lunes, 22 de enero de 2024

Hombría sin brújula

¿Es usted hombre? Sepa que tiene más números que una mujer de abandonar los estudios, convertirse en adicto, ingresar en prisión, morir prematuramente… Incluso de que su vida se resuma en esa misma sucesión de estaciones. Por si fuera poco, en los últimos tiempos, y de resultas de procesos como la automatización y la globalización, así como de la hegemonía del discurso feminista y la redefinición de los vínculos familiares, el hecho de ser hombre no sólo conlleva desventajas concretísimas; también una cierta mortificación existencial, un desasosiego que no es ajeno a la popularización de expresiones como «masculinidad tóxica», en las que anida la idea de que hay algo intrínsecamente nocivo en los cromosomas XY.

Véase, por remitirnos a un episodio reciente, la tasa de mortalidad por covid, mayor en hombres que en mujeres (el doble, en algunos rangos de edad). Los medios de comunicación y las instituciones sanitarias despacharon el dato sin inmutarse, y ello en el mejor de los casos. En el peor, lo atribuyeron a factores típicamente masculinos, como la inclinación al alcohol o la predisposición a las conductas de riesgo (por la inobservancia en el uso de mascarillas).

El ejemplo pertenece a Hombres, el exitoso ensayo del economista británico Richard V. Reeves, experto en políticas de familia y de movilidad social, y su corolario no escatima crudeza: «Si los hombres morían en pandemia, era por su culpa, lo cual es falso». Ciertamente, había causas biológicas; vinculadas, por ser más precisos, al sistema inmunológico. No es que la propensión al alcoholismo y la temeridad no tengan una raíz biológica; de hecho, Reeves considera que el desdén por la nature y la postración ante la culture, que tan a gala lleva la izquierda, explica gran parte de los atolladeros en que se hallan los hombres. Lo que estima inaceptable es que una circunstancia tan azarosa como el sexo deba conllevar una penitencia.

Si bien en Hombres el progresismo woke sale especialmente maltrecho «por descuidar totalmente las cuestiones masculinas», no faltan los señalamientos al populismo de corte ultraconservador, al que el autor achaca el error de «creer que la única forma de ayudar a los hombres es restaurando los roles y las relaciones de género tradicionales».

Mas Reeves no se limita a describir el rosario de inequidades que está en el origen de la llamada «crisis de la masculinidad», y del que dan cuenta y razón cientos de estudios. En consonancia con su trayectoria como activista cívico y servidor público (fue asesor de cabecera de Nick Clegg cuando éste ocupó la vicepresidencia en el Gobierno de David Cameron), aventura soluciones. Y este tal vez sea el aspecto más elocuente de lo que cabría denominar, sin temor a exagerar, Informe Reeves: su valor propositivo, su contribución al diseño de políticas fundamentadas en la evidencia científica.

Así, en el capítulo dedicado al hándicap académico de los chicos, plantea que éstos se incorporen a la escuela un año más tarde para que no se vean lastrados por su menor grado de madurez. Es lo que se conoce como redshirting, medida que en Estados Unidos tiene una creciente aceptación en familias de clase alta (para las de clase media y baja suele ser inasumible por imperativos laborales), y que acostumbra traducirse en una reducción drástica de los casos de hiperactividad y de déficit de atención durante la primera etapa, y en un mayor nivel de «satisfacción vital, una menor probabilidad de repetir curso en el futuro y mejores resultados en los exámenes».

