Cuando ya parecía que la vieja Convergència iba camino del desván de la historia, el candidato Miquel Iceta pretende hacerla revivir en la piel del PSC. Al menos, en su versión menos maligna, la del partido patchwork
sin apenas estridencias ni aristas ideológicas, pretendidamente
vertebrador de la política catalana y que se muestra tan remiso al
incendio como presto a su conato. En suma, lo que Jordi Pujol llamó, en
una de sus metáforas más invocadas, el "pal de paller de Catalunya",
esto es, el aglutinante hegemónico que condicionó la praxis del resto
de los partidos, perpetuando un simulacro de unanimidad que facilitó, y
aun favoreció, el señalamiento del discrepante.
En su asalto al poder, Pasqual Maragall no fue del
todo ajeno a esa formulación. A su vuelta de Roma, e imbuido de la
corriente teórica que propugnaba la sustitución de los partidos clásicos
por plataformas electorales de corte estadounidense, promovió Ciutadans pel Canvi,
una asociación llamada a ser el embrión de la vasta red de
complicidades que había de barrer al pujolismo. En cualquier caso, la
convicción de Maragall de que la política debía ser un ejercicio que
involucrara al común de los ciudadanos fue inseparable de su certeza de
que el PSC, sólo el PSC, jamás sería suficiente para derrotar a los
herederos del clan Pujol. Para ello hacía falta, además, una trama de
intereses que fuera más allá de las cuitas y miserias del aparato.
Irónicamente, acabó siendo el aparato el que redimió a Maragall de su
incapacidad para articular ese gran movimiento opositor. Y entre los
redentores destacó Miquel Iceta, artífice del primer Tripartito. Poco
después de que diera comienzo el segundo, Artur Mas formalizó la llamada Casa Gran del Catalanisme, en lo que suponía la ampliación del campo de batalla por parte de CDC.
Con el nacionalismo fetén en desbandada, la Convergència de Iceta ha absorbido a Unió y ha reverdecido la retórica de la Convergència nuclear, empezando, por cierto, por el rechazo del independentismo,
que fue señero en tiempos de Pujol y el primer Mas, y siguiendo por el
desprecio a Ciudadanos y el ninguneo al PP, rasgo inequívoco de todo
catalanista que se precie. Iceta, eso sí, no es un sectario sobrevenido:
le avala su intervención en el Comité Federal del PSOE de marzo de
2016, aquella en la que dijo que "Ciudadanos, en Cataluña, se entiende
como un partido antinacionalista y anticatalanista". Una apreciación que
conviene seguir recordando, máxime por su carácter fundacional. Fue la
primera vez en que Cataluña se expresó a través de Iceta.
Libertad Digital, 28 de noviembre de 2017 - Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com/opinion/jose-maria-albert-de-paco/convergencia-rediviva-83800/
Hace años, la plaza de San Jaime, en Barcelona, solía ser un espacio
presidido por la sobriedad. Quitando los días en que el Barça lograba un
título (ah, aquellas ínfimas recopas) o una manifestación desembocaba
en ella, se trataba de un rectángulo por donde circulaba el aire y,
sobre todo, los viandantes, que aún hoy se apresuran al cruzarla, como
escapando de la tensión arquitectónica, cuasi gravitatoria, entre el
Ayuntamiento y la Generalitat, cuyo encaramiento es el único suceso del
lugar. O era. En los últimos tiempos, los gobiernos nacionalista y
populista tienden a proyectar su ideología más allá de los muros de
palacio, al punto de convertir San Jaime en una suerte de “mercat viu”
de la reivindicación. El título de pionero en semejante afrenta
corresponde a Xavier Trias, mas no por adición sino por sustracción: en
2013 ordenó retirar de la fachada del Ayuntamiento la placa en
bajorrelieve que rezaba ‘Plaza de la Constitución’, colocada en 1840 en
alusión a la Constitución de 1837, piedra angular del régimen
constitucional español. No obstante, quien de veras asentó esta práctica
hasta hacer de ella una obra de gobierno fue Ada Colau, cuya
pancartería balconera no es menos adoctrinadora que TV3.
