viernes, 28 de septiembre de 2018

À la ville

Más sereno que romo, el discurso con el que Manuel Valls anunció su candidatura a la alcaldía de Barcelona devolvió a la política local la sensatez, el pragmatismo y la ambición que el nacionalpopulismo le había hurtado. Sí, tal vez las credenciales patriótico-familiares fueran ociosas, máxime frente a un electorado que se define precisamente por la renuencia a esta clase de peajes. Ítem más: es hora de que Valls sepa que ni el más atildado alarde de genealogía antifranquista persuadirá a la izquierda CCCB de que es poco más que un ariete anticatalán. Y que el intento de obtener el beneplácito de gentes como Lluís Bassets o Josep Ramoneda, cuyos análisis se levantan sobre la premisa de que Ciudadanos y el PP son partidos ultras, no sólo está abocado a la melancolía: además, puede redundar en el desapego de sus votantes, digamos, naturales. Con todo, y pese a esta prevención, Valls dejó afirmaciones  ciertamente excéntricas, dado el pensamiento hegemónico en Cataluña.

Así, subrayó la condición antinacionalista y antipopulista de su proyecto (y urgió a darle la espalda al independentismo, desbordando la noción de ‘pal de paller’ que defiende el nacionalismo), rescató la noción de Área Metropolitana, una de las claves de bóveda del maragallismo más antipujolista, reivindicó el castellano como activo económico y cultural, abogó por restablecer los nexos con España, propugnó una mirada más atenta a la comunidad latinoamericana y apuntó la posibilidad de que su propio desempeño como alcalde de Barcelona relance el sueño europeo, al hacer de esta ciudad la primera de la Unión gobernada por un dirigente curtido en otro país. Por el camino, incluso se permitió abominar de los okupas, y todo con guante de seda, sin afectaciones ni mojigatería, conforme a un estilo que evidenció, por sí solo, la ineptitud de la actual alcaldesa, o acaso el modo en que pretende disimularla, ese polivictimismo de obvia raíz patológica cuyas efusiones suenan a capsulitis; todo lo grave, severa y aguda que quieran, pero capsulitis. 


En cierto modo, y como ha ocurrido en otros lapsos históricos, Barcelona se convertirá este mes de mayo en una suerte de laboratorio en que se enfrentarán la verdad y la posverdad, el optimismo ilustrado y la indocta demagogia, la luz y las tinieblas. A un lado, Colau, Maragall y la CUP; al otro, Valls. Con una salvedad: el principal adversario de Valls ni siquiera serán sus rivales, sino este tiempo de molicie.  


Voz Pópuli, 28 de septiembre de 2018

sábado, 22 de septiembre de 2018

De entrada no

Borrell, el guardiola del socialismo español, aludió a las características de las bombas GBU-10 Paveway II para justificar que España le vendiera 400 a Arabia Saudí. Se trata, dijo, de proyectiles guiados por láser, “que dan en el blanco con una precisión extraordinaria”. Requerida al respecto, la ministra Celaá añadió una especificación que se adentraba en el ámbito de los instintos morales: “No se van a equivocar matando yemeníes”. Semejante predicción, obviamente, es imposible; de hecho, la contienda que se libra en Yemen se ha distinguido por la crueldad de algunas de las acciones (sin distinción de bandos) y Naciones Unidas ha denunciado en un informe la escasa disposición de Riad y Saná a “minimizar las víctimas civiles”. En ese escenario, cualquier suministro de armamento  es subsidiario de la recta aplicación del kilómetro sentimental, es decir, de un mecanismo tan universal como indefendible. Ahora bien, el cinismo con que el PSOE ha envuelto la operación no debe ocultar el patetismo con que viene empleándose Podemos.

En enero de 2016, el partido morado reprochó a Felipe VI que viajara a Arabia Saudí para solemnizar la contratación de las cinco corbetas que hoy están en el centro del chantaje. “No pensamos que sea razonable”, decía la nota difundida al efecto, “que una institución como la monarquía, supuestamente neutral y que debe promover los valores compartidos por la ciudadanía española, realice una visita oficial a un país como Arabia Saudí”. En lo relativo a la colaboración militar con el régimen, el comunicado exigía “una rendición de cuentas exhaustiva” ante “las acusaciones de violar los derechos humanos y el derecho internacional humanitario [sic]”. Asimismo, fueron las huestes populistas quienes, en pútrida alianza con el nacionalismo, convirtieron la concentración que siguió al atentado del 17-A en una protesta ¡antibelicista! contra la Casa Real, con el paseo de Gracia atestado de pancartas que acusaban a Felipe VI de cómplice del terrorismo.

En el caso del podemismo, el paso de los manifiestos a la realidad es un camino de reinserción. Puesto en la tesitura de actuar contra los intereses de la clase obrera local, el alcalde de Cádiz, José María González, optó por insubordinarse ante Kichi. Y así, el 17 de febrero de 2016, en la Diputación de Cádiz, votó a favor de una moción presentada por el PSOE para acelerar el inicio de la construcción de las embarcaciones. No sin antes intentar incrustar en el acta la convocatoria de una manifestación en defensa de los Derechos Humanos y contra el terrorismo.

