viernes, 13 de septiembre de 2019

Un partido extraviado

Estimado Sr. González Faus,

Dice usted que su juicio sobre Torra “será seguramente tan negativo como el del señor Rivera”, y tentado estoy, ante el evidente desajuste de su romana, de salir en defensa de éste. Me llama la atención, asimismo, que hable de “épocas más democráticas” y no señale al nacionalismo catalán como responsable único del deterioro, dando así a entender que las culpas del mismo se hallan repartidas de forma equitativa entre quienes pretendieron (y pretenden) quebrar el Estado de derecho y quienes se opusieron frontalmente a ello. Formuladas mis objeciones más urgentes (que no más importantes) examinemos al paciente.

Ciudadanos, en efecto, es un partido extraviado. Y me temo que fallido. Mas no porque la tensión entre las corrientes socialdemócrata y liberal se haya resuelto en favor de la segunda. En el caso que nos ocupa, ‘liberalismo’ no es tanto una adscripción ideológica cuanto una suerte de hashtag, un intento de proveer a la prensa de un sinónimo estilizado de ‘centro’. Huelga decir que no ha prosperado, pues nadie salvo los cuadros de C’s se refieren a la formación como “los liberales”. Tampoco el veto al PSOE ha obrado en fatal perjuicio de Ciudadanos, máxime después de que aquél haya pactado con EH Bildu en Navarra. Ciertamente, Albert Rivera debió tantear el acuerdo con Pedro Sánchez. A ello le compelían el carácter transaccional de toda actividad política y la posibilidad de evitar que el Gobierno de dependiera del favor de los nacionalistas.

Si Ciudadanos va a la deriva es porque Rivera ha convertido el partido en un gabinete de relaciones públicas sin otro cometido que su promoción personal. Para ello, se ha rodeado de una corte de aduladores que incluso hablan y visten como él, según un ritual de identificación con el líder que opera a semejanza de un dress code, y que  no es sino una forma atenuada del culto a la personalidad. Le contaré un secreto: la única razón de que Rivera haya designado a Lorena Roldán candidata en Cataluña es su parecido con Inés Arrimadas, y si eligió a Arrimadas fue porque le recordaba a él mismo. Se trata, claro está, de un secreto a voces, y sólo su radical simpleza impide que el grueso de los analistas se atreva siquiera a insinuarlo. Suponen, erróneamente, que cobran por desvelar lo complejo en lugar de iluminar lo real.

Por el camino, Rivera se ha deshecho de aquellos dirigentes que, en mayor o menor grado, se resistían a transfigurarse en el enésimo agente Smith. Al respecto, una puntualización. En el desprecio a los Espada, Barbat o Pericay y la marginación de los Roldán, Garicano o Nart ha pesado menos el hecho de que éstos se hayan mostrado críticos (Garicano, sin ir más lejos, aplaudió las ocurrencias de Rivera hasta que se hizo con el acta de eurodiputado) que su condición de intelectuales. Es éste un rasgo proscrito en un partido que, a día de hoy, se nutre casi exclusivamente de consignas deportivas y ha reemplazado el discurso por los zascas.

Uno de los mantras predilectos de Rivera es el de que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo. El suyo ha pasado.

El Ciervo, 13 de septiembre de 2019

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