y sus afines. Los mismos que siguen resistiéndose a aceptar, con todas las consecuencias que ello implicaría, que el único exilio de nuestro tiempo que merece tal nombre es el que provocó el terrorismo.

Voz Pópuli, 30 de diciembre de 2019

sábado, 28 de diciembre de 2019

Y desde luego, Cataluña

Fue, sin duda, el instante más luminoso del discurso de Nochebuena de Felipe VI. "Y desde luego, Cataluña". La revolución tecnológica, el rumbo de la Unión Europea, los movimientos migratorios, la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, el cambio climático...  "Y desde luego, Cataluña." Cataluña reducida a su mismidad, a un silabeo estertóreo sin más atributos que su inveterado, escandaloso enquistamiento en la agenda de la humanidad. El big data, el Brexit, el calentamiento global... y desde luego, Cataluña, locución que en adelante nuestro Rey debería pronunciar de un leve resoplido, acentuando el hartazgo. Uf, va dir ell. Y Cataluña, sííííííííííí... Y Cataluña.

Obsérvese la diferencia entre los temas que modelan el mundo y lo que no es más que un lastre. Entre los retos y el problema. Ah, y cómo la sintaxis lo pone de relieve: "Y desde luego, Cataluña", antes de cerrar la enumeración, una rémora. Con una salvedad, mientras los retos van mudando de piel (los coletazos de la Gran Recesión, la corrupción, la crisis de los refugiados, el yihadismo, el fomento de la innovación, la violencia de pareja, el 40 aniversario de la Constitución) el problema persiste, cada vez más ominoso, mórbido y enfático, al punto que asuntos tan cruciales como el devenir de la UE resultan de una insoportable levedad al lado de Cataluña, desde luego.

Si en 2014, "millones de españoles" llevaban, llevábamos "a Cataluña en el corazón..."; si en 2017, había que seguir un camino que debía conducir a que renaciera "la confianza, el prestigio y la mejor imagen de Cataluña", en 2019 no ha habido lugar a una perífrasis similar. A la vista de que la supuración no se ha detenido, Cataluña ha quedado para el desde luego y los inmerecidos agasajos de que solía ser objeto se han convertido en un llamamiento a la responsabilidad de terceros, y nunca mejor dicho.

En tiempos de Juan Carlos I, los atentados etarras incrustaron en su mensaje navideño sintagmas como 'la lacra del terrorismo' o 'la barbarie terrorista', y bastaban esas sucintas, monocordes referencias para que los televidentes completáramos el trazo. Cataluña desde luego supone, en este sentido, un salto evolutivo hacia una suerte de híbrido entre el grado cero y el sobreentendido, en espera de que a no mucho tardar caiga también el desde luego o, en un quiebro jocoso del destino, Cataluña.

Voz Pópuli, 28 de diciembre de 2019

lunes, 23 de diciembre de 2019

Calificación moral

Uno de los carteles de la película Star Wars exhibe en letras grandes el lema "Especialmente recomendada para el fomento de la igualdad de género". No, no se trata de un eslogan que la productora se haya sacado de la manga, sino de una categoría incluida desde 2011 en el sistema de "calificación por grupos de edad" del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), y que entonces se añadía a las ocho de la reforma original, que databa de 2010, con Ignasi Guardans aún al frente del organismo. El objetivo de la misma era afinar los criterios por los que una película se recomienda o no a menores de 7 años, menores de 12, menores de 16, etc.

La novedad que introduce el etiquetaje proigualitario (que también han obtenido Katmandú, un espejo en el cielo, La estrella o Carmen y Lola) radica en su carácter intergeneracional. Según reza la Orden CUL/1772/2011, "tal categoría [...] operará de manera transversal y, en su caso, acumulativa para todas las películas que se presenten a calificación por edades. La obtención de esta categoría no comporta, sin embargo, las obligaciones previstas para las calificaciones por grupos de edad." Antes que una restricción, en efecto, establece una aspiración, cifrada en principios como la "eliminación de prejuicios, estereotipos y roles en función del sexo", el "impulso de la construcción y difusión de representaciones plurales", el "uso de un lenguaje no sexista que nombre, también, la realidad femenina" o la "representación de las mujeres en aquellos sectores y niveles claramente masculinizados y de los hombres en los feminizados". Sólo una clase de películas queda excluido de esta suerte de ISO moral: las X, de lo que cabe inferir que, a juicio del ICAA, el sexo explícito es ontológicamente incompatible con el presunto horizonte de progreso que perfilan los anteriores criterios.

