domingo, 9 de febrero de 2025

El 47, ¡la lucha sigue!

El suelo de los autobuses madrileños es una suerte de rayuela en la que están delimitados, a base de pictogramas amarillos, los asientos reservados a viejos, a embarazadas, a gordos… La señalética, tan estridente como zafia, recuerda a aquel Twister de mi infancia, o a los modernos chiquiparks que frecuentaba en Barcelona con mis hijas (¡parques de bolas, les llaman aquí, por lo que no descarto que el asesor lingüístico del Ayuntamiento sea Álex Grijelmo!).

El tramo intermedio está asignado a madres con cochecito de bebé, a mujeronas con carrito de la compra y a minusválidos en silla de ruedas, que disponen de la preceptiva rampa extensible para subir y bajar del vehículo; no dejo de maravillarme ante el bárbaro espectáculo de la civilización, por mucho que algunas de sus expresiones me lleven a pensar en una performance del Reina Sofía dedicada a los veteranos de la guerra civil. 

El reducto trasero del coche, destinado a la cohorte normativa, lo pueblan escolares purulentos, latinas incontinentes y oficinistas que ignoran que lo son.El primer día de mis ya cinco años de usuario, me llamó la atención que, además de que a cada grey de vulnerables le correspondiera una confortable celdilla, hubiera agarraderas de punta a cabo de la barra transversal. La explicación es que, por más que a la empresa no se le pueda objetar su vocación inclusiva, los buses son puramente tercermundistas, de acelerones y frenazos que tumban a cualquier joven que se haya aventurado a viajar de pie. Qué digo, tercermundistas; he viajado de Ammán a Áqaba en coche de línea (dejémoslo en coche de línea) con bastantes menos sobresaltos.

A excepción de dos chóferes de la línea que utilizo, y que, por prurito de profesionalidad, tratan de mimar al pasaje; de ese par de cooperantes humanitarios, en fin, que mitigan como buenamente pueden ese remedo de Speed que son los transportes rodados madrileños, hay que estar en guardia, lo cual significa, a no ser que seas un neotullido homologable, adquirir conciencia de cochino en un camión que circule por la A7. Y dejar de leer.

Suban a un autobús barcelonés y sabrán por qué Barcelona, con su decadencia a cuestas y a pesar de los barceloneses, sigue siendo superior en tantos aspectos a Madrid. Cada vez menos, es verdad, pero no crean que tanto: un metro en el que tienes que arrodillarte para saber a qué estación has llegado porque la cristalera del vagón queda por debajo (muy por debajo) del rótulo, no es propio de un hub de súperhubs, sino de una ciudad a la que de vez en cuando hay que bajarle los humos.

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Una y más

El 47, cine de barrio. Murcianos recién llegados a Barcelona que se desenvuelven en catalán a golpe de rústicos tartamudeos, tan representativos de esa hombría inacabada a la que se refería Pujol. ¡Cómo no emocionarse ante su firme voluntad no ya de comer caliente, sino de que Cataluña los tolere! ¡Cómo no aplaudir ese anhelo de ser, antes que ciudadanos, charnegos de ley! Y qué me dicen de Sor Vital, que más que pareja de Manolo es su comisaria de nivel B. Hasta la cara tiene. La construcción nacional era techar chabolas de la puesta al alba, y parece pertinente que el director de la película, Marcel Barrena, nos lo recuerde. Así como que agradezca que sea escritor (¡”agradezca” y “escritor,” un tipo que nació en 1981!) no a la escolarización o a su talento, sino a la trama clientelar de asociaciones que tejieron el PSUC, Convergència y el PSC: esplais, casales, ateneos… 

Ciertamente, hay pocos hijos del nacionalismo mejor acabados que Barrena, pues su servidumbre ha llegado tan lejos que, viendo la peliculita, me sobresaltó la duda de si yo, que nací en la Barceloneta en el 69, no hubiera anhelado vivir en esa apacible comuna equipada con cine de verano, quiosco al fresco, delincuencia bajo mínimos, solidaridad a espuertas y profesores particulares… Cómo abjurar, en fin, de la fantasía bastarda que soñó Colau, que es, en el fondo, lo que este aprendiz de Rufián pretende fabular retrospectivamente, atreviéndose incluso a rellenar los huecos con Gegants del Pi, que ara ballen, ara ballen. Tal que los relojes que lucían los vaqueros de Almería, pero con catalana premeditación.

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Otra y más

Marcel Barrena, director de El 47: “Torre Baró ha mejorado mucho, pero siguen como en otra época. No les llega Telepizza ni Amazon, están en la colina, siguen detrás de la montaña. La lucha sigue.”

Carolina Yuste, protagonista de La infiltrada: "Como sociedad, hay algo que no nos podemos permitir; usar el dolor, la herida, de toda una sociedad y de las víctimas, como armas arrojadizas y para sacar rédito en ciertos lugares".

The Objective, 9 de febrero de 2025

Fe de errores: El autor que se declaró "orgullosamente charnego" y celebró su triunfo como guionista de Casa en llamas cual si fuera un éxito colectivo, atribuible a "l'escola pública, els esplais, els casals i les places públiques", no fue Marcel Barrera (1981), sino Eduard Sola (1989).

domingo, 19 de enero de 2025

Lynch en el Casablanca

«Recomendamos puntualidad para no perderse el corto Coffee and Cigarrettes». Tal era la leyenda, a mitad de camino entre la cordial ordenanza y la instructiva monserga, que acompañaba en enero de 1988, en la cartelera de La Vanguardia, la programación del Casablanca. Los fajines no eran privativos de las salas de versión original; el denuedo prescriptor, vagamente editorializante, que impregnaba las secciones de cultura de los periódicos, lo mismo ceñía espesuras del tipo Dublineses, en el Capsa («Por respeto a esta obra maestra, no se permitirá la entrada en la sala una vez iniciada la proyección»), que fritangazos a lo Perseguido, en el Pelayo («Nadie lo ha conseguido, pero Schwarzenegger tenía que intentarlo»). 

