lunes, 15 de enero de 2018

Tumbadera

Curvas rapidísimas, planos inclinados y una de las rectas más largas del Mundial de Motociclismo, con 1.148 metros de longitud. Hablamos del mítico circuito de Mugello, en Italia, el preferido de la mayoría de los pilotos por la exigencia de su dibujo. Piedra de toque por antonomasia, el palio donde cabalgan las Ducati, las Aprilia o las Yamaha saca a relucir los defectos de los competidores como ningún otro trazado del campeonato. También las virtudes. En mayo de 2013, en la 15ª y última curva de Mugello, de nombre Bucine, un interminable y vertiginoso semicírculo que se toma a la izquierda, el entonces novato Marc Márquez logró tumbar su RC213V a 63º (donde los cero grados corresponden al eje vertical, de modo que la cuña de aire que separaba la máquina del suelo era de unos 29º, poco más de un palmo). Márquez igualaba así la plusmarca de Jorge Lorenzo, que hasta ese momento parecía tan estratosférica como lo fueron en su día los 8,90 de Bob Beamon en salto de longitud. Esta vez, no obstante, el récord no tardó en caer. Minutos después, en la misma Bucine, Dani Pedrosa alcanzó los 64º. Más allá no había otras leyes que las de la física y el preludio de que fueran aplastantes con rigurosa literalidad. No había pasado un año cuando Márquez, ya con la vitola de campeón más joven de la categoría reina, durante los entrenamientos privados de Brno, puso su Honda a 68º en la curva duodécima. De ello dio fe una foto para la historia del reportero Tino Martino, de la agencia Milagro, en la que el piloto de Cervera parece fundirse con el asfalto, el pie izquierdo a una altura inverosímil. Concluida la sesión, el propio Márquez confesaba en Twitter su perplejidad: "68 grados. ¿Cómo? ¡No lo sé! / 68 degrees. How? I don't know!".

Aunque esa medición se efectuó de manera manual (se trataba de una estimación a partir de la ráfaga de instantáneas de Martino -el vídeo que circula en Youtube es una animación a partir de esas fotografías), la empresa Dorna, organizadora del Mundial de Motociclismo y propietaria de los derechos de televisión, venía proporcionando desde 2013 los datos reales gracias a un alarde de simulación telemétrica. El motociclismo, campo de pruebas por excelencia de las retransmisiones deportivas, se convertía nuevamente en una experiencia televisiva de alto voltaje, susceptible de atrapar a un público indiferente a la velocidad. De algún modo, la maraña de gráficos que en los virajes se superponían a la imagen eran la guinda de un espectáculo que tenía algo que ver con eso que el cantante Antonio Vega dejó esculpido en Una décima de segundo: "La física es un placer".

No en vano, la razón de que un piloto que plega a 60º no acabe besando la tierra es un galimatías científico en que intervienen factores como la fuerza centrípeta, la fuerza centrífuga, la superficie de rozamiento o el centro de gravedad del conjunto vehículo/piloto. Básicamente, al tomar una curva el piloto debe generar la suficiente fuerza centrípeta para evitar que la fuerza centrífuga (es decir, la inercia) le escupa hacia fuera. Y la única forma de hacerlo es tumbar el vehículo, de modo que cuanto más cerrada es la curva y mayor es la velocidad, mayor ha de ser la fuerza que ejerce el piloto. Con un inconveniente: al tumbar, la inclinación provoca que se reduzca la superficie de contacto del neumático con el suelo, con lo que disminuyen el rozamiento y, por consiguiente, la adherencia. Así, para que la ecuación siga siendo válida, al piloto no le queda otra que descolgarse (como suele hacer Pedrosa) o sacar el culo (recurso en el que Márquez y Lorenzo son consumados expertos) para, de ese modo, desplazar el centro de gravedad, lo que propicia que las ruedas no se inclinen tanto como para perder el agarre. La asombrosa elasticidad de los neumáticos que se emplean hoy en día también contribuye al milagro.

Obviamente, sólo hay una máquina que pueda desafiar las leyes de la cinética: la moto GP, cuyos dos puntos de contacto con el suelo en el ojo de la curva no superan la amplitud de un DNI, según mostraba una recreación realizada por Dorna en 2013. Una scooter, por ejemplo, no rebasa los 40º, y una moto 'de calle' se queda en 50º. Sólo las superbikes se acercan a las GP, con 61º.

Con todo, el dato más elocuente respecto a lo que supone tumbar una de estas máquinas a 68º, como hizo Márquez en Brno, es que para cualquier ser humano, la percepción de estabilidad no sobrepasa el umbral de los 20º. Por encima de esa barrera no hay sensación de verticalidad. O lo que es lo mismo: tenemos la impresión de que vamos a darnos de bruces. El mundo del que les hablo está a casi 50º de esa señal de alarma.


 Club Pont Grup Magazine, 15 de enero de 2018

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