Ahora bien, ¿qué hacemos entonces con la verdad? ¿Dónde aparcamos el hecho, por ejemplo, documentado por Seth Stephens-Davidowitz en Todo el mundo miente, de que entre las búsquedas preferentes de las mujeres en el portal PornHub figure el sexo con violencia contra ellas? ¿O que las tasas de búsqueda con los términos "violación" o sexo "forzado" sean el doble de veces más elevadas entre las mujeres que entre los hombres? Tal como advierte el autor, ello no significa que las mujeres quieran ser violadas en la vida real ni resta un ápice de gravedad a semejante crimen, pero sí evidencia la profusión de una fantasía que el ordenamiento del ICAA identifica con la indignidad.

La corriente doctrinal predominante en los estudios de género sostiene que si las mujeres se excitan con escenas donde hay castigos, maltratos y vejaciones es porque su deseo ha sido cincelado por el heteropatriarcado. (Estaríamos, así, ante un deseo indeseable, que llevaría aparejada la necesidad (más o menos imperiosa) de salvar a las mujeres de sí mismas.) Se trata, en cualquier caso, de una afirmación indiscutible. Literalmente indiscutible. Cuando menos en la universidad. La posibilidad de hacerlo, de plantear cualquier objeción, por razonable que sea, a este y otros dogmas en boga, ha sido finiquitada por el feminismo radical, esto es, el hegemónico.

Hay un hilo perfectamente visible entre el fajín de Star Wars y el boicot a Pablo de Lora en la UPF, un hilo cuyas hebras conectan nuestro días con la mirada profiláctica de la censura franquista, que también opinaba que la vida tenía mucho de constructo.

Voz Pópuli, 23 de diciembre de 2019

martes, 17 de diciembre de 2019

Lazi, cumpleanys, satisfyer

Como ya apunté en el preámbulo de 2018, esta lista contiene aquellas palabras que, por novedad o reiteración, han ahormado la actualidad. Almanaque semántico, registro de costumbres, tesauro pop, la selección se nutre de los periódicos y su eco arrabalero, las redes sociales, y, dado su carácter fungible, no aspira más que a la melancolía; el spleen de un tiempo español. Tan sólo uno de los términos, ‘mochufa’, no proviene del borbotón de la prensa o el Twitter, sino del remanso de la novelería. Como saben quienes han leído Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, ‘mochufas’ es el insulto que el protagonista, Manuel, reserva a la patulea de domingueros que perturban su plácida misantropía. Al igual que otros hallazgos de Lorenzo, en cuya voz reverberan las de Infante, Hortelano, Quevedo y demás gigantes de la intemperancia, ‘mochufa’ no es palabra que esté en el diccionario, mas si la RAE se dignara recogerla habría de amasar su definición con ingredientes como la simpleza, la cursilería o el cretinismo. ‘Mochufa’, en suma, alude al neoenajenado con semblante de emoticono, al parrillero de pastilla pat, al ‘amante de la naturaleza’ que no bien llega al campo gusta de inspirar ‘aire puro’ extendiendo los brazos, al sedicente gourmet que prefiere un ribera a un rioja, al discutidor que dice ‘te lo compro’… Por lo demás, la relación incorpora un vocablo, ‘voxismo’, que en la pasada edición descarté por falta de cuajo, y rinde tributo a esos dos hacedores de lenguaje que son Federico Jiménez Losantos y Arcadi Espada, de quienes he tomado ‘sicariato-aristogato’ (→ ‘voxismo’) y ‘procesionaria’. A mi cosecha pertenece ‘txunami’, adaptación a la fonética y la moral catalanas de la transliteración ‘tsunami’. Vaya mi agradecimiento, un año más, a Patricia Jacas.

