jueves, 19 de septiembre de 2013

Olímpicamente

Los Juegos Olímpicos de 1992 se celebraron en Barcelona contra el parecer de unos cuantos barceloneses que, desde mediados de los ochenta, llamaron a sabotear la candidatura. Se trataba, insisto, de una parte modestísima, casi ínfima, de la ciudadanía, en la que destacaban dos partidos de la extrema izquierda (el Movimiento Comunista de Cataluña -MCC- y la Liga Comunista Revolucionaria -LCR-) y dos partidos declaradamente independentistas (el Partido Socialista de Liberación Nacional -PSAN- y el Movimiento de Defensa de la Tierra -MDT-). Hubo, no obstante, una forma más taimada de boicot, cual es la que orquestó, a través del frente de juventudes de Convergencia, Jordi Pujol, molesto por el embate universalista del movimiento olímpico y por la circunstancia, en absoluto desdeñable, de que el alcalde que habría de gobernar los Juegos no fuera otro que Pasqual Maragall, su archienemigo, y a menudo en un sentido obscenamente literal. Así y todo, ni las escaramuzas tardocomunistas ni las maquinaciones de Pujol evitaron el apoyo unánime de la población a Barcelona 92.

No parece que Madrid 20 esté corriendo la misma suerte. A la oposición de la izquierda extraparlamenaria y demás apóstoles del no se suma esta vez la de sindicatos como CGT y UGT, que claman contra el despilfarro de recursos públicos, un capítulo que, por decirlo con suavidad, no figura precisamente en su repertorio. También los independentistas catalanes andan soliviantados con la posibilidad de que Madrid organice unos Juegos. "Si no hay Cataluña 2014, no puede haber Madrid 2020", proclama Santiago Espot, en un órdago que resume a la clara el sentido de Estado del nacionalismo catalán. Asimismo, y reeditando el boicot de los cachorros de CDC a Barcelona’92, el convergente Èric Bertran, de profesión sus boicots, ha manifestado su deseo de que el próximo día 7 Tokio se imponga a Madrid.

Aunque por otras razones, los liberales españoles se han añadido al coro ibérico contra la candidatura madrileña, que, al decir de Manuel Llamas, es, "simple y llanamente, un despropósito, una desvergüenza y una absoluta inmoralidad". Llamas arguye que los juegos suelen ser un negocio ruinoso al servicio de la clase política, pero pasa por alto el efecto multiplicador de esta clase de acontecimientos, cuyo estatus simbólico rebasa los márgenes de los libros de contabilidad. Por su parte, la más insigne liberal, Esperanza Aguirre, no ha dedicado un solo post de su blog a Madrid 2020, por lo que no me extrañaría que ni siquiera ella viera con buenos ojos la candidatura. Máxime si, como afirma Llamas, tan sólo beneficia a los políticos, club al que Aguirre ya no pertenece.

Así las cosas, y dada la frialdad ambiental, cabría preguntarse si hay alguien más aparte de Messi a favor de Madrid. Alguien, entiéndase, al que no tengamos que obligar a besar el escudo.


Libertad Digital, 4 de septiembre de 2013

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