Como
quiera que, con el encarcelamiento de los Jordis y los consejeros, el
fenómeno se ha agudizado, esta tarde me llegado a San Jaime para hacer
un recuento (provisional) de daños. Desde lo alto del edificio de
Fernando/San Miguel cuelga un gran ¿tifo? azul con la cara de los Jordis
y el lema ‘Help Europe Save Catalonia’. En el balcón contiguo hay una
pancarta grana que reza ‘Donec Perficiam’ (‘hasta conseguirlo’), el lema
de la guardia de corps de Carlos de Austria durante la guerra de
Sucesión. Un balcón más allá, dos trapillos, uno azul y otro naranja,
reclaman ‘Democràcia!’. Al otro lado de la esquina de Fernando, de los
balcones de los pisos último y penúltimo, penden dos estrelladas. En el
balcón central del Ayuntamiento, una sábana de 3:4 con un lazo amarillo
en la parte izquierda exige la libertad de los ‘presos polítics’.
Enfrente, en el edificio anexo a la Generalitat, el de la calle del
Bisbe, hay una pancarta azul de unos 5 metros de ‘Help Europe Save
Catalonia’ y otra algo más pequeña, de color naranja, con los Jordis
(que se dan la espalda graciosamente, como si fueran un dúo doo wop). El
hecho de que se trate de pancartas profesionales (salidas,
probablemente, de la empresa Marc Martí, gran proveedor de la verbena
procesista) me trae a la memoria las pancartas que Núñez distribuía
estratégicamente por la primera gradería del Camp Nou para clamar contra
los árbitros, y que pretendía hacer pasar por protestas espontáneas.
Que todas fueran idénticas y de notable factura no ayudaba demasiado a
tomarle en serio. En este sentido, el nacionalismo es más honesto: ni
siquiera disimula.
En la plaza propiamente dicha, los operarios
han empezado a instalar un pesebre que por su aspecto debe de ser, como
poco, sostenible, inclusivo y antipatriarcal. San Jaime fue la única
plaza dura de Barcelona con el carácter acorde. Hoy es el marco más
idóneo para un chiquipark.
No hay imágenes que acrediten si la cuadrilla cometió un delito grave
o, por el contrario, estamos ante la culminación (todo lo descomedida
que se quiera) de una noche de juerga a la que se habrían entregado
todas las partes. Las familias de los encausados denuncian "impotencia" e
"indefensión" en un caso que, al decir de algunos de ellos, demuestra
la "arbitrariedad de la Justicia". Los letrados que les asisten, por su
parte, consideran que los hechos no se corresponden en modo alguno con
el delito que se imputa a sus defendidos, chavales de 19 a 24 años para
los que el fiscal solicita, en total, más de 300 años de prisión.
En las calles del pueblo que les vio nacer, desproporción es
la palabra que está en boca de la mayoría de los lugareños, que alegan,
unánimemente, que situaciones similares se han saldado con meras multas
e indemnizaciones. "Estos chavales", sostiene un familiar, "están
siendo castigados sin medida por pertenecer a una cierta realidad
social". Por de pronto, 83 alcaldes de la región han suscrito un
manifiesto en el que reclaman "proporcionalidad". Al
principal protagonista de la agresión podrían caerle 62 años de cárcel, y
al resto de los encausados, más de 50. A este respecto, una de las
abogadas considera una anomalía que se decretara prisión provisional
para sus defendidos "sin que hubiera ningún riesgo de fuga, como
demuestra que se hubieran puesto a disposición del juzgado para prestar
declaración".
Desde que en julio se conocieron las penas a las que se enfrentan los acusados, las movilizaciones populares a su favor
no han cesado. De hecho, al poco de que se produjeran las detenciones,
se constituyeron varias plataformas ciudadanas en defensa de la
cuadrilla. Ante las multas de que han sido objeto dichas asociaciones,
la presidenta de la comunidad ha recordado que "no piden impunidad, sino
proporcionalidad", y que ella, en cualquier caso, también asume la
petición.
Este domingo, a partir de las 13 horas, familiares, amigos y vecinos
de los encarcelados se manifestarán nuevamente por las calles de Alsasua
para exigir su libertad.
