viernes, 27 de septiembre de 2019

La banda de Torra

El nacionalismo ha opuesto a la detención de los CDR el mito de un pueblo virtuoso, ontológicamente incapacitado para la vileza. El proceso independentista lo ha sido, sobre todo, respecto a la verdad, de ahí que no deba sorprender a nadie que sus voceros tachen preventivamente de montaje la operación Judas. Ni siquiera les ha disuadido el hecho de que dos de los detenidos hayan reconocido que, en efecto, pretendían ir un paso más allá.

Cataluña no produce terroristas, así de simple. Algún que otro comando Dixán, tal vez, pero nunca una ETA. La misma clase de verdad autorrevelada, en fin, que llevó a llamar oasis al pudridero pujolista, o a presentar a la sociedad catalana como un dechado de tolerancia, pasando por alto el detalle de que Plataforma por Cataluña, el primer partido español abiertamente xenófobo, vino al mundo en la próspera Tractoria.

La sola existencia de Terra Lliure (a cuya tradición chapucera rindió homenaje uno de los detenidos al prenderle fuego a su cocina) habría aconsejado un cierto disimulo, aunque en verdad no hacía falta ir tan lejos. Entre las consignas de los CDR que este lunes hostigaron a la Guardia Civil en Barcelona, se distinguió con nitidez el “pim, pam, pum, que no en quedi ni un” (que no quede ni uno).

Y un día antes, el historiador Jaume Sobrequés había dejado en El Punt Avui una reflexión a la altura de su leyenda: “La liberación de Cataluña no se puede limitar a defender, sin matices, tácticas contrarias a las acciones violentas, sin replantearse qué quiere decir, en el caso catalán, la no violencia como camino. […] Hay, pues, que buscar otras manifestaciones de violencia ‘pacífica’, de reivindicación intransigente, de defensa cerrada de los derechos nacionales propios.”. Como en la nuevalengua orwelliana, se trata de pergeñar un lenguaje por el que ciertos actos no sean susceptibles de formulación; así ‘violencia no violenta’.

El mentís nacionalista, no obstante, lleva una nota al pie. No es terrorismo, proclaman, y eso que el Estado se empeña, con su cerrazón, en alentar esa vía. No es terrorismo, pero sólo porque los catalanes, paradigma de la rectitud, nos resistimos a ello. No es terrorismo, pero nos sobrarían los motivos para que lo fuera.

Voz Pópuli, 27 de septiembre de 2019

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