Encamisar, microvoladura, sextorsión, lazi, ecoansiedad, mena, perimetrar, listeriosis, mechada, DANA, trifachito, postprocés, ERT, procesionaria, ciberbulo, gretinismo, frankenstein, cumpleanys, backstop, blanquear, mochufa, sinhogarismo, reinhumación, txunami, sicariato-aristogato, putivuelta, sedición, ñordo, neuroderechos, pornovenganza, ciberlerdo, prototipar, COP, voxismo, satisfyer, AVLO, narcosubmarino.

The Objective, 17 de diciembre de 2019

lunes, 16 de diciembre de 2019

Disunion Jack

La victoria de Boris Johnson ha despejado el camino para la culminación del Brexit, en lo que supone el mayor golpe a la UE desde que ésta empezara a aletear sobre los escombros de Europa. Érase aquél un tiempo en que esa misma palabra, escombros, y otras de su cepa, como hundimiento, ruina o devastación, fueron monstruosamente literales. Bien mirado, el proyecto de integración europea ha posibilitado que durante casi setenta años (contados desde la célebre declaración de Schuman) esa familia léxica tuviera sobre todo un uso metafórico, a menudo indeseable por cuanto tendía a deslizarse por la pendiente de la hipérbole, con lo que ello tiene de vaciamiento de sentido, de desvinculación de lo real. Gracias, en suma, al grado de civilidad que implican instituciones como la UE, los 'linchamientos' no suelen desbordar el Twitter.

Estamos, ni que decir tiene, ante un suceso desolador, tanto que sorprende que algunos analistas celebren, con no poca ligereza, que el proceso haya llegado a su desenlace. ("¡Al fin!", dijo el amputado.) Máxime cuando la incertidumbre no ha hecho más que empezar, y no sólo por los perjuicios que el Brexit acarreará en lo económico (la voluntad de cooperación bajo el frontispicio ético, humanista, de la confianza mutua está en la base del comercio, esto es, del progreso, y 'la Europa de los mercaderes', como el nacional-populismo gusta de descalificar a la UE, no es sino el cimiento de la convivencia); también, por el sentimiento de extranjería que invade desde el viernes a los ciudadanos europeos no británicos (aunque la especificación es ya un pleonasmo) residentes en el Reino Unido, una quiebra moral que, en adelante, redundará en una pérdida inexorable de derechos.

Por lo demás, el Brexit ilustra de manera ejemplar la toxicidad del nacionalismo. Del mismo modo que hay dos millones de catalanes que están dispuestos a sacrificar su bienestar y el de las generaciones venideras en nombre de la hispanofobia, hay 13.966.565 de británicos, unos 14,5 si tenemos en cuenta a los votantes de Farage (la diferencia global respecto a la suma de laboristas y liberales ha sido de 600.000 votos) que han resuelto convertir en intrusos a franceses, españoles, alemanes, italianos... invocando para ello un indisimulado supremacismo.

Y a sabiendas, conviene subrayarlo, de que los augurios de prosperidad de los Farage y compañía no eran más que patrañas; esta vez, en efecto, ningún elector puede alegar que ha sido víctima de las fake news. Ciertamente, el hecho de que el Remain se hallara subordinado a la izquierda energúmena de Jeremy Corbin no ha favorecido la causa europeísta, pero nada se me antoja más nocivo que la vuelta a la caverna. Para colmo, el triunfo conservador ha reactivado el independentismo en Escocia e Irlanda del Norte, amén de investirlo, a ojos del mundo, de un halo de legitimidad.

Contra el IRA no vivíamos mejor, pero desde la II Guerra Mundial no ha habido en Europa un momento más incierto, comprometedor e inicuo que éste. A ver si así.

