sábado, 7 de mayo de 2016

Wonder

La conductora del programa le preguntó qué es lo más fuerte que le pasa a uno en la vida, y ella, en lugar de entornar los párpados y rebuscar en su interior una respuesta prodigiosa, que es lo que habría hecho cualquier escritor profesional, se deshizo en una risa lunática, como si de pronto hubiera recordado que tenía el coche en doble fila o la sartén en el fuego. Una vez extinguida la carcajada, y tras un ademán de seriedad, contestó: "Yo creo que enamorarse es bastante fuerte, ¿no? Ay, no sé... Sí, enamorarse. Es que es muy fuerte, enamorarse, ¿no crees?". En sucesivas entrevistas, Milena Busquets iría poniendo de manifiesto que sólo tenía respuestas para las grandes preguntas. Su insolencia, en cualquier caso, no era sobrevenida; antes al contrario, parecía venir de muy lejos. Al poco de aquello, cenando con un amigo y su mujer, conversamos animadamente de su novela, También esto pasará. Uno de los méritos del libro es, de hecho, que suele dar pie a conversaciones de lo más entretenido. Más si conoces a la autora, como era el caso de mi amigo, al que la evocación de la obra le fue dibujando una sonrisa entre plácida y piadosa. Era su forma de decir que a él, intolerante a la ficción, le había gustado. Le pedí sin mucho afán que me presentara a Milena y, confirmando su fama de juguetón, a las 24 horas me envió un wpp: "El sábado cenamos con Milena. A las 21 en el Xemei".

También esto pasará narra el duelo de Blanca por la muerte de su madre. Blanca es Milena y la madre de Blanca es la madre de Milena, la editora Esther Tusquets. Y los ex maridos, los hijos, las amigas y los flirts de Blanca son los ex maridos, los hijos, las amigas y los flirts de Milena. Una novela en clave, sí. Con la particularidad de que no hay clave ni novela. Salvo por los nombres de los personajes, apenas hay elementos que operen como máscara de nada. Y no parece que Milena mienta más de lo que se miente en unas memorias. ¿Por qué, entonces, una novela? Es probable que Milena se haya sentido más cómoda siendo Blanca que siendo Milena; que la perspectiva de una voz biográfica, factual, rigurosa, le achatara la escritura. O que en el instante en que se sentó a escribir no le encontrara mucho sentido a 'contar su vida'. O que ni se lo planteara. También esto pasará narra el duelo de Milena por la muerte de su madre. 

 Se trata de un duelo un tanto particular, que en lugar de acallar el ansia de la protagonista, la excita, lo que resulta en un frenesí de sensualidad que se manifiesta tanto en los escarceos amorosos como en el disfrute del vino blanco, la adoración a los perros o la fascinación por el mar. No es que la frivolidad desaloje a la tristeza o se produzca una alternancia de instantes gozosos e instantes de pesadumbre, sino que ambos estados se confunden en un todo indisoluble, de modo que Milena está triste y alegre a un tiempo, como si del duelo, insisto, extrajera la inspiración para afirmar sus querencias. De algún modo, Milena es una suerte de prisma que descompone la luz negra en un fulgor incontenible, y ahí, en el hecho de que una mujer de luto se entregue a la celebración de sí misma radica gran parte del encanto de la novela. No, Milena no viste de negro, pero lleva consigo el espectro de su madre, a la que invoca en segunda persona de forma vibrante, conmovedora (en las antípodas de la mortecina letanía de Cinco horas con Mario). La otra parte del encanto de la novela tiene bastante que ver con lo cerca que esa ceremonia está de la sinrazón. Una mujer libre deambulando por Cadaqués con el fantasma de su madre; la loca del pueblo, diríamos, si no fuera Milena.

El sábado 23 de mayo, víspera de las elecciones municipales que darían la alcaldía de Barcelona a Ada Colau, el Xemei, un italiano heterodoxo encaramado a Montjuich, era uno de los restaurantes de moda en la ciudad. La novela de moda era También esto pasará y su autora, Milena Busquets, llegó con media hora de retraso. No me habría contentado con menos. Nos contó que estaba abrumada por el éxito, pero que ella seguía siendo la misma, que había dado de baja la cuenta de Facebook porque había empezado a recibir peticiones de matrimonio y claro, no era plan, y que la siguiéramos por Twitter siempre y cuando, claro está, quisiéramos hacerlo; que le llovían las ofertas para colaborar en prensa, que se había entrevistado con tres directores de periódico y algún que otro jefe de sección, y que se sentía muy halagada, sí, pero no tenía claro si aceptar porque tampoco le ofrecían mucha pasta (me llamó la atención que empleara esa misma palabra, pasta). En cualquier caso, tenía tiempo de pensárselo, o de esperar que las proposiciones fueran de verdad indecentes: los americanos (eso dijo, 'los americanos') le acababan de comprar los derechos de su novela, que se estaba convirtiendo en una gran fuente de ingresos. De hecho, su principal ocupación en esos días (aún lo sigue siendo) era atender a la prensa. "Este lunes precisamente tengo una sesión en Cadaqués con una revista holandesa." Y sí, también había recibido la propuesta de convertir la novela en una peli, pero de momento no le apetecía. "¿Yo, la prota? Jajajajaja... No sé, no sé, ¿quieres decir?" "Todo muy bien, de verdad, pero yo sigo siendo la misma." Todavía se me llevan los demonios cuando recuerdo la torpeza que cometí no bien trajeron los primeros, y que consistió en poner cara de Iñaki Gabilondo y preguntarle: "¿Cuándo te diste cuenta de que tenías entre manos algo importante?". Por suerte para mí, Milena apartó la pregunta de la mesa con un gracioso pestañeo y mi amigo y su mujer, en un alarde de discreción, fingieron no haber oído nada.

