lunes, 23 de diciembre de 2019

Calificación moral

Uno de los carteles de la película Star Wars exhibe en letras grandes el lema "Especialmente recomendada para el fomento de la igualdad de género". No, no se trata de un eslogan que la productora se haya sacado de la manga, sino de una categoría incluida desde 2011 en el sistema de "calificación por grupos de edad" del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), y que entonces se añadía a las ocho de la reforma original, que databa de 2010, con Ignasi Guardans aún al frente del organismo. El objetivo de la misma era afinar los criterios por los que una película se recomienda o no a menores de 7 años, menores de 12, menores de 16, etc.

La novedad que introduce el etiquetaje proigualitario (que también han obtenido Katmandú, un espejo en el cielo, La estrella o Carmen y Lola) radica en su carácter intergeneracional. Según reza la Orden CUL/1772/2011, "tal categoría [...] operará de manera transversal y, en su caso, acumulativa para todas las películas que se presenten a calificación por edades. La obtención de esta categoría no comporta, sin embargo, las obligaciones previstas para las calificaciones por grupos de edad." Antes que una restricción, en efecto, establece una aspiración, cifrada en principios como la "eliminación de prejuicios, estereotipos y roles en función del sexo", el "impulso de la construcción y difusión de representaciones plurales", el "uso de un lenguaje no sexista que nombre, también, la realidad femenina" o la "representación de las mujeres en aquellos sectores y niveles claramente masculinizados y de los hombres en los feminizados". Sólo una clase de películas queda excluido de esta suerte de ISO moral: las X, de lo que cabe inferir que, a juicio del ICAA, el sexo explícito es ontológicamente incompatible con el presunto horizonte de progreso que perfilan los anteriores criterios.

Ahora bien, ¿qué hacemos entonces con la verdad? ¿Dónde aparcamos el hecho, por ejemplo, documentado por Seth Stephens-Davidowitz en Todo el mundo miente, de que entre las búsquedas preferentes de las mujeres en el portal PornHub figure el sexo con violencia contra ellas? ¿O que las tasas de búsqueda con los términos "violación" o sexo "forzado" sean el doble de veces más elevadas entre las mujeres que entre los hombres? Tal como advierte el autor, ello no significa que las mujeres quieran ser violadas en la vida real ni resta un ápice de gravedad a semejante crimen, pero sí evidencia la profusión de una fantasía que el ordenamiento del ICAA identifica con la indignidad.

La corriente doctrinal predominante en los estudios de género sostiene que si las mujeres se excitan con escenas donde hay castigos, maltratos y vejaciones es porque su deseo ha sido cincelado por el heteropatriarcado. (Estaríamos, así, ante un deseo indeseable, que llevaría aparejada la necesidad (más o menos imperiosa) de salvar a las mujeres de sí mismas.) Se trata, en cualquier caso, de una afirmación indiscutible. Literalmente indiscutible. Cuando menos en la universidad. La posibilidad de hacerlo, de plantear cualquier objeción, por razonable que sea, a este y otros dogmas en boga, ha sido finiquitada por el feminismo radical, esto es, el hegemónico.

Hay un hilo perfectamente visible entre el fajín de Star Wars y el boicot a Pablo de Lora en la UPF, un hilo cuyas hebras conectan nuestro días con la mirada profiláctica de la censura franquista, que también opinaba que la vida tenía mucho de constructo.

Voz Pópuli, 23 de diciembre de 2019

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