jueves, 31 de agosto de 2017

La hora del patio

El Barça, la inmersión lingüística, el club infantil Súper 3 y la casa madre de este último, TV3, son los cuatro instrumentos de que se ha valido el catalanismo para socializar a la infancia. Si bien se trata de instituciones que cumplen funciones distintas, presentan dos rasgos comunes: la glorificación del ocio y un antiespañolismo que, las más de las veces, se expresa en forma de chiste.

Hasta tal punto tiene asumido el nacionalismo que dichas fábricas, por emplear el símil con que alude al PP y a C’s, son de su entera propiedad, que ayer el portavoz de ERC en el Congreso, Joan Tardà, invocó en su alegato prorreferéndum una canción del Club Súper 3 titulada ‘Uh, oh, no tinc por’ (quitándole, de paso, el último velo de ambigüedad al lema de la manifestación del sábado). Sea como fuera, antes de incrustar el ‘Uh, oh…’ en el Diario de Sesiones, Tardà ilustró a Rajoy: “El Club Súper 3 tiene el triple de socios que el Fútbol Club Barcelona”. Habiendo hablado tantas veces en nombre de Cataluña, que lo hiciera en nombre de los niños del Súper 3 aun podría considerarse un rapto de modestia.

En cualquier caso, no estaría de más que la próxima vez acreditara el permiso de los padres, que fue, por cierto, lo que hizo la Casa del Rey cuando el Gobierno de Puigdemont exigió que retirasen de la web las fotos de niños y adolescentes heridos. No fueron escrúpulos, no; es que a mis niños, señora, sólo les pego yo.


The Objective, 31 de agosto de 2017

martes, 29 de agosto de 2017

Ciudad muerta



1) El islam es una religión de paz que nada tiene que ver con el terrorismo. La guerra que libra el islamismo contra la civilización rinde, de manera más o menos cotidiana, matanzas de infieles, crímenes de honor, ablaciones de clítoris, jurisprudencias basadas en el ojo por ojo y, en general, estados de opinión contrarios a la democracia. Alá es el único dios en cuyo nombre se sigue asesinando en el siglo XXI, y al margen de disquisiciones teológicas o etimológicas sobre conceptos como el de sharía, no parece pertinente dejar de lado esa evidencia a la hora de abordar sucesos como el de Barcelona. Un hombre tan poco sospechoso de islamofobia como Mario Vargas Llosa ha llamado la atención al respecto en infinidad de ocasiones. Esta reflexión, por ejemplo, tan afable como certera, corresponde a un artículo publicado en El País hace 4 años: "Tengo algunos amigos musulmanes y todos ellos, personas cultas, modernas, tolerantes, genuinamente democráticas, me aseguran que no hay nada en su religión que no sea compatible con un sistema político de corte democrático y liberal, de coexistencia en la diversidad, respetuoso de la igualdad de sexos y de los derechos humanos. Y, por supuesto, yo quiero creerles. Pero, ¿por qué no hay todavía un solo ejemplo que lo demuestre?". Más expeditivo, el periodista libanés Ghasan Charbel, en un artículo reciente en el periódico panárabe Asharq al Awsat recogido por El Medio, se preguntaba: "¿De dónde sacamos [nosotros, el islam] semejante carga de odio? ¿Por qué sentimos la tentación de colisionar con el mundo y no de vivir con él y en él?".

2) Muchachos como tú y como yo. De los asesinos hemos conocido a sus padres, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos, su educadora social, su maestra, su alcalde, sus amigos y hasta las hectáreas de marihuana que cultivaba uno de ellos en su Marruecos natal. De las víctimas, apenas un apunte. No tengo la menor duda de que hay que encararse con el mal y a sus aledaños, pero no para aliñar el relato de un sueño truncado.

3) Barcelona es una ciudad abierta, diversa y tolerante. Es probable que confundiéramos nuestra dicha con la circunstancia de vivir en una ciudad dichosa, que nos hiciéramos un lío y, obnubilados por la rumba olímpica, termináramos por pergeñar un falso recuerdo. Pla, nuestro primer xerraire, ya previno al mundo acerca de Barcelona ("una ciudad espantosa, agobiante y de escasísima calidad [...] con un nivel de violencia indescriptible", le dijo a Soler Serrano). Sea como fuera, Cobi, el maragallismo y la apacible sonrisa de Eduardo Mendoza propiciaron el espejismo de una ciudad de dibujos animados, modalidad línea claral, si bien al entuerto también contribuyó, y no precisamente de forma residual, la ofuscada admiración que España, y particularmente Madrid, ha profesado por Cataluña. La manifestación del sábado, en que los nacionalistas hostigaron a militantes de Nuevas Generaciones, SCC y C's, destrozaron carteles en español y llamaron "asesino" a un individuo que portaba una bandera de Israel, sepulta definitivamente una leyenda que, en los últimos años, presentaba variados signos de agotamiento. La vergüenza que sentí me resultó vagamente familiar, pero mientras duró el desfile no acerté a identificar en qué otro instante de mi vida había sentido una repulsión así, tan angustiosamente física. Al poco me acordé: fue en septiembre de 1989, con motivo del abucheo al rey Juan Carlos I en la inauguración del Estadio Olímpico, aquel Freedom for Catalonia entre cuyos promotores, por cierto, figuraba el consejero Forn, sexador de muertos. El mismo zumbido encrespado, el mismo espesor en el aire, la misma fronda envenenada.