Durante los meses en que he estado pensando si escribir o no escribir sobre aquel día, lo único que iba teniendo claro es que la frase que debía organizar el relato tenía que parecerse a la que el periodista Jacinto Antón dedicó a la actriz Angelina Jolie: 'Hermosa hasta hacer daño'. La hermosura de Milena, a la que tenía sentada justo enfrente, estaba localizada en su caída de ojos, que acompañaba de una leve inclinación de la cabeza, un ladeo a medio camino entre la reverencia y el vacile. Como si a un tiempo me despreciara e intentara enamorarme. Me entusiasmó que prosiguiera con la función cuando, de hecho, en el minuto 1 era ya su muñeco. Ella lo sabía y sabía, además, que yo sabía que lo sabía. Y en ese tiqui-taca se nos fue la noche.

En los días que siguieron me fue viniendo a la mente todo lo que no le dije. No dejaba de pensar, por ejemplo, en la paradoja que suponía que la muerte de su madre hubiera galvanizado su carrera. Que sólo en su ausencia hubiera podido mostrar al mundo su talento, ese que, en vida de Esther Tusquets, había estado agazapado, quién sabe si por la admiración que le tributaba, esa misma admiración que la había llevado a sacralizar la palabra 'escritora'. Como ella misma contaba en un artículo reciente (acabó aceptando la oferta de El Periódico, pero, rebuscada como es, antes escribió para La Vanguardia, El País y no sé si alguno más; también habrá película -insistieron, 'los americanos'); después de años de titubeos, decía en su columna, hoy ya responde 'escritora' cuando le preguntan a qué se dedica. Su osadía, no obstante, es ya una bendita redundancia: También esto pasará ha sido traducida a más de 30 idiomas, algunos ciertamente exóticos. Y el boom sigue, sigue y sigue: nunca un título había desplegado tanta ironía. Poco después de la velada en el Xemei, me la crucé casualmente por la Catedral y fui a su encuentro, pero llevaba un paso tan ligero que resultaba imposible darle alcance sin darle un alarido. El caso es que me descubrí siguiéndola sin pretenderlo y, por curiosidad, acomodé la marcha a su ritmo. Su estela me llevó a la plaza Real, donde supuse que había quedado con alguien porque durante el trayecto no había dejado de sonreír y teclear mensajes. Mensajitos. Entró en el bar Ocaña y se detuvo frente a un tipo no mucho mayor que ella con aspecto de haberse vestido para la ocasión. También el beso que se dieron parecía nuevo. Tras tomar un par de cervezas, atravesaron la plaza en dirección a la calle Fernando. Les dejé junto a San Jaime. Él se iba parando cada dos por tres a besarla, y en una de esas veces la miró muy de cerca, como si de pronto hubiera visto algún detalle de su rostro hasta entonces desconocido (puede que sus pecas, tan diminutas). Y volvía a besarla. Y otra. Y otra vez. Y otra. Otra.

Por un lado pensé: qué cabrón; por otro, jódete.

3 comentarios:

  1. Magnífico tu escrito ¡Chapeau!
    La novela me gustó a medias, la primera parte. Yo comprendo que el narcisismo en una mujer sea tan atractivo... pero a mí me cansa, me aburre. Tuve una suegra-Ava-Gardner.
    También me aburre la eternidad de la segunda parte de la novela. No digamos la falsa cáscara de los aseguradores que nunca cambian, yo que lo estoy deseando de seguido, esa maravilla de verte ni repetido ni enganchado a lo mismo.

    Me ha gustado muchísimo lo que has escrito. Me alegro de haber leído la novela porque así te he dado réplica.
    Saludos
    Leonor Alcántara

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  2. ¿Habría publicado su madre la novela?, ¿habría ganado el Planeta?

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