1. Se lo oí por primera vez aplicado a
Mario Vargas Llosa en un acto de Libres e Iguales. "Nuestro Mario Vargas
Llosa", dijo, y así que el posesivo dejó de serlo por entero, evocando,
antes que propiedad o adulación, un afable parentesco moral. Andando el
tiempo, no hubo un periódico que se resistiera a encabezar el tuit de
cualquier noticia que firmaran sus redactores con ese mismo nuestro,
confiriendo así a la firma una familiaridad (y una garantía de calidad)
de la que de otro modo habría carecido. Hablamos de un hombre, en fin,
que no hace un mes dijo "No, lo que ha ocurrido en Cataluña no ha sido un golpe, sino una revolución",
y puso en fila india a todo el periodismo, que seguía creyendo que los
golpes son malos y las revoluciones buenas. Como de costumbre, más de un
columnista incrustó en su folio esa reflexión, y por seguir honrando a
aquélla, sin atribuirle el copyright. El reconocimiento de la autoría
ajena es la única marca estilística que nunca le han copiado.
2. En 1997, Arcadi Espada publicó su más celebrada blasfemia contra la ufanía imperante en Cataluña. En un redoble de causticidad la llamó Contra Catalunya, la
execración con que el nacionalismo solía desacreditar al discrepante, y
cuyas siglas coincidían con las de Crist i Catalunya, semillero del
pujolismo. La consigna, voceada por Jordi Pujol desde el balcón del
Palau de la Generalitat a propósito del caso Banca Catalana, había
sumido a la política y el periodismo locales en una suerte de atonía por
la que las críticas devinieron en objeciones, las objeciones en
sugerencias y las sugerencias en ruegos y preguntas. La intimidación surtió tal efecto que aquella trama de genuflexiones y sobrentendidos, de murmuraciones y rialletes, terminó por llamarse Oasis. En esa charca impactó Contra Catalunya, un
informe levantisco que, además de sancionar el fracaso del pujolismo en
todos los órdenes imaginables (de la arquitectura a la museística, del
paisaje a la cocina, de la ética a las artes), denunciaba la necesaria
cooperación en el estropicio de al menos dos generaciones de
intelectuales que, macerados en el suc (el jugo, vocablo con el
que Espada designa el líquido amniótico de la corrección política
catalana, y cuya sustancia principal fue la supuración residual del
PSUC), habían convenido con Pujol en que Cataluña era poco menos que un
reducto plusvalítico. Algo más. El catalán era algo más que una lengua;
el Barça, más que un club, y Marta Ferrusola (hasta ese moño llegó la
riada), más que una mujer. Análogamente, y en una sobreactuación, los
museos no podían ser sino museos nacionales, y de los organismos públicos debía pender un pleonásmico Catalán.
Espada desveló el trampantojo y cartografió una Cataluña inédita, cuyos
rasgos principales eran el clientelismo, la fealdad y la incuria; un
páramo, en suma, donde el único suceso relevante era el fragor
urbanístico de la Gran Barcelona. El resto, monte y culebras. O, como él
mismo dejó escrito en un reportaje del Brusi, "sol i mosques".
3.
Conforme a lo que luego llamó making-of, Espada hablaba sin ambages del
proceso mismo de escritura (tantas veces supeditado al calor o al
apetito), se refería al imperativo periodístico de ir cosiendo los
lugares a las personas; o, en un alarde de narrativa cuántica,
sobrevolaba Europa para ir de Montjuic a la barra de un bar de Bruselas,
donde un tal Barral, director del MNAC, recogía tickets de entre el
serrín para pasarlos como gastos. Y sí, además acuñaba conceptos con una
naturalidad asombrosa: achique, Nosaltres SA, suc… útiles semánticos con que descifrar la realidad,
tantas veces esquiva a la Academia. Y todo ello sin falsillas ni
andamios, como si el texto fuera un fluido eléctrico, una inteligencia a
cielo abierto.
4. Decenas de nacionalistas han leído el libro y lo tienen en alta estima.
No sólo porque se rindan a la inobjetable brillantez de sus
planteamientos; me da que, además, lo consideran un libro patriótico,
algo así como un brillante diagnóstico sobre el que erigir la nación del
futuro. Debo desengañarles. El regeneracionismo que, bien es verdad,
rezuma el comienzo de la obra se diluye a medida que en el viajero va
prendiendo la sospecha de que tal vez Catalunya tenga arreglo: es él
quien no lo tiene.
5. El libro concitó el desprecio general de sus colegas, pues también ellos (o sobre todo ellos) encarnaban esa fatua Catalunya que decía "quelcom" por no decir "algu". ¡Valiente!, le dijeron los menos. Fue la más sutil de las descortesías. La valentía, después de todo, es una mercancía a l'engròs. Para cuadrar este párrafo, en cambio, hacen falta otra clase de alianzas.