Por lo demás, la prueba de que el multiculturalismo no sólo no es un trasunto de la diversidad sino que se opone a ella fue la ausencia de las banderas de las 34 nacionalidades de las víctimas (incluyendo a los heridos): Alemania, Argelia, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Marruecos, Canadá, China, Colombia, Cuba, Ecuador, Egipto, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Grecia, Reino Unido, Holanda, Taiwán, Honduras, Rumanía, Hungría, Irlanda, Italia, Kuwait, Macedonia, Mauritania, Pakistán, Perú, República Dominicana, Turquía, Venezuela y España.

4) Una manifestación masiva. En las fotos, los manifestantes aparecían formando un bloque por efecto de los teleobjetivos, que tienden a comprimir el espacio. En verdad, la densidad en el centro del Paseo de Gracia no excedía de 1 manifestante por metro cuadrado, y por los laterales se circulaba perfectamente. No hay que despreciar la posibilidad de que una de las razones por que los barceloneses no atestaran las calles fuera el Alavés-Barça, que se disputaba a la misma hora.

5) Una minoría que no representa a nadie. Reducir la presencia independentista al cogollo de banderas que se ve en las imágenes es erróneo. Las banderas más aparatosas, en efecto, correspondían a quienes allí se concentraban, pero toda la manifestación era una fan zone independentista, con profusión de esteladas anudadas al cuello, carteles contra el Gobierno y el Rey, y una presencia más que notable de viejas-del-visillo prestas a zarandear españoles. Siempre Pla: "¿Cataluña? Un país de groseros".

6) Los españoles también llevaron banderas. Cierto, pero, que yo viera, ningún español trató de achicar el espacio de nadie (menos aún de forma organizada) ni concibió la posibilidad de abuchear o insultar a Puigdemont, Junqueras o Colau. Y pese a ello, el coolumnismo a lo Évole, ese que aspira a salir sin mácula de todos los charcos, sigue arrastrando el fardo de esos dos-nacionalismos-igualmente-perniciosos, confundiendo (copyright: Savater) apéndice con apendicitis.

7) Ada Colau cedió el protagonismo a la policía, los bomberos, los taxistas y los servicios médicos. La tortuosa relación de Ada Colau con la democracia da lugar a equívocos que son en verdad claudicaciones. Colau tenía la obligación de estar al frente de la manifestación no por una cuestión de protagonismo, sino porque los políticos electos son la única dignidad civil que representa a todos y cada uno de los ciudadanos. Entiendo, no obstante, que un personaje que basó su campaña electoral en consignas como "No nos representan", en el desprecio, en suma, a las instituciones democráticas, sea incapaz de asumir esa evidencia y acabe cediendo al pueblo la cabecera de la marcha y a los insurrectos el servicio de orden.

8) En cambio Myriam Hatimi, de la Fundación Ibn Battuta, que se decía representante de una comunidad, lo fue a pie juntillas. Aunque antes que repesentante deberíamos decir delegada, comisionada o embajadora. Porque en la manifestación hubo pocos, muy pocos musulmanes.

9) El abrazo del padre del niño asesinado con el imam de su pueblo fue un ejemplo de concordia. Y la demostración de que la bondad suprema también puede ser aterradora.


Libertad Digital, 29 de agosto de 2017

martes, 22 de agosto de 2017

Un fallo en el sistema

Vengo de leer en bucle el mensaje que Raquel, la educadora de Ripoll que había tratado con algunos de los terroristas, ha publicado en Facebook. En especial este párrafo, en que la autora ha puesto su mejor afán:

Erais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante ... y mil sueños por cumplir. [...] Ya no podré volver a decir "qué guapos estáis", o "¿ya tienes novia?". O "madre mía, cómo has crecido". No podré ver a vuestros hijos, como veo los de los demás. No os podré abrazar... Me duele tanto. No me lo puedo terminar de creer.


Increíble, en efecto, porque estas palabras, que corresponden a la fraseología de la consternación, se emplean aquí para llorar a los asesinos, enaltecidos en virtud de "un sentimiento tan fuerte [que] no es racional". Inaudito, asimismo, es el intento de la educadora de dar con lo que, en su perturbado discernimiento, deben de ser los verdaderos culpables, tentativa que parece aletear en la mención de esa "otra cara de la moneda, la que no sale en los periódicos", y que acaso se funda en la necesidad deontológica de iluminar el mundo con un prurito de simetría.

