jueves, 5 de abril de 2018

Germen de Tractoría


Una de las noticias más frecuentes de los telediarios de TV3 de los años 80 y 90 (tanto lo fue que llegó parecer una sección de dicho noticiario), era la que, con impasibilidad atmosférica y soniquete NODOcinematográfico, informaba de las movilizaciones de los payeses catalanes, organizados en torno al sindicato agrario por antonomasia, Unió de Pagesos.

Sus integrantes, pequeños y medianos propietarios, se hallaban en pie de guerra por las cuotas que había traído consigo el ingreso en la Unión Europea, de cuya conveniencia siempre habían recelado y aún hoy recelan. (De fora vingueren que de casa ens tragueren, y a qué contrariar al refranero, al mismo vademécum que preludia la sequía o aplaza las cosechas.)

En nombre de la santa avellana de Constantí, las huestes de Pep Riera, líder histórico de UdP, marchaban en tractoradas kilométricas para bloquear el tráfico, o lo interrumpían disponiendo una montonera de neumáticos a la que, indefectiblemente, prendían fuego, o asaltaban cada tanto el Departamento de Agricultura a fin de dar rienda suelta a su particular tomatina; a tal efecto, solían emplear manzanas, peras o cualquier otra fruta de la que hubiera un excedente a todas luces intolerable.

El cuajo con el que actuaban los payeses era proporcional a la complacencia que les dispensaban los medios de obediencia nacionalista, para quienes no suponía ningún reparo moral ni, por supuesto, deontológico, acreditar las razones del pirómano al pie mismo de la pira. No en vano, el pujolismo había extendido sobre la payesía la clase de indulgencia que se reserva a los vástagos, y que obraba, antes que en razón de lo que éstos hacían, en virtud de lo que eran. O habían decidido ser, según la coletilla que el páter añadió a su peculiar concepción de la catalanidad.

Asimismo, y dada su extensa implantación, UdP contribuía a vertebrar Cataluña en torno a la terra (nombre, por cierto, de su órgano de expresión) o lo que es lo mismo: a desbarcelonizarla, estrategia que tenía su correlato en el desdén con que CiU trataba a los denominados sindicatos de clase, y que contrastaba insólitamente con la pleitesía que sus secretarios generales, Álvarez y Coscubiela, rendían a la inmersión lingüística.

Si la Corporación Metropolitana que alumbrara Maragall fue un preludio de la moderna Tabarnia, los CDR que hoy asaltan los peajes se hallaban larvados en aquella Unió de Pagesos que devino en brazo roturador del independentismo. El fracaso de la gran operación simbólica en que se ha fundado el Procés se cifra en la volatilización de las sonrisas tanto como en el vislumbre de la rudeza. En el fondo, todo ha sido una larga, penosa e inacabada regurgitación.


Voz Pópuli, 5 de abril de 2018

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