Voz Pópuli, 16 de diciembre de 2019

lunes, 9 de diciembre de 2019

El álbum familiar de Géraldine Schwarz

La periodista Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) se preguntó cómo la Unión Europa, el mayor proyecto de solidaridad internacional que ha conocido el mundo, ese razonable enclave moral que, con la ominosa salvedad de la guerra de la ex Yugoslavia, había logrado diluir hasta lo inconcebible las hostilidades entre Estados, se vio de pronto amenazada por un eje sombrío que tenía como extremos la xenofobia más o menos indisimulada de partidos como el Frente Nacional, Fidesz o AfD, y la retórica antistema, el peronismo reloaded de Podemos o Francia Insumisa.

La pregunta no sólo se la formuló Schwarz; también muchos otros ciudadanos que, al igual que ella, asisten (asistimos) a la expansión de un fenómeno que tiene algo de rave zombi. No obstante, y a diferencia de la mayoría de sus coetáneos, Schwarz no trató de responderla, sino que, con ella a cuestas, remontó dos generaciones a fin de averiguar en qué medida su propia familia había sido copartícipe de la furibundia hitleriana. Hija de francesa y alemán, el ramal materno la llevó a Drancy y el paterno, a Mannheim. En esta industriosa localidad a orillas del Rin arranca su reportaje Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets), un asombroso relato introspectivo que es, al mismo tiempo, el remiendo de nuestra edad moderna.

El abuelo de Géraldine Schwarz, Karl Schwarz, fue un emprendedor de vida muelle que, como tantos otros vecinos de Mannheim, se afilió al NSDAP. Nunca manifestó una especial devoción por el Führer (a diferencia de la abuela Lydia, que se reveló una auténtica groupie) pero consideró, con buen juicio, que el carné del partido sería la mejor de las credenciales para prosperar en los negocios. En 1938, cuando Berlín intensificó la arianización de las pocas empresas judías que habían resistido al boicot, la extorsión o los linchamientos, los hermanos Julius y Sigmund Löbmann, a la sazón poseedores de Sigmund  Löbmann & Co, dedicada a la venta de productos petrolíferos, se resignaron a vender la empresa para financiar la huida.

¿Vender? Saldarla, más bien. En una operación que exigía el visto bueno de las autoridades nazis, el abuelo Karl adquirió el negocio a un precio de derribo, que sólo incluía el suelo y la maquinaria. Según cuenta  su nieta, “hubo personas simplemente más honestas que, a espaldas de las autoridades nazis, se las arreglaron para pagar ‘en negro’ el valor inmaterial de la sociedad” [la cartera de clientes, las fórmulas, las patentes…]. […]Karl Schwarz no podía jactarse de serlo”. La indagación de la autora en el devenir de la familia Löbmann la lleva a una residencia de ancianos en Peterborough, a una hora al norte de Londres, donde Lotte Kramer, "una mujer de noventa y cinco años, menuda y de gestos delicados" le confirma que es sobrina de los hermanos Löbmann. El encuentro con la descendiente propicia la reconstrucción de una odisea que tiene algo de tributo memorable, de reparación moral, y que al estar expuesta sin alarde ninguno, resulta, si cabe, aún más conmovedora, como si en el texto, visto al trasluz, pudiéramos leer la inscipción de la Medalla de los Justos entre las Naciones: "Quien salva una vida salva al Mundo entero".

El campo de Drancy, a las afueras de París, fue el principal centro de internamiento provisional de prisioneros en la Francia ocupada, una suerte de estación de paso hacia los campos de exterminio, y de cuya vigilancia se ocupaban gendarmes franceses. Tras la Liberación, los abuelos de Géraldine se instalarían en Le Blanc-Mesnil, municipio contiguo a Drancy. Cuando la madre, Josiane, empezó a estudiar en la Sorbona, "cruzaba en autobús [desde Le Blanc-Mesnil] el municipio adyacente de Drancy". Géraldine le inquirió por esa circunstancia y ella, "con aire un poco culpable", respondió: "Yo no tenía ni idea de lo que era Drancy, ni en los años cincuenta ni en los sesenta". Al punto, Géraldine se preguntó "cómo era posible que ignorara que al lado de su casa se había desarrollado uno de los mayores dramas de Vichy solamente unos años antes de la llegada de su familia a la región".