En su angustiada búsqueda, no obstante, no logra dar con ninguna traza del maléfico, enajenador sistema. Al contrario, los muchachos ("¿Cómo puede ser, Younes...?") pertenecían a familias de clase media-baja, habían cursado estudios, habían disfrutado de clases gratuitas de refuerzo, y algunos de ellos habían aprendido un oficio y se habían empleado en la industria local. Todo ello, al abrigo de un Estado cuya más afable encarnación fue, precisamente, Raquel, quien en lugar de interrogarse a sí misma, someter siquiera a examen su siniestra candidez, prefiere interrogar a la providencia, confundida con un nosotros en que se aprecian las hechuras de la siempre coactiva sociedad.

Piloto, maestro, médico, colaborador de una ONG. ¿Cómo se ha podido esfumar esto? ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento...? ¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas!

El resultado de tan alucinante operación es que los terroristas acaban convertidos en víctimas y quienes sufrimos su acometida criminal, en culpables, acaso merecedores, digámoslo en la jerga de Raquel, de un período de reclusión en el rincón de pensar.


Libertad Digital, 22 de agosto de 2017

viernes, 18 de agosto de 2017

Rambla del Páramo

Salí de casa pasadas las cuatro sin rumbo fijo, con el propósito de darme una vuelta y tal vez llegarme hasta la Barceloneta. En una ruta no del todo inhabitual, tomé la Ronda de San Antonio desde Manso, abrevié por Tallers y enfilé las Ramblas.

Me admiré, maldita la hora, de la parsimonia, o acaso fuera pachorra, con que iba vadeando el bulevar; y me sonreí, siquiera por contraste con los tiempos en que apretaba el paso al llegar a la altura de Unión. Eran las 16:19 (lo sé por un mail de Arcadi que me detuve a leer) cuando arribé al final, ese final que tantas veces fue principio de todo.

Desde allí, anduve por la calle Ancha hasta Santa María del Mar y me senté frente al templo a tomar un café. A la media hora, empecé a ver cómo alrededor de mí, los clientes de la terraza, todos los clientes de la terraza, atendían compulsivamente la pantalla del móvil. La escena, tan ruidosa y apacible a un tiempo, me llamó tanto la atención que a punto estuve de tomar una foto. Al poco sabría que no estaba ante el epítome de la enajenación moderna. También yo me conduje, a partir de ese momento, conforme a los círculos concéntricos por que se rige el periodismo.

Llamar a mis hijas para decirles que estaba bien, llamar a mi madre para decirle que estaba bien, llamar a mi abuela para... (había fallecido en julio pero se conoce que aún no tengo el dato afianzado; ¡la de veces que la he vuelto a enterrar por esos lapsus!), tratar de localizar a mi hermano (que gusta, como yo, de deambular por la zona); eso, mientras rastreaba el Twitter para ir sabiendo de amigos y conocidos. Luego, ya en el Paseo de Colón, me crucé con los primeros viandantes que venían de las Ramblas: llevaban el espanto en la mirada.

A esa hora, el trasiego urbano, esa amable trepidación en que a menudo se resume Barcelona, había cesado. Desde el pie del monumento a Colón, adonde llegaba el cordón policial (faltaban apenas unos minutos para que empezaramos a familiarizarnos con tecnicismos del tipo perímetro de seguridad), las Ramblas eran un páramo. Se dice, y es verdad, que es una de las pocas vías barcelonesas, ya no digamos españolas, en que puede uno encontrarse a alguien a cualquier hora de cualquier día. Estaban vacías; la misma clase de vacío, por cierto, que asoló Canaletas el día del golpe al Central, allá por mayo del 81.

En casa, frente a la tele (un hurra por Marc Sala, de TVE), no hubo un solo plano que no reconociera. Ni un retazo del paisaje que no estuviera cosido a una vivencia, ya fuera ésta fiera, dulce o tremebunda, como los desayunos en la Boquería después de darlo todo en el Karma, o el día en que mis hijas descubrieron, maravilladas, los puestos de animales; los mismos que, poco después, les acabarían repugnando. Este viejo cauce de alcantarilla, me dije entonces, no acaba de encajar en el siglo XXI. Ayer lo hizo con estrépito. Barcelona, en efecto, es una ciudad abierta, tolerante, rumbera. Pero, con todos mis respetos, alcaldesa, vaya poniendo unos pilones.


El Mundo, 18 de agosto de 2017

Cuando empezó todo

Si yo fuera terrorista no lo dudaría. Tras un atentado señuelo, prepararía una segunda escabechina ahí donde se celebrara la concentración de turno. La de ayer en Barcelona, por ejemplo, un dechado de improvisación en que se mezclaban el psicodrama vecinal, siempre rayano en la cursilería, y el vedettismo político, del Rey a la CUP, cuyas líderes, hum, merodeaban por el acto sin vergüenza ninguna, a tanto ha llegado el empoderamiento.

Parte del gentío, no obstante, lejos de llamar la atención a quienes no hace un mes justificaban la escenificación de un atentado contra los turistas, abucheaba a Felipe y a Rajoy, y lo hacía, claro, en nombre de Cataluña. «No tenim por».

