martes, 31 de octubre de 2017

Grotesco

Por las trazas de la escenografía, el compareciente bien podía ser un entrenador destituido, el secretario de un certamen amañado o un ignoto aspirante a Premio Nobel de la Paz. Sin estrado ni atril que solemnizaran el acto, con su guardia pretoriana arropándole a lo largo de una mesa de reminiscencias bíblicas, insuficiente, en todo caso, para contener la pira de micrófonos que habían de registrar sus palabras (y entre los que destacaban, por cierto, los de la prensa internacional: Euskal Irratia, Euskal Telebista, Catalunya Ràdio, TV3, RAC1…), Carles Puigdemont i Casamajó tomó la palabra. Se sabía que había recurrido a un abogado especialista en extradición y asilo político de etarras, por lo que parecía probable que cursara una petición en ese sentido. Probable y verosímil. "No, no voy a pedir asilo", declamó, lo que, en castellano recto vendría a ser "Lo he intentado, sí, pero me lo han desaconsejado porque me expongo a uno de esos ridículos de donde ya no regresa uno". De su verdadero propósito, no obstante, da fe la web que él mismo y su informático de cabecera (¿Tremosa, quizá?) acababan de publicar, y cuya dirección, http://president.exili.eu/, da poco margen a la interpretación. También su melancólico paseo por Gerona y el mensaje que dejó grabado en televisión (y que tal vez convendría escuchar al revés por si viniera encriptado un "Me piro a Bélgica" o, dado Puigdemont, el "Passi-ho bé i moltes gràcies" de La Trinca) prefiguraban, en cierto modo, la escapada. Una falacia retrospectiva, lo admito, pero no creo que esta tropa merezca un ápice de seriedad, por lo que clamar que, no contentos con trivializar sintagmas como pueblo oprimido o lengua perseguida, hagan lo propio con exiliado o expatriado, que tan reales fueron durante ese franquismo al que, ay, tanto gustan de jugar nuestros nacionales, se me antoja un ritual de ennoblecimiento para el que no han contraído mérito alguno.


Libertad Digital, 31 de octubre de 2017

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