Aquel invierno, frente a los Jardinets, la melancolía tragicómica de Down by Law y Coffee…, de Jim Jarmusch, compartía cartel con la ópera prima de Spike Lee, Nola Darling, en la que ya palpitaba la insolencia reivindicativa de Haz lo que debas. Un año antes, esa doble madriguera de taquilleros malcarados, cinéfilos de Dirigido Por, adolescentes de tabardo y cisne-cuello-negro; aquellos dos agujeros, en fin, sala 1 y sala 2, donde la incomodidad era una suerte de gloriosa penitencia, donde en una sala se oían con embarazosa claridad los diálogos de la otra y viceversa, y el camión de la basura de Riera Sant Miquel suspendía la credulidad en ambas, habían extendido a la madrugada el horario de los fines de semana.

Blue Velvet, que se había estrenado en el Tívoli a finales del 86 sin apenas sobresaltos, copó la sesión golfa del Casa durante meses, y dos adolescentes de 14 y 17, hermanos, se decidieron, más desafiantes que expectantes, a devorar la experiencia de infringir el sueño en un lugar desacostumbrado. Fue el único lance que, en los veinte años siguientes, propició que 14 y 17 abrocharan la vuelta a casa con una conversación nerviosa y saludable.A 14 y 17 les puso cachondísimos Dorothy Vallens. A 14, hum, le descolocaron la oreja y el aspersor («Esto qué coño es»), y a 17 le fascinó que la vida pudiera detenerse para que un clown cantara In Dreams. Al poco, 17 compró la BSO, más para lucirla con sus invitados que por verdadero interés, y no tardó mucho en hacerse con los vinilos esenciales de Roy Orbison, en un diagrama en árbol, puramente bacteriológico, que ya no se detuvo.

Del Hombre Amarillo, 14 y 17 prefirieron no hablar, probablemente por vergüenza ajena, mas ni siquiera esa y otras ridiculeces fueron óbice para que 14 fardara de nuit y 17 empezara a recomendar Blue Velvet con esa vehemencia «típicamente borracha» de la que hablaba Paco Rabal en Átame. No lo hacía solo con el propósito de que su círculo hiciera acopio de buen gusto; le envanecía escucharse decir «extrañeza», «hipnótico», «patetismo», «submundo». Algo ligó. 

Hoy, en la Biblioteca Eugenio Trías, 55 se ha afanado en buscar las críticas de entonces a Blue Velvet. Y ha dado con la que escribió José Luis Guarner, en noviembre de 1986, y que le ha llevado a sonreírse de la impugnación, con efectos retroactivos, de las convicciones que forjaron el aprendizaje de 17, tan erradas. Y se ha admirado de la inspiradísima intuición de 14.

La acción transcurre en Lumberton, un lugar cualquiera del corazoncito de América, plácido, convencional, tan naif como una de las pinturas de Norman Rockwell. Pero en el cine de Lynch el mal acecha, y el insípido héroe, un jovencito que atiende por el nombre de Jeffrey, se encuentra un día con una oreja humana, que las hormigas roen con aplicación. «¿De quién será ese cartílago?», se pregunta el bueno de Jeff, que tiene una novia tan sosa como él, Sandy -interpretada por Laura Dern, que forma la pareja de actores más calamitosos reunidos en una misma película que recuerda el cronista en mucho tiempo.

En su búsqueda, quién sabe si iniciática, Jeff da con una mujer joven y misteriosa, prostituta de día y cantante de noche -Isabella Rosellini lucha, voluntariosa, con ese personaje que no le va- con aparentemente «Terciopelo azul» como única pieza de su repertorio.Y una vida desconocida de bajeza y corrupción se abre ante sus ojos, al descubrir cómo la atormenta uno de sus clientes habituales, un drogadicto feroz, sádico y maníaco -una ocasión de oro para sobreactuar que Dennis Hopper no desaprovecha.

En suma, estamos ante un cuento de hadas moderno a lo Gutiérrez Aragón -quien hubiese titulado esta película «Orejas en el jardín»- donde un príncipe ingenuo trata de rescatar a la princesa de las garras del malvado ogro. Solo que príncipe y princesa se revelan bastante viciosillos y aviesos toques de tortura, sexo y muerte adornan el cuento, en un mundo siniestro que existe, irónicamente, en la América provinciana y más feliz.

Hay muchos toques de humor negro, sin duda, que son agradecidos, pero no impiden que la película sea en exceso larga, pretenciosa y tan rellana de símbolos baratos como un pavo de trufas por Navidad. Pero Lynch la ha armado de forma bastante ladina para que pueda convertirse en otra pieza de culto. Habrá que esperar su nueva realización, Ronnie Rocket […], para disipar la duda de si el autor es el poeta surreal y mórbido que pretende ser, o un Buñuel de supermercado, un mero gestor de monstruitos de barraca de feria.

The Objective, 19 de enero de 2025

martes, 31 de diciembre de 2024

¡Académicos a mí!

Polarización, narcolancha, fachosfera, hutíes, pellets, brat, lepenchon, bulo, fango, tradwife, pseudomedio, decimoquinta, bichota, turismofobia, habitación, inquiokupa, favelización, tasazo, charocracia, dana, lodo, presa, barranco, avenida, 224.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Jetas

Cuando empecé a leer periódicos era infrecuente conocer el aspecto físico de los firmantes de los artículos, excepción hecha de quienes, además, publicaban libros; de quienes eran, para entendernos, famosillos. Yo sabía qué cara tenía Juan Luis Cebrián por alguna aparición televisiva (recuerdo un coloquio en La clave sobre la libertad de la información en que, junto a él, participaban Calvo Serer y… ¡el director del Pravda!), pero a Pilar Bonet, Enric González, Mauricio Vicent o Anatxu Zabalbeascoa no los habría reconocido. Estaba convencido de que Anatxu era una mujer bellísima y no me equivoqué, mas en general solía ir errado. Llegué a considerar la posibilidad, por ejemplo, de que Jacinto Antón fuera mulato, probablemente de origen guineano, y ‘mi’ Ramón Besa compartía, no sé si inopinadamente, bastantes rasgos con Joan Barril.

Sea como sea, el desconocimiento de aquellos rostros imponía un distanciamiento que tendía a enaltecer las noticias, las columnas y el oficio mismo. Como si el aura de misterio que desprendían aquellas letras obligara a leerlas con una deferencia que en algunos casos mutaba en reverencia.

Los primeros debates en programas, digamos, de entretenimiento, empezaron a desvelarnos quiénes se ocultaban tras los textos, y no siempre para mal, pues a menudo los autores eran más ocurrentes y joviales que en mis fabulaciones, y no faltaban los que afinaban el verbo hasta tal punto que parecían estar leyendo lo que decían en algún rincón de su cabeza.

Lo corriente, sin embargo, era llevarse un chasco, siquiera por haber idealizado a quienes venía profesando admiración. Demasiado feo, demasiado borde, demasiado gilipollas.

Hoy, cuando la programación televisiva se ha convertido en una tertulia ininterrumpida, las radios han abierto delegación en Youtube y el periodismo se ha rendido a las redes sociales, no queda en pie un solo velo; también, por cierto, en lo que atañe al intelecto. Columnistas dignos de atención se revelan en Twitter como verdaderos cretinos, como chistosos sin gracia ninguna, como solemnes ignorantes.

El periodista Manuel Trallero decía, para ilustrar la trama confianzuda en que se dirimía el poder, incluido el cuarto, que en Barcelona ya nos habíamos visto todos en pijama alguna vez. Bien, la sobreexposición ha llegado a tales niveles que hay periódicos que parecen una rave pijamera.

No hay día, y lo digo con auténtico pesar, en que El Mundo no traiga cinco o seis fotos de su director, Joaquín Manso, a propósito de algún premio tipo Forocoches que, como es de rigor, congrega al todo Madrid. Bien es cierto que el álbum familiar empezó con Rosell, que debió de cogerle gusto a la omnipresencia y llegó a posar con solvencia de figurante. Ay, si hubiera sabido que un grupo de periodistas llevábamos un malicioso contador de las treinta o cuarenta citas que solía incrustar en sus artículos, a cuál más irrelevante, y que añadimos al choteo un ranking del número de estampitas que imprimía a diario, quizás habría meditado abandonar el show business y ejercer de lo suyo. No fue el caso. Como tampoco es el caso de su heredero, quien, lejos de recular, ha ampliado la sección «El Director», dando aire a bisagras presuntamente importantes de los que apenas se sabe nada, más allá del cargo que ocupan.

Las tornas han cambiado. Antes no conocías la jeta; lo que ahora se desconoce es la obra.

The Objective, 15 de diciembre de 2024

sábado, 14 de diciembre de 2024

Autopsia del nevenkismo

La de Icíar Bollaín es una película cazurra con ínfulas de «necesaria»; algo así como un remedo de la demagogia pobrista de Ken Loach pasada por el filtro del cuñadismo. Una absurda dramatización, en fin, de lo que ya depusieron Juanjo Millás y Ana Pastor. La rumia de la rumia de la rumia de la rumia…

Que a nuestros críticos les hayan temblado las piernas ante semejante bodrio, que ninguno de los puntillosos de turno se haya atrevido a demolerlo, que el implacable Boyero, en lugar de enviar Soy Nevenka a la trituradora, la haya calificado (¡hay que ser timorato!) de ‘correcta’, habla de un sistema cultural fallido, copado por pusilánimes que agotan sus exiguas reservas de valentía en un pellizco de monja cada tanto, y siempre en el mismo culo.

De la molicie no se salva el periodismo de entretenimiento. Luz Sánchez-Mellado le preguntó a Bollaín si Ismael Álvarez había visto la película y ésta fue su respuesta: «No. Pensamos en contar con él, pero todavía niega los hechos sentenciados en firme. Entonces, ¿para qué?».

Pa’qué. Pa’ná. Pos’eso.

Luis Martínez incidió en la misma cuestión.

— ¿Llegaron a hablar con Ismael Fernández [sic]?

— Nos lo planteamos, pero luego vimos a través de la infinidad de entrevistas que ha concedido, que su discurso ha sido y es siempre el mismo. Él no ha cambiado en todos estos años. Es muy difícil mantener una conversación con alguien que lo niega todo. Cuando salió la sentencia buzoneó a todos los vecinos de Ponferrada con más de 20.000 cartas. Y ahí, en seis folios, dejó clara su postura.

En 23 años, Ismael no ha sido entrevistado, a propósito de Nevenka, más que en cuatro o cinco ocasiones; eso y algún que otro canutazo equivalen, en el cómputo desquiciado de Bollaín, a una «infinidad de entrevistas». También es falso que buzoneara 20.000 cartas; en verdad, envío un centenar (algo menos, dice él) y buzoneó alrededor de mil.

En cualquier caso, la molicie a la que me refería no tiene tanto que ver con la ausencia de comprobaciones o repreguntas a Bollaín, cuanto con el hecho de que ni Sánchez-Mellado ni Martínez consideraron la posibilidad de entrevistar a Álvarez, como habría sido su obligación.

Por su parte, Gregorio Belinchón, acaso imbuido por los muchos y variados aquelarres de los que suele ser objeto Ismael, incurrió en algo más que un traspié; cuando menos, por lo que toca a las posibles consecuencias judiciales. En febrero de 2024, se descolgó con una falsedad que aún sigue incrustada en las páginas de El País:

«Después llegó el juicio, el cambio de fiscal, ya que el primero realizó un polémico interrogatorio a la denunciante, y la condena en mayo de 2002 a Ismael Álvarez por parte del Tribunal Superior de Castilla y León con una pena mínima, aunque por primera vez un político español pisó la cárcel por acoso sexual».

Ismael Álvarez jamás pisó la cárcel.

Omisionario

La esposa de Ismael, Toñi, falleció el 12 de agosto del 99 por un cáncer del que había enfermado cuatro años antes. No habían transcurrido seis días del entierro cuando Nevenka le regaló a Ismael un ejemplar de Donde el corazón te lleve, el long seller de Susanna Tamaro. En la portadilla le había escrito la siguiente dedicatoria: «Espero que este libro te reconforte (tal y como me sucede a mí) en los momentos tristes de tu vida. Un beso fuerte. Nevenka. 18 de agosto del 99».

Bollaín no saca a relucir esa burda invitación a la vida; probablemente, para evitar que su fábula despegara con plomo en las alas. Porque lo que ha perpetrado Bollaín, y antes perpetraron Juanjo Millás, sumo sacerdote del nevenkismo, y Ana Pastor, su monaguilla, son fábulas, con la diferencia de que en lugar de pregonar moralejas, han extendido facturas.

El afecto de Nevenka por Ismael afloró de nuevo al cabo de un mes, en la Clínica de Ponferrada, donde el ya alcalde se sometió a una intervención de hemorroides. Un comienzo jodido, sí, pero entre tortolitos, incluso unas hemorroides pueden ser (¡cómo no van a serlo!) entrañables.

Así lo cuenta Ismael en Escrito queda: «Durante los días en que estuve ingresado, [Nevenka] fue a verme varias veces. No eran visitas de mera cortesía, pues en alguna de ellas llegó a acompañarme varias horas, ofreciéndome consuelo, tratando de infundirme optimismo o de arrancarme una sonrisa. En una de esas ocasiones me llevó un flotador».

Bollaín omite el lance hemorroidal (¡tan cinematográfico!) y la circunstancia (banal, si se quiere) de que por aquellos días Nevenka tenía novio. Se llamaba Ramón, vivía en León y, según ella misma le dijo a Ismael, lo «estaban dejando».

La operación de borrado, que afecta asimismo a los cuatro meses que duró la relación, a las escapadas a Portugal, a Madrid, a La Coruña, a los fines de semana en hotelitos de la comarca… sólo se explica por la voluntad de hurtar al público que entre el alcalde y la concejal hubo algo que, si no fue un noviazgo, se le pareció bastante.

La manipulación habla a las claras no sólo de la mala fe de Bollaín, sino también de su estulticia, pues el acoso (si no digo presunto es porque media una sentencia) habría sido más creíble si antes hubiéramos conocido los pormenores ñoños del love story… y cómo el desengaño desairó a Ismael. Pero ni inventar saben.

En parte, porque la acción se alimenta de la conjetura que dejó esculpida Millás en su Hay algo que no es como me dicen: «Desde mi punto de vista, una vez que Ismael Álvarez propuso a Nevenka Fernández ir la número tres de su candidatura en las elecciones municipales, pero, sobre todo, una vez que, ganadas las elecciones, le ofreció la Concejalía de Hacienda y Comercio, que ella aceptó, no había ninguna posibilidad (y subrayo, ninguna) de que este hombre no acabara en la cama con Nevenka Fernández».

Había, por consiguiente, que aligerar la realidad para que no viéramos una relación convencional, de las que nacen, se tuercen y mueren, sino a un depredador y a su víctima. La clase de economía narrativa que moldea los documentales de La 2. Un bestiario ponferradino.

Un Torrente por delegación

La discoteca de Ismael, Delfos, fue eso que da en llamarse un templo del ocio nocturno. Dado que a Ismael, en Soy Nevenka, se le caracteriza como a un matón, a qué resistirse a la tentación de apurar el tropo y extender el atributo a los empleados de su local, en el que vemos (Bollaín, en alarde de sutileza, nos obliga a ver) a un segurata disfrazado de skin amenazando a unos clientes con un bate de béisbol. El sicario vicario.

La presunción de inocencia, enervada

El juez que condenó a Ismael por acoso sexual lo hizo sin otra base que lo que, con los años, se popularizaría como «yo sí te creo, hermana». No lo digo yo, sino la propia sentencia:

«Fundamos nuestra convicción en las pruebas de cargo practicadas en el juicio oral. […] En la causa sólo disponemos, como pruebas directas, de las declaraciones de la querellante y del acusado (las pruebas indiciarias aparecen menos claras, y a veces contradictorias, parciales y poco creíbles). […] Sabido es que en los delitos contra la libertad sexual (sus. 19 de junio de 1991 y 18 de mayo y 9 de junio de 1993) el testimonio de la víctima puede constituir prueba suficiente para enervar el derecho a la presunción de inocencia del acusado, al ser relativamente frecuente que el Tribunal no disponga de más prueba inculpatoria, pues estos delitos se llevan a cabo siempre en la intimidad».

Pero Bollaín no tiene suficiente con que Ismael haya sido declarado acosador (sin más prueba, insisto, que la palabra de Nevenka). A fin de completar el pack, le acusa de corrupto.

«Eso sí, la Concejalía de Hacienda supone discreción absoluta».

*

«Va a ser un amigo suyo el que retire la montaña de carbón, y otro el que desarrolle el proyecto, y serán amigos suyos también los que reciban las contratas de limpieza y mantenimiento».

*

— [Ismael] ¿Y el del rinconcito? 

