jueves, 2 de abril de 2015

Populismos

Ante el largo periodo electoral que se abre en España, conviene llamar la atención sobre la amenaza que suponen el populismo y el nacionalismo, si bien en puridad la frontera entre ambos es un tanto neblinosa, pues el nacionalismo, como se sabe, no es más que una expresión grotesca del populismo.

El germen de este último se halla en la idea, tan frívola como falaz, de que la Transición fue poco menos que una estafa, un pacto vergonzante entre las élites tardofranquistas y la casta progresista. El polvo, en fin, que ha traído estos lodos, es el cada vez más extendido soniquete de que las libertades que nos dimos en 1978 son, en esencia, un amaño lampedusiano, sin que ninguna de las mentes preclaras que difunde esa especie se atreva a aventurar qué desenlace convenía a la dictadura y, sobre todo, cuál habría sido el precio, en vidas humanas, de ese desenlace.

Henchidos de ligereza, los arietes del populismo se refieren a la democracia como "el régimen del 78", cual si éste fuera una mera extensión de la dictadura. Que algunos de esos arietes sean, además, profesores universitarios no sólo habla de hasta qué punto el relativismo se ha infiltrado en el conocimiento, sino también, y dolorosamente, del desprestigio de la universidad en España.
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Podemos es la expresión más elocuente de esa tendencia, pero no la única. En los últimos tiempos, y a rebufo del complutense estrépito, PSOE, PP y Ciudadanos han exhibido una retórica que rebasa el electoralismo (al cabo, un populismo de ocasión). Así, tras las inundaciones en el cauce del Ebro, Pedro Sánchez instó a Mariano Rajoy a que pisara el barro, reduciendo la política al gambeteo del #yotambiénsoy..., por el que uno elude los problemas haciéndose pasar por damnificado.

Sin salir del lodazal, no hay día en que la candidata socialista a la presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, no alardee de humilde, al modo como alardean las chicas de Podemos de haber puesto copas en agosto. Lo hace, además, en disputada riña con su adversario popular, Juanma Moreno, al que le resulta difícil aceptar que Díaz reúna menos méritos que él para gobernar la región. Siguiendo con el PP, el Delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz, ha tratado de convertir el desprecio a un catalán en baza electoral. Y en cuanto a Ciudadanos, la candidata a la alcaldía de Madrid, Begoña Villacís acaba de precisar que los miembros de su formación no son políticos, sino gente, haciendo suyo el desdén por la política de que blasona el populismo, y olvidando que no es la política, sino su ausencia, lo que lleva a las instituciones al colapso. Entre tanto brochazo, no es raro que haya pasado inadvertida la noticia de que Xavier García Albiol, alcaldable del PP por Badalona, pretende el apoyo de sus convecinos para "seguir limpiando" la ciudad. "Ya me habéis entendido", remachó para los cortos de entendederas.

Del mismo modo que para un químico no existen las sustancias impuras, habremos de aceptar que la política es sucia. El populismo, no obstante, ha de ser una frontera, no una gradación.



Libertad Digital, 19 de marzo de 2015

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