Hay que tener un cuajo especialísimo para, en un instante así, acudir a la protesta a presentar armas, con la estelada anudada al cuello para que no se diga que el proceso decae. Mas se trata, al cabo, de la consigna que ha enviado Puigdemont, que hoy mismo ya impartía doctrina sobre la condición de miserable.

En la plaza no había más de 10.000 personas. Para que se hagan una idea: lo que suele haber en las manifestaciones tipo Hispanidad. A las 12 y un minuto, y en mitad de una ovación selfie, una voz femenina surgida de un tumulto aledaño al Starway to Hell de Subirachs, grita «Visca Barcelona». Hasta ocho veces, y a la octava he reparado en que en ese mismo punto, el 17 de octubre de 1986, el pueblo estalló de alegría luego de que Juan Antonio Samaranch pronunciara su «A la vil-a la val».

La ciudad es una playa infestada de links, y la sangre ha propiciado que afloren. Costanza y su hermana Enrica, italianas, romanas, gemelas, en torno a los 22, gimotean abrazadas. Me cuentan, con el atropello del superviviente, que ayer estaban en la terraza del Zurich cuando empezó todo. Y el arranque ha de ser ése: «Cuando empezó todo».

En la segunda corona de la plaza, la que circunda, digamos, la rosa de los vientos del centro-centro, tres Mossos obligan a quienes intentamos franquear el paso a mostrar las pertenencias. Delante de mí, un tipo con acento navarro, tal vez de Logroño, les hace saber que sólo lleva un teléfono móvil, y en el gesto de palpárselo se topa con el bolsillo del pantalón pirata vacío. «¡Coño, me lo han robado!». Y yo, que soy un romántico, me digo que tal vez la vieja, canalla, jodida Barcelona haya empezado a ponerse de pie.


El Mundo, 18 de agosto de 2017

jueves, 17 de agosto de 2017

Fichados

Están Jordi Cañas, Miquel Iceta, Loquillo, Federico Jiménez Losantos, Albert Rivera, Alfonso Guerra, Antonio Muñoz Molina, Xavier García Albiol, Carles Francino, Miquel Roca, Rosa Díez, Toni Cantó, Pedrojota Ramírez y, cómo no, Albert Boadella. Todos ellos han hecho méritos (bien que unos más que otros) para figurar en el apartado ‘Banalización del nazismo’ de la Base de Datos de la Catalanofobia del diario Vilaweb, que registra, con un alarde taxonómico propio de la entomología, lo que sus hacedores consideran manifestaciones de odio a Cataluña.

Según recoge la página de inicio, “el proyecto responde a una doble finalidad: reparar la memoria histórica de todos los damnificados por [dicha] lacra y servir como herramienta de búsqueda a los investigadores”, sin renunciar a convertirse “en una fuente útil de conocimiento para el público en general”. El de ‘Banalización del nazismo’ es sólo uno de los criterios de ordenación de la BDD Catalanofobia de Vilaweb, que incluye otras veinte categorías, delimitadas en función de los “elementos discursivos”. Así, en ‘Catalanismo y enfermedad mental’ aparecen señalados Carina Mejías (que habló en cierta ocasión de la esquizofrenia del proceso), Ramón de España (autor de El manicomio catalán y El derecho a delirar), la asociación Libres e Iguales (por referirse al proceso el proceso de paranoico), Aleix Vidal-Quadras (“La independencia es un delirio”) y, nuevamente, Albert Boadella.

De la otra tipología por que se rige el archivo, y que toma en consideración los casos, se siguen las secciones ‘Casos de discriminación lingüística’, ‘Casos de discurso del odio’ (donde, entre otros, figura Arcadi Espada -cuyo protagonismo, a decir verdad, ha sido injustamente soslayado-), ‘Casos de hostilidades contra personas o entidades’ y ‘Otros casos’.

Operativa desde septiembre de 2016 (sólo Europa Press dio la noticia), la BBD de Vilaweb también dedica un apunte a Antonio Machado a cuenta de su “españoles incompletos”. Aunque, dada la profusión de especificaciones de carácter policial (fecha, localización, datos de la víctima, datos del autor,…), tal vez antecedente o ficha sean más precisos que apunte.


The Objective, 17 de agosto de 2017

martes, 15 de agosto de 2017

Catalanes de tercera

El callejero honra a Antonio Machado en Baeza, La Coruña, L'Hospitalet, Madrid, Sevilla, Salobreña, Albacete, Calahorra, Abrera, Alcobendas, Conil, Torrevieja, Elche, Viladecans, Cuenca, Granada, Huelva, Moguer, San Pedro de Alcántara, Alcalá de Henares, Chipiona, Toledo, Baena, Utrera, Leganés, Rivas Vaciamadrid, Vitoria, Cádiz, Guadalajara, Barcelona, Burgos, Ubeda, Benalmádena, Roquetas de Mar, Bajadoz, Villanueva y La Geltrú, Fuengirola, Ibiza, Sant Boi, Dos Hermanas, Chiva, Montmeló, Fuengirola, San Fernando de Henares. Gijón, Jaén, Murcia, Sant Joan de Vilatorrada, Nerva, Binéfar, Monzón, Barbastro, Santa Cruz de Tenerife y Zaragoza.