No es éste, en suma, un ensayo en que abunden las personificaciones del Mal Absoluto. Por sus páginas no desfilan gentes como Rudolf Hess, Klaus Barbie, Josef Mengel o Franz Murer, sino otra clase de monstruos: los mitläufer, esto es, los millones de europeos que fueron indiferentes a la iniquidad  o aun sacaron partido de ella; aquellos que, por indolencia o cobardía, se cruzaron de brazos frente a la cacería del vecino. Los que se mimetizaron con el ambiente y cuando bajaron las aguas dijeron no haber visto ni oído nada. Los que, como en el caso francés, se pusieron al servicio del invasor para luego presentarse ante el mundo como valerosos resistentes. Los amnésicos que, en cierto modo, nos siguen interpelando.

Voz Pópuli, 9 de diciembre de 2019

jueves, 5 de diciembre de 2019

El mal mayor

El activista hispano-argentino Gerardo Pisarello siguió estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán, su ciudad natal. En 1995, no bien obtiene la licenciatura (premio extraordinario de su promoción), se traslada a Madrid para cursar el doctorado en la Complutense, que culmina en 1999 con la tesis Los derechos sociales en el estado constitucional. Dos años después recala en Barcelona, donde, tras una suplencia de tres meses como profesor en la UB, obtiene plaza de titular en la asignatura de Derecho Constitucional. Entre sus padrinos político-intelectuales figura su compatriota Mario Firmenich, jefe del grupo terrorista Montoneros (extrema izquierda peronista, con centenares de asesinatos a sus espaldas), y vinculado a la UB desde mediados de los noventa, primero como doctorando (a la lectura de su tesis acudió como oyente Manuel Vázquez Montalbán, de cuya fascinación por el personaje había dado cuenta en Quinteto de Buenos Aires) y, posteriormente, como profesor asociado. Firmenich, condenado en 1983 a 30 años de cárcel por los delitos de asesinato, homicidio e intento de secuestro, informa Martín Prieto, había recibido el indulto en 1990 de manos de Carlos Menem, y en 1996 se trasladó a España; concretamente, a la localidad barcelonesa de Vilanova i la Geltrú, donde todavía reside. Sea como fuere, su perfil está más próximo al de un Carnicero de Mondragón que al de un Ibon Etxezarreta. “Yo nunca he matado a nadie inútilmente, ni por gusto, ni por sadismo, ni por nada”, declararía en 2001 a una emisora porteña. A esa esfera moral, en fin, pertenece el flamante Secretario Primero de la Mesa del Congreso de los Diputados.

Entre los hits de Pisarello como primer teniente de alcalde de Barcelona, se cuentan el plantón al consejero delegado del Mobile en la gala de homenaje que le tributaron los comerciantes barceloneses (“tenía que verme con unos músicos uruguayos”, se justificó), la retirada del busto de Juan Carlos I de la Sala de Plenos del Ayuntamiento (una suerte de exhumación simbólica del régimen del 78 que él mismo supervisó cual capataz de la Historia, y para la que se hizo rodear de una nube de periodistas), el forcejeo con Alberto Fernández Díaz para impedir que éste desplegara en el balcón del Consistorio una bandera española, la desfachización del nomenclátor (cambios de nombre de la calle Almirante Cervera, la avenida Príncipe de Asturias y la avenida de Borbón…), las vacaciones familiares en Argentina (del 2 de al 30 de agosto de 2018) costeadas en parte por el contribuyente por incluir, alegó una atribuladísima Colau, una “agenda institucional”, o su desprecio aspaventoso a la oposición municipal, y muy en particular a la que ejerció la concejal de Ciudadanos Carina Mejías. Menos conocido es que se trate del dirigente podemita que más ha porfiado en criminalizar la acción del Estado Español contra ETA, como muestran las tribunas de prensa sobre el macrosumario 18/98, la doctrina Parot, el posterrorismo o la operación Mate, escritas al alimón con el separatista de cabecera de Barcelona en Comú, Jaume Asens.

