viernes, 20 de diciembre de 2013

El comando Bocaccio contra Carrero Blanco



La democracia española nació al periodismo de investigación con Golpe mortal, el concienzudo y emocionante relato del atentado de ETA contra Carrero que escribieron, en 1983, Ismael Fuente, Javier García y Joaquín Prieto, a la sazón redactores de El País. Cuarenta años después (hoy, 20 de diciembre de 2013, se cumplen exactamente cuatro decenios del magnicidio), el avispero en que se convirtió España en las postrimerías del franquismo sigue vívidamente atrapado en sus más de 350 páginas. No es preciso decir que en el periodo en que transcurrió la investigación no había teléfonos móviles ni correos electrónicos, por lo que para recabar información, Fuente, García y Prieto no sólo hubieron de leer un sinfín de mamotretos, sino también entrevistarse con una orla de políticos para quienes El País era, como poco, una afrenta. Y en ocasiones, para regresar de vacío, o acaso con un chisme que no había de conducir a ninguna parte.

Uno de esos hilos, no obstante, mereció el indulto por parte de los autores. Se trata del capítulo 6, titulado 'La película del venezolano'.

A mediados de 1971, esto es, dos años antes de que ETA asesinara a Carrero, la policía detuvo a un grupo de quince delincuentes que planeaba secuestrar al almirante. Lo singular de aquellas gentes, que no tenían más vínculos que los puramente amistosos, era que no respondían al perfil de terrorista del Goierri bregado en algún que otro tiroteo ni abrazaban una ideología cortada a cuchillo. Lo que no fue óbice, obviamente, para que la policía los considerara radicales. Eso sí, su compromiso era de otra índole. Concretamente, y tal como apuntan Fuente, García y Prieto, eran "radicales del estilo gauche divine".


Un grupúsculo desorganizado

El grupo no tenía nombre ni siglas al uso y adolecía de una cierta desorganización, por más que al frente del mismo hubiera algo parecido a un líder, al que los autores bautizan en el libro con el nombre supuesto de Ángel. El otro puntal era un guerrillero venezolano que se había instalado en Madrid como estudiante tras haber huido de su país. En aquel entonces, en Venezuela operaba el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo guerrillero que vivió sus 15 minutos de gloria con el secuestro de Alfredo Di Stefano. Luego de ser descabezado por las fuerzas gubernamentales, algunos de sus miembros huyeron al extranjero. Ése parecía ser el caso de nuestro venezolano, un mestizo de unos treinta años que pasó a desempeñar la función de "responsable militar" del grupo.

La primera tentativa de secuestro del comando gauche divine tuvo como objetivo al embajador de Estados Unidos, Robert Hill. Tras unos días vigilando la embajada, se convencieron de que el lugar era inexpugnable e idearon un plan alternativo, consistente en invitar al embajador a una capea que había de celebrarse en la finca de unos amigos en Toledo, y allí, "entre el alancear de las vaquillas, llevar a cabo el secuestro", según ilustran los autores con indisimulada retranca. Dado que carecían de recursos para ejecutar el plan, acudieron al militante del PCE (m-l) Manuel Blanco Chivite, pero éste desconfió del venezolano desde el primer minuto;  tanto es así que, tras un par de encuentros, redactó un informe para el partido en que dictaminó que se hallaban ante un intento de infiltración dela policía.


Cacería en África

Hastiado de la inacción, Ángel, que trabajaba como periodista en un medio de comunicación del Movimiento, emprendió un viaje a África para rodar documentales con un amigo catalán, un cineasta de cierto predicamento entre la intelectualidad progresista de la época, y que en el libro aparece con el nombre supuesto de Jaime. En la denominada Escuela de Barcelona también había un Jaime, Jaime Camino, pero el único director de aquella camada de malditos del que se conoce su pasión por África es Jacinto Esteva.

Genio inconstante, Esteva murió en 1985, arrasado por el alcohol y la melancolía, pero antes de que su propio, intransferible infierno cotidiano, acabara por engullirle, dejó dos valiosos cortometrajes  y una película, Lejos de los árboles, que, vista hoy, resulta un vibrante y luminoso alegato contra el cruzcampismo.

Pero estábamos en África, continente al que Esteva viajó una y otra vez para filmar retales de un sueño inabarcable; ora una cacería, ora un atardecer. Según se cuenta en el impresionante documental sobre su figura que realizara Joaquim Jordà, El encargo del cazador, Esteva mató alrededor de un centenar de elefantes. Lo hizo con arreglo a la ley del cazador: orgullosamente.

Es probable, sólo probable, que Esteva fuera el cineasta al que el guerrillero venezolano encargó rodar la capea del embajador, o acaso simular que rodaba la capea del embajador. En cuanto al personaje que ejercía de líder del grupo, el tal Ángel, di por suspendida la búsqueda de su verdadera identidad tras tres intentos infructuosos. Hasta que hace unos días di con un artículo deEsteve Riambau y Casimiro Torreiro sobre el cine africano de Jacinto Esteva donde dichos autores relatan que, a finales de 1970

“un pequeño equipo formado por Jacinto Esteva, Romy y Manel Esteban [viajó a Monzambique] y rodó unas ocho horas de película. La excusa esgrimida públicamente era la de inmortalizar el safari del señor Esteva, pero cuando la policía portuguesa sorprendió a Manel Esteban dirigiendo su objetivo hacia instituciones militares, éste se vio obligado a mostrar su carnet profesional de asalariado de Televisión Española e invocar el nombre de Franco para evitar sospechas sobre sus verdaderas intenciones.”

La expedición a Mozambique, en efecto, albergaba un propósito político: documentar “los signos del imperialismo portugués” y aventar la actividad guerrillera del Frente de Liberación de Mozambique.


La barra de Bocaccio

Rewind: “Hastiado de la inacción, Ángel, que trabajaba como periodista en un medio de comunicación del Movimiento, emprendió un viaje a África para rodar documentales con un amigo catalán, un cineasta de cierto predicamento entre la intelectualidad progresista de la época”.

No cabe descartar la hipótesis, en fin, de que ese grupúsculo fuera, en estado embrionario, el mismo que un año más tarde trató de secuestrar a Carrero. El plan consistía en sacarlo del templo al que acudía a rezar cada mañana, “introducirlo en un coche y trasladarlo a la costa levantina por la carretera de Valencia, muy utilizada por camiones de todo tipo. En Gandía estaría preparado un yate en el que se iba a organizar una fiesta que, asimismo, sería filmada [otra falsa capea] como escena de una película inexistente. El yate partiría después hacia Argelia”.

Fue, insisto, dos años antes de que ETA hiciera volar el Dodge Dart negro en que viajaba Carrero a su paso por la calle Claudio Coello.

Hay algo, no obstante, a lo que llevo dándole vueltas desde hace ya un tiempo, y que no sé exactamente dónde esconder para amortiguar su zumbido. Me refiero a la posibilidad de que esa tentativa, tan inequívocamente glamourosa como lo fueron sus artífices, se tramara en la barra de Bocaccio. Lo que obligaría, indefectiblemente, a mellar la leyenda de modernidad del gran garito barcelonés, y, con precisión de cirujano, incrustar el día en que no fue más que una herriko y a punto estuvo de convertirse en zulo.



ZoomNews,  20 de diciembre de 2013

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