miércoles, 28 de octubre de 2015

No te lo digo en plan mal

Albert Rivera suele decir que uno de los motivos por los que el nacionalismo es hegemónico en Cataluña (y, en cierto modo, en España) tiene que ver con el marco, esto es, con el hecho de que, desde la restauración democrática, siempre se haya jugado con su tablero, sus fichas y sus reglas. O, por utilizar una metáfora más precisa, al hecho de que la baraja siempre la pusiera el nacionalismo. Una baraja, claro está, marcada. Así, Rivera actuó desde primera hora como el jugador que, en cuanto toma asiento en la partida, pide cartas nuevas. Si el nacionalismo le recriminaba que hablara en castellano en el Parlament, Rivera respondía que, después de todo, no hacía sino hablar la lengua que más se habla en la calle, y puesto que el Parlamento representa al pueblo, qué mejor que representarlo también de ese modo; si el nacionalismo abogaba por el derecho a decidir, Rivera también lo hacía, pero reivindicándolo para los ciudadanos de toda España y no unicamente para los catalanes; y si el nacionalismo le afeaba que participara en tertulias españolas, Rivera replicaba que son las únicas tertulias a las que suelen invitarle. Así, a base de salirse del marco, él y su partido han ido construyendo una alternativa al nacionalismo en Cataluña y se disponen a gobenar España.

El pasado domingo, en Salvados, Rivera también se salió del marco. Tanto que llegó hasta Venezuela. Como ya deben de saber, cuando Pablo Iglesias le advirtió de que Alfonso Rojo, Esperanza Aguirre, Isabel San Sebastián y Arcadi Espada le perjudicaban, él replicó: "Y a ti Maduro". En su afán por apabullar al líder de Podemos, no reparó en que, con esa respuesta, estaba asumiendo que Rojo, Aguirre, San Sebastián y Espada son malas compañías. Obviamente, Rivera no cree que lo sean. Ahora bien, entre la verdad y el zasca, eligió el zasca; entre exhibir sus convicciones o exhibir sus reflejos, eligió exhibir sus reflejos, acaso persuadido de que la carrera por La Moncloa no admite sutilezas, subtextos ni prisioneros. Se trataba, en suma, de que Iglesias mordiera el polvo, y a fe que así fue. A mi modo de ver, no obstante, Rivera debería aprender a sacrificar el share en beneficio de los hechos; creo, además, que es precisamente ese rasgo lo que define la política, que no es, no puede ser, un mero pleito deportivo. Porque, a todo esto, el del bar del tío Cuco no fue el debate sensato, asertivo y ponderado que exige una democracia, sino un simulacro. Entre otras razones, porque los candidatos siempre fueron tres.


Libertad Digital, 21 de octubre de 2015

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