Este individuo tendrá atribuciones en la configuración de la agenda parlamentaria en virtud de la chusca altanería de Vox, cuyos dirigentes han aducido para ello razones estrictamente aritméticas. Las que subyacen, obviamente, en la España que resta.

The Objective, 5 de diciembre de 2019

lunes, 2 de diciembre de 2019

Justo el resultado


En 2012, a rebufo de la crisis que familiarizó a los españoles con fantasmagorías como la prima de riresgo, la élite política catalana se conjuró para quebrar el Estado de Derecho y fundar una suerte de Arcadia donde 1) no existiera la corrupción, 2) las ancianas llegaran a final de mes y 3) siempre hubiera helado de postre. No es un sarcasmo. Eso mismo rezaban los carteles con que las asociaciones ANC y Òmnium Cultural, es decir, el Govern, sembraron Cataluña una mañana de julio de 2014. A los conjurados les animaba la certidumbre de que la revuelta (que tuvo su principal altavoz en TV3), sumada a la sobreexposición del victimismo, precipitaría la consecución de la independencia. El plan se topó con un imprevisto: la ley, que hasta entonces en Cataluña había sido algo así como un mero supuesto de trabajo. Los principales promotores de la consulta ilegal que debía servir de palancazo final para desgajarse de España fueron llevados ante los tribunales, y Arcadi Espada dio noticia en El Mundo de las 53 sesiones del juicio, que siguió casi siempre in situ.

Me lo imagino entrando en el Supremo con el paso solemne, aun majestuoso, con que suele personarse en cualquier escenario en que se dirima el presente español. Es fama que lo hace en nombre del Cuarto Poder, de ahí que en esos trances adopte la expresión de un pantocrátor de perfil. Durante los meses en que transcurrió el juicio, AE fue un hombre preso de la excitación. Qué empedernido demócrata no lo hubiera sido al ver desplegarse ante sí el Régimen del 78. No el flácido ritornelo del progreso, la prosperidad y las siete copas de Europa, sino la Democracia misma alzada en defensa propia, como una Temis de bronce que de súbito frunciera el ceño. Del estado de efervescencia en que se hallaba AE (y que tanto tiene que ver con lo sensual libidinoso, pues para él no hay nada más erógeno que la dilucidación de la verdad: “A mí la verdad me pone, y lo digo muy en serio”, le oí decir en un consejo de redacción en Factual) también me dio noticia nuestro amigo común Javier Melero. Al parecer, un día antes de que dieran comienzo las sesiones, AE se interesó por el modo como se abriría la vista, qué palabras exactas pronunciaría el magistrado Manuel Marchena. No descarto que tuviera en mente estas otras, escritas un 20 de febrero de hace 37 años: “Las 10,07 horas de la mañana de ayer marcaron el momento histórico en que el teniente general Luis Alvarez Rodríguez, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, constituido en sala de justicia, dio orden de que comenzase la vista de la causa que se sigue contra los 33 procesados por el intento de golpe de estado del pasado 23 de febrero.” Fueron las que inauguraron la serie de crónicas que José Luis Martín Prieto publicó en El País, reunidas en Técnica de un golpe de estado: el juicio del 23 F, al que AE reserva un lugar de honor en su biblioteca.

