
Sea como fuera, aquellas aguas menores acabarían anegando las pistas de baile de toda España y aun se derramaron por Colombia, Venezuela y México, engastadas en un repertorio que tan pronto recordaba a Madness como a la Orquesta Topolino. Todo ello lo cuenta Pablo Carbonell en el delicioso El mundo de la tarántula (Blackie Books), unas memorias que tienen mucho de antimemorias: sobre todo, por el desenfado con que relata sus muchísimos errores (baste una cata: una de las primeras decisiones que tomaron Los Toreros fue despedir al único integrante de la banda que sabía algo de música) o las incontables veces en que, a propósito de tal o cual episodio, él mismo aparece como un perfecto cretino, y sin que medie por su parte el menor disimulo; antes al contrario: cada vez que se pregunta si volvería a hacerlo, se dice que sí, que si volviera a tener 22 años y viviera de nuevo en el ojo de aquella bullanga, ¡por supuesto que volvería a hacerlo! Como al amigo de Bardem en Huevos de oro, a Carbonell le ha gustado follar y los cubatas.
El mimo, el teatro, la música, el cine o el reporterismo animal, que cultivó en tiempos de CQC (“¿Es éste su último libro?”, le preguntó a Antonio Burgos. Y después de que Burgos dijera que sí: “¿Lo promete?”), la tarántula, en fin, no ha sido más que un digno atajo para ponerse más a gusto que Dios y cepillarse todo lo que se movía. La de Carbonell es una vida sin aparato crítico vertida en prosa a granel. Para leer, ¿te acuerdas?, como bailando pogo.
The Objective, 5 de mayo de 2016
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