Reeves recomienda asimismo primar el acceso de los varones a profesiones HEAL (Sanidad, Educación, Administración y Lectoescritura) del mismo modo que se prima el acceso de las mujeres a profesiones STEM. Y no sólo para paliar la escasez de mano de obra de que adolece el ámbito de los cuidados, con el consiguiente riesgo de colapso sistémico que la pandemia puso de relieve. No en vano, y por lo que toca a la educación, la identificación del alumno con un docente de su mismo sexo tiende a fortalecer la confianza y acrecentar la implicación, y otro tanto ocurre en la relación médico-paciente. Lo que viene a decir el autor, en suma, es que si hay cuotas femeninas en los consejos de administración, también debería haber cuotas masculinas en un jardín de infancia. Los datos, una vez más, blindan su exhortación, que en este punto es taxativa: «La educación infantil [en Estados Unidos] está al borde de convertirse en un entorno exclusivamente femenino. Debería ser motivo de vergüenza nacional que sólo el 3% de los profesores de preescolar sean hombres, que en este momento haya el doble de mujeres pilotando aviones militares que de hombres enseñando en párvulos (ateniéndonos a los porcentajes de cada profesión)». Reeves abrocha su batería de sugerencias con la necesidad de acometer una mayor inversión en FP para, de ese modo, abrir el abanico de rutas hacia el éxito y dejar atrás la «estructura única de oportunidades» que acarrea «la obsesión por la universidad».

Hombres, en definitiva, apela a los gobernantes para que vuelvan la vista a la otra mitad, que nunca como en nuestros días había sido considerada, políticamente hablando, un resto. El fragmento que sigue bien podría condensar dicho llamamiento: «Cerrar las brechas en las que las niñas y las mujeres están rezagadas sigue siendo un objetivo importante. Sin embargo, dados los enormes progresos realizados por las mujeres en las últimas décadas y los importantes retos a los que se enfrentan actualmente muchos niños y hombres, no tiene sentido tratar la desigualdad de género como un fenómeno unidireccional».

Despedidos. «La idea de ciertos círculos políticos de que las ganancias del libre comercio se redistribuirían entre los perdedores resultó ser falsa en la mayoría de los casos. Básicamente, se dejó de lado a las víctimas, se les dijo que pusieran en práctica sus ideas, que se comprometieran con el ‘aprendizaje permanente’. Hasta 2017, por cada dólar que el Gobierno estadounidense gastaba en el programa federal de Asistencia para el Ajuste Comercial de los Trabajadores, se gastaban 25 dólares en subvenciones fiscales a las donaciones de las universidades de élite. En la reacción popular, la élite tecnócrata cosechó lo que había sembrado».

Desastrados. «La perspectiva de formar una familia es un importante incentivo para el suministro de mano de obra masculina. Los hombres que no son proveedores, o que no son percibidos como tales, trabajan menos. Hoy, las mujeres económicamente independientes pueden prosperar tanto si están casadas como si no. En cambio, los hombres sin cónyuge suelen ser un desastre. En comparación con los hombre casados, su salud es peor, sus índices de empleo son más bajos y sus redes sociales más endebles».

Narcotizados. «Los hombres representan casi el 70% de las muertes por sobredosis de opiáceos en Estados Unidos. Casi la mitad de los hombres en edad productiva que estaban fuera de la fuerza laboral en 2016 dijeron haber tomado analgésicos el día anterior, en su mayoría con receta. El aumento de las prescripciones de opioides podría explicar casi la mitad de la caída del desempleo masculino en el mismo periodo. Barómetro y causa. Los opiáceos no son drogas como el MDMA, de inspiración o rebelión, lúdicas, son de aislamiento y retiro. Una de las razones por las que tantas personas mueren por sobredosis de opiáceos es que sus consumidores suelen estar solos».

Suicidas. «Los hombres son más propensos al suicidio que las mujeres, un patrón mundial que viene de lejos, aunque la brecha de género es mayor en las economías más avanzadas, donde los hombres presentan aproximadamente tres veces más probabilidades que las mujeres de quitarse la vida. El suicidio es aproximadamente la principal causa de muerte entre los hombres británicos menores de 45 años».

Rechazados. «Con el aumento del poder adquisitivo de las mujeres, los hombres tienen que superar un listón más alto para convertirse en maridos, pues son percibidos como una boca más que alimentar. Las mujeres son más proclives a buscarse la vida solas que a asociarse con un hombre que se encuentre en una posición económica débil» 

The Objective, 22 de enero de 2024.

viernes, 12 de enero de 2024

Manuel Valls: "No creo en el hombre perfecto, si no tampoco creería en la democracia"