Sea como fuere, no era la primera vez que AE personificaba al periodismo en un juicio. En 2001 declaró como testigo en el caso Raval, instruyendo al tribunal acerca del caravaggio que aparecía en la cubierta de su libro, y que, a ojos de un fiscal henchido de estulticia, bien podía constituir, ¡ajá!, una apología de la pederastia. Ya en esta década, y con motivo del procesamiento a Artur Mas por el 9-N, acudió a los juzgados del Arco de Triunfo y se plantó frente al sujeto. “¿Por qué no ha respondido a las preguntas de la acusación?”, le preguntó. He tenido la tentación de escribir “a quemarropa”, pero lo cierto es que se dirigió a él como “president”, deferencia que, al serlo también para consigo, devino en tuteo memorable. El respeto a la dignidad del cargo, por lo demás, es uno de los rasgos estilísticos del autor, y acostumbra emplearlo con cierta afectación cuando el columnismo se mimetiza con el twitterismo y al gobernante de turno le llueven los insultos más procaces. En ese preciso instante es cuando AE, remontando el río, anota “El presidente Torra”, “la alcaldesa Colau”, recordándonos a todos, a los de “a mí el pelotón que los arrollo”, que el prurito civilizador es un bien supremo. Mas tratándose de AE siempre hay que mirar debajo: frecuentemente, ese decoro resulta en la clase de fricción que hizo fortuna en el surrealismo, y que, en su deriva más excelsa brinda criaturas cuasi oníricas de puro desconcertantes, como “el Doctor Sánchez”, “el pensador Otegi” o “el antiguo filósofo Ramoneda”. No en vano, en la obra reciente de AE (grosso modo, la que arranca con su blog en 2004) la onomástica es en sí misma un valor moral. Entiéndanme: no es que antes no lo fuera; uno de los cometidos del oficio, de hecho, es iluminar el bestiario con el que debe uno tratar de sol a sol. En esa lid, AE ha desarrollado la virtud de tasar, desde un ángulo insólito, inasequible al común de los plumillas, los aspectos más superficiales del personaje que la actualidad le arroja sobre el escritorio. Superficiales, sí: los que están a la vista del público general y que, por esa misma razón, nos llevan a preguntarnos: pero, ¿cómo no se me había ocurrido a mí? Que ahora, como decía, AE se aplique a ello con especial fruición obedece, más allá del género (hasta anteayer, como aquel que dice, AE construía pirámides invertidas) a la época: nunca, en efecto, habíamos previsto que en la conversación sobre Barcelona, un tema que los periódicos abordaban con un rigor que rayaba en la adustez, se inmiscuyera un pisarelllo. Alias como El Valido, El Desleal, Gazielet, Ana Gabriela, El Probe Robert o Don José Montilla (por el charnego al que el nacionalismo -y sólo el nacionalismo- convierte en señorito) y, en lo que hace a los partidos, paranomasias como la Podemia, Podéis o la Cup Menstrual, componen un glosario cuyo éxito se cifra en eso que los gabinetes de prensa llaman impactos: AE, en efecto, es el periodista más copiado del reino, al punto que también se permiten hacerlo quienes no entienden lo que dice. Estas crónicas vienen a engrosar el santorial espadiano, con hallazgos como Smith & Wesson (Ortega Smith), el pueblo catalunyés o, je, la porfía en coser a los principales procesados la condición que mejor les define (veremos por cuánto tiempo): la de preso: el preso Junqueras, el preso Romeva, el preso Cuixart… Dados los delitos, ‘reo’ habría parecido un tanto cinematográfico: “¡Póngase en pie el reo!”; demasiado ficcional, en fin, para lo que allí se ventilaba, y de todos son sabidos los pleitos que AE mantiene con la ficción. Con todo, tal vez mi quiebro favorito sea el que puntúa la labor de Javier Melero y, por defecto, la de sus colegas. Sirva de muestra el arranque del capítulo 39: “Cuando los intereses del abogado, Melero, coinciden casualmente con los de la verdad el juicio cobra una altura”. El abogado, coma, Melero. A diferencia de, pongamos, el juez Marchena o el fiscal Zaragoza. ‘Porque en la sala’, viene a decir AE, ‘abogados, lo que se dice abogados, sólo hay uno; el resto son políticos’. Y lo que cualquier soldado raso habría resuelto incurriendo en  una paráfrasis como la anterior, él lo hace con una coma, emulando el eslalon minimalista con que Benzemá, el 10 de mayo de 2017, limpió a tres defensas del Atleti.