Perdieron. Aquella noche perdieron. Yo pude irme a casa de madrugada
sabiendo que el aterrorizado Pernau descansaba en la paz de la victoria.
Pude dar un rodeo de madrugada, como me gustaba darlo en mi precaria
moto de entonces, un rodeo por la ciudad siguiendo la sentencia de
aquellas noches en que estaba uno muy cansado y muy contento y la moto
en marcha y el viento me decían al oído, no temas, eres inmortal.
6. En estos años, Espada le ha sacado lustre al estigma con cada uno de sus trabajos. Catalunya, por su parte, sigue hueca, sin más conversación que su pleito crepuscular con España.
Colau rectifica y ordena reforzar la Urbana contra el top manta.
Colau rectifica y no retirará la escultura regalada por Samaranch
(Pisarello se reúne con el autor y anuncia que solo se borrará la
mención al expresidente del COI).
Ada Colau se desdice y permitirá el hotel de lujo de la torre Agbar.
Colau rectifica y descarta comprar el banco okupado por su precio: 500.000 euros.
Colau da marcha atrás y no suprimirá la banda de música de la Guardia Urbana.
Colau rectifica y retoma el debate sobre el estado de la ciudad en el pleno municipal.
Colau rectifica y dará licencias a hoteles por temor a indemnizaciones millonarias.
Colau recula y no fichará a un imputado para gestionar el agua de Barcelona.
Colau da marcha atrás en la intervención arquitectónica de la Sagrada Familia.
Colau frena la entrada en vigor del archivo con datos personales de la Urbana.
El Ayuntamiento de Barcelona retira el envío de libros a Trump de la campaña encargada a Risto Mejide.
Colau rectifica y endurece su política contra los manteros.
Los obstáculos puestos por Colau acaban con el hotel de la Torre Agbar.
Colau rectifica y llama "compañero valiente" a Pablo Iglesias tras criticarle en un libro.
BComú se arrepiente del salario ético que se impuso y tanto la
alcaldesa como los diez concejales y las bases de piden modificarlo.
("Las limitaciones salariales tienen sentido si se está en la oposición,
donde el nivel de trabajo, responsabilidad, estrés y exposición pública
es muy diferente", señalan fuentes de la formación).
El Ayuntamiento de Barcelona retira una instalación artística del
ICUB en el Fossar de les Moreres tras cinco horas de acoso en Twitter
por parte del independentismo.
Colau rectifica y ya piensa en prestar atención domiciliaria sin prescindir de la empresa privada.
Colau corrige el nombramiento de altos cargos afines a BComú.
El Ayuntamiento de Barcelona rectifica tras invitar a músicos a tocar en hoteles a cambio de una cena.
Colau da marcha atrás y el bus cruzará la supermanzana del Poblenou.
Colau rectifica y deniega el espacio para el acto pro Stalin.
Colau paraliza la cesión de locales del Ayuntamiento para el referéndum a la espera de garantías.
Colau rectifica y se abre a reforzar la seguridad con bolardos.
Colau rectifica y adelanta las luces de Navidad al 27 de noviembre "atendiendo a las demandas de los comerciantes".
Si el nacionalismo sigue adelante con su idea de suspender o
boicotear el alumbrado navideño, la efeméride se verá inexorablemente
contaminada por la retahíla de mentiras sobre la que se ha levantado el
procés, al modo en que un vertido tóxico contamina el agua de toda una
comarca o un gramo de ficción arruina un alijo de verdad. La Navidad es
una celebración eminentemente infantil, que infunde, con arreglo a una
liturgia narrativa, un soplo de fantasía en los niños en la misma medida
en que inocula la nostalgia en los adultos. En ese fascinante relato
que, año tras año, alfombra la vida, la sedición planea incrustar su
agravio, convirtiendo la estrella de Oriente en estelada o acaso
caracterizando a España como Estado Grinch: ens roben, també, el Nadal. Al
cabo, si el 26 de agosto pisotearon la memoria de las víctimas del
terrorismo, por qué iban a tener reparos en reventar la Navidad. Yo
tampoco los tendría si viviera en un país donde hubiera presos de
conciencia, el fascismo campara por las calles apaleando ancianas y la
policía violara los derechos humanos de forma sistemática. A estas
alturas, TV3 debe de estar ideando un programa para la ocasión, acaso
titulado ‘Un Nadal diferent’, en que un albà o una moliner o un mainat
desfiguren el mito siguiendo un tutorial de, pongamos, la ANC.