A esa lista, a buen seguro incompleta, pertenece también Sabadell, si bien el más joven representante de la generación del 98 podría tener las horas contadas en la capital vallesana. El Ayuntamiento, en manos de una alianza formada por ERC, la CUP, ICV-EUiA, la asamblea local de Podemos -no reconocida por la dirección nacional- y un pintoresco otros, ha divulgado un informe sobre el nomenclátor local que prevé el cambio de nombre de la plaza de Antonio Machado, en el barrio de Hostafranchs.

Como es costumbre en esta clase de podas, la propuesta llega envuelta en el halo del academicismo, cual si fuera una medida de naturaleza técnica en lugar de una iniciativa enteramente política. No obstante, basta con googlear «Josep Abad i Sentís», el nombre del historiador que la ha redactado, para percatarse del espíritu que anima la remodelación.

Abad, valedor de la especie de que España dispensa a los catalanes trato de colonos, no sólo la emprende con Machado, a quien tilda de «hostil a la lengua, cultura y nación catalanas», sino también con Espronceda, Campoamor, Garcilaso de la Vega, Goya, Bécquer, Lope de Vega, Quevedo o Larra, Tirso de Molina, cuya huella en el mapa de Sabadell no sería sino la representación simbólica del yugo castellano-españolista, plasmado asimismo en la sobreabundancia de episodios o personajes relacionados con la Guerra de la Independencia (Agustina de Aragón, Bailén, Dos de Mayo, Daoíz, Velarde), la copiosidad de topónimos extracatalanes (Candanchú, Estrepeñas, Fuerteventura, Gállego, Gran Canaria, Peñalara, Región de Murcia, Somosierra, Triana) o la presencia de notables locales vinculados a la dictadura de Primo de Rivera (Alfons Sala, Antoni Cusidó, Arimon, Dr. Relat o Paco Mutlló). Así, hasta 104 modificaciones, con depuraciones tan insólitas como la de las vírgenes de la Almudena, Macerana, de la Paloma o Begoña, y aun de quien más blasfemó contra ellas: 'La Pasionaria'.

No en vano, la criba de Abad i Sentís, aunque tributaria de la típica mixtificación de raigambre izquierdista, rebasa el ámbito ideológico para plantear, sin sonrojo ninguno, la impugnación de España. En su latitud, un supremacista de Charlottesville no habría dejado un paisaje tan exento de impurezas.

Por lo demás, desde que anoche supe de la existencia de semejante libelo, no dejo de pensar en el Mairena, el libro, recordemos, que Pablo Iglesias tuvo a bien regalar a Mariano Rajoy, y en cuyas páginas refulge este consejo:

«De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.

Según eso, amigo Mairena -habla Tortólez en un café de Sevilla-, un andaluz andalucista será también un español de segunda clase.

- En efecto -respondió Mairena-: un español de segunda clase y un andaluz de tercera.»

No puedo por menos de alentar a la Regiduría de Cultura del Consistorio a que, en coherencia con su dogma xenófobo, declare a Joan Manuel Serrat persona non grata. Es fama que ningún otro español ha contribuido tanto a diseminar los versillos del bueno de los Machado. Y así, con el Nano convertido en anticatalán, vamos al fin abreviando.


El Mundo, 15 de agosto de 2017

Desvelo del poderoso


Fraga quería hablar del periódico, le interesaba cómo sería la sección política, soñaba con una crónica parlamentaria al estilo de las que publicaba el  Times de Londres, pero también quería contar con una sección de libros parecida a la de los grandes diarios británicos. Como se hacía tarde me invitó a almorzar al día siguiente para seguir conversando. "También viene un amigo mío, un profesor americano, le divertirá conocerlo." No se equivocó en la predicción. El huésped era un antropólogo sexagenario que había dedicado su vida al estudio de las costumbres de las tribus indígenas en los Estados Unidos. Amenizó el almuerzo con infinidad de anécdotas y al final del mismo, al que asistieron también su esposa y la del embajador, le entregó a este una especie de cetro tallado en madera del que colgaban unos abalorios de plumas.  

-Sirve para ahuyentar los malos espíritus. Lo podemos probar ahora si quieres.

Ni corto ni perezoso, empezó a ensayar una danza ritual en los salones de la embajada al tiempo que invocaba a Manitú. Los presentes le acompañamos con entusiasmo, ensayando los pasos de una especie de cumbia improvisada, dando saltitos por los corredores y entonando sonidos guturales cuya estridencia tratábamos de regular poniendo de forma intermitente las manos sobre la boca. A los pocos minutos dio por terminado el oficio y nos comunicó con toda seriedad que la residencia y sus habitantes habían quedado purificados. El tiempo demostraría cuán errado estaba.



