domingo, 19 de enero de 2025

Lynch en el Casablanca

«Recomendamos puntualidad para no perderse el corto Coffee and Cigarrettes». Tal era la leyenda, a mitad de camino entre la cordial ordenanza y la instructiva monserga, que acompañaba en enero de 1988, en la cartelera de La Vanguardia, la programación del Casablanca. Los fajines no eran privativos de las salas de versión original; el denuedo prescriptor, vagamente editorializante, que impregnaba las secciones de cultura de los periódicos, lo mismo ceñía espesuras del tipo Dublineses, en el Capsa («Por respeto a esta obra maestra, no se permitirá la entrada en la sala una vez iniciada la proyección»), que fritangazos a lo Perseguido, en el Pelayo («Nadie lo ha conseguido, pero Schwarzenegger tenía que intentarlo»). 

Aquel invierno, frente a los Jardinets, la melancolía tragicómica de Down by Law y Coffee…, de Jim Jarmusch, compartía cartel con la ópera prima de Spike Lee, Nola Darling, en la que ya palpitaba la insolencia reivindicativa de Haz lo que debas. Un año antes, esa doble madriguera de taquilleros malcarados, cinéfilos de Dirigido Por, adolescentes de tabardo y cisne-cuello-negro; aquellos dos agujeros, en fin, sala 1 y sala 2, donde la incomodidad era una suerte de gloriosa penitencia, donde en una sala se oían con embarazosa claridad los diálogos de la otra y viceversa, y el camión de la basura de Riera Sant Miquel suspendía la credulidad en ambas, habían extendido a la madrugada el horario de los fines de semana.

Blue Velvet, que se había estrenado en el Tívoli a finales del 86 sin apenas sobresaltos, copó la sesión golfa del Casa durante meses, y dos adolescentes de 14 y 17, hermanos, se decidieron, más desafiantes que expectantes, a devorar la experiencia de infringir el sueño en un lugar desacostumbrado. Fue el único lance que, en los veinte años siguientes, propició que 14 y 17 abrocharan la vuelta a casa con una conversación nerviosa y saludable.A 14 y 17 les puso cachondísimos Dorothy Vallens. A 14, hum, le descolocaron la oreja y el aspersor («Esto qué coño es»), y a 17 le fascinó que la vida pudiera detenerse para que un clown cantara In Dreams. Al poco, 17 compró la BSO, más para lucirla con sus invitados que por verdadero interés, y no tardó mucho en hacerse con los vinilos esenciales de Roy Orbison, en un diagrama en árbol, puramente bacteriológico, que ya no se detuvo.

Del Hombre Amarillo, 14 y 17 prefirieron no hablar, probablemente por vergüenza ajena, mas ni siquiera esa y otras ridiculeces fueron óbice para que 14 fardara de nuit y 17 empezara a recomendar Blue Velvet con esa vehemencia «típicamente borracha» de la que hablaba Paco Rabal en Átame. No lo hacía solo con el propósito de que su círculo hiciera acopio de buen gusto; le envanecía escucharse decir «extrañeza», «hipnótico», «patetismo», «submundo». Algo ligó. 

Hoy, en la Biblioteca Eugenio Trías, 55 se ha afanado en buscar las críticas de entonces a Blue Velvet. Y ha dado con la que escribió José Luis Guarner, en noviembre de 1986, y que le ha llevado a sonreírse de la impugnación, con efectos retroactivos, de las convicciones que forjaron el aprendizaje de 17, tan erradas. Y se ha admirado de la inspiradísima intuición de 14.

La acción transcurre en Lumberton, un lugar cualquiera del corazoncito de América, plácido, convencional, tan naif como una de las pinturas de Norman Rockwell. Pero en el cine de Lynch el mal acecha, y el insípido héroe, un jovencito que atiende por el nombre de Jeffrey, se encuentra un día con una oreja humana, que las hormigas roen con aplicación. «¿De quién será ese cartílago?», se pregunta el bueno de Jeff, que tiene una novia tan sosa como él, Sandy -interpretada por Laura Dern, que forma la pareja de actores más calamitosos reunidos en una misma película que recuerda el cronista en mucho tiempo.

En su búsqueda, quién sabe si iniciática, Jeff da con una mujer joven y misteriosa, prostituta de día y cantante de noche -Isabella Rosellini lucha, voluntariosa, con ese personaje que no le va- con aparentemente «Terciopelo azul» como única pieza de su repertorio.Y una vida desconocida de bajeza y corrupción se abre ante sus ojos, al descubrir cómo la atormenta uno de sus clientes habituales, un drogadicto feroz, sádico y maníaco -una ocasión de oro para sobreactuar que Dennis Hopper no desaprovecha.

En suma, estamos ante un cuento de hadas moderno a lo Gutiérrez Aragón -quien hubiese titulado esta película «Orejas en el jardín»- donde un príncipe ingenuo trata de rescatar a la princesa de las garras del malvado ogro. Solo que príncipe y princesa se revelan bastante viciosillos y aviesos toques de tortura, sexo y muerte adornan el cuento, en un mundo siniestro que existe, irónicamente, en la América provinciana y más feliz.

Hay muchos toques de humor negro, sin duda, que son agradecidos, pero no impiden que la película sea en exceso larga, pretenciosa y tan rellana de símbolos baratos como un pavo de trufas por Navidad. Pero Lynch la ha armado de forma bastante ladina para que pueda convertirse en otra pieza de culto. Habrá que esperar su nueva realización, Ronnie Rocket […], para disipar la duda de si el autor es el poeta surreal y mórbido que pretende ser, o un Buñuel de supermercado, un mero gestor de monstruitos de barraca de feria.

The Objective, 19 de enero de 2025