jueves, 13 de julio de 2017

Conchita Serra Loscertales

Mi abuela llamó a eso de la una, debía yo de tener 16 años y estaba a punto de convertirme en comunista. "Tráeme un bañador de tu padre antes de las tres". Mi abuela trabajaba en el Ayuntamiento como señora de la limpieza (así, con ese sintagma, se designaba su oficio) y llevaba años, muchos años encargándose, entre otras dependencias, del despacho del alcalde, quien quiera que el alcalde fuera. Desde que a sus 29 entró a trabajar en el cuerpo de limpiadoras del consistorio, había visto pasar a Simarro, Porcioles, Masó, Viola, Socías, Font y Serra. Le desagradó el empeño de éste en que le tuteara, tanto como receló de la legión de jipis que fue copando el Ayuntamiento, y que le llamaban, ay, Conchita, como si fuera una amiga o, aún peor, una colega. ¿Qué sentido tiene que yo haga los dorados (con hacer los dorados se refería al abrillantamiento de los adornos metálicos de color de oro) si el alcalde parece un pordiosero? Y no es que ella fuera de derechas, no. Era, sencillamente, una mujer de orden. Por eso cuando vio a Maragall se le vino el mundo abajo. Legañoso, desastrado, locuaz, chistoso... Barcelona se hunde, me dijo, y esta vez de verdad. Sin embargo, y acaso por la misma razón por la que se atraen los polos opuestos, se encariñó con él, tanto que a los pocos meses dejó de ser el alcalde para ser Pasqual. Como corresponde a esta clase de sortilegios, el afecto fue mutuo, ya no digamos la confianza. Tanta hubo que el día de autos, al mediodía, Pasqual le dijo a Concha si le podía conseguir un traje de baño. El Gobierno que presidía se había obstinado en civilizar las playas y esa tarde se inauguraba uno de los tramos recientemente remozados.
-Jose, tráeme un bañador de tu padre antes de las tres.
-¿Un bañador? ¿Para quién?
-Para Pasqual.
El hundimiento de Barcelona, en fin, prometía emociones fuertes. Los celos de mi abuelo, sin ir más lejos, no apuntaban al vecino, al butanero o al lampista. No, apuntaban al alcalde, al Pasqual ese, especie que él mismo se encargó de propagar por la Barceloneta. Que supiera la banda de quién se guardaba él.
Esa misma noche, mientras cenábamos en familia, vimos a Pasqual cabeceando una ola... con el traje de baño de mi padre, que lo ignoraba todo.
Fue él, por cierto, quien de veras cortó la cinta:
-¡Mirad, el alcalde con un bañador igual que el mío, para que luego digáis que soy un hortera!
Regresé al Ayuntamiento cinco años después, esta vez para decirle a mi abuela que su hijo había muerto. Fue el único día en cuarenta años en que no fichó al salir, si bien antes quiso asegurarse de que el Ayuntamiento quedaba como oro en paño. Se llevó la bata celeste consigo: le faltaban unas pocas semanas para jubilarse y ya no volvió a ponérsela.
No perdió el hilo.
De Clos le gustaba que irradiara tantísimo optimismo ("demasiado, tal vez"); de Hereu (un incomprendido, decía) le enternecía su afán en parecerse a Maragall; a Trías lo caracterizó como un pobre hombre. Colau le recordó los días en que el desaliño irrumpió en el Ayuntamiento y Barcelona estaba abocada al caos. No hace mucho, después de oírme criticar una de sus iniciativas, me recriminó que hablara así de la alcaldesa. "Es la alcaldesa", me dijo. Fue, ya digo, una mujer de orden. Ni mentarle quise que en ausencia de la alcaldesa, el alcalde en funciones era un argentino en bermudas, ché. Y entendí como nadie ha entendido en este mundo el sentido de la película Good Bye Lenin!
Anoche murió, después de 89 años (creí que eran 90, pero con el papeleo vi su dni y ponía 29 de febrero de 1928). El médico cubano que vino a administrarle la sedación, a quien Dios tenga en su gloria, le dijo a mi madre que no se preocupara, que lo que mi abuela experimentaría es algo parecido a un viaje en avión con feliz aterrizaje. Ella, que nunca había volado.

6 comentarios:

  1. Descanse en paz. Un abrazo y ánimo. Quizá hoy no le importe, pero cada vez entiendo más cuando Andrea Mármol dijo "y escribir como Pepe Albert de Paco".

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  2. Mucha sensibilidad y ternura sin caer en la sensiblería... Hilación narrativa muy cómoda y afable para seguir

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  3. Una mujer de orden. Con buen criterio y con carácter. Grande tu abuela.

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