Kilómetro sentimental, decía. No es exacto. No es que los muertos de allí valgan menos que los de aquí. Es que los muertos de allí valen menos que el desempleo aquí.

Voz Pópuli, 22 de septiembre de 2018

martes, 18 de septiembre de 2018

La vida líquida

Enric González, de natural prudente, nunca habló tan alto como cuando en sus memorias lo hizo de Juan Luis Cebrián: “Vale, el poder miente. Siempre. Pero lo de Cebrián es de traca. En comparación con él, Mariano Rajoy cumple sus promesas con la precisión de un reloj suizo. El poder miente, siempre, pero para encontrar a alguien comparable a Cebrián hay que remontarse a Goebbels”. Debió de gustarse, porque a partir de entonces no hubo entrevista en la que no despotricara del antiguo director del periódico, en ocasiones de forma un tanto rebuscada (“Cebrián y Pedro Jota tienen el nivel ético de una oruga”, llegaría a declarar), como parece inevitable cuando a alguien se le ha llamado nazi. Por entonces la inquina ya era mutua. A los diez días de que González fuera incluido a petición propia en el ERE de El País, Cebrián borró su nombre de un artículo de Santos Juliá, sentando jurisprudencia entre los redactores acerca del tratamiento que a partir de entonces debía merecer el maestro de corresponsales. Era su respuesta al artículo de Jot Down en que González, precisamente buscando el despido, incendió-las-redes: “Comparto la opinión universal sobre Cebrián. A mí también me causa horror y una cierta repulsión. Pero prefiero pensar que está enfermo y que la cura a su enfermedad no puede pagarse con dinero. No debe de ser, como pensé hace unos años, un simple caso de ludopatía bursátil. Si fuera así, habría recuperado ya la lucidez. Dudo que lo suyo tenga remedio. Es una lástima”. Hace unos días se supo que González ha regresado a la que fue su casa, luego de una oferta de la nueva directora, Soledad Gallego-Díaz, la misma que, en una decisión inaudita incluso para El País, puso en la calle a David Alandete, José Ignacio Torreblanca, José Manuel Calvo, Maite Rico y Luis Prados. Su triunfo es incontestable, y no sólo porque la destitución de Cebrián haya sido condición inexcusable. En apenas seis años ha sido indemnizado con un pastizal, ha puesto a caldo al consejero delegado, ha racaneado su talento en la competencia (de la que, cada vez que ha tenido ocasión, ha dicho que no le ponía tan cachondo como la primera) y ha vuelto a El País para ir a hacer las Américas, y siempre cobrando un poco más y trabajando un poco menos. Ondoyante, la vida.

The Objective, 18 de septiembre de 2018

viernes, 14 de septiembre de 2018

Pillar hasta que te pillen

“La renuncia de Cifuentes al máster es condición necesaria, pero no suficiente”. “Cifuentes está reconociendo que ha mentido y esa es la cuestión del caso”. “Cifuentes representa la cultura del esfuerzo según el Partido Popular: pilla hasta que te pillen”. “Ya no puede devolver la dignidad a las instituciones públicas que ella misma ha manchado con su falta de ejemplaridad”. “Estamos a las puertas de un nuevo tiempo en la política española y en la madrileña en particular”. “Cristina Cifuentes y Albert Rivera tienen algo en común: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Cifuentes no hizo el máster, pero Rivera se está doctorando en cinismo”.

La misma persona que se llenó la boca de reproches a Cifuentes, anunciando el advenimiento de un tiempo nuevo; la que se permitió tildar de cínico a Albert Rivera (¡se está doctorando en cinismo! Bien sabía de qué hablaba, el muy tunante); la que promovió, en fin, una moción de censura apelando a la corrupción miasmática del partido gobernante, venía de firmar una tesis doctoral que, según todos los indicios, había perpetrado un tal Ocaña ensamblando materiales de derribo.

El caso no es equiparable a los de Cifuentes, Casado o Montón. (Por ceñirnos al ámbito de la política, el de Sánchez sería un caso similar, con alguna que otra salvedad, al del profesor Junqueras, que sometió la tesis de un Jaime Carrera al método intertextual). No en vano, a diferencia de cualquier máster, incluso de cualquier máster que no verse sobre Estudios Interdisciplinares de Género, el doctorado es la llave de la docencia universitaria. O lo que es lo mismo: faculta a su poseedor para optar a una sustancial mejora de posición, lo que sitúa el fraude en la esfera de la estafa económica. La intelectual, tratándose de España y la universidad, se da por sentada.

