miércoles, 13 de enero de 2016

Cataluña ante las elecciones

ILUSTRACIÓN: MARTÍN ELFMAN.
Al presidente de ERC, Oriol Junqueras, le sobraron minutos y faltó pista para instar a Artur Mas y la CUP aretomar las negociaciones. En su rara diatriba, achacó al ardor extremista de convergentes y cuperos el bloqueo del procés y, sobre todo, se arrogó el papel de político fiable, de estadista en ciernes que, a diferencia de aquéllos, no antepone sus intereses a las urgencias históricas de Cataluña.

La calibradísima, insólita equidistancia que adoptó Junqueras entre unos y otros (dado que ERC integra Junts pel Sí, nada que no fuera la reprobación del maximalismo de la CUP parecía lógico), y la vehemencia de rapsoda con que se empleó, ese paternalismo de escolta ranger que reprende a los díscolos llobatons (a los dos, insisto, por igual), no hicieron sino apuntalar su reset discursivo.

Se trataba, por lo demás, de una argucia de antología: si finalmente Mas y la CUP se avienen, gana Cataluña (entiéndanme), con Junqueras como gran muñidor del pacto; en caso contrario, Junqueras deviene en último cartucho del soberanismo. En resumidas cuentas, o gana Cataluña o gana Junqueras, que también es Cataluña: el caos o yo, en efecto, en versión cuatribarrada.

La más que probable convocatoria de elecciones traería consigo la disolución del engendro electoral Junts pel Sí, que se ha revelado fallido a la hora de desdibujar a Artur Mas mediante la superposición de pesebristas de toda laya. Parafraseando a la líder de C's en Cataluña, Inés Arrimadas, la treta no coló. El fracaso de Artur Mas, no obstante, no parece que haya de llevar aparejado su apartamiento de la vida pública, como tantos analistas se empeñan en vaticinar desde, al menos, la noche del 25 de noviembre de 2012, en que CiU perdiera 12 de los 62 diputados logrados en 2010.

En este sentido, no conviene olvidar que, con el clan Pujol en el juzgado, el presidente de la Generalitat en funciones es el dueño y señor de Convergència, formación en la que por ahora no se le adivina oposición, descontados los gentiles vahídos del dimisionario Antonio Fernández-Teixidó. El mantra "Artur Mas-es-un-cadáver-político", en fin, va camino de convertirse en uno de esos bullshits corales de los que, en última instancia, nadie se hace responsable.

Una vez desactivada la posibilidad de una gran entente independentista, los comicios autonómicos volverían a ser eso mismo, autonómicos. No en vano, el llamamiento al éxodo ha venido estabulando la política doméstica (y, por ende, la nacional) en una suerte de pugna a lo babor-estribor, y eso en una comunidad donde, opuestamente al mito, no ha habido en 35 años más conversación que la secamente identitaria, un tráfago susceptible de verse resumido en highlights como "Visca-la-Terra", "Obiols-botifler", "Pujol president", "Catalunya independent", "Lituania es Cataluña, pero España no es Rusia" o "Pacto del Majestic".

A buen seguro, CDC y ERC porfiarán en tentar la independencia, pues no tienen más razón de ser que su eterno pleito con España. No está tan claro, no obstante, cómo recibirá el electorado, después de 4 elecciones en 5 años (a las que hay que sumar 2 generales, 2 municipales y unas europeas, disputadas, asimismo, en clave Cataluña-España), la enésima apelación al pueblo y sus voluntades.

A este respecto, basta con ver cómo vienen gestionando el fiasco los articulistas de cámara de Artur Mas: cómo intentan mutar de arquitectos y jaleadores del proceso a observadores internacionales del mismo, del mismo modo que La Vanguardia clamó recientemente "por la rectificación", en lo que pasará a la posteridad como el primer editorial-autorretrato del que se tiene noticia en el periodismo español. "Bastaba observar", decía la pieza, "el rostro de los miembros del actual Govern de la Generalitat durante la votación. Rostros graves, muy preocupados y encerrados en sí mismos." Palabra clave: el rostro.

Por lo que toca a la CUP, no deja de ser irónico, siquiera a beneficio de inventario, que sus representantes vengan denunciando el acoso al que están siendo sometidos en las redes (#pressingCUP) por los votantes de Convergència, cuando lo cierto es que ellos han hecho del acoso, del hostigamiento del adversario, una forma de vida. Y no en las redes. No hace falta ser un avezado experto en politología para saber a qué se habrían dedicado indviduos como Gabriel o Arrufat en el País Vasco anterior al "cese de la actividad armada".

En relación con el frente podemista, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha dejado entrever que no será candidata a la presidencia de la Generalitat. Por supuesto, su palabra no merece mayor crédito, máxime tomando en consideración que, en los tiempos en que lideraba la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, ya aseveró que no se adentraría en las aguas de la política institucional.

Su influjo, en cualquier caso, podría allanar el camino a una lista liderada por el cupero David Fernández, cuyo insólito prestigio (tan parejo al de Colau) explica a las claras el grado de indigencia de la política española.

En cualquier caso, el descalabro de la intentona secesionista podría redundar en una campaña en que el eje identitario se vea desplazado (desplazado no equivale a suplantado) por el eje casta/gente, arriba/abajo o cualquiera de los aberrantes binomios que el peronismo ibérico ha puesto en circulación a fin de demostrar, por paradójico que resulte, que en democracia sí se puede.

En esa tesitura, es probable que a Ciudadanos no le alcance con la fraseología monocorde, sin apenas aristas, que caracteriza al partido en los últimos tiempos, y deba robustecer su credo con un plus de audacia.

Con todo, ni el decaimiento de la presión nacionalista ni la renovación (es un decir) de las proclamas lograrán rescatar a Cataluña del socavón en que anda metida. Mi impresión al respecto respecto es que el fondo no anda lejos, pero aún no hemos de tocarlo.


El Español, 8 de enero de 2016

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