Una de las razones por las que Jordi Pujol logró enredar a tantísimos españoles tuvo bastante que ver con la infundada percepción de que Pujol no acostumbraba hablar de dinero. Infundada, digo, porque el gran tema de conversación de su infinito soliloquio fue el 'qué hay de lo mío'. En ese trueque inopinado cabe todo el sentido de Estado del fundador de CiU, que es, por cierto, el único sentido de Estado del que puede ufanarse el nacionalismo catalán. Su obstinada convicción, replicada sin desmayo por los medios oficiales, de que el hombre y Cataluña eran el mismo ente, acaso le imbuyera de la convicción de que sus servicios a Cataluña bien merecían una comisión, un pellizquito. Esta conjetura es, tanto como su religiosidad, el único obstáculo para que Pujol no considere el suicidio, como cabría temer de un individuo que ha consagrado los trabajos y los días a labrarse una parcela en el olimpo de la posteridad, que ha ido excretando memorias con el ánimo indisimulado de marcar el terreno a los historiadores.
Ciertamente, el periodismo catalán, con su proverbial elegancia, jamás le importunó respecto a las habladurías sobre su supuesta fortuna. Y cuando Pujol se dignó hablar de ello fue para decir que de la economía doméstica se ocupaba su esposa, y que a él el billetamen no era cosa que le interesara. Él mismo cultivó el mito de su austeridad cuando, por ejemplo, en el día de Sant Jordi, eludía pagar, con el aire despreocupado de un monarca cualquiera, los libros que se llevaba de los puestecillos. Tanta era su aversión a 'llevar suelto' que del pago de las compras solían encargarse los guardaespaldas, quienes, como es fama, no siempre se atrevían a presentar la hoja de gastos, no fuera a ser que, por un exceso de meticulosidad, se quedaran sin currito como las constructoras se quedaban sin concesión. Y es que lo de Pujol, admitámoslo, nunca fue el menudeo.
------------------
Arropado por su esposa, Marta Ferrusola, incansable embajadora de su marido, y por sus hijos, todos formando bloque, no lamenta ni por un instante haber dedicado su vida a la política. A pesar del cansancio, del que parece no resentirse en absoluto; de los disgustos, de las satisfacciones, que también las hay, y del difícil momento que toca, como siempre, vivir, ni se le pasa por la cabeza la tentación de volver a la sombra, al incógnito, a la ciudadanía de a pie. Declara, convencido, que está metido en este fregado porque le gusta y le interesa, y por lo tanto no tiene ningún -motivo de queja. Quizá su vida familiar sería más reposada, su trabajo y su ocio con menos sobresaltos. Pero Jordi Pujol ni quiere ni puede "plegar". No se debe engañar ni defraudar a la gente que cree en alguien, y esto lo tiene clarísimo.
Libertad Digital, 31 de julio de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario