A Ancelotti se le traba la ceja y en su gimoteo de motor gripado arrastra a Florentino, el rostro enflaquecido y temblón. Cuando Modric toma el micro, las láminas de albal del Bernabéu apenas contienen las aguas, y el hipogeo, reverso opulento de las plantaciones de la Cañada, es ya el nuevo tanque de tormentas de este Madrid embravecido, donde cada día se renueva el dow jones de los 500 mejores torreznos, novísimo índice de prosperidad, bla. El adiós del buen De Marcos, que nació un día antes de la tragedia de Hillsborough, y de que Los Suaves grabaran en Zeleste su inmortal Suave es la noche (toda biografía es un multiverso abarrotado), deposita en la ría una cuña salina de la que algo tendrán que decir, hum, los-más-viejos-del-lugar. A estas alturas, la llorería ibérica es una maraña de afluyentes sensible a las asociaciones de ideas, de ahí que a la salida de un meandro levantino nos aguarde Eder Sarabia, que no ha podido reprimir la emoción de haberse convertido en “mejor entrenador” y, quietos ahí, “mejor persona”. ¿Mejor persona, he dicho? Se estremece Nadal en la Philippe Chatrier y el mundo, imperativamente, se estremece con él: ni siquiera los cínicos se resisten a ese aclarado de la tierra (pulcra reminiscencia de muerte) que deja al descubierto una baldosa en la que cualquier analfabeto es capaz de leer: todo en esta pista será polvo de ladrillo salvo este rectángulo, que atrapará este homenaje en la infinitud. Pero los españoles no nos acabamos de fiar y sólo cuando confirmamos por tres fuentes que sí, que la losa se ha instalado a perpetuidad, seguimos con nuestras secreciones. Las del superviviente Montoya, quien, según informa la web de Telecinco, se quebró en la última gala al ver un vídeo de su perrita; las de Lydia Lozano, que confiesa “destrozada” en La Familia de la Tele que hace cinco años que convive con la artritis (el presidente de RTVE, José Pablo López, por cuyo rostro de colibrí abolañado saben en el Congo que se hace llamar Josepa, oyó en el Congreso “casquería” y se echó al monte); las del sacerdote de Antena 3 Antonio Pelayo, al que una animadora Ónega induce, en un implacable interrogatorio, a soltar la gallina, que en estas lides es lo mismo que aflojar la llantina. Mas sobre el desconsuelo no pesa arancel alguno y Taylor Swift anuncia, con califragilísticas tears of joy, que ha recomprado los derechos de sus seis primeros discos, si bien es lógico, siendo ella una campeonísima del empoderamiento, que haya diarios que titulen que los “ha reconquistado”, como quien revierte un pacto fáustico con el manager incorrupto de los Jackson. Mi tren surca la España sin wifi y no puedo por menos que canturrear, nostálgico, “¡fuerza canejo, sufra y no llore / que un hombre macho no debe llorar”, y a punto de embocar Atocha, me digo que esta ola de sentimentalismo que nos encharca resulta más llevadera cuando se escenifica a culo vivo. Para lo que no cabe atenuante es para el lloriqueo de rondón, ese llorar que no es llorar, que es como estar llorando solo, de Antoñito Muñoz:
-En la compañía igualitaria de las mujeres hemos ido aprendiendo a manifestar sentimientos, a cultivar la ternura, a vigilar la propensión masculina a alzar la voz más de la cuenta.
-Adelante.
The Objective, 1 de junio de 2025
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