El pacto con la antiespaña para desalojar del poder al Partido Popular, máxime en un instante en que la principal amenaza que enfrenta la democracia es el nacional-populismo, evidenció que Sánchez era un ventajista sin miramientos. Esa misma inmoralidad, después de todo, es la que rezuma su TD. Y la que le llevó a afirmar, con aflicción sobrevenida, cumpliendo el ritual socialdemócrata de explotar la sentimentalidad hasta lo indecible, “hoy he perdido a una amiga como ministra”. Compréndanlo, él iba a un entierro y de repente fue él quien se vio en el ataúd.

Voz Pópuli, 14 de septiembre de 2018

sábado, 8 de septiembre de 2018

Se abre el telón

El discurso de Torra en el TNC no ha hecho sino recordar a los catalanes que el Parlamento autonómico lleva meses clausurado. Con la conversión del mausoleo escénico de Bofill en remedo de la sede legislativa, el soberanismo añade otro hito a su verdadera acción de gobierno, esto es: la liquidación, por caricatura o ninguneo, de las instituciones democráticas. El cuadro resultante, cada vez más similar a lo que bien podríamos llamar ‘patrimonialismo posmoderno’, incluye una presidencia bicéfala, en la que el presidente primero, por así decirlo, fiscaliza la labor del presidente segundo (con la particularidad de que el presidente primero es un prófugo) y dos consejos ejecutivos: el nuevo y el viejo, ambos con idéntica autoridad para ejercer funciones de representación o difundir comunicados gubernamentales, como hoy ha sido el caso.

La antinomia se extiende desde la cúspide al resto de instancias político-administrativas, al punto que el Consejo de Garantías Estatutarias se halla neutralizado (no podía ser de otro modo, siendo el rupturismo el único punto del programa) y el Síndic de Greuges es una mera correa de transmisión de los designios de Presidencia (nunca he entendido, a todo esto, que la indecencia de Ribó no sea señalada con tanto esmero como la de Mascarell).

Asimismo, y como ha observado el periodista Iñaki Ellakuría, la agenda de Torra únicamente tiene en cuenta a Tractoria y sus extensiones morales (una exposición soberanista en Perpiñán, las cárceles de Lledoners y El Catllar, la mansión de Waterloo). O lo que es lo mismo: evita, con la misma obscenidad con que Pujol evitaba en los noventa las Terres de l’Ebre, todas aquellas plazas donde las fuerzas nacionalistas carecen de mayoría, particularmente Barcelona y su cinturón industrial. Por lo demás, en el calendario de la legislatura apenas si cuentan los días de la ira: 11-S, 1-O, 3-O, 27-O, 9-N…

La intentona golpista de hace un año tuvo su contrapunto en la manifestación constitucionalista del 8 de octubre, que pareció abrigar una promesa de normalidad. Lo cierto, no obstante, es que Cataluña sigue siendo el país contrahecho que la mitad del Parlament fundó el 6 de septiembre.

Voz Pópuli, 8 de septiembre de 2018

martes, 4 de septiembre de 2018

Pinker en el autobús

Las dos mujeres que se sientan enfrente deben de andar sobre los cuarenta y largos, tal vez cincuenta y pocos; empieza a ser complicado cifrar según qué edades, más cuando el ingreso en la madurez (y aun en la vejez) no conlleva renuncias. Ni al yoga ni al sexo ni a la indignación. Además de la esperanza de vida está ese insólito alargamiento de la plenitud. El Gardel que cantaba “las nieves de tiempo platearon mi sien”, conviene recordarlo, apenas había rebasado los cuarenta.

Dos mujeres. Una de ellas (la que está junto a la ventana, en diagonal respecto a mí) se queja cansinamente (un levísimo chasquido) del aire acondicionado; es probable, me digo, que sea esa gelidez de Corte Inglés la que hace el silencio entre los pasajeros. La otra se le apoya en el hombro, en un intento de serenarla que más parece un pretexto para la ternura y, con el índice de la mano derecha, le acaricia el dorso de la izquierda. Viene un beso. Y otro.

Trato de reprimir la indiscreción enterrando la cabeza en El orden del día, que me dejará atrapado unos minutos en el Hollywood Custom Palace, vistiendo nazis de cine desde 1940. Al levantar la vista, y como quiera que siguen los arrumacos, intento aparentar que la escena no me escandaliza sino-todo-lo-contrario. Ah, pero la búsqueda de ese contrario se revela infructuosa. Porque lo contrario sería aplaudir. Y no, acabáramos. Aunque bien pensado, ¿por qué no? Aplaudir al pasaje entero, a todos nosotros; al vehículo y su refrigeración escandinava; al hecho de que sean las cuatro de la tarde y nos dirijamos mayoritariamente a la mejor playa urbana de Europa y quién sabe si del mundo; a que nadie escupa ni fume; a que una plataforma móvil se haya desplegado para recoger a un minusválido (que ha ocupado de inmediato un acomodo preferente); a que una voz de galán anuncie las paradas. A que conduzca una mujer. Entiéndanme, yo aún recuerdo la mañana en que mi abuela, con una mezcla de asombro y piedad, me dijo: “Hoy bajaban dos negros por la calle Regomir”. Y con eso echábamos el día.

The Objective, 4 de septiembre de 2018