Sabed,
criaturas, que unos señores de Madrid han encarcelado a nuestros
gobernantes por haber animado al pueblo a votar. ¡Nada menos que a
votar, a manifestar una opinión introduciendo una papeleta en una urna!
Jordi, Oriol, Josep, Carles… tendrán que pasar la Navidad lejos de
Cataluña y su familia, en cárceles donde el resto de los presos y los
guardias se ríen de ellos y les insultan cuando hablan catalán. Así que
se nos ha ocurrido que, puesto que ellos no disfrutarán de las fiestas,
nosotros, los catalanes que sí podemos celebrarlas, las celebremos de un
modo distinto, y así hacerles saber que por muy lejos que estén, por
muy tristes que se sientan, nosotros estamos a su lado. Por ello, este
año no habrá alumbrado navideño. Os preguntaréis: ¿Y si, al estar a
oscuras, Papa Noel y los Reyes Magos pasan de largo? No os preocupéis.
Hemos hablado con ellos y han comprendido que nuestra Navidad sea
diferente. Es más: nos han prometido (¡esto es un secreto, eh!) que
también les dejarán regalos a Jordi, Oriol, Josep, Carles…
Aunque no me tengo por independentista, y
así lo he hecho constar en varios foros y no pocas tribunas de prensa,
estoy en profundo desacuerdo con el encarcelamiento de los consejeros
catalanes". Tal formulismo es el último trino en equidistancia, geometrismo moral donde el centro es en verdad un tabulador que sólo opera respecto a España y su campo semántico (Estado, Gobierno, Constitución, PP, Ciudadanos, PSOE, SCC…), de modo que por flagrante que sea la deriva de los sediciosos, entre éstos y el statu quo siempre cabe una enésima cuña adversativa.
El Govern de Puigdemont, con la inestimable ayuda de la Mesa del Parlamento, de la llamada "sociedad civil" (los Jordis y su trama de subvenciones)
y, cómo no, de una turba irredenta que confundió la realidad con un
auca, trazó un plan para asaltar la Democracia y lo fue ejecutando en
cómodos plazos, haciendo caso omiso de los requerimientos y advertencias
que la burocracia estatal iba segregando con abulia larriana. A
semejanza de esas novelas infantiles en que al lector se le ofrecen dos
itinerarios al término de cada capítulo, a Puigdemont, tras cada una de
sus acometidas en pos de la desconexión, se le presentaban dos opciones:
recular o seguir ciego su camino, restaurar la legalidad o
arriesgarse a topar con el Estado. Puigdemont, no obstante, no leía
"topar" ni "Estado" ni siquiera "riesgo"; era ya un remedo indocto del
Qujote y ahí donde regía la advertencia él sólo vislumbraba Ítaca. A
ello contribuyó, obviamente, la certidumbre (no estrictamente
supersticiosa) de que Rajoy se arredraría. No cabía descartarlo, en
efecto, pero la apuesta se fundaba esta vez sobre un gran malentendido:
desde el discurso del Rey y las grandes movilizaciones a favor de la
Constitución, la cuestión catalana no estaba enteramente en manos de
Rajoy.
Y frente a tal escalada de tropelías, insisto, nuestros terceristas
siguen aferrándose al advenimiento de un sincretismo que huya de los
extremos, situando en plano de igualdad la ley y el crimen, la política y
el mito, la verdad y la mentira. Con todo, la inmoralidad que de veras
los retrata guarda relación, paradójicamente, con la injusticia
distributiva. Mientras que vuelcan sobre España el más agónico de los desprecios
(autoritaria, franquista, casposa), juzgan la Antiespaña con una
prudencia exquisita. Y eso en el mejor de los casos. Évole, epítome, una
vez más, de semejante extravío, decía esta semana: "¿Quién es más
antisistema: el PP o la CUP, que no se ha llevado un céntimo de ningún
Ayuntamiento?". Prefigurando así la cuarta y definitiva vía: aquella, en
fin, en que acabemos conceptuando a ETA por su probadísima eficacia
para cuadrar los balances.
Libertad Digital, 7 de noviembre de 2017 - Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com/opinion/jose-maria-albert-de-paco/vistalegre-3-82465/