— [Concejal] No, a ese no, que no se enrolló. Que se joda ahora y aprenda. 

— [Nevenka] No, pero yo a ese señor le conozco, tiene un negocio familiar, no se puede negar una licencia así como así. 

— [Ismael] ¿A ver, qué más? 

*

— Mira, de lo que vamos a construir en La Rosaleda, te quedas con un ático. Con el que más te guste, de premio.

La primera vez

Bollaín describe el primer encuentro sexual entre Ismael y Nevenka como un acto cuasi forzado,que arranca con Ismael acorralando a Nevenka en el portal de su vivienda.

— Anda, déjame subir, y me enseñas ese pisito nuevo que te has comprado. 

— Que no, Isma.

— ¿Pero por qué?

— Porque no.

— ¿En serio? Mira, probamos, y si no funciona, no pasa nada, seguimos siendo amigos. 

— Es que esto no va así, porque lo normal es empezar una relación, ver si hay feeling, si funciona, y luego ir más allá, no al revés.

 — Pero que eso es lo que hacemos las personas adultas, Quenqui. Eres muy joven y muy inexperta. 

Una nueva licencia de la licenciosa. Porque el primer beso fue en el coche de Ismael. Escrito queda: «Sea como fuere, fue fraguándose un cariño mutuo que un día de finales de octubre derivó en algo más. En el coche, a eso de la una de la madrugada, nos besamos».  Y entre el primer beso y el primer sexo, pasaron semanas. Escrito queda: «A finales de noviembre se produjo nuestro primer encuentro íntimo. Ocurrió cuando ella lo propuso».

Ni siquiera fue en casa de Nevenka, como falsea Bollaín, quién sabe si con la intención de acentuar la naturaleza invasiva de Ismael. Ese primer encuentro se produjo, a sugerencia de Nevenka, en una casa semiabandonada que Ismael tenía en las afueras de Ponferrada.

No parece que la experiencia fuera desagradable, cuando menos para

Acosador, corrupto… y violador

Bollaín debería explicar en qué se fundó para recrear el intento de violación en el despacho de Ismael. Porque ni en el juicio se dirimió ese delito ni Nevenka, en su declaración, acusó a Ismael de haberla empotrado contra una librería y de intentar arrancarle las bragas para penetrarla, que es lo que vemos en la película.

«Su actitud de presión se tradujo en notas manuscritas, mensajes en el teléfono móvil, cartas, comentarios verbales que prefiero no reproducir literalmente y un desprecio hacia mi trabajo y hacia mi persona, con descalificaciones, actos y vejaciones que atentaron contra mi integridad psíquica y física. […] Éstas, y sólo éstas, son las razones que han motivado el que hoy presente mi dimisión irrevocable. […] Por supuesto, ya he presentado la correspondiente querella criminal y espero que con el tiempo se haga justicia».

Ante el tribunal sí llegó a hablar de presión sexual en el despacho. Veamos lo que dice, a este respecto, el voto particular del magistrado Antonio Martínez Villanueva:

«Igualmente ha quedado acreditado que el despacho del alcalde no está insonorizado, por el testimonio de María Encina (secretaria particular del alcalde y que asimismo lo fue con el homónimo en la etapa socialista) y de Alejandra Vidal, en el que manifiestan que se oyen las conversaciones desde el pasillo con más o menos claridad, y en especial desde el despacho de la primera, por lo que difícilmente han podido acontecer los hechos que relata la querellante de presión sexual en el mismo. Así, declaran que no han observado estas situaciones ni escuchado frases de la índole que Nevenca atribuye al alcalde, ni apreciado en ella ninguna alteración ni malestar, ni nerviosismo cuando salía del despacho del alcalde; en resumen, no han visto nada anormal».

Postmanuscritos

En su declaración a los medios, esa en la que denunció el acoso que venía sufriendo, Nevenka habló de notas manuscritas.

Éstas son sólo tres de las que ella le siguió escribiendo a Ismael durante los meses en que éste había convertido la vida de Nevenka en un infierno.

Un aparte: «Lo que siento por ti lo tuve claro desde el principio». En la escena en que Ismael se le declara en su coche, frente al Ayuntamiento, no hay claridad que valga.

– Quenca, no puedo ocultártelo más, siento algo muy fuerte por ti… Muy fuerte, y yo noto que tú también.

– Claro que siento algo, somos amigos y yo te admiro y te respeto mucho, Ismael [Él le acaricia la mejilla.]… Pero no sé si es esto [violentada].

– ¿No me has dicho que sientes un poquito por mí? ¡Pues ya está!

– Ismael, no. Lo siento.

Dejemos de lado el estilo telenovelesco, puramente venezolano, del diálogo.

Yo no estaba en ese coche (¡ni yo ni los omniscientes Millás y Pastor!), pero Bollaín sí ha tenido acceso a esa y a otras notas. Conste que no son en absoluto incompatibles con el hecho de que Nevenka pudiera haber manifestado dudas o, después de dejarlo, en un arrebato efusivo, quisiera estirar el chicle. Pero en una obra basada en hechos reales es obligatorio que también figuren esas notas. A no ser que la idea no sea armar un relato ambicioso, tan complejo como compleja es la vida, sino un hecho real basado en un mosaico de ficciones.

De Valladolid a Logroño

Una de las cumbres de la película es la boda a la que acuden en Logroño Ismael y Nevenka.  Al llegar al hotel, Bollaín escenifica el siguiente diálogo, con el que da a entender que Ismael le ha tendido una encerrona a Nevenka:

– ¿Y la mía [mi habitación]?

(Recepcionista)- Estamos completos.

– Me lo podrías haber dicho, ¿no? Hubiera buscado otra cosa.

– ¿Me vas a montar el numerito? ¿Qué pasa? ¿Qué nunca has compartido con un amigo?

