viernes, 12 de abril de 2013

Escrache al castellanohablante

Una de las razones que, históricamente, han pretextado los sucesivos gobiernos de la Generalitat de Cataluña para pasarse por el forro las sentencias en favor del bilingüismo, es la llamada cohesión social. La creación de dos líneas de enseñanza, arguyen, una para el catalán y otra para el castellano, supondría separar a los niños por razón de lengua. Y eso sí que no. Uno se imagina entonces a dos comunidades de escolares separadas por un muro rebozado en alambre de espino, o ve las Ramblas convertidas en una especie de Little Belfast (que es lo que parecerán, me temo, el día en que el Madrid pierda la Liga definitivamente).

La consejera de Enseñanza, Irene Rigau, gran valedora de esa cohesión, sabe perfectamente que en Quebec, por ejemplo, esa región de tintes cuasi míticos, hay escuelas públicas en inglés y escuelas públicas en francés. Y no pasa nada. Sí, de acuerdo, los centros anglófonos están reservados a los hijos de progenitores, nacidos en Canadá, que hayan recibido a su vez su enseñanza básica en inglés; y es que, por imposible que parezca, también los quebequeses cometen errores.

Pero lo que sorprende cada vez más de las continuas apelaciones a la cohesión, así, sin matices, es la doblez, cuando no la desfachatez. En el afán de saltarse la ley, Rigau se sacó de la manga la atención personalizada, que es, por emplear una palabra de moda, una suerte de escrache institucional a los castellanohablantes. Para empezar, porque supone segregar al alumno del grupo y concederle el mismo trato, digámoslo sin ambages, que se concede a los cortos de entendederas. Pero sobre todo, porque implica significarse, y no creo que, a esas edades, haya un solo niño que guste de hacerlo, y menos aún para ser el raro, el anómalo, el 'castellano'. Eso, consejera, sí que equivale a quebrar la cohesión social, esa que a usted, en el fondo, le trae sin cuidado.


La Voz de Barcelona, 12 de abril de 2013

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