lunes, 6 de enero de 2020

En busca del unicornio

El sanchismo, ese -ismo que ha hecho fortuna para designar la enésima deriva del PSOE- ha tenido el efecto indeseado de preservar la inocencia de las siglas. Gracias a esa sinécdoque que el grueso de los críticos de Sánchez hemos puesto en circulación con no poca naturalidad, y en algún caso con un deje de perspicacia, ha prosperado la idea (¡el desideratum!) de que el candidato a la presidencia y su corte de palmeros se hallan más allá de lo admisible, mientras que los barones, la vieja guardia y aun los exiliados interiores, gentes, en fin, como Nicolás Redondo, Joaquín Leguina o el ya ex militante José María Múgica, constituyen un rescoldo que, oportunamente avivado por una suerte de Deus ex Machina, devolverá al partido a sus cabales más pronto que tarde.

Abroquelada en esa fantasía, fiada al advenimiento de un PSOE (auténtico) de veras concernido por la defensa del Estado de Derecho, hay una pléyade intelectual dispuesta a seguir esperando a ese Godot que, como dijera Pedro Laín, representa "la felicidad salvadora y plenaria, la resolución de todos los reales y posibles problemas de su existencia". La verbalización de esa espera, no obstante, suele ser más prosaica. 'Los históricos no permitirán esa tropelía', 'Si la vaselina prende, la rebelión será imparable', '¿Y Borrell? ¿Se ha pronunciado ya Borrell?', 'Me resisto a creer que en el PSOE no quede nadie con principios'.

Y qué decir de quienes leen el poso en los editoriales de El País, vislumbrando en afirmaciones tan sumamente sensacionales como que convendría que los españoles conocieran la letra del acuerdo con ERC, un dique postrero frente al nacional-populismo.

La grave acumulación de evidencias, insisto, no parece tener efecto alguno. Lo singular del caso español es que esa izquierda exquisita persevera en la búsqueda (ciertamente, cada vez más desesperada) de socialistas mitólogicos. Al punto que no descarto que la resistencia a la realidad no sea más que una expresión atenuada del mismo sectarismo de quienes, a estas alturas, sólo se reconocen en el desprecio, más o menos tosco, más o menos elegante, al adversario. Ni que el sit & talk de Iceta comparta sustrato con quienes, enarbolando la bandera del antinacionalismo, ven en el Gobierno Frankenstein una respetabilísima oportunidad para la paz.

Volviendo al uso discrecional del concepto 'sanchismo', lo cierto es que antes que sinécodque, es sinonimia. No queda en el PSOE una sola corriente que evoque, en clave de modernidad, las que convergieron en su seno durante los ochenta y los noventa. No hay felipistas ni guerristas ni renovadores. Sólo socialistas a fuer de sanchistas o viceversa. (De hecho, y paradójicamente dada su tradición presidencialista, el único partido español donde hoy cabe hablar de 'convivencia de sensibilidades' -por precaria que ésta sea- es el Partido Popular).

Ante el páramo, en fin, en que se ha convertido el PSOE, no parece descabellado revisar el discurso que le achaca ir con malas compañías. Siquiera por no concederle el beneplácito de que, desde alguna remota perspectiva, ellos pudieran ser la buena.


Voz Pópuli, 6 de enero de 2020

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