A vuelo de tuit, no hay problema nacional que no tienda a disiparse en la bruma competencial, al punto de que el Community Alfa se permite evacuar el siguiente zasca: «Si un presidente autonómico de mi partido estuviera de farra mientras el pueblo se ahoga, o mientras su territorio se quema, sería cesado de manera automática». Sin reparar, o acaso agarrándoselos como hiciera Rubiales, en que su jefe, el abajofirmante de los sucesivos estados de alarma en tiempo de pandemia, no suspendió su «farra» hasta una semana después de que se declararan los incendios. (Lo cual no obsta para repudiar la prescripción populista por la que los gobernantes deben acudir, disfrazados de bombero, a su pirocúmulo de proximidad, una teatralización que nada tiene que ver con la provisión de soluciones. A menudo olvidamos que Schröder, en 2002, no sólo se calzó unas botas de agua; también drenó el arrebato de los damnificados repartiendo miles de millones de euros.)
El mandato primero es que la región se cueza en su desgracia, en espera de que el presidente adversario acabe por claudicar y pida ayuda.
El presidente adversario, consciente de que se está librando una batalla que no tiene más propósito que señalarlo como incompetente, dice bastarse y sobrarse, en la errónea creencia de que la catástrofe no es española, sino leonesa, zamorana o cántabra. Ni siquiera la evidencia de que Galicia y Extremadura también arden lo disuade de su terquedad autogestionaria. Huelga decir que la vastedad de los estragos no desvía de su cometido a Sánchez; antes al contrario: ahora, en lugar de disparar contra una CCAA del PP, puede hacerlo contra tres, siquiera en modo dadivoso.
Para entonces, el presidente adversario ya no sabe exactamente a quién dirige sus ruegos, si a Ayuso, a Bruselas, al Ejército o a la virgen de Fátima. Se suceden, al punto, las grotescas imágenes de madrileños socorriendo a vallisoletanos, asturianos auxiliando a palentinos y pacenses dando cobijo a cacereños. Todo, para deleite de un satrapilla que, tras haberse rodeado de millares de asesores (y asesores de asesores de asesores), contempla desde su atalaya los singulares coros y danzas en que se va desmigajando el principio de ciudadanía.
El colofón, como acostumbra ocurrir desde que Sánchez está al mando del «concepto discutido y discutible», es plantear un pacto de Estado, esto es, afanarse en que los súbditos sigamos en babia y con la mascarilla puesta, ignorantes de que ese pacto de Estado ya existe y se llama España.
The Objective, 29 de agosto de 2025
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