jueves, 17 de septiembre de 2015

El tour de la Poderosa


"La Poderosa Tours es, más que una agencia de viajes, un colectivo cuyo trabajo radica en que la exquisitez, la precisión y el lujo sean conceptos asequibles. Nuestros circuitos combinan el deleite de los variados paisajes de Cuba con el contacto íntimo de una parte de la historia de la Revolución, que generó una mística que aún perdura. Conforme a ese credo, haremos que su viaje sea una experiencia única, un recuerdo imborrable."

El párrafo anterior pasa por ser la publicidad de una agencia de viajes, pero en verdad es el enésimo coletazo de la leyenda del Che, y donde ‘enésimo’ bien podría mudar en ‘primero’. No en vano, Poderosa es como Ernesto Guevara y Alberto Granados apodaron la Norton 500 con que, en diciembre de 1951, partieron de Córdoba para explorar América del Sur, en un viaje de hechuras mitológicas que, en cierto modo, aún no ha tocado a su fin.

Cuando emprenden el trayecto, a Guevara, que cuenta 23 años, le faltan 3 asignaturas para acabar Medicina, y Granados, seis años mayor, es licenciado en Bioquímica. No parece que les mueva otro propósito que el de ver mundo. Un interrail a la sudamericana, si se quiere. Guevara todavía no es el apóstol del foquismo que sería años después, sino un pijo cordobés que gusta de jugar al rugby (deporte idiosincrásico de la alta sociedad) y que no pierde ocasión de quebrantar las normas por el placer fisiológico que, dado su temperamento, le procura la experiencia. La travesía por América, sin ir más lejos, supone un desafío a su padre, el rentista Ernesto Guevera Lynch, que no ve con buenos ojos que Ernestito se lance a la aventura sin haber concluido la carrera.  Las apetencias de Granados son algo más modestas que las de su amigo. “Mi idea”, le oiremos decir en Diarios de motocicleta, la road movie que recrea el periplo, “es cogerme muchachitas en todos los pueblos donde paremos”.

En los aledaños de una leyenda todo tiende a lo legendario. Granados jura que aplazaron la salida 24 horas, del día 28 al 29, para que los afanes de epopeya no quedaran en mera inocentada. En cualquier caso, había una razón más fundada para que la aventura se viera expuesta al contratiempo: el calamitoso estado en que se hallaba la Norton, que dejaba a su paso un reguero de aceite, estrépito y tornillería. La Poderosa acabaría expirando en el desierto de Atacama, mas no por causas naturales, como hacían presagiar sus quejidos, sino estampada contra una vaca, por lo que Guevara y Granados hubieron de proseguir el trayecto a pie, en tren, en autostop, en barco y aun en avión. Diarios de motocicleta, en efecto, es una sinécdoque.

En el libro que dio pie a la película, Notas de viaje, Guevara dejó escrito que ese “vagar sin rumbo” por la “Mayúscula América” le dotó de conciencia revolucionaria. “El personaje que escribió estas notas”, dice, “murió al pisar de nuevo tierra argentina. El que las ordena y pule, ‘yo’, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior”. Tan confusa reflexión da noticia de la metamorfosis que, por lo demás, disocia a cualquier viajero desde Marco Polo, y que consiste, grosso modo, en que el individuo que regresa nunca suele ser el mismo que el que se va. En este sentido, para Guevara fueron cruciales las estancias en la mina de Chuquicamata, la leprosería de San Pablo y el santuario inca de Machu Picchu.

En la explotación minera de Chuquicamata, en Chile, a la sazón propiedad de la compañía estadounidense Anaconda Copper, Guevara y Granados son testigos de las penosas condiciones de trabajo de la población local, de un inframundo tanto más indignante cuanto que son precisamente los indígenas quienes lo sufren. En la leprosería de San Pablo, donde permanecen 11 días trabajando codo con codo con las monjas que atienden a los enfermos, Guevara atisba un paralelismo entre la segregación de los pacientes, que malviven confinados en una ribera del Amazonas acotada al efecto, y la que, de alguna manera, aflige a los desposeídos de toda América Latina. La revelación definitiva respecto a la necesidad de desatar una revolución a escala continental llegará con la visita al Machu Picchu. Allí, frente al extraordinario complejo arquitectónico levantado por la civilización inca, Guevara concluye que si el Imperio Español logró conquistar a ese pueblo, no fue por su mayor grado de desarrollo, sino por estar más y mejor armados. Para que impere la justicia, se dice, será necesario tomar las armas y ejercer la violencia.

Los mimbres del pensamiento político de Ernesto Guevara dela Serna se resumen, así, en tres visiones elevadas a metáfora que no desmerecen ninguna de las anunciaciones marianas de la tradición católica.

Caracas fue la última estación del rito iniciático de Guevara y Granados. El primero prosiguió hacia el norte, en una suertede errar con brújula que le llevaría, en primer lugar, a la Guatemala de Jaboco Arbenz, y luego a México. Como es fama, allí trabó amistad con Fidel Castro y ambos se embarcaron junto con otros 80 expedicionarios en el yate Granma, que fondeó en las costas orientales de Cuba el 2 de diciembre de 1956, en lo que devino el pistoletazo de salida de la Revolución castrista.

(Granados, por su parte, se instaló en Venezuela, donde se casó con Delia, el amor de su vida, y en 1961 fijó su residencia en La Habana, adonde había viajado invitado por Guevara. Sus cenizas yacen esparcidas en Córdoba, Caracas y La Habana.)


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