Manuel Valls (Barcelona, 1962) ha reunido en El valor guiaba sus pasos (Funambulista) a 14 personajes cuyo coraje, amén de su virtud moral, deviene en condición de eficacia para cambiar el rumbo de la historia. Charb (Charlie Hebdo), Willy Brandt, Adolfo Suárez, Carlos V, Churchill, Camus y Zelenski son algunos de los protagonistas de esta personalísima galería de semblanzas, por lo común vinculadas, a modo de pie-de-foto, a acontecimientos que estremecieron al mundo, y en las que no es difícil advertir una exhortación a defender la civilización europea. El autor sabe de lo que habla. Como ministro del Interior francés, combatió en primera línea el terrorismo etarra con una determinación inédita. Posteriormente, en su peripecia política española, le cantó las cuarenta a la morigerada burguesía catalana e impidió que Barcelona cayera en manos del nacionalismo, lo que cristalizó en una instantánea que bien podría incorporarse al hall-of-fame de la bravura: la de la negativa a estrechar la mano de Quim Torra en el transcurso de la recepción en la Generalitat de los nuevos ediles, en 2019. El prólogo de Cayetana Álvarez de Toledo, un canto al encuentro de los distintos en el fragor de la lucha por la libertad, con la límpida sintaxis que la diputada del PP ha convertido en rasgo temperamental, le lleva a rebelarse contra el etiquetaje de trazo grueso, pleonasmo: "Ya ve, a ella la encasillan en la derecha ultra y a mí en la izquierda derechista". Valls me atiende al teléfono en el día de la Constitución.

En El valor... se refiere en tono elogioso a Anatomía de un instante, de Javier Cercas, un ensayo novelado que explica los inicios de la democracia en España a partir de las imágenes del 23-F. También usted se sirve de frames icónicos, de escenas de una profunda carga dramática como punto de partida de cada uno de sus episodios: el primer acto del proceso de abdicación de Carlos V, las lágrimas de Clemenceau ante los mutilados en la firma del Tratado de Versalles, la genuflexión de Willy Brandt ante el monumento conmemorativo al levantamiento del Gueto de Varsovia...

Javier es un gran escritor; me atrae su reflexión sobre la memoria y en particular la que lleva a cabo en Anatomía de un instante, un libro de una gran originalidad. En El valor... también yo he partido del instante, sí... De los instantes... Tal vez se deba a que pertenezco a una generación de europeos (la misma que Javier) que ha vivido en un mundo de paz y democracia, que no ha conocido momentos que cambien el paso de la historia (¡por suerte, a veces!). De ahí probablemente que sin que me lo proponga, tienda a buscar esos momentos, y por supuesto el 23-F es uno de ellos. Ahí están Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado, que soportan erguidos las ráfagas de los golpistas, los dos primeros en sus escaños y el tercero encarándolos. Ese día se convierten en leyenda.

Uno de esos instantes tiene como escenario la redacción de Charlie Hebdo, a la que usted, siendo primer ministro de Francia, accede horas después del atentado islamista, cuando los cadáveres aún no han sido retirados.

En ese momento entiendo que estamos ante una de esas rupturas que cambian el mundo, como lo fue el atentado del 11-S, que todos vimos pegados a la pantalla. Aquí me interesa la parte humana. Cuando entro a la redacción de Charlie, lo hago porque los conozco personalmente a casi todos. Y lo que no quiero es que el atentado se tramite como una noticia más, que muera con el día, o acabe alojada en un plano de irrealidad, como en una especie de metaverso... Así que acudo a la escena del crimen. Es una ceremonia de despedida.

Me ha llamado la atención que considere el atentado contra Charlie "el acontecimiento más importante ocurrido en Europa a principios del siglo XXI". Creo que es la primera persona a la que le leo esa afirmación, o cuando menos la primera que conozco que lo expresa de una forma tan rotunda.