– No, no es eso Ismael, pero es que…

– Es suficiente gasto, qué necesidad hay de pagar otra habitación… ¡y con dinero público!

La escena intenta poner de relieve cómo Ismael se ufanaba de cargar los gastos personales al erario. Pero la acusación de corrupto es, en este caso, el menor de los problemas de Bollaín. Porque quien reservó la habitación fue Nevenka.

Una habitación doble para dos adultos, a nombre de Nevenka Fernández, del 7 al 9 de julio de 2000. Eso dice el bono de ECI.

«De todo ello se deduce», dice el voto particular, «que María Nevenca salió de Ponferrada siendo consciente y aceptando que iba a compartir la habitación con el acusado, en unas fechas en las que ella manifiesta que estaba siendo víctima de acoso sexual por parte de una persona con la que acepta voluntariamente compartir dos noches, lo que no deja de causar extrañeza, teniendo en cuenta la situación que al respecto relata la querellante […] Habitación que consta asimismo reservada a nombre de Nevenca Fernández en la documentación informática obrante en los autos, aportada por El Corte Inglés. […] Y no sólo está acreditada esta situación mediante la prueba testifical, sino también mediante la prueba documental aportada por el testigo Juan Luis Vasallo, en que se acredita, mediante un listado de llamadas telefónicas, que en los días 6 y 7 de julio se hacen seis llamadas, desde los diversos números de las oficinas de El Corte Inglés, al teléfono móvil de Nevenca […], que utiliza su condición de concejal del Ayuntamiento de Ponferrada, en relación con este viaje…

… Asimismo no queda probado, pese a la manifestación de Maria Nevenca, el hecho de que cuando la querellante se personó, en unión del acusado, el día 7 de julio de 2000, en la recepción del hotel, se interesara por si existía alguna habitación libre».

Pero no es sólo el voto particular: el juez que condena a Ismael también considera «hecho probado» lo que dice el voto particular: «… pernoctando juntos en Logroño en la misma habitación, que, según la agencia de viajes, reservó Nevenca y pagó Ismael».

En el juicio, Nevenka 1) negó que ella reservara la habitación, y 2) acusó a Ismael de masturbarse ante ella. No le vio hacerlo porque ella estaba de espaldas, en otra cama, pero lo oyó, dice, y lo olió. Bollaín presenta los hechos (entiéndanme) de manera que no se sepa bien si Ismael se está masturbando o la está penetrando. Sin embargo, sólo alguien que conozca el sumario y otros documentos, como es mi caso, puede albergar esa duda. Para el espectador medio sólo puede tratarse de una penetración.

Lo que arruina el relato de Bollaín sobre Logroño son los hechos probados, pero también la circunstancia de que Ismael y Nevenka, sólo una semana antes, coincidieran en Valladolid y, tras una larga noche de fiesta, compartieran hotel, que no habitación. Bollaín oculta el dato para que la película no se le venga abajo con el estrépito que habría merecido.

Quien habla es Ismael, Escrito queda:

«El 28 de junio de 2000 yo acudí a Valladolid por mi condición de procurador de las Cortes de Castilla y León. A sabiendas de que yo me encontraba allí, Nevenca programó un viaje a Valladolid. El asunto que, teóricamente, motivaba su desplazamiento era una reunión con un alto cargo de la Junta. Llegó a Valladolid por la tarde y alguien la trasladó a las Cortes a petición suya. Una vez allí, ya conmigo, nunca más se supo del asunto que requería su presencia en Valladolid, caso de que existiera. Dado que Nevenca decidió pasar la noche allí, llamé a mi secretaria para que reservara una habitación individual para ella. […] Al finalizar la sesión estuvimos de cañas con unos compañeros y compañeras, que confirmaron lo que estoy relatando. Ya en el hotel, yo me fui a mi habitación y ella a la suya. Dormí tres o cuatro horas y a las nueve de la mañana me fui para las Cortes. […] Nevenca presentó una versión falsa de los hechos. Declaró que, al finalizar mi trabajo en las Cortes, nos fuimos juntos al hotel y yo accedí a su habitación por una puerta interior, ya que nos habían asignado habitaciones contiguas. Como el hotel acabaría acreditando, ambas puertas estaban cerradas por ambos lados».

El magistrado ponente, mediante su voto particular, consignó: «[Está] acreditado y probado que el hecho no aconteció como ella presenta en su versión. Ni el alcalde penetró en su habitación ni por tanto hubo solicitud sexual, por la imposibilidad probada de penetrar en la otra habitación por la puerta interior».

E Ismael, EQ: «A la semana siguiente de haber estado en Valladolid, en lo que ella describió como una experiencia durísima, Nevenka se ofreció a acompañarme a la boda de un hijo del compañero concejal Manuel Rodríguez, en Estella. Ella misma gestionó la reserva de hotel para dos noches. Dado que no encontró habitaciones disponibles en Estella, reservó una habitación doble en el Husa Gran Vía de Logroño». 

Desautorizada

Bollaín se pavoneó de que el Ayuntamiento de Ponferrada (donde, según sostiene, Ismael seguía teniendo mando en plaza) no le había autorizado a filmar en el despacho del alcalde. En ese punto, sugiere que, al igual que Nevenka, también ella ha sido víctima de Ismael, como en ese sketch de los Monty Python en que uno vive en una barraca, otro bajo un puente, el siguiente en un estercolero. Si Nevenka fue víctima, yo no voy a serlo menos. Hacerse un Colau, dícese. Y ello, sin que importase el tamaño del ridículo: cuando parte del equipo se plantó en Ponferrada para ‘localizar’, en cuanto se enteraron de que el hostal en el que se habían hospedado era de Ismael, declararon a la prensa: «¡Tiene nuestros nombres!».