El fragmento corresponde a Primera página, el primer volumen de las memorias de Juan Luis Cebrián, quien, un día antes de ese almuerzo con Fraga, comía en Ginebra con Don Juan de Borbón. Transcurre el otoño de 1975 y nuestro hombre, cuyo último cargo de relieve ha sido la dirección de los informativos de TVE, es el más firme candidato a dirigir El País, por lo que ya se le tiene por una suerte de interlocutor de la nueva era. La conversación entre Cebrián y Don Juan se ve interrumpida por al menos dos llamadas telefónicas del Príncipe Juan Carlos, que da a su padre la noticia de que Franco se halla en las últimas. Esa misma tarde, Cebrián vuela a Londres para, como decíamos, entrevistarse con Fraga. El embajador español en el Reino Unido, recién convertido al aperturismo, recela de la orientación del futuro periódico. Al día siguiente, ambos invocan a Manitú en compañía del susodicho antropólogo. De esta clase de episodios, en los que Cebrián transita por las más recónditas instancias del poder hasta confundirse con el poder mismo, se nutre Primera página.

Con Cebrián, si bien se mira, se produce un equívoco similar al que se producía con Samaranch. Del mismo modo que de éste se destacaba su acrisolado franquismo, en Cebrián se ha querido ver a un icono de la socialdemocracia. En realidad, tanto Samaranch como Cebrián son, en esencia, dos podertistas de élite, diríase que inmunes al etiquetaje ideológico. Así lo reflejan estas memorias, un soberbio testimonio de las escenas y entretelas que han ido conformando, para bien y para mal, la España que somos.

El poder ha devenido en el gran tema de la obra de Cebrián, al punto que impregna cualquiera de sus reflexiones. Véase, sin ir más lejos, la conversación que mantuvo hace unas semanas con nuestra Oriana Fallaci, Cayetana Álvarez de Toledo, y en la que el hoy presidente de El País cifraba el concepto de poder "en un conjunto de cosas: votos, conciencia social, dinero, armas...". (Basta comparar, por cierto, la entrevista de Cayetana con la de Évole, en que éste reclamaba a Cebrián que utilizara un lenguaje asequible a su madre, para discernir el gran periodismo del simulacro con ínfulas.) No es casual, en fin, que uno de los instantes más elocuentes, por epifánico, del libro, es el que describe, a propósito de la segunda visita de Fidel Castro a Nicaragua, el asombro de Gabriel García Márquez al paso del séquito del presidente cubano.

Un inciso a este respecto: el autor sitúa la acción en el contexto del triunfo de la Revolución Sandinista -julio en 1979-, cuando en verdad ese viaje se produce con motivo del nombramiento de Daniel Ortega como presidente del país, en enero de 1985. Otra imprecisión de bulto (no sólo imputable al autor) es la que data en diciembre del 82 la primera mayoría absoluta de Felipe González, que aconteció el jueves 28 de octubre de ese año.

El Cebrián más desapacible, el de la legendaria mala leche; en suma, el mejor Cebrián, llega de la mano de los retratos, en los que no hay la menor concesión a la sentimentalidad. Mutado en un pantocrátor con escalpelo, el autor ni siquiera se permite un relajo con Jesús de Polanco: "Medio siglo más tarde, cuando Jesús Polanco empezó a llamarse de la noche a la mañana, también él, 'De Polanco', me explicó que su nombre siempre había sido ese, pero que le parecía una cursilería. Dejó de parecérselo el día en que, tras su divorcio y segundo matrimonio, comenzó a alternar con una alta sociedad de la que siempre había abominado". Otro puyazo de antología es el que recibe Julián Marías: "Le guardaba un respeto intelectual que el propio José Ortega no le tenía, y así me lo confesó: 'Presume de administrar el legado del pensamiento de mi padre, que casi no le podía ver. Le parecía un pelmazo'." En cualquier caso, y a semejanza de lo que ocurre en El Padrino III, a medida que el protagonista va ascendiendo hacia la cúspide, se acentúa su aspereza (también su soledad) y tienden a apagarse los afectos, reservados, casi exclusivamente, a Jesús de la Serna, el mismo Polanco, Ramón Mendoza y Javier Pradera.

Hay, con todo, un Cebrián que propende al cachondeo; el que administra, bien que a cuentagotas y sin perder el ceño, anécdotas graciosísimas, como la relativa a cierto defraudador vasco:

"Siendo responsable de la Hacienda pública, [Jaime García Añoveros] me pidió que no se divulgara el nombre de uno de los mayores morosos o defraudadores fiscales del País Vasco. La justificación para ello era que el empresario en cuestión había incurrido en notables riesgos al negarse a pagar el impuesto revolucionario a ETA.

-O sea -comenté- que este caballero no paga impuestos de ningún tipo, ni legales ni ilegales. Así también me haría rico yo."

Espejo de una época, Primera página retrata, asimismo, un Madrid engolfado, divino y, ay, extinto. El de establecimientos como el Riscal, donde las paellas cohabitaban con el puterío; el Alazán, antiguo club "para caballeros" ubicado en la Castellana; el Trabuco, Sacha, La Panocha, La Nicolasa, Zalacaín, Mayte Commodore... No sabe Pablo Iglesias hasta qué punto el devenir de España se ha fraguado en sobremesas de reservado, que ahora, con la publicación del libro, lo son algo menos. Sólo algo.


El Ciervo, julio-agosto de 2017

El referéndum, una posibilidad perfectamente real

En su flácida retahíla de exhortaciones a que el Gobierno catalán renuncie al referéndum, Rajoy ha recurrido a la suave reconvención, al juego sucio (después del GAL, llamar 'guerra sucia' a las maniobras coercitivas del ministro Jorge Fernández Díaz es una frivolidad), a la designación de Sáenz de Santamaría como embajadora de buena voluntad, al Tribunal Constitucional, a la UDEF, a Macron, Merkel y Juncker, a la fiscalización de las partidas presupuestarias... La estrategia no sólo no ha brindado ningún fruto sino que, muy al contrario, ha envalentonado a los insurrectos, que incluso se jactan de disponer de censo y urnas, esto es, de gobernar en la más absoluta opacidad, al punto de que ni siquiera se creen obligados a rendir cuentas al resto de partidos del Parlament, ya no digamos a la prensa.

En este trance, Rafael Hernando acaba de anunciar que el Ejecutivo descarta la aplicación del artículo 155, disfrazando de imposibilidad técnica lo que, en puridad, no es más que una clamorosa ausencia de voluntad política. Una dejación de la que cabe colegir que Rajoy tampoco prevé decretar el estado de excepción (que pasaría, según me decía hace unas semanas en una agradabilísima cena un ex conseller de la Generalitat, por la intervención de TV3 y la clausura de la sede en que se pretenda efectuar el recuento). Para ello, y conforme a la lógica de la graduación, tendría que haber consumado, como primera medida, el bloqueo de las transferencias. En este sentido, poco importa que haya sido Hernando, que no es ministro, el responsable de endilgar el marrón a los jueces en nombre de La Moncloa, en lo que constituye una reveladora anomalía sintáctica.

Así las cosas, la integridad del Estado no tiene más garantía que la cachazuda confianza de Rajoy en que al adversario le acaben temblando las rodillas, lo que en su quimera debe de traducirse en una cascada de dimisiones de altos cargos que lleve a Cataluña al desgobierno, o en la negativa de los mossos d'esquadra a cumplir órdenes contrarias a la legalidad, o en un 0-5 del Madrid en el Camp Nou, aunque sea vistiendo de verde. Nada, en fin, que impida que esta entrada de la wikipedia adquiera, a partir del 1 de octubre, rango de jornada histórica.

No le faltaba razón al eurodiputado de ERC Josep Maria Terricabras cuando, en abril de este año, en una conferencia en la selecta escuela Súnion, se congratulaba irónicamente de que Cataluña estuviera en España (min. 38:50). "Francia", aducía, "ya nos habría aplastado".


Libertad Digital, 15 de agosto de 2017

martes, 8 de agosto de 2017

La insoportable molestia de que explote el avión

Los 350 empleados de Eulen en el aeropuerto de El Prat se ocupan de verificar que ningún viajero franquea el arco de seguridad con una bomba en el equipaje de mano. Parece de Perogrullo recordar que la existencia de arcos de seguridad en los aeropuertos obedece al no menos existente terrorismo. Y, sin embargo, rara es la información sobre la huelga que incida en ello, una omisión de la que también cabría responsabilizar a los huelguistas, pues, que yo sepa, ningún miembro del comité de empresa ha trazado el vínculo que convierte su trabajo en un desempeño crucial para la seguridad ciudadana.

Quienes, hace tres años, efectuaban esa misma labor, entonces contratados por la empresa Prosegur, cobraban en torno a los 1.300 euros netos al mes, bonificaciones incluidas. La subrogación a Eulen conllevó un recorte de 200 euros, y hoy en día ningún operario recién incorporado supera los 900. La conclusión es estupefaciente. A medida que la amenaza yihadista se ha ido recrudeciendo, los responsables de escrutar, a través de la pantalla del escáner, todos y cada uno de los recovecos de bolsas y maletines han visto cómo su nómina iba adelgazando. No sé ustedes, pero a mí, como viajero ocasional, me preocupa que en un puesto tan sensible cunda la desmotivación.

Y eso no es todo. Al magro salario se añade la falta de personal, lo que se traduce en la institucionalización de las horas extras, con jornadas de hasta 16 horas. Hablamos de una tarea, insisto, que exige un alto grado de concentración. Si nos topamos con uno de esos camareros que rayan en la maestría eludiendo la mirada del cliente, podemos impacientarnos o, a lo sumo, desesperarnos. Un vigilante que al término de su segundo turno, con las pestañas abrasadas de ver pasar cientos y cientos de maletas, no distinga una pistola de un zapato nos podría acarrear otra clase de problemas.