Ha habido otros atentados en Europa de una gran trascendencia: los que sacudieron París el 13 de noviembre de 2015, por ejemplo. Y, por supuesto, los del 11-M en Madrid y el 7-J en Londres. En todos ellos hubo más muertos, pero la importancia de Charlie no tiene que ver con el número de víctimas, sino con el hecho de que es un atentado enteramente político. Y con esto no quiero decir que los otros atentados no lo sean. Pero el ataque a Charlie Hebdo, que es la expresión del periodismo, de la libertad, de un sentido de lo francés que entronca con Voltaire, con Rabelais... tiene un componente político tan simbólico que la repercusión es de una potencia increíble, y provoca una oleada de solidaridad única, mucho mayor que la que después tiene lugar con los atentados de noviembre de ese mismo año o el de Niza, un año después. En París, que tiene esa vocación universal, ese valor de capital que representa el mundo, hay una manifestación a la que acuden un millón de personas y medio centenar de dirigentes mundiales, y eso denota que hay un cambio de paradigma. Lo que da comienzo es la época en la que todavía estamos inmersos, la de la guerra contra el yihadismo, con la particularidad de que es un yihadismo que no viene de fuera, porque los terroristas son europeos.

Otro de los autores con los que hay un cierto paralelismo es Stefan Zweig. En cierto modo, su ensayo también es un mosaico de miniaturas históricas, de 'momentos estelares de la humanidad'. Incluso su estilo recuerda en algo al de Zweig; esa prosa ágil, vibrante, impetuosa.

¡Suerte que estoy sentado, porque eso de compararme con Zweig! No, a ver, a mí me apasiona la historia y, ciertamente, me atraen los 'momentos'. Yo no soy de cultura marxista, nunca lo he sido...

Lo deja claro en el capítulo que dedica a Ósip Mandelshtam y a su mujer, Nadezhda.

Así es. Yo vengo de la izquierda republicana y mis héroes son Clemenceau y Camus, por citar dos. La economía, el clima, la geografía y la cultura de cada pueblo son importantes, por supuesto... Pero concedo mucho valor a los seres humanos, a los individuos; detrás de todo gran acontecimiento siempre hay un hombre o una mujer. Y sí, es verdad que eso está en Zweig. Que un hombre, por su calidad intelectual, o su valor, pueda provocar cambios de tanto calado, me parece inspirador. En las biografías de Zweig, además, se advierte el reflejo de la época en que vive: salvando las distancias, Castellio es él, del mismo modo que Calvino es Hitler; y respecto a Erasmo y Lutero podríamos decir otro tanto.

¿Y usted se considera un reflejo de alguno de sus valerosos?

No, no... Me pueden haber inspirado, pero no me comparo con ellos, ni mucho menos. En el caso de Zweig, además, él se siente una víctima de la historia, y eso le lleva a ensalzar a los que, como él, también lo fueron. Lo que sí comparto es su pesimismo histórico.

No me lo ha parecido. Su libro es más bien una invitación a la acción, al compromiso.

Sí, en parte era el propósito. Lo que quiero decir es que estamos viendo renacer la lucha de la democracia contra el totalitarismo, y eso es algo con lo que no contábamos. Ucrania, Israel... Pero sí, hablar de personajes que son capaces de dar un vuelco a la historia no deja de ser una demostración de optimismo. Y en ese punto, el valor, la ética, el coraje... son decisivos.

Hablemos del valor, el gran tema del libro, el atributo que tienen en común sus personajes. A Louise Michel y Georges Clemenceau les une un vínculo de amistad irrompible pese a que profesan ideas diferentes, porque ambos se reconocen en el valor. En ese sentido, hay en todos los personajes un corte de carácter, algo profundamente temperamental. La majestad de Carlos V, por ejemplo, no dista en exceso de la de Zelenski. Uno entrega el timón del mundo y el otro se pone a la vanguardia moral de Occidente, pero los hermana la dignidad, el sobrecogimiento.

Con una diferencia: que la historia de Zelenski no sabemos cómo acaba. Pero lo que es indudable, como digo en el libro, es que la invasión rusa cambia al personaje, lo transfigura. Del mismo modo que Hitler transforma a Churchill, que sin la guerra habría sido un político brillante pero marginal, y acaba encarnando el mundo libre frente al nazismo.

Hay un hilo conductor.