Pero volvamos al despacho y a la elástica influencia de Ismael para otorgar y denegar permisos. Es mentira, otra más. Hace años que Ismael dejó de ser un poder fáctico; tanto es así que desde que se abrió la veda ha venido soportando el hostigamiento de Pastor a las puertas de su casa y el del PSOE a las puertas de su hostal… A mi juicio, la razón por la que el actual alcalde del Partido Popular le denegó a Bollaín que rodara en las dependencias del Ayuntamiento fue porque la mayoría de los vecinos tienen a Ismael en estima. Una estima efusiva, extenuante. He dado largos paseos con él por Ponferrada y siempre he tenido la impresión de que el destinatario de tantísimas demostraciones de cariño no era en verdad Ismael, sino yo. Como si los vecinos me quisieran demostrar ¡a mí, uno de Barcelona!, lo que sienten por él.

Uno de los lugares comunes sobre el caso (explotado por Bollaín) ha consistido en dar a entender que Ponferrada es un pueblo de cabestros en el que no hay ninguna posibilidad de que Nevenka sea rehabilitada. La razón, queda más o menos dicho, es que Ismael sigue siendo el verdadero dueño del lugar. Un sheriff encanallado. Y que en Ponferrada no se mueve una hoja sin que él lo consienta. Estos son los actos (y me quedo corto) que Ponferrada ha tributado a Nevenka, y en las que se aprecia el hedor del electoralismo barato.

En marzo de 2021, Ana Pastor persuadió a Netflix para grafitear, a pocos metros del domicilio de Ismael, un mural con la cara de Nevenka. Fue una de las acciones publicitarias que arroparon el lanzamiento de la serie documental de Netflix sobre Nevenka, producida por Ana Pastor. ETA.

En junio de 2022, la Universidad Feminista, organizada por la Concejalía de Bienestar Social, Infancia e Igualdad del Ayuntamiento de Ponferrada, proyectó el documental sobre Nevenka de Ana Pastor, tras el cual tuvo lugar una mesa redonda donde intervinieron, entre otras charos, Charo Velasco, la concejal del PSOE que animó a Nevenka a denunciar a Ismael.

El 17 de marzo de 2023, se estrenó en el teatro Bergídum, de Ponferrada, la obra teatral Nevenka, correspondiente al ciclo de actividades de la Universidad Feminista.

Dos semanas después, el 30 de marzo, el Ayuntamiento de Ponferrada levantó en honor de Nevenka Fernández, en una glorieta, un plafón con su rostro y el mensaje ‘Gracias por tu valentía’. La inauguración corrió a cargo de la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Vicky Rosell. Ese mismo día, Rosell intervino en la Casa de la Cultura de Ponferrada en un charla-coloquio con Cristina Fallarás.

Ese marzo, el Ayuntamiento de Ponferrada dedicó cada uno de los bancos de la plaza del Ayuntamiento a otros tantos colectivos más o menos víctimas del heteropatriarcado. Los operarios pintaron un banco de azul, rosa y blanco en aras de la visibilidad de los trans; otro con los colores del arcoíris en defensa del colectivo LGTBI, otro de verde para contentar a la hinchada ecologista y otro de violeta a modo de alegato feminista. Con una particularidad: ese banco, el violeta, está situado frente al hostal que regentan Ismael Álvarez y uno de sus hijos.

Ponferrada, la más bonita de todas las ciudades feas de España, es hoy un parque temático del nevenkismo, y Nevenka y sus memes, un próspero negocio multimedia.

The Objective, 14 de diciembre de 2024

El caso de Ismael Álvarez contra la realidad

Conocí al exalcalde de Ponferrada Ismael Álvarez en noviembre de 2021, en el hall de un hotel madrileño en el que nos había citado Arcadi Espada, quien en abril de ese mismo año había publicado en El Mundo el artículo «La pasión de Ismael». En él contaba cómo, mientras ambos visionaban (disculpen la cursilería, pero la creo pertinente) el documental sobre Nevenka en Netflix, Ismael se iba abriendo paso a base de desmentidos entre la maleza de hechos alternativos que presentaba la verificadora. El salón acabó perdido de notas al pie. 

En el encuentro que mantuvimos, Ismael no negó que hubiera incurrido en subidas de tono ni que, como quiera que Nevenka, tras la ruptura, avivó la expectativa de retomar (o no) la relación, este le llegara a decir: «¡Aclárate de una vez!». Ni siquiera cabe descartar la posibilidad de que le dijera «de una puta vez», o de que abrochara la imprecación con un «¡coño!».

Lamentablemente, no soy Juanjo Millás, psicoanalista de provincias y autor de la obra matriz del nevenkismo, Hay algo que no es como me dicen, regurgitada desde su publicación en forma de pieza teatral, psicodrama, grafiti, ¡rotonda!, película, docuserie… por lo que estoy incapacitado para escriturar conversaciones de alcoba sin haberlas presenciado. Y menos aún para facturarlas como «relato real» con ínfulas de diagnóstico social.

Y si bien subrayar según qué obviedades resulta humillante (lo es para mí, aunque también debiera serlo para el mainstream cultural español); ahí va: la hosquedad en que a menudo rompe un desengaño amoroso es delictiva.

Es probable que en la gama de grises en que se dirimen las justas sentimentales, Ismael no se comportara con arreglo al protocolo aliade, pero no hay ninguna duda de que fue condenado sin pruebas. De hecho, cualquiera que se hubiera tomado la molestia de leer el sumario (y, sobre todo, el demoledor voto particular), habría llegado a la misma conclusión. Esa evidencia, sumada al testimonio de Ismael y al abundante registro documental de la relación, me llevaron a pensar que el asunto merecía un reportaje.