El juicio, por cierto, tuvo una notable impronta futbolística. No en vano, a la expectación inicial siguieron fases de un insufrible centrocuentismo. Y al igual que los locutores que narran los partidos se ven en el brete de constatar el tedio sin ahuyentar al televidente, apelando para ello al eufemismo (tal vez el duelo no sea vistoso pero sí emocionante), los cronistas hubieron de lidiar con sesiones más parecidas a un Sestao-Eibar que al litigio vibrante y decisivo que hizo de España un trending topic mundial. ¿Cómo se las ingenió AE para retener al lector? Como lo haría el mismísimo Víctor Hugo Morales. Si éste entretenía la mirada hilando anécdotas de los tiempos de Gatti, Perfumo y Pastoriza, AE traía a colación el Diccionario de insultos. Extraídos y trasvasados de las obras de D. Francisco de Quevedo, o se daba a la disertación sobre el verbo “excepcionar”, o citaba a Henry Sidgwick a cuenta de un artículo de Juan Claudio de Ramón.

Entre las cuantiosas anomalías de la provincia española, figura el hecho de que, meses después del juicio, ni un solo periódico haya ofrecido a sus lectores un vídeo con las mejores jugadas. Si se dignaran, o si, pongamos por caso, Netflix produjera una miniserie, no habrá guión que mejore el que tienen ustedes entre manos.

El título, Sed de lex, se cuenta entre los más sagaces de los libros de AE y si el publicista Mejide quisiera discutirlo, como hizo en su programa a propósito de Un buen tío (cuando osó afirmar que él y su ignorancia le habrían puesto 'Un buen tipo') debería hacerlo con la esposa del autor, Patricia Jacas, pues a ella se debió la genialidad.

Posfacio a Sed de lex, de Arcadi Espada

La gestoría

Lo primero que tienen que hacer los militantes de Ciudadanos para salir del hoyo es despojarse de todas esas ridículas pulseritas, cintas e insignias con que suelen ir pertrechados, y que constituyen la más ostentosa metáfora del ensimismamiento que aqueja al partido. Lo segundo es dejar de decir estupideces del tipo “Nos dejaremos la piel”, “¡Vamos, equipo!” o “Somos más necesarios que nunca”… Lemas que más bien parecen descartes de Mr. Wonderful, y que se propagan con arreglo a un unanimismo que ha llegado a incluir amonestaciones verbales a quienes, en Twitter, no se han prodigado en el uso del repertorio que iba alumbrando la factoría De Páramo: “chiringuito”, “la banda de Sánchez”, “el plan Sánchez”… Que Ciudadanos sea una de las formaciones que menos contribuye a la conversación pública (tribunas de prensa, ensayos, etc.), es otro de los efectos calamitosos del reinado de Rivera, a quien muy probablemente veamos antes en Supervivientes que como analista político.

Lo siguiente es deshacerse de su plana mayor, corresponsables de un cataclismo que los incapacita para seguir al frente del proyecto. Visto lo visto en el Consejo General del sábado, en que habían de sentarse las bases del relanzamiento de Cs, resulta obvio que Villegas, Hervías, Cuadrado y Bofill no pretenden sino perpetuarse en la Ejecutiva o, cuando menos, tratar de convertir en residual al sector crítico.

Sí, Villegas ha anunciado que tira la toalla, pero hay un precedente que obliga a poner sus palabras en cuarentena. En junio de 2009, el ex secretario general de Ciudadanos, a la sazón secretario de Relaciones Institucionales y muñidor del fiasco Libertas, divulgó un comunicado en el que “como responsable del comité negociador con Libertas y de la coalición a nivel estratégico y programático”, asumía el “fracaso electoral” y presentaba su carta de dimisión "irrevocable" al presidente de C's, Albert Rivera.

Sea como fuere, que los mismos individuos que han hundido el partido se postulen para reflotarlo bajo la presidencia de Arrimadas es una pésima noticia. Incluso tengo fundados reparos ante la posibilidad de que la actual portavoz en el Congreso lidere a partir de marzo el nuevo C’s, siendo ella misma, pese a sus innegables cualidades, una (re)encarnación de Rivera, al que ha secundado en todos y cada uno de sus errores. De ahí, en parte, que su autocrítica más convincente desde el 10N haya sido: “¡Ni que hubiéramos matado a Kennedy!”. Un epitafio, en efecto.

Voz Pópuli, 2 de diciembre de 2019