martes, 9 de septiembre de 2014

Dos tazas

Todavía coleaba la censura en TVE al economista Juan Ramón Rallo cuando supimos que el Instituto Cervantes de Utrecht había cancelado la presentación en su sede de la edición neerlandesa de la novela Victus, de Albert Sánchez-Piñol.

En el caso de Rallo, el sindicato UGT exigió en un comunicado que se suspendiera "de inmediato cualquier relación laboral con [él]". "Es más", proseguía el texto, "demandamos por parte de nuestra dirección [sic] que sepa quiénes son y qué deben defender [sic], y que en consecuencia impidan [sic] la presencia de este señor en nuestras instalaciones". A la luz del sintagma final, 'nuestras instalaciones', la exigencia de UGT es perfectamente comprensible. Al cabo, uno en su casa deniega la entrada a quien le da la gana, y esa nota, en efecto, parecía haber sido redactada en un sofá orejero, lo que explicaría lo mullido de la prosa. La razón por la que UGT proscribía a Rallo porfiaba en la cuestión, digamos, doméstica:

Este nuevo "ideólogo" [es probable que las comillas sugieran que nadie que se tenga por liberal es susceptible de generar ideología] contra lo público que viene a medrar de lo público aboga sin tapujos por el cierre inmediato de cualquier RTV pública, y nosotros lo metemos en casa. Abrir de par en par la puerta a quien se declara tu enemigo cada vez que tiene ocasión es estúpido, es propio de tontos.

En lo que concierne al novelista catalán, el Cervantes utrechtense divulgó el siguiente tuit: "El encuentro entre el escritor Albert Sánchez Piñol y el traductor Adri Boon se pospone a una fecha posterior". Que una entidad dedicada a la promoción y enseñanza de la lengua española se permita el ronroneo de 'aplazar un acto a una fecha posterior', esto es, de subir arriba o bajar abajo, sugiere que lo último que necesita el español son cervantinos que lo promocionen. Fin de la cita. Según declaró a Catalunya Ràdio el director de Comunicación del C-Utrecht, Hernando Calleja, la cancelación se debió a que "las circunstancias actuales" no eran "las adecuadas para realizar un acto cultural que podía ser interpretado en claves de otra naturaleza". Las 'circunstancias' a las que se refiere podrían tener que ver con el sesgo historiográfico de la novela, o tal vez con el hecho de que Victus empiece por 'V', o con que un día antes de la frustrada presentación en Utrecht, la novela se presentara en Ámsterdam bajo los auspicios de Diplocat, red de delegaciones en el extranjero de la Generalitat de Cataluña que hace las veces de diplomacia en ciernes. El directivo del Cervantes manifestó, asimismo, que se sentían "atrapados entre dos fuegos: los independentistas y los que nos dicen 'tontos, os la han colado'".

 No deja de ser curioso que tanto la Ugetevé como el Cutrecht invoquen en sus respectivos espulgos el temor a parecer estúpidos ("propio de tontos", los unos; "nos dicen tontos", los otros), quién sabe si con el propósito de convertir la censura en una inédita guarida de la inteligencia.

Sea como sea, no siempre el dedo que señala la luna merece pasar inadvertido. Rallo, liberal sin aditivos, defiende la reducción del Estado a la mínima expresión, lo que incluye el desmantelamiento de las televisiones públicas. ¿Es coherente que un economista que propugna esa medida se emplee como colaborador en TVE? El propio Rallo, sensible a la esquirla de moralidad que se desprende de sus tratos con el Ente, habló de ello en Libertad Digital. El artículo no sólo es atendible por su finura argumental (habitual, por lo demás, en el autor), sino también porque prefigura un sistema de pesos y medidas del que, como poco, cabe alabar su audacia.

 Así, a Rallo le parece tan justificable que un liberal "acuda a una televisión pública que quiere privatizar" como "que acuda a un hospital público que desea liberalizar". Entre otras razones, porque "la radical coherencia de un liberal con los principios de una sociedad liberal sólo podría observarse en caso de que se hallara inmerso en esa sociedad liberal". Al margen de la endeblez de la comparación (al hospital se va por necesidades sanitarias; a una televisión, para lucrarse) o acaso precisamente por ello, el autor esgrime en su descargo el concepto de "lucro desproporcionado en la interacción con el sector público". Su coherencia, así, estribaría en la ausencia de desproporción en la retribución que había pactado con TVE.

Esta reflexión, propia de un intelectual de luces largas, tan concernido por la divulgación de la doctrina liberal como por su entretela ética, constituye un embrión deontológico que, en adelante, habrá de tenerse en cuenta. Y a él habrá que remitir, por cierto, a todos esos pancistas de derechas a los que se les hincha la carótida en cuanto ven a alguien de izquierdas disfrutar de la cocina nitrogenada.

En cualquier caso, estas disquisiciones no son sino créditos de libre elección. El tuétano del asunto es que UGT no sólo ha vetado la participación en TVE de un economista en razón de su ideología, sino que además ha reclamado que no se le permita la entrada a 'sus' instalaciones. Y lo más sustancial: que ese matonismo ha surtido efecto.

En la censura de Victus también aflora una contradicción. Mas no porque el autor, independentista confeso, quisiera servirse de un organismo español para promocionar su novela (eso sí: después del grotesco espectáculo de la elección de autores catalanes para la Feria de Frankfurt, los pitinflats a lo Monzó harían bien en taparse). Semejante pretensión encaja sin traumas en esa escala de grises de la que Rallo habla en su alegato sobre la coherencia. O por decirlo de otro modo: Sánchez Piñol y su Victus en Utrecht no son equiparables al intento de un cantante proetarra de actuar en un pabellón bautizado con el nombre de un concejal asesinado por ETA. No, el desvarío, aquí, atañe al Gobierno. Y más precisamente a Mariano Rajoy, que el 14 de agosto de 2013 hizo saber que su lectura veraniega era Victus, de la que opinó que pese a estar escrita en clave nacionalista, era muy interesante. Todo para que ahora su jefe de Gabinete, Jorge Moragas, diga secamente que se trata de una obra que "manipula la historia".

Y es que siendo insólito que un Gobierno se dedique a la crítica literaria ("De Victus dijo Rajoy...", "De Victus dijo Moragas..."), aún lo es más que la posibilidad de presentar tal o cual novela en un pedazo de España dependa de sus reseñas.


Zoom News, 7 de septiembre de 2014

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