Es Europa, el hilo conductor. A Carlos V y a Zelenski, con todas las salvedades, les une Europa. Me he inspirado mucho en los dos textos de Kundera publicados hace sólo un año: Un Occidente secuestrado. La tragedia de Europa central. Aquí se ve perfectamente que de Ucrania a España, pasando por Checoslovaquia, Polonia, Hungría y por supuesto Alemania y Francia, hay una cultura común: el cristianismo, el judaísmo, la Ilustración, la Revolución francesa, la democracia liberal. En Viena, en Praga, en Madrid o en París, nos sentamos a hablar y nos sentimos europeos a pesar de todas nuestras diferencias. Y este conjunto de valores, esta civilización, es algo que también he querido defender a través del valor, y a través de Camus, Zweig o Mandelshtam, intelectuales imprescindibles para entender lo que somos.

No oculta los defectos de ninguno de ellos. De Carlos V, por ejemplo, señala que no hace lo suficiente para contrarrestar el antijudaísmo, y al Zelenski anterior a la guerra lo retrata como un individuo mediocre, con una trastienda oscura.

¡Claro, son hombres! No creo en el hombre perfecto, si no tampoco creería en la democracia. Y sí, me interesa esa parte no sé si oscura, pero sí de fragilidad. He de decir que en la fascinación por el personaje de Carlos V influye su retiro a Yuste; sin Yuste, tal vez habría sido diferente. Me gusta el azar en la historia. Carlos V no es ajeno a las circunstancias de una dinastía que se está rompiendo, y él llega en el momento en que se está descubriendo el Nuevo Mundo... Francamente, no entiendo que en España no se hable más de este personaje. Un personaje que, sin ser de cultura española, termina siendo tan español, con ese final de Yuste, tan absolutamente barroco.

El libro presenta retazos de su propia biografía. En el capítulo dedicado a Camus, por ejemplo, cuenta que la abolición de la pena de muerte fue la primera causa en la que militó.

Me influyó mucho la literatura. También El último día de un condenado a muerte de Victor Hugo, por ejemplo. Y Clemenceau, que fue otro gran abolicionista. Y Koestler, al que no cito mucho, pero es para mí un personaje importantísimo, como lo es George Orwell, o el mismo Willy Brandt. Y también podría haber hablado de Nikos Kazantzakis, de su relación con la guerra de España. Pero Koestler, insisto, con El cero y el infinito o Testamento español, es capital. Él y Camus son mis dos grandes referencias en este sentido. Y es verdad que cuando tengo 16 o 17 años, se producen en Francia grandes juicios en los que está sobre la mesa la pena de muerte, y en los que es protagonista el gran abogado Robert Badinter, que será el ministro de Justicia que acabará con las ejecuciones. Para mí es un combate no sólo justo, sino también concreto, que me aleja de las grandes ideologías, de las ideologías globalizantes que no llegan a nada y además pueden ser tan peligrosas, como demuestra el totalitarismo comunista. El humanismo, en cambio, libra combates concretos por utopías concretas, que no están fuera de la realidad.

De Churchill y De Gaulle dice que "quieren evitar que el pueblo se haga ilusiones. [...] Apelan a su corazón, pero también a su razón. No buscan halagarlo". Todo un precepto antipopulista.

En general no me gusta decir que el mundo era mejor antes, pero claro, ante personajes como Churchill y De Gaulle... Churchill además fue Premio Nobel; pero no de la Paz, no... ¡De literatura! Y qué decir de De Gaulle; sus memorias son uno de mis libros de cabecera. Dos personajes tan semejantes y a la vez tan distintos; uno, absolutamente inglés, el otro absolutamente francés, pero en ambos encontramos la búsqueda (y el hallazgo) de la palabra justa en cada uno de sus discursos, de sus artículos, de sus libros. Hay una exigencia de verdad en todo lo que dicen y escriben, ¡y eso no los hace menos políticos, al contrario! De Gaulle es la estatua del commandeur, y Churchill tiene una dimensión más humana, con ese físico, sus puros, su whisky, su ironía...

Otro de los rasgos comunes a todos sus personajes es la soledad.

Así es, el liderazgo, porque hablamos de líderes, también implica esa soledad.

Tengo la impresión de que estamos ante el embrión de lo que podrían ser unas interesantísimas memorias.

Llegarán, llegarán, pero me gustaría incluir los capítulos de mi vida política que estén por venir.

La Lectura, 12 de enero de 2024