jueves, 11 de agosto de 2016

Merrill

STEFAN WERMUTH
Hace años que estoy inscrito en el Club Natación Barceloneta, el Real Madrid de las aguas, al que voy a nadar tres o cuatro veces por semana. Las instalaciones ocupan lo que fueron los Baños de San Sebastián, cuya construcción, coincidiendo con la Exposición Universal de 1929, avivó en Barcelona el sueño de una ciudad risueña, lúdica, recreativa; el reflejo mediterráneo de la Bella Easo. De hecho, los baños fueron concebidos como un casino-balneario que, si bien nunca llegaría a funcionar como tal, acogió en sus salones algunas de las fiestas más canallas de la burguesía local. Cuentan las crónicas que Josephine Baker actuó en una de aquellas celebraciones, aunque de hacer caso a todos los artículos que señalan que en tal o cual bar de Barcelona actuó Josephine Baker, estaríamos ante el sosia femenino de Hemingway, que bebió en todos los bares de Getafe.

A partir de los años sesenta del siglo XX, los baños entraron en una lenta e inexorable decadencia, cual si fueran un episodio a contramano de cualquier indicio de progreso, más propio del cine mudo que del fragor preolímpico. En junio de 1988, al poco de que expiraran los cien años en que se fijó la concesión administrativa del Puerto de Barcelona a la familia Ribalta, promotora de los baños, éstos fueron derruidos, y en su lugar se alza el CNB. Desde hace años, decía, nado en esas piscinas, y es la única lealtad para conmigo que he sabido cultivar, junto con el gazpacho y no recuerdo qué, tratando, siempre en vano, de parecerme a Burt Lancaster. Nunca a Michael Phelps.


The Objective, 11 de agosto de 2016

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