La queja, obviamente, ha de elevarse a AENA, que ha adjudicado el servicio de forma irresponsable, esto es, a sabiendas de que el precio de licitación era insuficiente para prestarlo. El tipo de ángulo muerto, en fin, que en Madrid provocó el colapso de la recogida de basuras en tiempos de Ana Botella, o que en Barcelona, según se ha sabido estos días, ha redundado en un fraude de cerca de 3,3 millones de euros en la gestión de residuos. Y que aconseja que el Estado siga ejerciendo, siquiera en estos sectores, su deficitaria y perfectible paternidad.


Libertad Digital, 8 de agosto de 2017

jueves, 3 de agosto de 2017

Playa liberada

El pasado domingo día 23 de julio, no bien dio las doce el campanario de Calella de Palafrugell, los poco más de cien bañistas que, provistos de silbatos y a pie derecho, se concentraban en la playa del Canadell, dieron inicio a lo que parecía una protesta.

Renuente a aceptar que a los pijos (también) les sobran los motivos, fui por una octavilla (fantaseé con la posibilidad, lo admito, de unas octavillas en blanco hueso satinado, a lo American Psycho). Según decía el panfleto, un funcionario obviamente anodino, en un remoto despacho ministerial, había proyectado una reordenación del área destinada al baño que, en la práctica, vetaba la zambullida desde una roca llamada la Trona, en lo que para los veraneantes supone todo un rito de paso.

¡Qué sabrán en Madrid de nuestras necesidades!, clamaban los amotinados. O acaso he de decir clamábamos, pues al punto me convertí en un simpatizante de tan noble causa; qué digo simpatizante: ¡un activista! En mi flamante militancia influyeron mis hijas, dignas usuarias del peñasco por más que el tronismo que de verdad las moviliza sea el de Tele 5. Sea como sea, me encandilaba la idea de manifestarme cada domingo a la hora del vermut hasta doblarle las rodillas al Estado. Incluso me veía acampando una noche en la playa, cantando en torno a una hoguera ‘Nos ocupamos del mar’, de Alberto Pérez, mi brazo rodeando a alguna milf de La Bonanova persuadida de la necesidad de plantar cara al poder. ‘Y tenemos dividida la tarea / ella cuida de las olas, yo vigilo la marea…’  De ahí que hoy, la noticia de que la Capitanía Marítima de Palamós había aceptado la petición de desplazar el canal de paso de las embarcaciones para dejar La Trona a los bañistas, me haya sumido en el desconsuelo. Yo, que tan felices me las prometía, ni siquiera he tenido ocasión de estrenar mi silbato.


The Objective, 3 de agosto de 2017

martes, 1 de agosto de 2017

Ilegalizar la CUP

Hostigamiento a la Guardia Civil frente al cuartel de Travesera de Gracia, asalto de la sede del Partido Popular en la calle Urgel, boicot del espectáculo de Jorge Cremades en el teatro Borrás, sabotaje continuado de apartamentos turísticos (fechoría cotidiana a la que tantos barceloneses se han acabado acostumbrado como quien se acostumbra a la llovizna), pintadas amenazantes contra el empresariado en general y contra el empresariado turístico en particular, vandalismo contra vehículos de alquiler privados, ataque contra un autobús turístico de la TMB, apología del terrorismo (que da cuenta, por cierto, de la clase de turismo que merece su absolución); altercado en la pasarela de moda 080, destrozos en escaparates a cuenta de la campaña contra la operación bikini, señalamiento y acoso de propietarios de inmuebles que denuncian okupaciones, encadenamiento en la puerta principal de la Bolsa de Barcelona (con los consiguientes desperfectos), quema de fotos del Rey, regodeo por la muerte de Rita Barberá, criminalización de toda suerte de adversarios políticos (conforme a la querencia ultraizquierdista a erigirse en tribunal de orden público); declaración de solidaridad con los ocho acusados por la agresión de dos guardias civiles y sus parejas en Alsasua.

No creo que Ada Colau tenga más responsabilidad que los procesionarios en la crecida en Cataluña de la violencia política. No en vano, si Barcelona en Comú ha hecho de la turismofobia uno de sus principales signos de identidad, el soberanismo, desde la sentimentalidad de Montilla al "sí o sí" de Puigdemont, no ha consistido sino en una llamada permanente a quebrantar la ley. Que en ese légamo germinara la semilla del odio era cuestión de tiempo.

Sea como fuera, para que los paralelismos entre la CUP-Arran y Batasuna no se queden en un recurso estrictamente ornamental, no deberíamos omitir los efectos, ni el precio, de esa misma operación semántica. Urge, en fin, asomarse a la posibilidad de que el Estado aplique al conglomerado filoterrorista catalán el mismo tratamiento que aplicó a Batasuna, esto es, la ilegalización.


Libertad Digital, 1 de agosto de 2017