Pensé en una suerte de crónica que abundara en la certidumbre de que entre Ismael y Nevenka hubo un amorío tan fugaz como real, un noviazgo saturado de poemas y ñoñerías; en una pieza de cierta hondura que desmintiera e incluso ridiculizara el prejuicio del que parte Millás, esa conjeturilla como de tertulia de Julia Otero: no había ninguna posibilidad de que Ismael no acabara en la cama con Nevenka, y que, en cierto modo, es el fermento de estupideces como que «todos los hombres somos violadores en potencia».

Pero no pudo ser. La tarde en que nos conocimos, Ismael ya llevaba escrito más del 70% del texto (con una sintaxis impropia, he de decir, de cualquier político estándar de nuestro tiempo), y todos mis intentos de reconvertir el material en un ensayo al uso fueron infructuosos.

Por dos razones: el modo en que yo lo pretendía enfocar habría obligado a Ismael a bajar a la coma de su romance con Nevenka, a los fines de semana en hotelitos de la comarca, a las escapadas a Galicia, a Portugal, a Madrid…, e Ismael, por pudor, se mostró reacio a que su familia se viera expuesta, nuevamente, a los pormenores de los días de vino y rosas.

La segunda razón, tal vez más atendible, es que yo quería escribir un libro cuyo eje fuera su historia con Nevenka, pero Ismael pretendía, además, dejar constancia de toda una vida. Algo así como una wikialvarez que incluyera retazos de su humildísima infancia, de su ‘erasmus’ de delineante en Madrid, de sus devaneos progresistas, de su pasión por la poesía y el cine, de cómo, ya con hijos, le hurtó tiempo al tiempo para licenciarse en Derecho, de sus primeros pasos en la política, de su devoción por Ponferrada… «No quiero que lo único que me defina sea Nevenka». No supe rebatir esa afirmación, que sigo considerando inexpugnable.

Hechas las cuentas, acordamos que yo revisaría el texto y que, si detectaba algún fragmento que me pareciera confuso o ambiguo, le propondría una alternativa. Fui agrupando subrayados y, cada tanto, viajaba a Ponferrada a discutir con mi anfitrión por qué mi solución era mejor que la suya. Más de una vez regresé escaldado.

De ese tira y afloja nació una amistad, y es raro que pasen 15 días sin que conversemos. La razón que nos llevó a conocernos ha sedimentado en una geología de la infamia en la que, cada vez que las Pastores, las Fallarás y el Fondo Sur MeToo se desmarcan con una nueva franquicia (¿para cuándo, y lo digo absolutamente en serio, el musical?), hay que seguir practicando catas. Con el consuelo, no siempre magro, de que la verdad, como la vida, sigue estando programada para abrirse camino.

The Objective, 14 de diciembre de 2024

domingo, 10 de noviembre de 2024

Error 404

Cada vez que estos días, algún diario ha tratado de apuntalar una teoría de la culpabilidad con un parte meteorológico o una alerta civil, me he asomado a la fuente: a las páginas de los ministerios, de la Confederación Hidrográfica del Júcar, de la Aemet… Y lo que me he encontrado (trataré de ir con cuidado con las metáforas, que es lo que hay que hacer cuando el libro de estilo lo han dejado escrito 215 muertos) es desolador, propio de un Estado de Derecho de cero a tres años. 

Llevo tiempo familiarizado con la ineptitud de la Administración, también en lo que atañe a la comunicación con el ciudadano. He navegado (a veces, lo admito, viciosamente) por muchos de esos portales de transparencia que hacen honor a su nombre, siquiera porque permiten constatar, sin filtro ninguno, cómo la incuria es lo primero que salta a la vista.

Cualquier español que se haya topado con el sintagma «solicitud de cita previa», y se haya sometido a sus derivaciones presenciales, ya sea en el SEPE, la DGT o La Meva Salut, no ha podido por menos que ‘resignificar’ sus tratos con los so-called servidores públicos, que pasan a ser, en lógica proporcionalidad, adustos contrincantes, el tipo de antagonista con el que se entabla una relación parecida a la que predisponen esos camareros de terracota que eluden, con impávida destreza, la mirada y aun el manoteo del sediento.

El portátil desde el que escribo tiene vistas a la realidad, y sé por experiencia («¡sé, oh, con Voltaire!», dirían los politolais conforme al patético ceremonial de pedantería que también a mí me llegó a contagiar); sé, decía, que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y no aspiro a que el paratexto digital de nuestros gobiernos, ayuntamientos o diputaciones… cumpla los estándares de limpieza de Our World in Data. Como tampoco abjuro del parlamentarismo porque no todos los diputados se llamen Cayetana.

A lo que no me acostumbro es al deep state en su acepción chabacana, a la Red convertida en maraña, a los bajos fondos de la Aemet o del Departamento de Seguridad Nacional (de la infame sintaxis del material que cuelgan, iba a decir «publican», pero no, la palabra es cuelgan, habrá tiempo de ocuparse); a que el diseño (que nunca como en estos días ha evidenciado su condición de valor moral) esté en manos de funcionarios que aprendieron a programar en los tiempos del Messenger. 

No me confundan con el almirante Alatriste ni con su grumete de secano, el «hijoputa, hijoputa, hijoputa». Esos Larritas de salón.

Lo que, sobre todo, me parece disfuncional, dejémoslo en disfuncional, es que el estiércol 2.0 conviva, de modo más o menos natural, más o menos cínico, con los planes quinquenales de digitalización, con esa retórica ampulosa del tipo: «¡A este gobierno no lo va a conocer ni la madre que lo parió!». Más, si cabe, cuando la webísima ortopedia a la que corresponde decir, en letra limpia y sin contemplaciones, que estamos jodidos, es un galimatías perpetrado por una cuota de indolentes sobre los que mandan otra casta de iguales: los indolentes en jefe.

The Objective, 10 de noviembre de 2024